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QUIRÓN, EL CENTAURO
Encarar la injusticia de la vida
LA INJUSTICIA DE LA VIDA ES ALGO CON LO QUE NOS CUESTA MUCHO TRABAJO
RECONCILIARNOS. CONTINUAMENTE INTENTAMOS RACIONALIZAR LA INJUSTICIA DE LA
VIDA POR MEDIO DE DOCTRINAS Y FILOSOFÍAS QUE PUEDAN DEVOLVERNOS LA FE EN LA
IGUALDAD DEL UNIVERSO; MEDIANTE EL CONVENCIMIENTO GENERAL DE QUE EL BIEN
ACABA SIENDO RECOMPENSADO EN LA PRÓXIMA VIDA SI NO LO ES EN LA PRESENTE, Y
QUE EL MAL SERÁ FINALMENTE CASTIGADO. EL MITO GRIEGO DE QUIRÓN, AL IGUAL QUE
EL RELATO BÍBLICO DE JOB, ES UNA HISTORIA DE DOLOR Y DE SUFRIMIENTO INJUSTO.
LEJOS DE ALENTAR NUESTRA INGENUIDAD, NOS ENSEÑA QUE ES POSIBLE QUE NO EXISTA
RAZÓN ALGUNA QUE JUSTIFIQUE EL SUFRIMIENTO INJUSTO. SIN EMBARGO, PUEDE QUE
HAYA UN SIGNIFICADO, SIEMPRE QUE PERMITAMOS QUE EL SUFRIMIENTO NOS
TRANSFORME DESDE DENTRO.
EN
una cueva en lo alto de los nevados picos del Monte Pelión vivía Quirón, el
más anciano y sabio de los centauros: una raza misteriosa, de apariencia
mitad caballo y mitad hombre. Estos centauros eran los hijos de Cronos, que
violó a una ninfa convirtiéndose en caballo; y por eso los descendientes de
esta unión eran mitad animales y mitad seres divinos.
Mientras que los demás centauros eran salvajes e indómitos, Quirón era
singular en su sabiduría y caballerosidad, y era amistoso con los humanos.
Poseía una rara habilidad con el arpa, y a menudo impartía consejos
profundos en el lenguaje humano acompañado por la música dulce de su
instrumento. Poseía todos los secretos del conocimiento de las hierbas y
podía curar muchas enfermedades que la medicina humana no lograba aliviar; y
también comprendía la sabiduría de las estrellas y enseñaba el arte de la
astrología. Tan grande era su fama que muchos hijos de reyes eran confiados
a su cuidado. Con él, estos jóvenes alumnos aprendían a temer a los dioses,
a respetar a los ancianos y a ayudarse unos a otros en el dolor y la
adversidad. El anciano y sabio centauro les enseñaba a componer música, a
ejecutar las danzas con gracia, a combatir, a boxear y a correr, a escalar
las altas rocas y a cazar bestias salvajes en los bosques montañosos.
Aprendían a leer en el cielo los presagios y a hallar las plantas que podían
servir de antídoto para las infecciones y el dolor. Los jóvenes que Quirón
educaba aprendían a reír ante el peligro, a despreciar la pereza y la
codicia, y a afrontar todo lo que se les presentara con valor y buen ánimo.
Crecían fuertes y con destreza, con modestia y con bravura, y eran aptos
para gobernar por haber aprendido a obedecer.
Entre los mejores amigos de Quirón se encontraba el poderoso héroe Heracles.
Este hombre gigantesco había estado luchando con un monstruo fabuloso
conocido como la Hidra y, habiendo matado finalmente a la bestia, había
sumergido algunas de sus flechas en la sangre venenosa de la Hidra para
hacerlas todavía más letales. Ahora, de camino para visitar a su amigo
Quirón, el héroe fue atacado por una tribu de centauros salvajes e
indómitos. Se produjo entonces una gran batalla, en la que Heracles luchó en
solitario contra la horda de atacantes. Al escuchar el fragor del combate,
Quirón salió de su cueva y, levantando sus manos en son de paz, se interpuso
entre Heracles y un centauro a quien el héroe estaba apuntando con una
flecha. Pero la flecha ya había sido lanzada y fue a clavarse de lleno en el
muslo de Quirón.
Si hubiese sido totalmente animal o humano, Quirón hubiese muerto
instantáneamente. Pero era semidivino, y el don de la vida eterna se
convirtió en una terrible carga para él. La herida era mortal, y el centauro
se retiró aullando hacia el interior de la cueva. Este sabio curandero no
podía hallar ahora un antídoto para el veneno de la Hidra y poder curar
aquel dolor lacerante. No tenía otra elección que seguir viviendo con ello,
pues no podía morir como otras criaturas mortales. El dolor le obligaba a
probar muchos remedios, algunos de los cuales eran de gran valor para los
que sufrían; pero ninguno de ellos pudo aliviar su propio sufrimiento.
Desesperado, Quirón rogó a Zeus, el dios del cielo, que le permitiera morir.
Este, apiadándose de él, le concedió entrar en los salones del inframundo
como el resto de los mortales, y de ese modo la muerte liberó a Quirón del
sufrimiento.
COMENTARIO: Este oscuro mito no es fácil de interpretar. Nos puede parecer
muy injusto que una criatura como Quirón, sabia y civilizada, tuviera que
sufrir simplemente porque se hallaba en el lugar equivocado en el momento
inadecuado. Cuando nos topamos con semejantes acontecimientos en el mundo
moderno, nos llenan de rabia impotente y de perplejidad. «Por qué tuvo que
ocurrirle eso a alguien tan joven... tan amable... tan bueno? ¿Por qué no le
sucedió a alguien malo o despreciable?» Deseamos creer en la justicia de la
vida, porque esta creencia hace que la vida parezca controlable. Si somos
buenos y nos lo recompensan, entonces todo lo que tenemos que hacer para ser
recompensados es ser buenos. Esto es simple y se halla bajo nuestro control.
La idea de ser buenos y, sin embargo, ser golpeados por algún accidente que
arruina nuestra vida, es virtualmente insoportable. Las catástrofes
colectivas, si son de origen humano (como la guerra) o causadas por la
Naturaleza misma (como terremotos, sequías e inundaciones), nos enfrentan
con la profunda injusticia de la vida a nivel global. Por más que queramos
creer en un cosmos justo, tarde o temprano nos enfrentaremos con el enigma
del sufrimiento injusto.
Cuando sucede algo injusto, no tenemos otra opción sino la de sufrirlo,
tanto si nos lo «merecemos» como si no. Al comienzo, puede que culpemos a
alguien o a algo, e intentemos aliviar nuestro infortunio hallando un escape
al que poder echar la culpa. Culpamos a los padres, a la sociedad, al
gobierno, a algún grupo minoritario o a cualquier otra cosa que tengamos al
alcance, porque no podemos soportar una situación en la que la inculpación
no sea lo apropiado. La única respuesta posible, en último caso, es la
comprensión y la compasión. La palabra «compasión» se deriva de la raíz
latina que significa «sufrir con». El sufrimiento injusto lo compartimos
todos y puede establecer un sentido profundo de relación con otros seres
vivientes. Aunque es posible que nunca descubramos una justificación para
semejante dolor inmerecido, podemos vislumbrar su poder transformador final
en la forma en que puede purificar y transformar el corazón humano.
Oculta en esta historia se encuentra la sugerencia de que existe un precio a
pagar por intentar civilizar el lado salvaje de la naturaleza humana. Aunque
este precio nos pueda parecer injusto sin lugar a dudas, el sacrificio es
inevitable porque forma parte de la naturaleza de la vida. Existe una
necesidad de lucha entre el Yo Superior —simbolizado por Heracles— y las
fuerzas instintivas que se encuentran en el Yo inferior, en el interior de
los seres humanos —simbolizadas por los centauros salvajes— si hemos de
crear un mejor mundo para todos. Y, a veces, un dolor, una pena o una
pérdida injusta es el resultado de esta lucha. Solo si vemos la historia
desde una perspectiva más amplia, es posible que vislumbremos una mayor
profundidad de propósito en ella, aunque también es posible que no hallemos
justicia alguna.
La muerte voluntaria de Quirón puede verse como un símbolo profundo; cambia
su inmortalidad por el destino de las criaturas mortales. Podemos ver esta
muerte como una transformación psicológica, como una aceptación interna de
los límites humanos. Solamente cuando pensamos que somos tan especiales que
estamos exentos de las vicisitudes de la vida, sufrimos el verdadero veneno
de la herida de Quirón. Este veneno podemos comprenderlo como la amargura de
un continuo y corrosivo resentimiento. Si esperamos estar protegidos de la
vida, entonces nos volveremos amargados y llenos de veneno cuando
descubramos que, después de todo, no somos tan especiales. Cuando el
sufrimiento injusto entra en nuestra vida, la inevitable reacción humana con
la pregunta de ¿por qué a mí? puede que debamos sustituirla por la más sabia
de ¿por qué no a mí?
Los dones y la naturaleza inmortal de Quirón no lo protegen de la vida, como
no lo harán nuestros propios dones ni tampoco nuestra espiritualidad
«elevada». También nosotros tendremos que aceptar nuestros límites como
mortales y sobrellevar la muerte y transformación internas que nos permita
reconciliarnos con la vida humana cotidiana.
Aunque el centauro sea una criatura fantástica, el mito de Quirón es en
realidad un mito de la humanidad. Somos una mezcla de opuestos y de
contradicciones, mitad bestiales y mitad divinos, con una capacidad para una
gran sabiduría y bondad, y una capacidad semejante para el salvajismo y la
brutalidad. Los centauros salvajes con los que lucha Heracles están dentro
de nosotros igual que lo está la nobleza de Quirón. Los opuestos están
inextricablemente vinculados en los seres humanos y nunca podemos quedar
totalmente separados. Por más sabios que seamos, tenemos la capacidad de
comportarnos salvajemente los unos con los otros, y compartimos esta
dualidad colectiva aun cuando, como personas, decidamos alinearnos con la
luz. Por consiguiente, todos podemos padecer dolores injustos, ya sean
emocionales o físicos, y, una vez heridos de esta forma, deberemos intentar
ser sabios y obrar ecuánimamente para quedar curados por completo y
recuperar nuestra inocencia. Está en nosotros elegir el camino de curación
de la compasión y de la aceptación de los límites como seres mortales en
lugar de la persistente corrupción del resentimiento interno hacia la vida.
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