EL CONOCIMIENTO DEL
CUERPO DEL YO O CUERPO MENTAL
La sensación de encontrarse
fuera del cuerpo físico es mucho más fuerte durante las experiencias con el
cuerpo astral que durante las obtenidas en el cuerpo elemental. En el caso
del cuerpo elemental, si bien nos sentimos fuera de la región en que existe
el cuerpo físico, sin embargo, nos sentimos conectados con este último. En
el cuerpo astral sentimos el cuerpo físico como algo fuera de nuestro propio
ser.
Al pasar la consciencia
del cuerpo físico al cuerpo elemental sentimos algo como una expansión de
nuestro propio ser, pero al identificar nuestra conciencia con el cuerpo astral,
es como si diéramos súbitamente un salto dentro de otro ser. Y sentimos un mundo
de seres espirituales radiando sus actividades adentro de ese ser. Nos sentimos
en una forma u otra conectados o relacionados con esos seres. Y por grados vamos
aprendiendo en qué forma están relacionados estos seres mutuamente.
Para nuestra conciencia
humana, el mundo se ensancha en dirección a lo espiritual. Por ejemplo,
contemplamos seres espirituales que producen la sucesión de las épocas en el
desarrollo de la humanidad. Y así comprendemos que los diferentes caracteres de
las diversas épocas han sido estampadas sobre ellas por entidades espirituales
reales. Estos son los Espíritus del Tiempo o Poderes Primordiales (Archai).
Aprendemos también a conocer otros seres, cuya vida psíquica es tal que sus
pensamientos son al mismo tiempo fuerzas activas de la Naturaleza. Vamos
entonces comprendiendo que solamente para la percepción física las fuerzas de la
Naturaleza parecen estar constituidas como dicha percepción física se las
imagina. En realidad, en todas partes, donde está obrando una fuerza de la
Naturaleza, se está expresando el pensamiento de algún ser, así como el alma
humana encuentra su expresión en los movimientos de la mano. Pero esto no es
como si el ser humano con la ayuda de una teoría pudiera colocar mentalmente
seres vivientes tras todos los procesos naturales, porque cuando estamos
conscientes en nuestro cuerpo astral entramos en relaciones tan concretas y
reales con esos seres como las relaciones que puedan tener en el mundo físico
diversos individuos.
Entre los espíritus en
cuyo reino entramos así descubrimos una serie de gradaciones, y por lo tanto
podemos así hablar de un mundo de más elevadas jerarquías. Y esos seres, cuyos
pensamientos se manifiestan a la percepción física como fuerzas de la
Naturaleza, podemos denominarlos los Espíritus de la Forma.
La experiencia en ese
mundo presupone que sentimos nuestro ser físico como algo fuera de nosotros, en
la misma forma que en la existencia física contemplamos una planta como algo
fuera de nosotros, y esta sensación de estar fuera de lo que en la vida
ordinaria sentimos como nuestro propio ser, es muy penosa si no va acompañada
por otra experiencia determinada. Si el trabajo interno del alma ha sido
enérgicamente llevado a cabo y ha conducido a la debida profundización y
fortalecimiento de la vida anímica, esta pena no será muy pronunciada. Porque
una entrada lenta y gradual en esta segunda experiencia puede ser lograda
simultáneamente con nuestra entrada en el cuerpo astral como vehículo natural.
Esta segunda experiencia
consiste en obtener la capacidad de considerar todo lo que antes llenaba y
estaba relacionado con nuestra alma como una especie de recuerdo, de manera que
quedemos en la misma relación con nuestro ego primitivo como lo estamos con
nuestros recuerdos en la vida física. Y sólo mediante esta experiencia llegamos
a la plena conciencia de nosotros mismos como entidades que viven en su propio
ser, en un mundo completamente diferente del de los sentidos. Entonces poseemos
el conocimiento de que lo que arrastramos tras de nosotros y que antes
considerábamos como nuestro ego, es algo completamente diferente de lo que
realmente somos. Ahora podemos situarnos frente a nosotros mismos y podemos
formarnos una idea concerniente a eso que ahora confronta nuestra propia alma y
que antes decía "Esto soy yo".
Ahora el alma ya no dice
más "Esto soy yo", sino "Yo llevo esto conmigo". Y así como el ego en la vida
ordinaria se siente independiente de sus propios recuerdos, así también nuestro
Yo recién descubierto se siente independiente de su ego anterior. Ahora siente
que pertenece a un mundo de seres puramente espirituales. Y conforme esta
experiencia, que es una experiencia real y no una teoría, viene a nosotros,
comprendemos realmente lo qué es aquello que habíamos considerado como nuestro
ego.
Nuestro yo o ego se
presenta ahora como un tejido de recuerdos producido por los cuerpos físico,
elemental y astral, en la misma forma que una imagen se reproduce en un espejo.
Y de la misma manera que un ser humano no se identifica con su imagen reflejada
en el espejo, tampoco el alma que se siente en el mundo espiritual se identifica
con aquello que experimenta en el mundo de los sentidos.
La comparación con la
imagen reflejada, debe tomarse, por supuesto, solamente como una comparación.
Porque la imagen reflejada desaparece cuando nosotros cambiamos de posición
respecto al espejo, mientras que el tejido de recuerdos que representa lo que
somos en el mundo físico y que consideramos como nuestro propio ser, tiene un
grado de independencia mayor que la imagen en el espejo. En cierto sentido es un
ser por sí mismo. Y, sin embargo, para el ser anímico real, es solamente como
una imagen de sí mismo. El ser real del alma siente que esta imagen es necesaria
para la manifestación de su yo real. Este ser real sabe que es algo diferente,
pero también sabe que jamás habría llegado a obtener ningún conocimiento real de
sí mismo si al principio no se hubiera identificado con su propia imagen en ese
mundo que, después de su ascensión al mundo espiritual, se convierte en un mundo
externo.
El tejido de recuerdos o
memorias que ahora consideramos como nuestro ego anterior, puede ser llamado
"Cuerpo del Ego" o "Cuerpo Mental". La palabra cuerpo debe ser tomada en un
sentido más amplio que el que usualmente se adjudica a ese término. Por "cuerpo"
aquí queremos indicar todo lo que experimentamos como perteneciente a nosotros
mismos, y respecto a lo cual no decimos "Somos eso", sino “Poseemos eso".
Sólo cuando la
clarividencia consciente ha llegado al punto en que experimenta como suma de
recuerdos aquello que antes consideraba ser uno mismo, sólo entonces es cuando
es posible lograr una experiencia real de lo que se oculta tras el fenómeno de
la muerte. Porque entonces hemos llegado a un mundo verdaderamente real, en el
que nos sentimos como seres que pueden retener, como recuerdo, lo que ha sido
experimentado en el mundo de los sentidos. Esta suma total de experiencias en el
mundo físico requiere, para que pueda continuar su existencia, un ser que pueda
retenerla en la misma forma en que el ego ordinario conserva sus memorias. El
conocimiento suprasensible revela el hecho de que el ser humano tiene una
existencia dentro del mundo de seres espirituales, y que es él mismo quien
conserva dentro de sí su vida física como recuerdo. La pregunta acerca de qué es
lo que sucederá después de la muerte, con todo lo que yo ahora soy, recibe la
siguiente contestación del clarividente. "Continuarás siendo lo que eres en la
misma proporción en que te consideres un ser espiritual entre otros seres
espirituales".
Comprendemos la
naturaleza de estos seres espirituales y entre ellos nuestra propia naturaleza.
Y este conocimiento es experiencia directa. Por él sabemos que los seres
espirituales, y con ellos nuestra propia alma, tienen una existencia de la que
la vida física es sólo una manifestación pasajera.
Si la conciencia
ordinaria, según vemos en el espacio "Tener una verdadera idea del objeto del
cuerpo físico", ve que el cuerpo pertenece a un mundo en el que su parte real
interior más real se disolverá después de la muerte, la observación clarividente
enseña que el ego humano real pertenece a un mundo al que es atraído por lazos
completamente diferentes de los que relacionan al cuerpo físico con las leyes de
la Naturaleza.
Los lazos que unen al ego
con los seres espirituales del mundo suprasensible no son afectados en su
naturaleza íntima ni por el nacimiento ni por la muerte. En la existencia física
estos lazos sólo se muestran en una forma especial. Lo que aparece en este mundo
es la expresión de realidades de naturaleza suprasensible. Ahora bien, como el
ser humano es un ser suprasensible, y así aparece efectivamente ante la
observación suprasensible, los lazos que unen las almas en el mundo
suprasensible no son afectados por la muerte. Y esa pregunta ansiosa que surge
ante la conciencia ordinaria del alma en esta forma primitiva: "¿Encontraré
después de la muerte a aquellos con quienes he estado unido durante la vida
física?" debe contestarse que sí enfáticamente por todo investigador real que
pueda juzgar de acuerdo con la experiencia.
Todo cuanto se ha dicho
sobre el ser del alma. experimentándose a si misma como una realidad espiritual
en el mundo de otros seres espirituales, puede ser visto y confirmado mediante
el fortalecimiento de la vida de nuestra alma, en la forma ya mencionada, siendo
posible facilitar la tarea mediante el desenvolvimiento de ciertos sentimientos.
En la vida ordinaria del
mundo físico adoptamos tal actitud respecto a todo nuestro destino que,
normalmente, sentimos simpatía o antipatía por los diferentes sucesos. Un
observador imparcial tendrá que admitir que estas simpatías o antipatías son de
las más fuertes que el ser humano es capaz de sentir. Esta reflexión nos puede
prestar un gran servicio en la vida de nuestra alma.
Sin embargo, podemos
encontrar con frecuencia que estas intensas simpatías y antipatías que somos
capaces de descartar y considerar con ecuanimidad, sólo han desaparecido de
nuestra conciencia inmediata. Se han retirado a los más profundos estratos de la
humana naturaleza y se manifiestan como ciertas modalidades del alma, o como
sentimiento de laxitud u otra sensación en el cuerpo. La imperturbabilidad real
con respecto al destino sólo se adquiere cuando nos comportamos en este asunto
en la misma forma que cuando nos abandonamos en la concentración a pensamientos
o sensaciones, con el objeto de fortalecer la vida de nuestra alma en general.
Reflexiones que sólo conduzcan a una comprensión intelectual no son suficientes.
Es necesario vivir
intensamente con tal reflexión y continuar en ella durante un período de tiempo,
mientras se mantienen apartadas todas las experiencias relativas a los sentidos
u otros recuerdos de la vida ordinaria. Mediante estos ejercicios llegamos a una
actitud fundamental de la mente hacia el destino. Es posible deshacerse
radicalmente de toda simpatía o antipatía a este respecto, hasta considerar
finalmente todo cuanto nos suceda con la misma indiferencia con que un
observador contemplaría como cae el agua de una montaña sobre el valle al pie.
No queremos decir que en esta forma lleguemos a contemplar nuestro destino sin
sentimiento de ninguna clase. El que se vuelve indiferente a cuanto le suceda no
se encuentra en buen camino.
Uno ciertamente no
permanece indiferente ante el mundo externo con respecto a aquellas cosas que no
nos atañen como parte de nuestro destino. Contemplamos las cosas que suceden
ante nosotros con placer o pena. No hay que buscar indiferencia hacia la vida
cuando andamos tras el conocimiento suprasensible, sino la transformación del
interés directo que el ego se toma en su propio destino. Es muy posible que
mediante esa transformación, la vividez de la vida del sentimiento sea aumentada
y no debilitada. En la vida ordinaria derramamos lágrimas por muchas cosas que
suceden como destino a nuestra alma. Sin embargo, podemos llegar a un punto de
vista tal en que el destino de los demás despierte en nuestra alma el mismo
interés y sentimiento profundos que pudieran producirnos nuestras propias
experiencias. Es más fácil llegar a esa actitud con respecto a nuestras propias
capacidades mentales. No es tal fácil, después de todo, experimentar una gran
alegría cuando descubrimos en otro una cierta capacidad o talento, como cuando
la descubrimos en nosotros mismos.
Cuando mediante la
observación de nosotros mismos tratamos de penetrar en las profundidades de
nuestra alma, podemos descubrir mucha satisfacción egoísta por las cosas que
somos capaces de hacer nosotros mismos. Una unión meditativa intensa y repetida
con el pensamiento de que en muchos casos es completamente indiferente al curso
de la vida humana el que, seamos nosotros o cualquier otro, capaces de hacer
ciertas cosas, nos puede hacer adelantar un largo camino hacia la verdadera
imperturbabilidad con respecto a que lo que sentimos. Este es, quizás, el
desarrollo interior más importante con respecto a la consideración del destino
en nuestra vida.
Este fortalecimiento de
la vida interna del alma, por la reflexión y el pensamiento, cuando se hace en
debida forma, nunca puede llevar a aniquilar nuestros sentimientos por lo que
toca a nuestras propias capacidades. En cambio, son transformados y comprendemos
entonces la necesidad de comportarnos de acuerdo con estas capacidades.
Ya hemos, pues, indicado
la dirección que toma este fortalecimiento de la vida del alma mediante el
pensamiento. Aprendemos a conocer algo en nosotros que aparece al alma como un
segundo ser dentro de sí. Y esto se nota especialmente, cuando relacionamos con
ello pensamientos que muestran cómo en la vida ordinaria producimos tal o cual
suceso en nuestro destino. Podemos ver que tal o cual suceso no habría ocurrido,
si no nos hubiéramos portado de cierta manera en algún período anterior de
nuestra vida. Lo que nos ocurre hoy, es, ciertamente, en muchos sentidos, el
resultado de lo que hicimos ayer. Ahora podremos, con la intención de llevar la
experiencia de nuestra alma más allá del punto al que hayamos llegado,
contemplar retrospectivamente nuestra existencia pasada, podemos descubrir cómo
nosotros mismos nos hemos preparado nuestro destino futuro. Al hacer esta
tentativa podemos retroceder hasta el punto cuando la conciencia se despierta en
el niño, que le permite luego en la vida recordar lo que ha experimentado.
Y si nos ponemos a hacer
esta retrospección en tal forma que combinemos con ella una actitud mental que
elimine las simpatías y antipatías usuales egoístas con respecto a nuestro
propio destino, entonces, al llegar a ese punto mencionado de la memoria, nos
confrontamos y podemos decirnos: "En ese momento se nos presentó por primera vez
la posibilidad de sentirnos a nosotros mismos y de trabajar conscientemente
sobre la vida de nuestra alma, pero este ego nuestro estaba allí antes, y fue él
quien, aunque no trabajando conscientemente en nosotros, nos trajo la capacidad
de conocer, así como todo lo demás que ahora sabemos.
Esta actitud respecto a
nuestro propio destino, produce lo que ninguna reflexión intelectual es
capaz de producir. Aprendemos a contemplar los acontecimientos de la vida
con ecuanimidad, los afrontamos sin prejuicios; pero vemos en el ser que nos
aporta estos acontecimientos a nuestro propio ser. Y cuando nos contemplamos
en esta forma, encontramos que las condiciones de nuestro propio destino,
que ya nos fueron dadas al nacer, están conectadas con nuestro propio ser. Y
entonces llegamos a la convicción de que así como hemos trabajado sobre
nosotros mismos, desde que despertó nuestra conciencia, así también habíamos
obrado antes de que nuestra conciencia presente se despertara.
Ahora bien, al llegar así a
la realización de un ego superior dentro de nuestro ego ordinario, no sólo
nos conduce a admitir que nuestro pensamiento nos demuestra la existencia
teórica de la existencia de tal ego superior, sino que también nos hace
comprender la viviente actividad de este ego, como un poder dentro de
nosotros mismos en toda su realidad, y entonces sentimos el ego ordinario
como una creación del otro.
Este sentimiento es, en
realidad, el primer paso hacia la contemplación del ser espiritual del alma.
Y si no conduce a nada es simplemente porque nos quedamos satisfechos con
sólo el principio. Este principio puede bien ser apenas una sensación vaga e
indefinida, y puede permanecer así durante un largo tiempo. Pero si
proseguimos enérgicamente la interior actividad y ejercitamiento que nos ha
llevado a este principio, llegaremos por último a contemplar el alma como un
ser espiritual.
Y al llegar a este estadio, comprenderemos fácilmente por qué alguno que no
tenga experiencia en estas materias puede decir que al creer en ellas vemos
las cosas, y que sólo hemos creado una imagen fantástica de un ego superior,
mediante la auto-sugestión. Pero el que ha pasado por la experiencia, sabe
perfectamente que esa objeción deriva de la falta de esa experiencia misma,
ya que todas las personas que se desarrollan seriamente de esta forma
adquieren al mismo tiempo la capacidad de distinguir entre las realidades y
las imágenes creadas por la propia imaginación.
La actividad interior y la
experiencia que son necesarias durante esta etapa del desarrollo del alma,
si se efectúa en debida forma, nos hace desarrollar la mayor circunspección
con respecto a la imaginación y la realidad.
Es muy importante el trabajo
sistemático de tratar de experimentarse uno mismo en el ego superior, en el
Yo Superior, como seres espirituales. En este trabajo interior
consideraremos como experiencia principal la descrita al principio de esta
meditación, y contemplaremos el resto simplemente como un auxilio en el
camino espiritual del alma. |