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EL REY MINOS
Manejar el poder con integridad
ESTE FAMOSO MITO GRIEGO ILUSTRA VÍVIDAMENTE LO QUE PUEDE SUCEDER CUANDO
DEJAN DE CUMPLIRSE LAS PROMESAS A LOS DIOSES Y SE EJERCE EL PODER CON
IRRESPONSABILIDAD. SE NOS DICE QUE EL PODER CORROMPE, PERO ¿CUÁL ES LA
NATURALEZA DE ESA CORRUPCIÓN? AQUÍ PODEMOS APRECIAR SU ASPECTO PROFUNDO,
CUANDO LA CORRUPCIÓN AFLIGE A AQUELLOS QUE ESTÁN EN EL PODER. LAS OPCIONES
QUE ADOPTA MINOS, Y LAS CONSECUENCIAS QUE ESTAS DESENCADENAN, REVELAN LA
GRAN IMPORTANCIA DE MANTENER LA LEALTAD HACIA LA CAUSA SUPERIOR A LA QUE UNO
SIRVE.
ZEUS,
rey del cielo, descubrió a la bella princesa Europa y la deseó. Pero la
joven no se dejaba seducir fácilmente, de modo que Zeus se disfrazó de toro
totalmente blanco y se la llevó a través del mar, hasta la isla de Creta.
Allí la violó. Pero era tan grande el atractivo de la joven que volvió una y
otra vez a visitarla, lo que no era usual en este dios tan voluble. A su
debido tiempo, Europa le dio tres hijos: Minos, Radamanto y Sarpedón, que
fueron adoptados por Asterios, rey de Creta, quien se enamoró de Europa y se
casó con ella. Al crecer los niños, tras el fallecimiento de su padre
adoptivo, surgió la inevitable disputa sobre la sucesión al trono. Minos, el
mayor, arregló el asunto rezando a Poseidón, dios del mar, para pedir una
señal divina. Poseidón le prometió que enviaría un toro desde el mar como
señal para todo el mundo de que la reclamación al trono por parte de Minos
había sido favorecida por los divinos poderes. Minos, a su vez, accedió a
sacrificar este toro al propio dios, para reafirmar su lealtad a Poseidón y
su reconocimiento de que su derecho a gobernar procedía del rey de las
profundidades oceánicas. Con ello Minos pretendía demostrar a todos que su
poder no era solo suyo, y que debía utilizarlo responsablemente. Poseidón
cumplió su parte del trato y, oportunamente, surgió de las olas un magnífico
toro blanco. Pero, una vez se hubo asegurado la corona, Minos no cumplió su
promesa. La codicia y la vanidad le fueron dominando, y comenzó a pensar en
modos de engañar al dios respecto al sacrifico prometido. Pensó que el toro
era tan hermoso que sería una pena sacrificarlo, por lo que deseó dejar que
la fabulosa bestia se quedara entre su manada para que actuara de semental,
en lugar de desperdiciarlo en el altar de sacrificios. Pero, para satisfacer
al dios, decidió buscar el mejor de sus toros, y sacrificarlo en su honor,
en sustitución del primero. Esto fue un error muy grave, pues el dios se
puso muy furioso y castigó a Minos haciendo que Pasifae, la esposa del rey,
se enamorase locamente del toro salido del mar.
Pasifae se las arregló para satisfacer su ardiente lujuria con la ayuda del
artífice Dédalo, que construyó una vaca de madera de tamaño real para que
ella se ocultase en su interior. Logró engañar al toro y la unión se
consumó. El resultado de esta extraña relación fue el Minotauro, un monstruo
con cabeza de toro y cuerpo de hombre que se alimentaba exclusivamente de
carne de vírgenes humanas. A fin de ocultar a esta criatura vergonzante.
Minos encomendó a Dédalo la construcción de un laberinto tan complicado que
nadie pudiera encontrar la salida, con la intención de encerrar en él al
Minotauro. Cada año mandaban de Atenas diez jóvenes y diez doncellas para
saciar el repugnante apetito del Minotauro. Año tras año, el cáncer secreto
que existía en el centro del reino de Minos corroía su tranquilidad, hasta
que el héroe ateniense Teseo se embarcó hacia Creta. Teseo mató al Minotauro
con la ayuda de Ariadna, la hija de Minos, liberando de ese modo a Creta de
su terrible maldición. Consumido Minos por el pesar y la culpa, acabó
muriendo, y así Teseo se convirtió en el gobernante de Creta y de Atenas.
COMENTARIO.
Todas las acciones humanas tienen sus consecuencias, pero las acciones más
evidentes son las que realizan los que están en el poder. Al comienzo de la
historia, el rey Minos se presenta como un hombre decente. No se apodera del
trono por la violencia o la traición, como hacen tantos gobernantes en el
mito griego. Acude a los dioses para invocar su juicio y estos le
recompensan por su humildad. Este es el antiguo simbolismo de la realeza,
que siempre ha representado al rey como depositario de la deidad; una
especie de «buen pastor» que gobierna a su pueblo por la gracia de Dios y
que renueva su poder a través de la renovación del voto de servicio. A pesar
de que en la época moderna nos hemos olvidado de esta dimensión anticua y
profunda del gobernar, no obstante, existe cierta magia en los que gobiernan
(ya sea por herencia o por haber sido elegidos), y quizá sea a través de
algún poder o propósito más profundo por lo que al gobernante que reclama su
trono honestamente le es otorgado ese papel para que lo desempeñe.
Pero la codicia y la vanidad de Minos le arrebatan lo mejor que hay en él.
Del mismo modo, en la actualidad cualquier persona puede comenzar a abusar
del poder, a causa del deseo de adquirir más de lo que en justicia le
corresponde. La arrogancia también puede jugar un papel. Pues una vez que ya
se tiene poder, es fácil olvidarse de los ideales iniciales que inspiraron a
buscar esa posición y uno puede comenzar a creerse superior a aquellos sobre
los que ejerce el control. La historia está llena de ejemplos del triste
destino de quienes se olvidaron de a quién o a qué debían su poder. Cada día
puede observarse este modelo en cualquier empresa o establecimiento
comercial, y también en el mundo de la política. Poseidón, rey del mar,
había estado dispuesto a ayudar a Minos a obtener la corona, con tal de que
este reverenciara públicamente al dios. Pero Minos, como muchos de nosotros,
no se quedó satisfecho después de haber logrado lo que quería; pensó que
podía obtener un poco más y cometió el error fatal de hacer pasar por tonto
al dios. Naturalmente, este se enfureció. Aunque ya no se puede creer en la
justicia divina en este mundo moderno tan sofisticado, la verdad es que
tarde o temprano la vida tiene un modo extraño de enfrentarnos con las
consecuencias de nuestras acciones.
El Minotauro es la imagen feroz de algo ciego, bestial y despiadado que mora
en el corazón del reino de Minos y, por lo tanto, en el corazón del mismo
rey. El monstruo es una representación estupenda del proceso de corrupción y
de transformación de un alma humana en algo que es inferior a lo humano. En
cierto modo, también nosotros podemos perder la condición de humanos, a
causa de la codicia y la arrogancia, al atropellar sin piedad a los más
débiles. El Minotauro se alimenta de la carne de los jóvenes, y, cuando
nuestra integridad se ve erosionada por el veneno del poder, tendemos a
comportarnos destructivamente con todo lo que es vulnerable en los demás y
también en nosotros. Podemos tratar a nuestros hijos con insensibilidad e
incluso con brutalidad, porque dependen de nosotros y no pueden revelarse.
Podemos dominar a los que nos deben algo, disfrutando secretamente del poder
de la humillación. Oímos una y otra vez de prósperos hombres de negocios
que, a pesar de ello, lo arriesgan todo con el fin de duplicar su dinero, y
acaban perdiéndolo todo. Y están los que se sienten tentados a hacer algo
deshonesto o perjudicial para los demás, a cambio de obtener al final una
recompensa espléndida. Pero tarde o temprano deberán encarar la humillación
de la derrota, en forma privada o pública. Puede que no siempre nos
enteremos por los periódicos de las consecuencias de estas acciones. El
resultado puede quedar en secreto y permanecer en lo más recóndito de la
vida personal. Pero hay un anticuo adagio que dice que los molinos de Dios
muden lentamente, pero muelen muy fino.
La historia de Minos nos enseña que ejercer el poder con integridad no es
algo que hagamos públicamente por la sencilla razón de impresionar a los
demás. Se trata más bien de un compromiso interno ante lo que hayamos
convenido en llamar Dios, tanto si utilizamos la terminología religiosa como
si empleamos el lenguaje más objetivo de las inquietudes humanitarias. Si el
compromiso es sincero y nos mantenemos leales a los dictados de nuestro
corazón, entonces renovaremos nuestro poder interior y nuestra autenticidad.
Si somos hipócritas y prometemos muchas cosas por el mero hecho de ganar
votos, podemos engañar a unos pocos, pero no engañaremos a nuestra alma, y
nos sentiremos frustrados, infelices y atormentados por nuestra conciencia.
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