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Esquema del Árbol de
la Vida
Esquema de los
círculos de la manifestación del alma
Esquema del Árbol
místico
CUARTA SEFIRÁ:
JÉSED, MISERICORDIA
Jésed es esa efusión de
Energía Divina, tremendamente expansiva y constructiva, que llena los mundos
y lleva a las cosas al desarrollo máximo de su propia medida. En eso
consiste su "bien", que no es otra cosa que el "ser" de cada cosa. Tal como
lo definió Platón: las cosas "son" por su participación en las "ideas", de
las cuales, el vértice supremo -aquélla de la que todas las ideas a su vez
participan- es la Idea de Bien. Ser y Bien son así sinónimos. O como, antes
que Platón, expresa repetidamente el libro del
Génesis en cada estadio de la Creación: "Y vio Dios que era bueno". Tov
(TVB), Bien en hebreo, se aplica principalmente a la Luz del primer día de
la Creación (que corresponde a Jésed (1), la cuarta Esfera, como expresión
del Pensamiento Divino creativo, cuyo propósito es manifestar su propia
Bondad Infinita.
El objetivo de la
Creación es la comunicación del Bien. Este Bien es la proyección de la
naturaleza intrínseca de Dios (el darse Dios a Sí Mismo, pues, al nivel
divino, ¿qué otra cosa hay sino Dios?), que se manifiesta a través de toda
la Creación, uniendo los cielos y la tierra, los dominios espiritual y
físico. Por eso el primer día recibe en el texto el título de día uno, en
vez del apelativo ordinal, día primero, como se hace con el resto de los
días; para manifestar el, estado de profunda unidad de todo lo real bañado
en la Luz de Jésed. Así pues, la finalidad del acto de creación no es otra
que el dar-se del Creador.
Desde nuestro punto de
vista, Dios es voluntad de dar -de darse a Sí Mismo, pues no hay otra
realidad- mientras que las criaturas no son sino voluntad de recibir. En eso
consiste su "medida". Y el acto de donación constante, el llenar todas las
cosas hasta el máximo de esa medida, es Jésed, Misericordia, inmanencia
divina, el Bien, el mundo "conteniendo" a Dios, la presencia constante de
Dios en medio de la Creación. Presencia que es Amor, otro de los títulos de
Jésed), la fuerza de la unidad.
En la vida anímica,
Jésed es la fuerza positiva que te impulsa a crecer (expansión) y te
presenta las experiencias y oportunidades necesarias para el desarrollo de
la individualidad, no a nivel de ego -de autoimportancia y poder personal o
material- sino a nivel de sí mismo, de la verdadera identidad; pues es en su
desarrollo y proyección, con integridad, como mejor consigue el ser humano
realizar la tarea para la que está aquí: no sólo transformarnos a nosotros
mismos en vasijas aptas para la manifestación de la Luz Divina, sino
contribuir también a la rectificación y elevación espirituales de todo lo
que nos rodea. Una cosa es impensable sin la otra. Recordemos -ésa es la
lección de Jésed- que la verdadera espiritualidad, lo que crea nuestra
afinidad con la Luz, es la transmutación de la voluntad de recibir en
voluntad de dar.
Y esto lo hacemos
transcendiendo nuestra voluntad personal y sometiéndola a los dictados de la
Voluntad Divina. Ya no se trabaja sólo para uno mismo, sino que
constructivamente se promueve la recta evolución de todo, pues en Jésed lo
individual y lo colectivo se unifican armoniosamente. Siendo intensamente
personales, desarrollamos pautas universales, cada uno siendo una versión
individual del arquetipo "Hombre". Porque en esta sefirá se trabaja con los
arquetipos del inconsciente colectivo. La asimilación a lo divino nos hace
canales de su energía y de su gracia. Se comprende que Jésed sea la esfera
de la maestría o magisterio. Los grandes maestros operan desde esta esfera,
una de cuyas características es la autoridad espiritual, autoridad a la que
se accede en función del propio nivel espiritual. Es la naturaleza de Jésed,
por su posición en el Árbol de la Vida, regir a las siete sefirot inferiores
o"mundos de la forma", como veremos.
Jésed es, entonces, el
amor que dilata el propio camino y hace que tenga corazón. Amor por la vida
a lo largo y lo ancho y entrega a sus designios. Devoción por la propia
tarea, aunque parezca insignificante e intranscendente -que no lo es- y
generosidad para compartirla con nuestros semejantes, especialmente los más
débiles y necesitados. "Grandeza de alma" sería una buena expresión para
definir a la persona que opera en Jésed. En esto también emula a su Creador,
que es definido como Dios Grande. Una persona grande es aquella que controla
su rigor, aunque éste esté justificado; que aun siendo fuerte y teniendo
poder no lo ejerce, sino que actúa en función del bien del que está por
debajo de él. La Grandeza de Dios, el Omnipotente, es su Misericordia.
Tiféret es una esfera de
descubrimiento y revelación. Guevurá es una esfera de lucha y
discriminación. Jésed es reconciliación. Tras la conversión de Tiféret y la
purificación de Guevurá vienen el perdón y la gracia de Jésed. El amor es
superior al castigo. La misericordia está por encima del rigor. El círculo
de la necesidad, de la causa y el efecto, de las consecuencias negativas de
nuestras acciones, es transcendido en Jésed por un acto gratuito de Gracia
Divina. Pero el mundo tampoco puede subsistir sólo a base de Jésed. Sin
restricción y límites no hay crecimiento espiritual, como hemos visto. Dios
mismo ha de limitar su propia naturaleza dadora por nuestro bien, para que
desarrollemos la suficiente capacidad espiritual que nos permita hacernos
partícipes de su Bien último, su Jésed.
El personaje bíblico que
encarna las fuerzas de Jésed es Abraham. La Tradición nos lo presenta
realizando continuas obras de misericordia, con su tienda abierta a los
cuatro puntos cardinales y acogiendo a todos los caminantes y viajeros, a
los que ofrecía agua para lavarse, sombra para cobijarse y alimentos para
sustentarse. Cuando recibió la visita de los tres ángeles, Abraham se
hallaba sentado a la puerta de su tienda recuperándose de las heridas de la
circuncisión (era ya un anciano). Pero no dudó en levantarse en seguida (no
sabía entonces que se trataba de seres sobrenaturales) y apresurarse a
ofrecerles agua y comida. Cuando Dios le anuncia la destrucción de Sodoma y
Gomorra, inmediatamente intercede por ellas, estableciendo una negociación
en base al número de justos, a pesar de saber que su castigo era totalmente
merecido.
Por otra parte, ¿qué
decir de su obediencia a los dictados de la Voluntad Divina? ¿O de su
humildad, cuando dice de sí ante Dios: "Soy polvo y ceniza" (Gen 18:27) o
ante los jeteos: "Forastero y advenedizo soy entre vosotros" y éstos le
contestan: "Tú eres en medio de nosotros un príncipe de Dios"? Y como hemos
dicho antes, vive una vida de intensa búsqueda personal, a contracorriente
de todas las tendencias de su entorno, pero es un personaje totalmente
universal, arquetípico, que abrió un nuevo camino a toda la humanidad y cuyo
mérito fue tan grande como para traer de nuevo a la Shejiná a la tierra, y
merecer el apelativo de padre de todos los creyentes en el Dios único.
Con Jésed hemos cerrado
un ciclo: el de la psique individual. Por encima se halla lo que se conoce
como el Abismo: el abismo que separa nuestra conciencia de la conciencia
divina. Las tres primeras sefirot tienen una operación puramente cósmica que
transciende infinitamente el nivel individual. El abismo las diferencia de
las siete sefirot inferiores, los llamados mundos creados o mundos de la
forma.
El origen del abismo es
la contracción, la restricción que Dios hace de su Luz para crear un vacío
en el que algo distinto de El pueda tener existencia. No es, sin embargo, un
estrato infranqueable. Existe en medio del abismo un estado potencial
llamado Daát, Conocimiento, que es como una sefirá invisible y que se indica
mediante una circunferencia de puntos en los diagramas del Árbol de la Vida.
Esta sefirá indica más bien un estado a alcanzar -un estado final de
síntesis de las siete sefirot inferiores (2) -lo que abre la puerta de Daát
que da acceso a las esferas superiores. Por supuesto, estamos hablando de
abajo arriba. Desde el punto de vista de la Conciencia Divina no existe
abismo alguno, aunque Dios mismo, para interaccionar con su creación (3) se
limita a sí mismo y entonces Daát, de arriba abajo, actúa como la síntesis
de las tres esferas superiores.
El rúaj (Ver el Esquema
de los círculos de la manifestación del alma) tiene a Daát como vértice
superior, pero el círculo de la neshamá o alma superior tiene a Daát como su
centro y se extiende por encima y por debajo del abismo. Porque la neshamá
es una chispa de la Luz Divina y porta en sí el conocimiento del destino
(tarea ) del alma, su razón de ser y el por qué y para qué está encarnada
(4). Como Daát porta también la imagen divina, el sello o estampa de Dios
que es la fuente de su luz interior.
(1) Cada uno de los días
de la Creación corresponde a una sefirá en orden decreciente: el primer día
a Jésed, el segundo a Guevurá, y así sucesivamente.
(2) Conocimiento profundo de sí y del mundo. Convergencia de ambos en el
fondo de la psique, en las profundidades del inconsciente colectivo.
(3) El asunto de la
Providencia reaccionando a las acciones humanas.
(4) El círculo de la
neshamá es la rueda de todas las reencarnaciones del alma. |
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