LAS PRUEBAS DE JOB
El enigma del sufrimiento
EL RELATO BÍBLICO DE JOB NOS PRESENTA UN CUADRO DESOLADOR DE CÓMO PUEDE SER
DE INJUSTA LA VIDA, Y DE CÓMO NUESTROS SUEÑOS INFANTILES DE QUE LA BONDAD
SIEMPRE SE VE RECOMPENSADA Y LA MALDAD CASTIGADA NOS PUEDEN CONDUCIR A LA
DESILUSIÓN Y A LA AMARGURA. SIN EMBARGO, JOB NO PIERDE NUNCA SU FE EN DIOS,
A PESAR DE LOS SUFRIMIENTOS QUE TIENE QUE SOPORTAR. Y, AUNQUE PERMANECE EL
MISTERIO DE POR QUÉ DEBE SOBRELLEVAR LAS PRUEBAS QUE SE LE PRESENTAN, SU FE
EN LA SABIDURÍA DIVINA —O EXPLICÁNDOLO DE OTRO MODO, SU CONFIANZA EN LA
VIDA— NUNCA LE FALLA.
HABÍA
una vez un hombre en la tierra de Ur, cuyo nombre era Job; y era perfecto y
justo, y temeroso de Dios, y se abstenía del mal. Tenía siete hijos y tres
hijas, y era un hombre rico, con muchos animales y una gran hacienda; en
efecto, era el más grande de los hombres de Oriente.
Pero la prosperidad y la comodidad de Job estaban destinadas a acabarse. Un
día se presentaron los ángeles ante el trono de Dios, y Satán se hallaba
entre ellos. Cuando el Señor le preguntó de dónde venía, Satán contestó:
—He estado deambulando por toda la faz de la tierra, observando lo que allí
sucede.
Y el Señor le dijo a Satán:
—¿Has visto a mi siervo Job durante el curso de tus viajes? No hay nadie
como él en toda la tierra: es un hombre perfecto y justo, y es temeroso de
Dios y evita todo mal.
Entonces dijo Satán:
—¿Acaso no tiene sobrados motivos para temer a Dios? Tú lo has protegido y
lo has bendecido; pero extiende tu mano ahora y quítale todo lo que tiene, y
te maldecirá en tu cara.
El Señor sintió que lo estaban provocando con la respuesta, y le dijo a
Satán:
—Muy bien; entonces, ponlo a prueba; todo lo que tiene está a tu
disposición. Pero no le pongas la mano en el cuerpo.
Y con gran satisfacción, Satán se retiró de la presencia de Dios.
Entonces la desgracia comenzó a golpear a Job. Le robaron los bueyes, los
asnos y los camellos; los sirvientes fueron asesinados; y cayó un fuego del
cielo que consumió todas sus ovejas. A continuación, todos sus hijos
murieron cuando un fuerte viento sacudió la casa donde se hallaban comiendo.
Entonces Job rasgó su manto y se afeitó la cabeza, y se arrojó al suelo. Y
dijo: «Desnudo vine del vientre de mi madre, y desnudo regresaré allí; el
Señor me lo dio, y el Señor me lo ha quitado; bendito sea el nombre del
Señor».
Y Satán se dio cuenta de que estaba equivocado, porque a pesar de todos
estos desastres, Job nunca maldijo a Dios.
Entonces Satán volvió otra vez ante el Señor, y el Señor dijo:
—¿No estaba en lo cierto respecto a mi siervo Job? No hay nadie como él en
toda la tierra. Persevera en su integridad, aunque te has indispuesto contra
él y has destruido sin razón todo lo que tenía.
Y Satán respondió:
—Sí, por supuesto, todo lo que un hombre tiene lo da por su vida. Pero
extiende tu mano ahora y toca sus huesos y su carne; y el te maldecirá en la
cara. El Señor dijo:
—Muy bien, sus huesos y su carne están en tus manos; pero sálvale la vida. Y
Satán se alejó de la presencia de Dios, y maldijo a Job con furúnculos
malignos que lo cubrían desde la planta de los pies hasta la parte superior
de la cabeza. Job se sentó entre las cenizas y rezó al Señor. Entonces su
esposa le dijo:
—¿Todavía conservas la integridad? Maldice a Dios y muere. Pero Job replicó:
—Dices tonterías. ¿Recibimos el bien de la mano de Dios, y no hemos de
recibir sufrimientos también?
Y, a pesar de su gran dolor, Job nunca maldijo a Dios.
Entonces los amigos de Job vinieron a lamentarse junto a él y a consolarlo.
Pero ellos tan solo le podían ofrecer falsa firmeza. Pretendían poseer la
sabiduría para comprender las obras de Dios, pero en verdad no sabían nada.
Sugirieron que Job había pecado inconscientemente y que merecía que el
castigo cayera sobre su cabeza; o que Dios le estaba poniendo a prueba y que
finalmente lo recompensaría. Sus palabras no le trajeron a Job ningún
consuelo, solo dolor.
Pero el Señor estaba furioso por las palabras engañosas de aquellos hombres
y le habló a Job desde un torbellino de luz, diciéndole:
—¿Quiénes son esos que ofrecen consejo sin conocer? ¿Qué saben ellos o tú
del poder de Dios? ¿Dónde estabas tú cuando yo dispuse los cimientos de la
tierra? ¿Acaso conoces las ordenanzas del cielo?
Y otras muchas preguntas semejantes le hizo Dios a Job.
Entonces Job dijo:
—¿Qué puedo responder? Me pondré la mano sobre los labios y no diré nada
más.
Entonces el Señor le devolvió a Job todo cuanto tenía antes de que Satán
hubiese destruido lo que poseía. Y a su debido tiempo tuvo otros siete hijos
y tres hijas, y vivió durante ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a
los hijos de sus hijos y así hasta cuatro generaciones. De modo que Job
murió, muy viejo, después de haber vivido muchos días.
COMENTARIO: Es frecuente, al margen del mundo de Walt Disney, que los malos
no reciban castigo, y que sobre los buenos caiga toda suerte de calamidades.
Personas jóvenes, inteligentes y buenas mueren de enfermedades terribles;
sin embargo, dictadores despiadados, responsables de miles de asesinatos,
viven hasta alcanzar edades avanzadas y mueren cómodamente en su cama. Esta
dimensión despiadada de la vida ha proporcionado el combustible para
controversias milenarias en el campo religioso. Y aunque la definición
precisa de la bondad continúa eludiendo hasta al más arrogante de los
maestros religiosos, nosotros los humanos persistimos en esperar que, si tan
solo pudiéramos descubrir la fórmula, escaparíamos a las vicisitudes de la
vida.
La historia de Job nos enseña que las raíces del sufrimiento humano y de la
desigualdad no residen en algo tan simple como haber pecado y, por lo tanto,
merecer castigo. Job no había pecado; sin embargo, sufre. El extraño e
inquietante diálogo entre Dios y Satán revela un cosmos desprovisto de la
clase de moralidad con la que tratamos de rodearnos, con la esperanza de una
recompensa celestial. No existe lógica, razón ni compasión en la disposición
de Dios deponer el destino de Job en manos de Satán, salvo que Satán lo haya
provocado con la sugerencia de que Job perdería su fe si Dios si no fuera
tan amable con él. No obstante, a pesar de la dimensión muy poco atractiva
de la divinidad tal y como se presenta en esta historia, Job no se cuestiona
la naturaleza de la majestad de Dios. Dios es Dios, y no se puede encontrar
ninguna solución para el enigma del sufrimiento, tratando de descubrir dónde
reside nuestro pecado oculto. Esto equivale a decir que no existe ninguna
razón para el sufrimiento; simplemente ocurre porque forma parte de la vida.
Esta es una píldora difícil de tragar para aquellos que han crecido bajo la
idea de un Dios tipo Santa Claus; y requiere humildad ante los misterios de
la vida que sólo puede encontrarse por medio del dolor, la pérdida, el
cuestionamiento profundo y una aceptación de la realidad tal y como es.
Los amigos de Job tienen buenas intenciones, lo mismo que muchos de
nosotros; no obstante, ellos sólo pueden ofrecer interpretaciones
superficiales que no afectan en lo más hondo a la persona que sufre. En
tales momentos, las palabras bien intencionadas de amigos y consejeros poco
nos pueden ofrecer si son pronunciadas con intención de hacer desaparecer su
propio temor al dolor, tratando de silenciar el nuestro. La condolencia
tiene sus propias leyes y su tiempo, y el único consuelo real puede hallarse
en el silencio y simplemente en la capacidad de estar con aquellos que
sufren. Insultamos a los demás con nuestro esfuerzo por darles soluciones o
promesas simples de recompensas futuras, a cambio del sufrimiento actual.
Esta historia nos cuenta, que también nosotros insultamos a la divinidad
cuando tratamos de aportar respuestas humanas a los misterios cósmicos.
Al final de la historia, Job recupera su riqueza y crea una nueva familia.
Sus hijos fallecidos, sin embargo, no se levantan de entre los muertos, y
está claro que incluso a Dios le es imposible deshacer lo que ha hecho. No
podemos borrar el pasado ni hacer que, por arte de magia, nuestras heridas
se curen o nuestras desgracias se borren de la memoria. Las vicisitudes por
las que atraviesa hacen de Job un hombre, y lo que en realidad vemos en esta
historia antigua es el proceso de maduración al que todos debemos
someternos, tarde o temprano. Puede que no suframos la clase de tragedias
extremas que afligen a Job. Pero antes o después la injusticia de la vida
nos afectará, y sentiremos dolor y sufriremos pérdidas que no nos hemos
merecido. Si nuestra confianza en la vida está enraizada en una creencia en
Dios, o surge simplemente de la fe en el potencial humano, la historia de
Job nos enseña que, de algún modo, debemos encontrar esta confianza, sin
explicaciones racionales ni promesas de recompensas finales. Sólo entonces
volveremos a centrarnos en nosotros mismos y podremos hallar la fortaleza
para renovar nuestra vida tras el sufrimiento y la pérdida.
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