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CÓMO COMBATIR LAS IDEAS IRRACIONALES: LA TERAPIA RACIONAL EMOTIVO-CONDUCTUAL
 

La terapia racional emotivo-conductual (TREC) es un tipo de terapia psicológica que se fundamenta en la idea de que los estados emocionales que tenemos las personas en cada momento y la manera de actuar a consecuencia de ellos no dependen de los hechos o acontecimientos que nos suceden, sino de los pensamientos, creencias e interpretaciones que hacemos respecto de tales sucesos.

 

INTRODUCCIÓN: ILUSTRANDO CON EL EJEMPLO

«El viernes a media tarde, al salir del supermercado en el que suelo hacer la compra semanal, me disponía a cruzar por el paso de peatones con el carro de la compra a rebosar en dirección al párking cuando de improviso un típico jovenzuelo cretino y descerebrado, al volante de un deportivo, pasó como una exhalación y a punto estuvo de atropellarnos a mí y a otras cuatro personas que nos disponíamos a cruzar en ese momento. Mi indignación fue tal que no pude por menos que coger del carro lo primero que tuve a mano (en concreto, una bolsa de lechuga para ensalada), salir al centro de la calzada y arrojarla con todas mis tuerzas en dirección al coche que se alejaba, al tiempo que profería a grandes voces toda una ristra de insultos. Entiendo que el momento de peligro que acababa de vivir, y el gran susto que me provocó ver que el coche no me arrolló por milímetros, justificaban sobradamente mi enfado y comportamiento».

Esto me contaba en la consulta hace unos días Luis, uno de mis pacientes, y a continuación yo le invitaba a reflexionar sobre lo sucedido del siguiente modo:

—¿Lo que me estás diciendo es que, como estuvieron a punto de atropellarte, tú te diste un gran susto, te sentiste profundamente indignado y comenzaste a insultar al conductor del vehículo, al tiempo que le arrojabas una bolsa de lechuga para ensalada?

—Efectivamente, así es —me respondió.

—¿Y te fijaste en cómo actuó el resto de la gente que estaba a tu lado y que habían sido víctimas como tú del casi atropello que sufriste?

—Pues sí. Una de las personas era una mujer de mediana edad, que dijo algo así como: «¡Qué animal!», y siguió cruzando la calle junto a un niño de unos 10 años, que supongo que sería su hijo. Otro era un chico de unos 17 o 18 años, que vestía ropa deportiva y que no recuerdo que dijera nada; éste se ve que tenía prisa, porque cruzó la calle corriendo y lo perdí de vista enseguida. El último era un hombre aproximadamente de mi edad, que me miró como diciendo: «¿Qué le pasa a éste?» y que siguió su camino como si nada.

—Si te das cuenta —le dije—, cada una de las personas que allí estabais actuasteis de modo diferente, ¿verdad?

—Pues sí, así es —me respondió. A continuación le pregunté:

—¿Crees que yo habría actuado en esa misma situación como lo hiciste tú?

Ante lo cual me devolvió un rotundo:

—Nooooooooo.

Después de decirle que no estuviera tan seguro de ello, le pregunté por qué creía que yo no habría actuado como él, a lo que me respondió:

—Porque tú eres mucho más tranquilo que yo, como me pareció que era el otro tipo de mi edad que estaba allí y que no dijo ni mu.

—Entonces hay algo que no me cuadra —le dije—, porque si fuera cierto que tú te sentiste indignado y actuaste como lo hiciste porque casi te atropella ese jovenzuelo insensato, el resto de la gente también tendría que haberse sentido y actuado como tú, o de modo muy semejante, dado que ellos también estuvieron a punto de ser atropellados, y sin embargo no lo hicieron. ¿No te parece?

—Hombre..., visto así... —me respondió.

Veámoslo en detalle con el siguiente esquema:

 

A

C

Hecho o acontecimiento
activador,
«A»: antecedente.
Estado emocional y comportamiento,
«C»: consecuentes.
Como casi me atropella ese coche (el conductor de ese coche). Me siento indignado y le insulto, al tiempo que le arrojo una bolsa de lechuga.


 

De aquí cabría deducir que todo el mundo que vive una situación activadora antecedente como ésta —estar a punto de ser atropellado— debería experimentar una emoción consecuente semejante a la de Luis (indignación e ira) y acabar actuando de un modo parecido a él (insulto e intento de agresión). Pero el caso es que los hechos desmienten tal supuesto, ya que otras personas no se sienten ni actúan de ese modo ante la misma situación. Luego cabría preguntarse: ¿la manera en que nos sentimos y actuamos las personas está determinada por los acontecimientos-hechos activadores previos que nos suceden, o son atribuibles a otros factores?

La respuesta a esta cuestión nos llega de la mano de grandes pensadores y filósofos, y de observadores e investigadores del comportamiento humano, entre los que cabría citar a Confucio («Cambia tu actitud y podrás cambiarte a ti mismo»), clásicos griegos y latinos como Epicteto («No nos preocupan las cosas, sino la visión que tenemos de ellas»), o mucho más recientemente a psicólogos y autores de la talla de Albert Ellis.

El doctor Ellis, prestigioso psicólogo norteamericano, es el creador de la terapia racional emotivo-conductual. Desde los años cincuenta del pasado siglo ha desarrollado sus teorías y demostrado a través de la práctica clínica cómo las emociones que experimentamos las personas y la manera en que actuamos a continuación no se deben a los hechos que supuestamente las determinan, sino más bien a lo que pensamos respecto de tales hechos y a las creencias arraigadas que tenemos en torno a ellos. Es el doctor Ellis quien introduce el concepto de pensamiento irracional como generador de nuestras perturbaciones emocionales y nuestros comportamientos alterados.

De hecho, si en el caso de nuestro ejemplo hubiéramos preguntado a cada una de las personas que estuvieron a punto de ser atropelladas qué pensó en la situación que acababan de vivir, probablemente nos habrían dado respuestas tales como:

• Señora de mediana edad: «¡Qué barbaridad! Deberían poner más multas a la gente que conduce así». Y sin más hubiera seguido su camino, pensando quizás en lo que le quedaba aún por comprar para la cena.

• Joven: «¡A que todavía pierdo el bus y llego tarde!» (ni siquiera tuvo en especial consideración el hecho que acababa de acontecer).

• Señor de mediana edad: «¡Jo, qué susto...! ¿Y a este tío qué le pasa? Menudo energúmeno, cómo se ha puesto. Mejor me largo no sea que ahora la vaya a tomar conmigo».

De manera que, resumiendo, podemos afirmar que:

Nuestros pensamientos son los responsables de nuestras emociones y de nuestras conductas.


 

A

B

C

Hecho o acontecimiento
activador,
«A»: antecedente.
Pensamientos o creencias respecto de "A": de lo que sucede o podría suceder. Estado emocional y comportamiento,
«C»: consecuentes.
Como casi me atropella ese coche (el conductor de ese coche).   Me siento indignado y le insulto, al tiempo que le arrojo una bolsa de lechuga.
 

 

 

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