|
LA EXPERIENCIA EN LOS
MUNDOS SUPRASENSIBLES
Las experiencias que indicamos ser necesarias para el alma, si quiere
penetrar en los mundos suprasensibles, pueden parecer aterradoras para
muchas personas. Estas pueden decir que no sabrían lo que les ocurriría si
se aventuraran en esa etapa del camino espiritual o cómo se las arreglarían
para soportarla. Bajo la influencia de este sentimiento es fácil hacerse la
opinión de que es mejor no emprender artificialmente el desarrollo del alma,
dejándose llevar en la dirección que el alma ya lleva inconsciente,
esperando el resultado en el futuro sobre la vida interna de la humanidad.
Sin embargo, este
pensamiento debe ser desechado por toda persona capaz de convertir en poder
viviente dentro de sí el pensamiento de que es natural en el ser humano el
progreso, y que si no se prestara atención a este conocimiento espiritual,
simplemente significaría paralizar ciertas fuerzas en el alma que están
esperando ser desarrolladas. Las fuerzas del autodesenvolvimiento están
presentes en toda alma humana, y ni una sola de estas fuerzas dejará de
responder al estímulo de desarrollarlas, si en una forma u otra puede el
alma aprender algo acerca de estos poderes y su importancia.
Además, nadie se dejará
aterrorizar por la ascensión a los mundos superiores, salvo que de antemano
haya adoptado una falsa posición respecto al proceso por el que tiene que
pasar. Este proceso ha sido descrito en las precedentes meditaciones. Y si
hay que expresarlo en palabras que, naturalmente, han tenido que ser tomadas
de la existencia humana ordinaria, sólo puede ser expresado en esa forma.
Porque las experiencias en el sendero del conocimiento suprasensible están
relacionadas con el alma humana en tal forma que son exactamente similares a
lo que, por ejemplo, un fuerte sentimiento de soledad, una sensación de
estar flotando sobre un abismo, o algo parecido, puedan significar para el
alma del ser humano. El experimentar estos sentimientos y sensaciones
produce los poderes necesarios para andar por el sendero del conocimiento.
Estas experiencias difíciles
son los gérmenes de los frutos del conocimiento suprasensible. En cierto
sentido, todas estas vivencias llevan algo en ellas que está oculto muy
profundamente en ellas mismas. Cuando son experimentadas, este elemento
oculto es llevado a un estado de tensión elevada, y entonces algo surge de
la misma experiencia. Por ejemplo, en el sentimiento de soledad, este
sentimiento envuelve a este "algo" oculto como si estuviera detrás de un
velo. Y luego, este "algo" penetra y empuja la vida del alma y le ofrece un
nuevo medio de conocimiento.
Sin embargo, uno debe tener
en cuenta que cuando se penetra en el verdadero sendero, algo más se
presenta en seguida tras toda esa experiencia.
Cuando la una ha ocurrido,
la otra no puede dejar de presentarse. Cuando algo tiene que ser soportado,
aparece inmediatamente el poder de soportarlo firmemente. Claro que esto es
así si reflexionamos con calma sobre este poder y si también nos tomamos el
tiempo necesario para tomar nota de aquello que quiere manifestarse en el
alma. Cuando algo penoso aparece, y cuando al mismo tiempo existe un
sentimiento seguro en el alma de que pueden encontrarse fuerzas que harán el
sufrimiento llevadero, y con las cuales nos podemos relacionar, nos es
posible adoptar una actitud tal hacia esas experiencias (que serían
insoportables en el curso de la vida ordinaria) que más bien nos colocan en
situación de espectadores de nuestras propias experiencias. Y es así como
las personas que en su camino hacia el conocimiento suprasensible pasan por
muchas subidas y bajadas de grandes oleadas de sentimiento, demuestran sin
embargo una perfecta ecuanimidad en su vida ordinaria.
Es por supuesto muy posible
que las experiencias internas reaccionen sobre el estado de la mente en
nuestra vida externa en el mundo físico, de tal manera que por un tiempo no
podamos estar en armonía con nosotros mismos y con la vida en la forma en
que nos era posible hacerlo antes de que entráramos en el sendero. Y
entonces nos veremos obligados a extraer de lo que ya ha sido obtenido
dentro de nosotros mismos, tantas fuerzas como nos hagan falta para
encontrar de nuevo nuestro equilibrio. Y si se sigue el sendero del
conocimiento debidamente, no hay situación ninguna en la vida en que esto no
sea posible.
El mejor sendero hacia el
conocimiento será siempre el que conduzca al mundo suprasensible mediante el
fortalecimiento y condensación de la vida del alma basado en meditaciones
internas, durante las cuales se retengan en la mente ciertos pensamientos o
sentimientos. En este caso no se trata de experimentar un pensamiento o una
emoción
como de costumbre en el mundo físico; sino que el punto está en vivir
enteramente con y dentro del pensamiento o emoción, concentrando todos los
poderes de nuestra alma en él, de manera que llene la conciencia por
completo durante el tiempo en que así nos retraemos. Pensamos, por ejemplo,
en un pensamiento que ha dado al alma alguna convicción de cualquier clase.
Dejemos a un lado todo poder de convicción que pueda tener, y vivamos en él
una y otra vez hasta convertirnos en uno con él.
No es necesario que este pensamiento sea de cosas pertenecientes a los
mundos superiores, aunque un pensamiento así sería más efectivo. Para esta
meditación interna podemos usar un pensamiento tomado de la experiencia
ordinaria. Por ejemplo, las emociones que representan resoluciones de amor
altruista, y que seamos capaces de encender en nosotros hasta el más elevado
grado de calor y de sincera experiencia humana, son muy fructíferas.
También son muy efectivas,
especialmente por lo que toca al conocimiento, las representaciones
simbólicas, bien sean obtenidas directamente de la vida, o aceptadas por
consejo de ciertas personas que puedan ser expertas en la materia, porque
conocen la efectividad de los medios empleados, de acuerdo con lo que ellas
mismas hayan obtenido de ellos.
Mediante estas meditaciones,
que deben convertirse en un hábito, mas aún, en una necesidad de la vida, de
la misma manera que respirar es necesario para la vida del cuerpo,
concentraremos los poderes del alma, y mediante la concentración los
fortaleceremos.
Deberemos vivir en ese pensamiento-sentimiento y, durante los tiempos
"fuertes" destinados a la meditación interior permaneceremos en un estado
tal que ni las impresiones exteriores de los sentidos, ni ningún recuerdo de
ellas influyan en el alma. Todos los recuerdos de lo que hayamos
experimentado en nuestra vida ordinaria, todo lo que dé placer o dolor al
alma, debe permanecer en silencio, de manera que, en este silencio, el alma
pueda abandonarse exclusivamente a lo que hayamos determinado que la ocupe.
La capacidad para adquirir
el conocimiento suprasensible sólo se desarrolla legítimamente con lo que
hayamos logrado en esta forma, mediante la meditación interna, el contenido
y forma de la cual han sido fijados por nuestra propia alma. El punto
importante no es la fuente de donde hayamos derivado el objeto de la
meditación; podemos tomar el sujeto de un maestro o experto en estas
materias, o bien de las obras escritas sobre ciencia espiritual; lo que
importa es hacer de su substancia una experiencia íntima de nuestra propia
vida y no elegirlo de entre los pensamientos que puedan surgir en nuestra
propia alma, o de las cosas que nos sentimos inclinados a considerar como el
mejor objeto para la meditación. Tal objeto tiene poco poder, porque el alma
ya está familiarizada con él, y por lo tanto no puede hacer el esfuerzo
necesario para unificarse con él. Porque es al hacer este esfuerzo como se
encuentran los medios efectivos para adquirir las facultades del
conocimiento suprasensible, y no en el hecho de unificarse con la substancia
de la meditación en sí.
También podemos llegar a la
visión suprasensible en otras formas. Hay personas que pueden llegar a una
ferviente meditación e íntima experiencia interna por razón de su propia
constitución. Y así pueden liberar poderes para adquirir conocimiento
suprasensible en su propia alma. Esos poderes pueden manifestarse
súbitamente por sí mismos en almas que no parecen absolutamente
predestinadas a esas experiencias. La vida suprasensible del alma puede
despertar en las formas más variadas; pero sólo podemos llegar a una
experiencia, de la que seamos dueños como lo somos en nuestra vida
ordinaria, sin andamos por el sendero del conocimiento aquí descrito.
Cualquier otra irrupción del mundo suprasensible en las experiencias del
alma significarán que esas experiencias han entrado en ella a la fuerza, y
la persona en cuestión o bien se perderá en ellas, o quedará a merced de
cualquier engaño concebible por lo que toca a su valor, su verdadero
significado y su importancia en el mundo suprasensible real.
Es sumamente importante
tener bien en cuenta que en el sendero hacia el conocimiento suprasensible
el alma cambia. Puede muy bien suceder que en la vida ordinaria en el mundo
físico, uno no tenga la menor inclinación a caer en ilusiones o engaños,
pero que al entrar en el mundo suprasensible caiga víctima de esas ilusiones
o engaños en la forma más tonta y crédula. Puede también ocurrir que, en el
mundo físico tengamos un sano juicio y una buena intuición por la verdad, y
comprender que no debemos pensar solamente de una cosa o acontecimiento para
satisfacer nuestro egoísmo, sino juzgarla correctamente; y, sin embargo, a
pesar de esto, podemos llegar a no ver en el mundo suprasensible más que lo
que satisfaga nuestro egoísmo.
Debemos recordar cómo este
egoísmo colorea todo lo que miramos. Estamos observando solamente aquello a
que nuestro egoísmo dirige su mirada de acuerdo con sus propias
inclinaciones, aunque quizás no nos demos cuenta de que es el egoísmo el que
está dirigiendo nuestra mirada espiritual. Y entonces será muy natural que
tomemos lo que veamos por la verdad. Sólo podemos protegernos contra esta
eventualidad si en el sendero hacia el conocimiento suprasensible, mediante
un cuidadoso examen de nosotros mismos y un esfuerzo enérgico, desarrollamos
cada vez más nuestra capacidad para discernir verdaderamente cuánto egoísmo
se encuentra en nuestra propia alma y en qué sentidos se manifiesta. Sólo
entonces podremos emanciparnos por grados de su tiranía si en nuestras
meditaciones nos esforzamos sin descanso en poner ante nosotros la
posibilidad de que nuestra alma esté, en talo cual respecto, bajo su
dominio.
A la ilimitada movilidad del
alma en los mundos superiores le corresponde aclarar en qué diferente manera
reaccionan ciertas cualidades del alma sobre el mundo espiritual y en qué
forma en el mundo físico. Esto se hace evidente cuando dirigimos nuestra
atención a las cualidades morales del alma. En el mundo físico hacemos la
distinción entre las leyes de la Naturaleza y las de la moralidad. Cuando
deseamos explicar los procesos naturales, no podemos hacer uso de ideas
morales. Explicamos una planta ponzoñosa de acuerdo con las leyes naturales,
pero no la condenamos moralmente por ser ponzoñosa. Comprendemos claramente
que, con respecto al reino animal, sólo puede haber, en el mejor caso, algo
parecido a moralidad, y que un juicio moral en el estricto sentido de la
palabra no haría más que perturbar el asunto. Sólo en las circunstancias de
la vida humana, es cuando el juicio moral acerca del valor de la existencia
comienza a ser de importancia. El ser humano mismo basa su propio valor en
este juicio cuando llega al punto en que puede juzgar imparcialmente. Sin
embargo, nadie soñaría en considerar las leyes de la Naturaleza como
idénticas o siquiera parecidas con las leyes morales, sin contempla la
existencia física correctamente.
Tan pronto como entramos en
los mundos superiores, todo esto cambia. Cuanto más espirituales son los
mundos en que entramos, tanto más coinciden lo que pudiéramos llamar la ley
natural y la ley moral. En el mundo físico, sabemos que sólo hablamos
metafóricamente cuando decimos que una mala acción está quemando al alma.
Sabemos muy bien que el fuego natural es una cosa completamente diferente.
Pero esta distinción no existe en los mundos suprasensibles; porque allí el
odio y la envidia son fuerzas que actúan de tal manera, que podemos
denominar sus efectos como las "leyes naturales" de ese mundo. El odio y la
envidia producen aquí el efecto de que el ser odiado o envidiado reacciona
sobre el que odia o envidia en una forma consumidora o ardiente, de manera
que se establecen así procesos destructivos que hieren a los seres
espirituales.
El amor obra en tal forma en los mundos espirituales que su efecto es como
una irradiación de calor productivo y elevador. Esto ya puede ser observado
en el cuerpo elemental del ser humano. Dentro del mundo de los sentidos, la
mano que comete un acto inmoral debe ser explicada en su actividad de
acuerdo con las leyes naturales, lo mismo que una mano que sólo sirviera a
la moralidad. Pero ciertas partes elementales del ser humano permanecen sin
desarrollarse cuando no existen los correspondientes sentimientos morales. Y
debemos explicar la formación imperfecta de los órganos elementales por la
imperfección de las cualidades morales, en la misma forma como los procesos
naturales son explicados por la ley natural.
Por otra parte, no debemos
jamás deducir la conclusión de que debido a un desarrollo imperfecto de un
órgano físico, la parte correspondiente del cuerpo elemental debe también
estar imperfectamente desarrollada. Debemos tener en cuenta que en los
diferentes mundos prevalecen diferentes leyes. Una persona puede tener un
órgano físico imperfectamente desarrollado, pero al mismo tiempo el órgano
elemental correspondiente puede no sólo ser normalmente perfecto, sino mucho
más perfecto que imperfecto está el físico.
En una forma muy
significativa se presenta la diferencia entre los mundos suprasensible y
físico en todo lo que concierne a las ideas de belleza y fealdad. La forma
en que estas ideas se emplean en la existencia física pierde todo su
significado tan pronto como entramos en los mundos suprasensibles.
Hermoso, por ejemplo, sólo
puede ser llamado aquel ser que es capaz de comunicar todas sus experiencias
internas a los otros seres de su mundo, de manera que éstos puedan tomar
parte en la totalidad de su experiencia. La capacidad de manifestar todo lo
que vive dentro de uno mismo, y de no tener que ocultar nada, puede ser
llamado "hermoso" en los mundos superiores. Y en estos mundos este concepto
de la belleza coincide completamente con la sinceridad sin reservas, con la
manifestación honrada y franca de todo lo que un ser lleva consigo. Y
similarmente, puede llamarse feo al ser que no quiere mostrar externamente
su propio contenido interno, y que retiene y oculta su propia experiencia de
los otros seres con respecto a ciertas cualidades. Este ser se retrae de su
ambiente espiritual. Este concepto de la fealdad, coincide con el de
manifestación falta de sinceridad de uno mismo. Mentir y ser feo son
realidades que en los mundos espirituales son idénticas, de manera tal que
un ser que parece feo es un ser engañoso.
Lo que en el mundo sensorial conocemos como deseos, también aparecen con un
significado completamente diferente en el mundo espiritual. Los deseos que
en el mundo físico surgen de la naturaleza interna del alma humana, no
existen en el mundo espiritual. Lo que podrían llamarse deseos en ese mundo
son causados por lo que se ve externamente. Un ser aquí que sienta no poseer
cierta cualidad que debería tener contemplará otro ser que está dotado de
esa cualidad. Además, no podrá impedir el tener a este otro ser siempre ante
sí.
Así como en el mundo físico
el ojo ve todo lo que naturalmente es visible, así también en el mundo
suprasensible la falta de una cualidad siempre atrae a un ser a la vecindad
de otro, cuyo ser está dotado de la cualidad en cuestión. Y la visión de
este otro ser se convierte en un continuo reproche que actúa como una fuerza
real, alimentando en el ser que tiene ese defecto, el deseo de corregirse. Y
esto es completamente diferente de un deseo en el mundo físico, porque en el
mundo espiritual el libre albedrío no queda alterado por esas
circunstancias. Un ser puede oponerse a eso que la vista de algo podría
evocar dentro de sí. Y entonces lograría gradualmente ser separado de su
modelo.
La consecuencia, sin
embargo, sería que el ser que así se oponga a su modelo iría a parar a
mundos en que las condiciones de la existencia serían peores que las que
hubiera tenido en el mundo a que en cierto sentido estaba predestinado.
Todo esto muestra al alma
que su mundo de conceptos debe transformarse cuando penetra en los reinos
suprasensibles. Las ideas deben cambiar y ampliarse, uniéndose con otras, si
queremos describir los mundos suprasensibles correctamente. Esta es la razón
por la que las descripciones de los mundos suprasensibles dadas en términos
del mundo físico, sin ninguna alteración, son siempre insatisfactorias.
Podemos comprender que es el resultado de un sentimiento humano normal, si
usamos en el mundo físico, más o menos simbólicamente o como de aplicación
inmediata, ideas que sólo adquieren su plena significación con respecto a
los mundos suprasensibles. Y así es como podemos sentir realmente como feo
el mentir, pero al comparar el carácter de esta idea en el mundo
suprasensible, se encontrará que el uso de esas palabras en el mundo físico
es sólo una reflexión, resultando esto del hecho de que todos los diferentes
mundos están relacionados unos con otros, y estas relaciones las percibimos
vaga e inconscientemente en el mundo físico.
Sin embargo, debemos tener
presente que en el mundo físico una mentira, que sentimos es fea, no es
necesariamente fea en su apariencia exterior, y crearíamos sólo confusión si
quisiéramos explicar la fealdad en el mundo físico como el resultado de la
falsedad. No obstante, en el mundo suprasensible, todo lo falso, visto bajo
su verdadera luz, nos hace la impresión de ser de apariencia fea.
Y nuevamente aquí hay que
guardarse contra posibles engaños. El alma puede encontrar en el mundo
suprasensible un ser que pueda ser caracterizado como maligno, aunque se
manifieste en una forma que debiéramos llamar hermosa, de acuerdo con las
ideas de belleza que traemos del mundo físico.
Y en tal caso no nos será
posible juzgarlo correctamente antes de que hayamos penetrado en el corazón
del ser en cuestión. Y entonces descubriremos que la "hermosa" manifestación
era sólo una máscara que no armonizaba con la naturaleza del ser, y que eso
que creíamos hermoso, de acuerdo con las ideas que traíamos del mundo
físico, impresiona nuestra mente con fuerza particular, como feo.
Y tan pronto como esto
ocurra el ser maligno ya no podrá engañarnos más con su "belleza", y tendrá
que revelarse en su debida forma, que sólo puede ser una expresión
imperfecta de lo que está dentro. Este fenómeno del mundo suprasensible pone
en evidencia cómo tienen que ser transformados los conceptos humanos cuando
entramos en ese mundo. |
|