LA CORRUPCIÓN DE ANDVARI
El poder no sustituye ni amor
EL MITO NORUEGO DEL ORO DEL ENANO ANDVARI CONSTITUYE EL FUNDAMENTO DE LA
PRIMERA ÓPERA DEL GRAN CICLO DE RICHARD WAGNER, «EL ANILLO DE LOS
NIBELUNGOS», AUNQUE EN ESTA VERSIÓN EL ENANO SE LLAMA ALBERICH. PERO TANTO
SI CONSIDERAMOS EL RELATO ORIGINAL COMO SI ESCUCHAMOS LA ÓPERA DE WAGNER,
ESTA HISTORIA TRATA DE LA AMARGURA Y LA CODICIA. TIENE MUCHO QUE ENSEÑARNOS
SOBRE LAS PROFUNDAS RAÍCES DE LA AMBICIÓN Y DE LA CORRUPCIÓN DESTRUCTIVA QUE
RETUERCEN EL ALMA CUANDO UN AMOR EGOÍSTA SE TRANSFORMA EN IMPULSO DE PODER.
EL
enano Andvari poseía un gran tesoro en oro, así como el poder de hacer
todavía más. Pero no llegó a acumular esta riqueza sin un amargo costo, ni
tampoco pudo conservarla finalmente. Cierto día, cuando se hallaba en el río
pescando peces para la comida, Andvari descubrió algo que brillaba en el
lecho del río. Era el oro de las ninfas, que amaban el metal precioso por su
brillo y su belleza. Aún más tentadoras para el enano eran las ninfas
mismas, quienes nadaban graciosamente a su alrededor y lo provocaban con
sonrisas picarescas y saludos. Pero cada vez que trataba de coger una, esta
se escabullía ágilmente, y Andvari se quedaba sin aliento y frustrado. Y
volvían una y otra vez a provocarlo y a tentarlo. Aprovechaban también para
despreciarlo, burlándose de sus miembros retorcidos y de su tez oscura y
fea. Finalmente, Andvari se enfureció y un oscuro odio llenó su mente y su
corazón; y sus ojos se fijaron una vez más en el oro resplandeciente
depositado en el fondo del río.
Rápidamente, el enano nadó hacia el fondo, cogió el oro y comenzó a nadar
hacia la superficie del agua. Las ninfas le gritaron para que les devolviera
su juguete, pero Andvari las ignoró. Ellas insistieron en sus llamadas y le
prometieron delicias sensuales si les devolvía su tesoro. Pero el anterior
rechazo y desprecio por parte de ellas lo habían amargado. Sabía que era feo
y que ninguna hembra lo desearía jamás. Si deseaba amor, tendría que
comprarlo.
Andvari se volvió a las ninfas y gritó con fuerza para que todos los dioses
lo oyeran:
—¡No os quiero a ninguna de vosotras ni tampoco vuestras delicias! ¡Renuncio
al amor! ¡Ante todos los dioses, juro que sólo amare el oro y el poder que
el oro pueda darme!
Y con estas palabras, que lo comprometían porque habían sido oídas en todos
los reinos de cielos y tierra, Andvari robó el oro y se lo llevó a su reino.
Una vez allí, con muchos hechizos y encantamientos, lo convirtió en un
anillo mágico que le otorgaba poder sobre todos los demás enanos y también
la virtud de crear innumerables montañas de pepitas de oro.
Andvari habría podido vivir de esta forma para siempre, corroído por la
amargura, convirtiendo a sus compañeros enanos en esclavos y llenando las
cavernas de su oscuro reino con crecientes montañas de oro. Pero en el reino
de los dioses del cielo estaban sucediendo acontecimientos destinados a
irrumpir en las preocupaciones del enano. Odín, rey del cielo y gobernante
de todos los reinos superiores, se hallaba en dificultades y tenía que
comprar su libertad; y para lograrla necesitaba una gran cantidad de oro.
Consultó con su sabio y astuto consejero, Loki, el dios del fuego, que se
apresuró a informarle que la cantidad necesaria de oro estaba disponible en
el reino de los enanos. Todos los dioses sabían lo que Andvari había hecho,
aunque hasta ese momento a ninguno le había apetecido entrometerse en lo que
sucedía en los reinos subterráneos. Con el permiso de Odín, Loki urdió un
plan que tenía en cuenta el hecho de que Andvari era ambicioso y que el oro
no sería fácil de obtener. Primero viajó al fondo del mar para visitar la
morada de Ran, la diosa del mar.
—¡Los dioses están en peligro! —le dijo a Ran agitadamente. ¡El mismo Odín
está preso., y solo tu red puede salvarlos!
La diosa del mar abrió desmesuradamente sus fríos y pálidos ojos. No estaba
muy versada sobre lo que sucedía en el cielo, por lo que no sabía si Loki le
decía la verdad. Pero el dios del fuego era la persuasión misma.
—Préstame tu red, la que utilizas para capturar a los hombres. Yo puedo
usarla para salvar a los dioses.
De ese modo Ran le prestó la red, y Loki abandonó rápidamente el aposento
bajo las olas, por si ella cambiaba de opinión. Después se dirigió al reino
de los enanos. Se abrió paso bajando por una sucesión de túneles de gran
pendiente y a través de un laberinto de salas en penumbra, hasta llegar a
una amplia caverna bajo tierra. El techo de la caverna estaba soportado por
columnas de roca más gruesas que troncos de árboles, y los rincones estaban
tranquilos y oscuros. Loki vio un estanque silencioso lleno de agua que
parecía no manar de ninguna parte ni fluir hacia ninguna sitio. Sabía que
Andvari se hallaba como en su casa en el elemento agua, igual que él se
sentía en los túneles bajo tierra, y también sabía que el enano percibiría
su llegada y se escondería. Así que extendió la red de Ran muy finamente
tejida y la echó en el estanque. Después la recogió y la sacó, y allí estaba
el enano, debatiéndose y retorciéndose furiosamente. Loki lo liberó de la
red, y todo el tiempo le mantuvo cogido firmemente por la nuca.
—¿Qué es lo que quieres? —balbuceó Andvari.
Pero el tenía una clara idea del porqué había venido el dios del fuego.
—Lo que deseo es tu oro —dijo Loki—. Si te opones, te exprimiré como una
prenda recién lavada. Quiero todo tu oro.
Andvari se encogió de hombros. Condujo a Loki fuera de la resonante cámara y
luego bajaron por un pasadizo laberíntico a su herrería. Estaba caliente y
humeante, y había montones y montones de pepitas de oro brillando a la luz
del fuego.
—Reúnelas todas —dijo Loki, dando un puntapié a una de ellas.
Andvari se hizo el remolón, maldiciendo y murmurando. Pero terminó formando
un montón de pepitas y de pequeñas barras de oro, de objetos ya terminados y
de objetos a medio hacer. Loki miró el montón y se sintió satisfecho.
—¿Eso es todo? —pregunto el dios del fuego.
Andvari no dijo nada. Metió el oro en dos sacos viejos y los colocó delante
de Loki.
—¿Y qué pasa con ese anillo? —inquirió Loki, señalando la mano derecha
cerrada del enano—. Te vi cómo lo escondías. Andvari movió su cabeza.
—Ponlo en el saco —ordenó Loki.
—Deja que me quede con él —rogó Andvari—. Solo este anillo. Déjamelo. Así
podré volver a hacer más oro.
Pero Loki, comprendiendo de inmediato que el anillo era mágico, se lanzó
sobre Andvari y lo forzó a que abriera el puño, apoderándose del pequeño y
retorcido anillo. Uno nunca sabe cuándo los dioses del cielo pueden
necesitar más oro.
—Lo que no se da libremente tiene que ser cogido por la fuerza—dijo Loki.
—Nada se ha dado libremente —admitió Andvari.
Pero Loki ignoró estas palabras y, echándose al hombro los sacos, se dirigió
hacia la puerta de la herrería.
—¡Lamentarás haberme quitado mi anillo! —gritó el enano—. ¡Caiga mi
maldición sobre ese anillo y sobre ese oro! ¡Destruirá a quien lo posea!
¡Nadie conseguirá felicidad con mi riqueza!
Pero Loki se limitó a darle otra vez la espalda y, con los juramentos y las
maldiciones de Andvari resonándole en los oídos, dejó atrás el mundo de los
enanos y regresó a los cielos, donde Odín le esperaba impaciente.
COMENTARIO: Lamentablemente, el enano Andvari, amargado, como muchos
humanos, por una experiencia anterior de rechazo y de contrariedad en su
vida personal, se ve con el alma empequeñecida, por lo que se entrega por
entero al poder. Cuando Andvari constata que no va a poder obtener amor,
opta por la riqueza y el dominio sobre sus compañeros; sin embargo, su
riqueza no le da satisfacción e, inevitablemente, se la arrebatan otros que,
como él, carecen de ética en cuanto al modo de obtener el poder.
Este mito es una evocación oscura de la vida en la jungla material; esto es
algo que podemos comprobar cualquier día de la semana en el mundo moderno de
los negocios, de las finanzas y de la política. También podemos
testimoniarla en las pequeñas, aunque igualmente oscuras, maniobras que
tienen lugar dentro de la familia, especialmente cuando se cuestiona una
herencia o una división de propiedades como consecuencia de un divorcio. En
resumen, Andvari es un símbolo de lo que hay dentro de nosotros, que
responde airada y amargamente al rechazo personal, y con la pérdida
consiguiente del verdadero sentimiento por los demás seres humanos.
En el mito de Sigfrido (ver su espacio web) exploramos el simbolismo del oro
de las ninfas del río. Este oro «natural», que reposa inocente y sin forma
sobre el fondo del río, es una imagen de aquellas capacidades que permanecen
latentes dentro de cada persona así como en la psique colectiva humana. El
oro es también una imagen de los recursos naturales de nuestro planeta.
Estos recursos pueden permanecer sin explotar o pueden ser utilizados para
bien o para mal si se los «lleva» a la conciencia y se los forja como
utensilios de civilización o destrucción. Debido a que Andvari se sabe feo y
deforme, renuncia para siempre al amor y jura que amará solamente el oro.
Como imagen mítica, su fealdad es una cualidad interior que le impele a
responder con odio a la provocación y al desprecio que le muestran los
demás, en este caso las ninfas. Incluso si poseemos tales capacidades
oscuras y primarias —las cuales, después de todo, constituyen el lado
primitivo y oscuro del ser humano—, siempre podemos obrar sobre ellas
adecuadamente. Y, además, no podemos hacer que la vida nos dé lo que
queremos cuando lo queremos.
El alma de Andvari se ve empequeñecida debido a que no posee la virtud, el
desarrollo espiritual necesario para ejercer la generosidad, la tolerancia o
la confianza internas como para ignorar el juego de las ninfas. Se lo toma
amargamente porque ya está amargado.
Andvari nos enseña que no podemos justificar toda la destructividad humana
alegando unas experiencias y un ambiente anterior doloroso o difícil. Existe
algo más profundo, una cualidad dentro del alma humana que, o elige
reaccionar ante tales heridas tempranas con odio u obrar adecuadamente con
comprensión. Posiblemente todos nos enfrentamos muchas veces a semejantes
elecciones, y podemos moldear nuestra alma, nuestro presente y nuestro
futuro a través de ellas.
Debido a que Andvari acumula su oro de forma fraudulenta, no despierta
ninguna simpatía en los dioses; y cuando llega el momento en el que Odín
tiene que encontrar una fuente disponible de oro, no siente ningún
remordimiento en robarle a Andvari, porque el propio enano es un ladrón. En
consecuencia., lo semejante atrae a lo semejante, y el enano, sin quererlo,
determina su propio futuro por su decisión de ponerse del lado de la
oscuridad interior. No necesitamos acudir a ninguna fórmula religiosa de
recompensas y castigos divinos para comprender la lógica interna de esto;
nuestras acciones en el mundo generan consecuencias y, finalmente, es
probable que seamos tratados igual que tratamos a los demás. Debido a que a
Andvari no le queda ya amor interior, no es tratado con amor; y al igual que
él esclaviza a sus compañeros enanos, del mismo modo obra Loki, el dios del
fuego, esclavizándolo a él y apoderándose de su oro.
Vivir en el mundo puede llevar consigo el aprender unas cuantas lecciones
duras, y este mito describe una de las más importantes. Un anhelo intenso de
riqueza y poder es a menudo el retorcido resultado del dolor y la amargura
emocionales, y puede hacernos justificar comportamientos que nos desconectan
de nuestra esencia interior y de cualquier relación real con otros seres
humanos. En el sentido más profundo, se trata de una clase de «pacto con el
diablo», aunque el diablo, como se presenta en esta historia, se puede
encontrar dentro de cada persona. Los ejemplos universales de lo que aquí se
plantea se encuentran en todas partes, también en las compañías que fabrican
armamentos mortales para vendérselos a conocidos dictadores, o la
explotación de poblaciones pobres de otros países a fin de crear riqueza en
casa, etc.
Asimismo podemos observar en esta historia el modo en que tratamos a quienes
trabajan para nosotros, en nuestra actitud hacia el dinero cuando se trata
de transacciones cotidianas, y en la forma en la que nos olvidamos
momentáneamente de nuestros ideales porque alguien nos ha hecho una oferta
que no podemos rehusar. Estos lapsos convenientes surgen a menudo de un
profundo pero inconsciente núcleo de amargura y de ira ante otros seres
humanos, porque no tenemos la felicidad que creemos merecer. No obstante,
tal comportamiento acabará por engendrar su propia compensación, tarde o
temprano. Incluso si Loki no hubiese llegado a robar el oro, también
podríamos sacar partido al contemplar la clase de vida que Andvari tendría
que haber llevado al vivir en su oscura caverna debajo de la tierra, sin
amigos, en soledad y contando tan solo con su oro para reconfortarse. La
historia de Andvari nos enseña que no es el dinero lo que constituye la raíz
del mal; es el modo en que lo usamos para reivindicar, justificar o
compensar nuestra incapacidad de amor y de perdón.
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