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EL CONOCIMIENTO
CLARIVIDENTE DEL MUNDO ELEMENTAL
Cuando
tenemos percepciones por intermedio del cuerpo elemental, y no por los sentidos
físicos, experimentamos un mundo que permanece desconocido para la percepción de
los sentidos y para el pensamiento intelectual ordinario. Si queremos comparar
este mundo con algo perteneciente a la vida ordinaria, no encontraremos nada más
apropiado que el mundo de la memoria.
Así como los recuerdos
emergen de las intimidades del alma, así también surgen las experiencia
suprasensibles del cuerpo elemental. En el caso de un recuerdo, el alma sabe
que se trata de algo relacionado con una experiencia pasada en el mundo de
los sentidos, y en una forma similar, la concepción suprasensible implica
una relación. Así como el recuerdo, que por su misma naturaleza, se presenta
como algo que no puede ser descrito como un simple cuadro de la imaginación,
así sucede también con la concepción suprasensible. Esta última surge de la
experiencia del alma, pero se manifiesta en seguida como una experiencia
interna que está relacionada con algo externo.
Una experiencia pasada se
hace presente en el alma mediante el recuerdo. Pero es mediante una
experiencia suprasensible de algo en el mundo suprasensible, como esa
experiencia se convierte en una verdadera experiencia interna del alma. La
misma naturaleza de las vivencias suprasensibles, nos impulsa a
contemplarlas como comunicaciones del alma con un mundo suprasensible que se
manifiesta dentro de nuestra alma.
El progreso que hagamos en
la vivencia de verdaderas experiencias suprasensibles, de esas
comunicaciones con el mundo superior que suceden dentro de nuestra alma,
depende de la cantidad de energía que dediquemos al fortalecimiento de
nuestra vida anímica.
Llegar a la convicción de
que una planta no es simplemente aquello que percibimos en el mundo de los
sentidos, lo mismo que llegar a igual convicción con respecto a toda la
tierra, pertenece a la misma esfera de experiencia suprasensible. Cualquier
persona que haya logrado la facultad de percibir cuando se encuentra fuera
del cuerpo físico, cuando contempla una planta verá, además de lo que sus
sentidos le están mostrando, una forma delicada que compenetra la planta.
Esta forma se presenta como una entidad de energía; y entonces él se verá
llevado a considerar esta entidad como aquello que construye la planta con
los materiales y las fuerzas del mundo físico, produciendo asimismo la
circulación de la savia. Podrá decir -empleando un símil no del todo
apropiado- que hay algo en la planta que pone la savia en movimiento, en la
misma forma en que su propia alma mueve su brazo. Observa algo interno en la
planta, y debe conceder cierta independencia a este principio interno de la
planta en su relación con esa parte que perciben los sentidos. Debe también
admitir que este principio interno existía antes de que existiera la planta
física. Entonces, si continúa observando cómo la planta crece, se desarrolla
y produce simientes, y cómo nuevas plantas surgen de éstas, verá que la
energía suprasensible es especialmente fuerte en las simientes. En este
periodo el ser físico es casi insignificante en cierto modo, mientras que la
entidad suprasensible se encuentra altamente diferenciada y contiene todo lo
que, desde el mundo suprasensible, contribuye al crecimiento de la planta.
Ahora bien, en la misma
forma, mediante la observación suprasensible de toda la tierra, descubrimos
una entidad de energía que podemos saber con absoluta certidumbre que
existía antes de que todo lo sensorialmente perceptible viniera a la
existencia. En esta forma llegamos a la experiencia de la presencia de esas
fuerzas suprasensibles que cooperaron en la formación y desarrollo de la
tierra en el pasado. Lo que así experimentamos podemos muy bien llamarlo
entidades, raíces elementales o etéricas, o bien cuerpos elementales de las
plantas y de la tierra, así como también llamamos cuerpo elemental o etérico
al vehículo con que obtenemos percepciones de otro orden cuando estamos
fuera del organismo físico.
Aún al principio, cuando comenzamos a poder observar
suprasensiblemente, podemos atribuir entidades-raíces de esta clase a
ciertas cosas y procesos, aparte de sus cualidades ordinarias, que son
perceptibles en el mundo de los sentidos. Podemos hablar de un cuerpo
etérico perteneciente a la planta o a la tierra. Sin embargo, los seres
elementales que se perciben en esta forma, no son, absolutamente, los únicos
que se revelan a la experiencia suprasensible.
Explicamos la constitución del cuerpo elemental de una planta diciendo que
construye una forma con las substancias y fuerzas del mundo físico y por
ende, que así manifiesta su vida en un cuerpo físico. Pero también podemos
observar seres que llevan una existencia elemental, sin manifestar su vida
en un cuerpo físico, y así es como ante la observación suprasensible se
revelan entidades que son puramente elementales. No es, como si dijéramos,
que experimentamos una adición al mundo físico; experimentamos o percibimos
otro mundo, en el que el mundo de los sentidos se presenta como algo que
pudiéramos comparar a trozos de hielo flotando en el agua. El observador que
sólo pudiera ver el hielo y no el agua, podría muy bien atribuir realidad
solamente al hielo y no al agua. Y similarmente, si sólo tomamos en cuenta
aquello que se manifiesta a los sentidos, podemos negar la existencia del
mundo suprasensible, del que el mundo de los sentidos, en realidad es sólo
una parte, así como los trozos flotantes de hielo son una parte del agua en
que sobrenadan.
Hay que señalar que aquellos
que pueden hacer observaciones suprasensibles, describen lo que ven haciendo
uso de expresiones tomadas de las percepciones de los sentidos. Y así es
cómo se habla del cuerpo elemental de un ser perteneciente al mundo de los
sentidos, o del de uno puramente elemental, como manifestándose en un cuerpo
definido de luz de muchos colores. Estos colores centellean, brillan o
radian, y parece que estos fenómenos luminosos y cromáticos fueran la
manifestación de su vida. Pero aquello de lo que está hablando realmente el
observador es completamente invisible, y él sabe perfectamente que la luz o
los colores que describe tienen tanto que ver con lo que está percibiendo
realmente como la letra en que se comunica un hecho tiene que ver con el
hecho mismo. Y, no obstante, esa experiencia suprasensible no es
arbitrariamente expresada mediante caprichosas percepciones de los sentidos.
El cuadro visto está realmente ante el observador y es similar a una
impresión de los sentidos. Y esto es así porque durante las experiencias
suprasensibles, la liberación del cuerpo físico no es nunca completa.
El cuerpo físico está
todavía conectado con el cuerpo elemental, y reduce así las experiencias
suprasensibles a una forma perceptible a los sentidos. De esta manera es
como la descripción dada de un ser elemental se da como una combinación
fantástica de impresiones sensoriales. Pero, a pesar de ello, cuando es dada
en esa forma, es una verdadera descripción de lo que se ha experimentado.
Porque hemos visto realmente lo que estamos describiendo. El error que puede
cometerse no es el de describir la visión como tal, sino el de tomar la
visión por la realidad, en vez de aquello que la visión indica: la realidad
que está tras ella.
Una persona que hubiera
nacido ciega, que nunca hubiera visto los colores, cuando desarrollara la
correspondiente facultad perceptiva, no describiría los seres elementales en
tal forma que hablara de colores radiantes. Haría uso de expresiones que le
fueran familiares. Pero para las personas que pueden ver físicamente, es
completamente apropiado que en sus descripciones hagan uso de expresiones
tales como luz radiante o cuerpo de colores. Con su auxilio pueden dar una
impresión de lo que ha visto el observador en el mundo elemental, y esto es
así no sólo por lo que respecta a las comunicaciones hechas por un
clarividente, (esto es, una persona que puede percibir por medio de su
cuerpo elemental) a un no-clarividente, sino también para comunicaciones
cambiadas entre clarividentes.
En el mundo de los sentidos,
el ser humano vive en su cuerpo físico, y este cuerpo envuelve las
observaciones suprasensibles en formas perceptibles a los sentidos. Por lo
tanto, la descripción de observaciones suprasensibles hecha por medio de las
imágenes sensoriales que aquéllas producen, en la vida ordinaria de la
tierra es un medio útil de comunicación.
El punto es que aquél que
recibe tales comunicaciones siente en su alma algo que guarda una verdadera
relación con el hecho en cuestión, y en verdad esas imágenes son comunicadas
para evocar, precisamente, ese sentimiento o experiencia. Pero no hay que
olvidar que, tales como son esos hechos y vivencias, no pueden ser
encontradas en el mundo exterior. Esa es su principal característica y
también la razón porque evocan experiencias o sentimientos que no tienen
relación alguna con las cosas materiales.
Al principio de su
clarividencia al discípulo le será difícil independizarse de las imágenes.
Sin embargo, cuando su facultad se desenvuelva más, sentirá el deseo de
inventar medios de comunicación más arbitrarios para describir lo que haya
visto, y esto implicará la necesidad de explicar los signos que emplee.
Cuanto mayores sean las exigencias de nuestros días demandando la difusión
general del conocimiento suprasensible, tanto mayor será la necesidad de
aderezar ese conocimiento con expresiones de uso corriente en la vida diaria
del mundo físico.
Ahora bien, las experiencias
suprasensibles pueden venir al discípulo por sí solas, y entonces tendrá la
oportunidad de aprender algo respecto al mundo suprasensible por experiencia
personal, según sea más o menos frecuentemente favorecido por ese mundo, al
brillar en la vida ordinaria de su alma.
Una facultad de orden
superior es la de poder obtener percepciones clarividentes a voluntad. El
camino hacia el desarrollo de esta facultad es el resultado, ordinariamente,
de una continuación enérgica del fortalecimiento interior del alma, pero
mucho depende también de establecer cierta nota-clave en el alma. Es
necesaria una actitud mental tranquila y serena cuando se afronta el mundo
suprasensible. Esta calma es una actitud que está por un lado tan lejos del
ansia de experimentar como lo está por otro una total falta de interés por
ese mundo.
El deseo ardiente tiene un
efecto difusivo, que produce algo así como una neblina invisible ante la
vista clarividente, en tanto que la falta de interés actúa en tal forma que
aunque los hechos suprasensibles se manifiesten realmente, no son notados.
Esta falta de interés se muestra de vez en cuando en una forma peculiar. Hay
personas que honradamente desean tener alguna experiencia suprasensible,
pero se hacen a priori una idea definida acerca de lo que esas experiencias
deben ser, para aceptarlas como reales. Entonces, cuando la verdadera
experiencia llega, pasan fugitivas sin despertar el menor interés,
simplemente porque no eran tales como se las habían imaginado.
En el caso de la
clarividencia voluntaria, llega un momento en el curso de la actividad
anímica interior, en que sabemos que estamos experimentando algo que jamás
habíamos experimentado antes. Esta experiencia no es definida, pero un
sentimiento vago y general nos asegura que no se trata de una vivencia del
mundo exterior de los sentidos, ni que tampoco esta experiencia se encuentra
dentro del mundo de los sentidos, ni siquiera dentro de nosotros mismos,
sino que es una vivencia de la vida normal del alma.
La experiencia exterior y la
interior se funden en una, en un sentimiento de vida antes desconocido para
el alma, respecto al cual, sin embargo, el alma sabe que no podría sentirlo
si estuviera viviendo solamente en el mundo externo por medio de los
sentidos o por sus sentimientos y recuerdos ordinarios. Sentimos. además,
que durante este estado del alma, hay algo de un mundo antes desconocido que
la penetra. No podemos, sin embargo, llegar a un concepto de este algo
desconocido. Tenemos la experiencia, pero no podemos formarnos idea de ella.
Así encontramos que cuando
tenemos tal experiencia, se produce un sentimiento como si hubiera algún
obstáculo en nuestros cuerpos físicos que nos impidiera formarnos un
concepto de qué es lo que está penetrando en nuestra alma. Sin embargo, si
continuamos los esfuerzos interiores anímicos, sentiremos al cabo de cierto
tiempo que nos hemos sobrepuestos a nuestra resistencia corporal. El aparato
físico del intelecto sólo era antes capaz de formarse ideas en relación con
las experiencias del mundo sensorial. Es, al principio, incapaz de producir
como idea aquello que presiona por manifestarse surgiendo del mundo
suprasensible. Por lo tanto, debe ser preparado para que pueda hacerlo. En
la misma forma en que un niño está rodeado por el mundo exterior, y tiene
que preparar su aparato intelectual, mediante la experiencia en ese mundo,
antes de que pueda formar ideas de lo que lo rodea, así también la humanidad
en general, es incapaz de formar ideas sobre el mundo suprasensible. El
clarividente que desea progresar, prepara su propio aparato para formar
ideas de manera que pueda trabajar en un nivel superior, exactamente en la
misma forma en que el niño se prepara para trabajar en el mundo de los
sentidos. El iniciado hace que sus pensamientos fortalecidos trabajen sobre
este aparato, y como natural consecuencia, éste es poco a poco remodelado:
se hace capaz de incluir el mundo suprasensible en el reino de sus ideas.
Así vemos, pues, cómo
mediante la actividad anímica, podemos influir y remodelar nuestro propio
cuerpo. Al principio, el cuerpo obra como un poderoso contrapeso a la vida
del alma; lo sentimos como un cuerpo extraño dentro de nosotros. Pero poco a
poco notamos cómo se va adaptando más y más a las experiencias del alma,
hasta que, finalmente, no lo sentimos absolutamente, sino que nos
encontramos con que el mundo suprasensible está ante nosotros, en la misma
forma en que no sentimos la existencia del ojo con la que estamos mirando el
mundo de los colores. El cuerpo, por lo tanto, debe hacerse imperceptible,
antes de que el alma pueda contemplar el mundo suprasensible.
Cuando en esta forma hemos
logrado deliberadamente convertirnos en clarividentes, podremos, por regla
general, reproducir ese estado a voluntad si nos concentramos en algún
pensamiento que seamos capaces de experimentar en forma particularmente
poderosa, dentro de nosotros mismos. Y como resultado de entregarnos de esa
manera a un pensamiento dado, se presenta la clarividencia. Al principio no
podemos ver nada definido que deseemos ver especialmente. Cosas o
acontecimientos suprasensibles, para las que no estamos preparados en
ninguna forma, o que deseamos evocar, se introducirán en la vida del alma.
Pero, sin embargo, continuando nuestros esfuerzos interiores, llegaremos
también a adquirir la facultad de dirigir el ojo espiritual hacia aquellas
cosas que deseamos investigar.
Cuando hemos olvidado una
experiencia, tratamos de traerla a nuestra memoria evocando en la mente algo
relacionado con esa experiencia; y en la misma forma, como clarividentes,
podemos tratar de comenzar por una experiencia que razonablemente está
ligada con lo que queremos encontrar. Al entregarnos con intensidad a la
experiencia conocida, encontraremos, tarde o temprano, esa experiencia que
estábamos buscando. Sin embargo, en general, es digno de notarse que es de
la mayor importancia para el clarividente esperar tranquilamente el momento
propicio. No deberíamos desear atraer nada. Si la experiencia deseada no
llega, es mejor abandonar la investigación por un tiempo y tratar de
conseguir una oportunidad en otro momento. El aparato humano de la cognición
necesita desarrollarse tranquilamente hasta el nivel de ciertas
experiencias. Si no tenemos la paciencia de esperar ese desenvolvimiento,
haremos observaciones incorrectas o erróneas. |
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