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EL ANILLO DE POLÍCRATES
Arrogancia ante los dioses
LOS GRIEGOS UTILIZABAN LA PALABRA «HUBRIS»
PARA DESCRIBIR EL ORGULLO DESMEDIDO Y EL FRACASO EN RECONOCER LOS LÍMITES.
PARA ELLOS, ESTA PALABRA ORIGINABA IRREMEDIABLEMENTE LA IRA COMO RESPUESTA
DE LOS DIOSES, AUNQUE EL CASTIGO FUERA SIEMPRE DELINEADO INCONSCIENTEMENTE
POR LA PROPIA PERSONA. LA HISTORIA DE POLÍCRATES ILUSTRA PERFECTAMENTE CÓMO
EL «HUBRIS», COMBINADO CON LA CODICIA HUMANA NORMAL, CONDUCEN
INEVITABLEMENTE A LA CAÍDA.
POLÍCRATES,
el tirano de Samos, aparecía ante el mundo como un hombre muy afortunado.
Gobernó en una rica isla que había arrebatado por la fuerza a sus dos
hermanos. Habiendo asesinado a uno de ellos y desterrado al otro, se
encontró como único gobernante. Raro era el día en que no recibía noticias
de la victoria de su flota o de que llegaba un barco a su puerto cargado con
riquezas y esclavos. Era tan rico y poderoso que deseaba convertirse en el
amo y señor de toda la Jonia.
En la plenitud de sus triunfos, Polícrates se
ofreció como aliado a Amasis, el gran rey de Egipto, que, al principio,
aceptó su amistad. Pero el rey Amasis comenzó a tener sospechas, y al poco
tiempo envió un mensaje a Polícrates.
"Un
hombre que es siempre afortunado tiene mucho que temer. Nadie se eleva a una
gran posición como la tuya sin hacer enemigos, e incluso los mismos dioses
estarán celosos de un hombre que obtiene tantos triunfos porque el bien y el
mal, alternadamente, constituyen la herencia común entre los mortales. Nunca
he oído de alguien que sea tan grande que no tenga ninguna preocupación y
que llegue a un final feliz. Acepta mi consejo: busca tu mejor tesoro y
ofrécelo como sacrificio a los dioses para que no te traten de modo
adverso".
Cuando Polícrates recibió este mensaje, pensó
en su contenido intensamente y decidió que seguiría el consejo del rey
Amasis. Eligió un anillo de esmeraldas de gran valor, uno de los tesoros que
menos deseaba perder, y se hizo a la mar en una embarcación ricamente
engalanada. Ante su séquito y sus guardias, arrojó el anillo a las
profundidades del mar, confiando en que eso le compraría los favores de los
dioses.
Sin embargo, antes incluso de llegar a casa,
Polícrates ya se arrepentía de la pérdida de su preciosa gema; y durante
muchos días se reprochó por haberla arrojado tan apresuradamente. Una semana
después, un pobre pescador llevó a las puertas de palacio un gran pez,
pensando que semejante regalo le agradaría al rey de Samos. Cuando los
sirvientes abrieron el pez, encontraron dentro de su vientre la mismísima
esmeralda que el rey había arrojado al mar, y se la entregaron gozosamente a
su amo.
Polícrates estaba encantado y tomó esto como
señal de que los dioses le concedían para siempre buena fortuna. Escribió
gozosamente al rey Amasis, explicando que había seguido su consejo y que los
dioses le habían devuelto su ofrenda. Para su sorpresa, Amasis envió de
regreso al heraldo con la renuncia a la alianza, porque veía en Polícrates a
alguien que parecía destinado a provocarle calamidades.
No obstante, en su orgullo el tirano no
admitió ninguna advertencia. En lugar de ello continuó con su lucha por el
poder y la riqueza y, ofuscado por el éxito, se sintió invencible. Pasado
algún tiempo, Polícrates recibió noticias del rey Oroestes de Persia, quien
le proponía una alianza y le ofrecía un gran tesoro a cambio de su ayuda. El
codicioso Polícrates no pudo resistirse a la oportunidad y envió a un
sirviente a visitar a Oroestes y a ver los tesoros que estaba ofreciendo.
Mostraron al sirviente ocho arcones que, de hecho, estaban llenos de
piedras; aunque la capa superior de cada arcón estaba cubierta de oro y
joyas. El sirviente trajo a Polícrates un brillante informe del maravilloso
tesoro, y el tirano decidió ponerse en movimiento de inmediato.
Los oráculos y adivinos, sin embargo, no eran
partidarios de que hiciera el viaje, y la hija de Polícrates soñó que su
padre se elevaba en el aire, arrebatado por Zeus y ungido por el sol. Pero
Polícrates tomó el sueño como un presagio de un gran honor y exaltación, y
partió poniendo rumbo directo hacia Persia e ignorando todas las
advertencias. Una vez que el rey Oroetes lo tuvo en sus manos, ordenó que
fuera crucificado de inmediato. De modo que el hombre que creía no tener
nada que temer del cielo y de la tierra fue arrebatado por el cielo y ungido
por el sol.
COMENTARIO: El mismo Polícrates se buscó su
destino y esto es algo que puede atestiguarse innumerables veces en la vida
moderna. ¿Cuántas veces los hombres de negocios y los políticos destacados
se pasan de la raya e incurren en un desastre por no haberse dado cuenta de
cuándo debían detenerse? Este problema puede afligir a cualquier persona que
haya alcanzado una meta y se sienta inquieta por alcanzar otra nueva. Porque
nada fomenta tanto la arrogancia como lo hace el éxito, a menos que
reconozcamos que ciertas leyes que operan en la vida terminarán
recordándonos finalmente nuestros limites y nuestra condición de mortales.
El mayor fallo de la naturaleza de Polícrates
no es su codicia ni su ambición, que son bastante humanas y muy comunes; su
mayor defecto consiste en que no venera a los dioses. Honrar a los dioses no
significa necesariamente que debamos hacer gala de tendencias religiosas
ortodoxas para contrarrestar la inclinación humana natural de pasarse de los
límites. Sino que necesitamos tener respeto por la vida y por los demás
seres humanos, y enfrentarnos con honestidad a este impulso de sentirnos
superiores a los demás, pues el ego se puede apoderar inconscientemente
incluso de las personas mejor intencionadas. Cuando Amasis aconseja a
Polícrates que ofrezca a los dioses su más preciado tesoro, el rey egipcio
le está expresando una gran verdad relativa a la psique humana. Si
identificamos nuestro valor con nuestros logros mundanos nos hemos alejado
de nuestro sentido de identidad interior y de nuestro valor. Pero si
mediante el conocimiento y la comprensión podemos sacrificar esta
identificación, entonces gozaremos de libertad en el alma; y, aunque las
circunstancias afortunadas se conviertan en dificultades, todavía seguiremos
sabiendo quiénes somos... y siendo quienes somos.
Durante la gran caída de la bolsa de 1929, e
incluso en la gran crisis del mundo occidental de principios de este
milenio, muchas personas se suicidaron arrojándose desde los edificios
porque no podían encontrar ningún significado o valor en la vida, o en sí
mismos, si su fortuna había desaparecido. Esto refleja una identificación
total con los atractivos externos de la buena fortuna y una total carencia
del profundo sentido interno del valor propio.
Polícrates realiza su ofrenda por temor a la
cólera de los dioses, en lugar de hacerlo por respeto a su poder. Su
elección consiste en un preciado anillo. Pero el anillo —símbolo que ya
hemos encontrado en la historia de Sigfrido (ver este espacio web)— debe ser
ofrecido libremente y con alegría en el corazón; de otro modo, la ofrenda
carece de valor. Polícrates se lamenta de haber lanzado el anillo, desde el
mismo momento en que lo hace. Un sacrificio debe hacerse con auténtica
generosidad si ha de ser un verdadero sacrificio. No es sorprendente que los
dioses rechacen la ofrenda y la devuelvan en el cuerpo de un pez. Y si
comprendemos la psicología de los dioses, estos reflejan los profundos
instintos y patrones inconscientes que respaldan el primario desarrollo
individual. Al no querer honrar ese profundo Yo interior, podemos estar
construyendo inconscientemente nuestra propia caída.
La arrogancia que Polícrates muestra es poco
menos que una creencia ciega en sus propios poderes divinos. Semejante
engreimiento psicológico, incluso en la pequeña escala de la vida cotidiana,
puede destruir nuestra sensibilidad ante las señales de los demás y
erosionar nuestra capacidad para juzgar correctamente las situaciones. Si
creemos que podemos hacer cualquier cosa y que tenemos derecho a atropellar
a cualquiera, no nos podremos dar cuenta de que despreciamos a los demás y
que, con esa, actitud nuestra, ni recorremos el camino adecuado en esta vida
ni alcanzaremos lo que deseamos. Haremos enemigos e invocaremos la oposición
del mundo que nos rodea.
Si hacemos egoístamente daño a los demás,
éstos comenzarán a planear nuestra caída o dejarán de ayudarnos cuando
estemos a punto de caer al abismo. Y entonces, si todavía no hemos aprendido
la lección que nos ofrece la vida en cuanto al «hubris», puede que vayamos
quejándonos a todo el mundo de lo mal que hemos sido tratados; pero es poco
probable que hallemos alguna simpatía. Se dice que el poder corrompe, y el
poder absoluto corrompe absolutamente. Podemos comenzar humildemente y
deseando hacer el bien; no obstante, si nos envenenamos con el gusto del
poder, puede que dejemos de oír a los demás, para empezar a cometer errores
graves.
La historia de Polícrates representa un
mensaje claro y directo dirigido a todos los que buscan logros en el mundo,
pero que no han aprendido todavía la propia honestidad ni la humildad
necesarias para asegurar que lo que se ha obtenido se va a administrar con
justicia y no se va a perder.
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