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LA ILUSIÓN DE PROPIEDAD
¿Qué significa realmente ser "dueños" de algo? ¿Qué significa el que algo
sea "mío". Si parados en la mitad de una calle en Nueva York señalas un
rascacielos y dices, "Ese edificio es mío, me pertenece", o bien es porque
eres muy rico, o te engañas, o eres un mentiroso. En todo caso, contamos
una historia en la que la forma mental "yo" y la forma mental "edificio"
se confunden en una sola. Es así como funciona el concepto mental de la
propiedad. Si todo el mundo coincide con nuestra historia, se producirán
unos documentos para certificar ese acuerdo. Entonces eres rico. Si nadie
está de acuerdo con la historia, terminarás donde el psiquiatra. Entonces
tendrás delirios o serás un mentiroso compulsivo.
Es importante reconocer aquí que la historia y las formas de pensamiento que la
componen, bien sea que los demás estén o no de acuerdo, no tienen absolutamente
nada que ver con lo que somos. Aunque los demás coincidan con nosotros, la
historia no es más que ficción. Son muchas las personas que es apenas en su
lecho de muerte, cuando todo lo externo se desvanece, cuando se dan cuenta de
que ninguna cosa tuvo nunca que ver con lo que son. Ante la cercanía de la
muerte, todo el concepto de la propiedad se manifiesta totalmente carente de
significado. En los últimos momentos de la vida también se dan cuenta de que
mientras pasaron toda la vida buscando un sentido más completo del ser, lo que
buscaban realmente, el Ser, siempre había estado allí pero parcialmente oculto
por la identificación con las cosas, es decir, la identificación con la mente.
"Bienaventurados los pobres de espíritu", dijo Jesús, "porque de ellos es el
reino de los cielos". ¿Qué significa "pobres de espíritu"? Es la ausencia de
equipaje interior, de identificaciones.
Nada de identificación con las cosas, ni con los conceptos mentales que
contengan un sentido de ser. ¿Y qué es el reino de los cielos? La dicha simple
pero profunda de Ser, la cual aparece cuando nos desprendemos de las
identificaciones y nos volvemos "pobres de espíritu".
Es por eso que la renuncia a todas las posesiones ha sido una práctica
espiritual antigua tanto en Oriente como en Occidente. Sin embargo, el hecho de
renunciar a las posesiones no lleva automáticamente a la liberación del ego.
Este tratará de asegurar su supervivencia encontrando otra cosa con la cual
identificarse, por ejemplo, una imagen mental de nuestra persona como alguien
que ha superado todo interés por los bienes materiales y, por tanto, superior y
más espiritual que los demás. Hay personas que han renunciado a todos sus bienes
pero tienen un ego más grande que el de algunos millonarios. Cuando se suprime
un tipo de identificación, el ego no tarda en encontrar otro. En el fondo, no le
interesa aquello con lo cual se identifica, con tal de tener una identidad.
La oposición al consumismo o a la propiedad privada sería otra forma de
pensamiento, otra posición mental, la cual puede reemplazar la identificación
con las posesiones. A través de ella la persona podría considerar que tiene la
razón mientras que las demás personas están equivocadas. Como veremos en
espacios posteriores, sentir que tenemos la razón mientras que los demás están
equivocados es uno de los principales pautas egotistas de la mente, una de las
principales formas de inconciencia. En otras palabras, el contenido del ego
puede cambiar; la estructura mental que lo mantiene vivo no.
Uno de los supuestos inconscientes es que al identificarnos con un objeto a
través de la ficción de la propiedad, la aparente solidez y permanencia de ese
objeto material nos proporcionará un sentido de ser más sólido y permanente.
Esto se aplica en particular a las edificaciones y todavía más a la tierra
porque son las únicas cosas que podemos poseer y de las cuales pensamos que no
se destruyen. El absurdo de la propiedad se manifiesta más claramente en el caso
de la tierra. En los días de los colonos blancos, para los nativos de
Norteamérica el concepto de la propiedad de la tierra era incomprensible.
Entonces la perdieron cuando los europeos los obligaron a firmar unos documentos
igualmente incomprensibles. Ellos sentían que pertenecían a la tierra y no que
la tierra les pertenecía.
Para el ego, tener es lo mismo que Ser: tengo, luego existo. Y mientras más
tengo, más soy. El ego vive a través de la comparación. La forma como otros nos
ven termina siendo la forma como nos vemos a nosotros mismos. Si todo el mundo
habitara en mansiones o todos fuéramos ricos, nuestra mansión o nuestra riqueza
ya no nos serviría para engrandecer nuestro sentido del ser. Podríamos irnos a
vivir a una choza modesta, regalar la riqueza y recuperar la identidad viéndonos
y siendo vistos como personas más espirituales que los demás. La forma como
otros nos ven se convierte en el espejo que nos dice cómo y quiénes somos. El
sentido de valía del ego está ligado en la mayoría de los casos con la forma
como los otros nos valoran. Necesitamos de los demás para conseguir la sensación
de ser, y si vivimos en una cultura en donde el valor de la persona es igual en
gran medida a lo que se tiene, y si no podemos reconocer la falacia de ese
engaño colectivo, terminamos condenados a perseguir las cosas durante el resto
de nuestra existencia con la vana esperanza de encontrar nuestro valor y la
realización del ser.
¿Cómo desprendernos del apego a las cosas? Ni siquiera hay que intentarlo. Es
imposible. El apego a las cosas se desvanece por sí solo cuando renunciamos a
identificarnos con ellas. Entretanto, lo importante es tomar conciencia del
apego a las cosas. Algunas veces quizás no sepamos que estamos apegados a algo,
es decir identificados con algo, sino hasta que lo perdemos o sentimos la
amenaza de la pérdida. Si entonces nos desesperamos y sentimos ansiedad, es
porque hay apego. Si reconocemos estar identificados con algo, la identificación
deja inmediatamente de ser total. "Soy la conciencia que está consciente de que
hay apego". Ahí comienza la transformación de la conciencia.
¿Es un error sentirnos orgullosos de lo que poseemos o resentir a los demás por
tener más que nosotros? En lo absoluto. Esa sensación de orgullo, la necesidad
de sobresalir, el aparente fortalecimiento del saber en virtud del "más" y la
mengua en virtud del "menos" no es algo bueno ni malo: es el ego. El ego no es
malo, sencillamente es inconsciente. Cuando nos damos a la tarea de observar el
ego, comenzamos a trascenderlo. No conviene tomar al ego muy en serio. Cuando
detectes un comportamiento del ego, sonríe. A veces hasta puedes reírte. ¿Cómo
pudo la humanidad tomarlo en serio durante tanto tiempo? Por encima de todo, es
preciso saber que el ego no es personal, no es quién tu eres. Cuando consideres
que el ego es tu problema personal, eso es sólo más ego.
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