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LA VIVENCIA DEL ABORTO
La
vivencia del aborto normalmente constituye un hecho bastante duro para la mujer
o la pareja que acude a esta opción. La realidad sociológica influye en los
comportamientos, en los pensamientos y en las valoraciones de las personas.
Cuando empecé la práctica de la psicología, hace más de veinticinco años, las
personas que acudían a las consultas de los psicólogos por el tema del aborto
eran mayoritariamente chicas muy jóvenes, que acababan de vivir esta
experiencia. En muchos casos lo hacían porque se sentían traumatizadas ante la
realidad que habían vivido, pero en otros no solamente padecían cierto shock
ante la experiencia, lo que más les había hundido había sido la reacción de su
pareja o de la persona que hasta ese momento constituía el eje de su vida y con
la que proyectaban un futuro común.
En la
actualidad, aún siguen viniendo chicas jóvenes a las que les resulta difícil
superar esta experiencia, pero también acude un número importante de personas
adultas, la mayoría de ellas viviendo con sus parejas, incluso con una familia
consolidada, con niños, que están atravesando una situación límite a
consecuencia de un embarazo que les ha pillado por sorpresa, y que no es deseado
por algún miembro de la pareja. De nuevo, cuando vienen a la consulta
generalmente es después de la vivencia del aborto, y aunque mayoritariamente son
mujeres, también acuden al psicólogo algunos hombres que se encuentran
totalmente perdidos y sin saber qué hacer ante las reacciones que está teniendo
su pareja.
Hemos
seleccionado un caso que puede ser un exponente bastante representativo de esa
situación en que se encuentran parejas muy consolidadas, que han vivido
recientemente la experiencia del aborto.
El
caso de Rosa y Raúl
Rosa y
Raúl se conocían desde pequeños, llevaban catorce años casados y tenían dos
hijos de doce y ocho años.
Siendo
muy jóvenes, durante su noviazgo, Rosa se había quedado embarazada, y los dos
decidieron que era mejor abortar. Fue una vivencia difícil, pero ambos la
afrontaron muy unidos y, en todo momento, se sintieron apoyados mutuamente.
Hacía
diez meses, en un «descuido», Rosa se había vuelto a quedar embarazada, y aquí
surgió el drama. Raúl pensaba que los niños ya eran mayores, y sentía que la
llegada de un nuevo hijo rompería el ritmo de vida de la familia y,
especialmente, de la pareja. Se sentía cansado para empezar otra vez con toda la
historia que acompaña la llegada de un bebé. Por el contrario, Rosa, después de
la sorpresa inicial, empezó a considerar la posibilidad de que el bebé naciera;
en el fondo, ella sentía que esto era una forma de curar una herida que se le
había quedado abierta tras su primer aborto.
Cuando
Rosa vino a la consulta fue a los siete meses y medio de este segundo aborto.
Nos comentó que estaba pensando muy seriamente en la posibilidad de separarse de
Raúl; no soportaba su presencia física, todo lo que él decía le parecía absurdo,
hueco y carente de sentido: palabras y palabras, para esconder la presión que él
había hecho y que había llevado a Rosa a un aborto en contra de su voluntad.
Como ella
misma dijo: sentía auténtico asco y rechazo por su marido. Desde hacía siete
meses y medio prácticamente no habían tenido relaciones sexuales, pues cuando
había sucedido, Rosa se había sentido tan mal, que éstas, lejos de ser un
momento agradable y de complicidad en la pareja, le habían parecido una
auténtica violación, por lo que había decidido que no quería ningún tipo de
relación íntima con Raúl.
Le
pedimos que nos hiciera varios registros de conducta, para ver cómo se sentía
ella, qué pensamientos se habían instalado de forma permanente en su mente, qué
emociones le producían estos pensamientos, cómo era su conducta, cómo actuaba
Raúl...
La
evaluación que efectuamos de su caso no podía ser más clara. En la actualidad,
daba igual lo que hiciera Raúl, a ella todo le parecía mal, tenía una auténtica
obsesión que la llevaba a considerar que en realidad él nunca la había querido y
que la había «engatusado» para que tuviera el primer aborto, ese aborto que de
repente se había hecho otra vez presente y que, según ella, había descubierto
que no había superado. En esos momentos, para Rosa, Raúl era el máximo exponente
de la mentira, de la falta de generosidad, del egoísmo, de la incomprensión, de
la insensibilidad, del narcisismo... Esta situación era especialmente relevante
si consideramos que, hasta esa fecha, diez meses atrás, ella era la primera que
consideraba que su matrimonio iba francamente bien.
Sus
registros estaban llenos de pensamientos automáticos y valoraciones muy
subjetivas, pero su vivencia del dolor era tan grande que nos costaba avanzar.
Rosa
sentía, según sus palabras, que la segunda vivencia del aborto había «matado»
una parte de ella misma. «Me sentí ultrajada, abandonada, sucia, tumbada en
aquella camilla, a mi edad, sufriendo una experiencia tan terrible, que me
rompía por dentro, y me quitaba todas mis ilusiones de poder tener un niño y
disfrutarlo de verdad, porque yo quería tener ese niño, pero Raúl sólo pensaba
en que se veía mayor para empezar otra vez a dormir poco por las noches, a
preparar papillas, a que nos fastidiase las vacaciones...; yo me estaba
rompiendo y él como si nada, con cara de circunstancias, mirando como quien mira
a una loca, es un canalla y no quiero estar con él...». Rosa llevaba meses
llorando todos los días, hundida, sin fuerzas y, como ya hemos dicho, con uno de
los peores sentimientos que se puede tener, sin esperanza; sin esperanza en ella
misma, en su vida y en su futuro.
Ese dolor
tan intenso la llevaba a la extenuación. No le apetecía estar con los niños, no
quería que la viesen en su estado y, por otra parte, la agotaban, los miraba y
lloraba inmediatamente. Los críos no sabían qué estaba pasando y manifestaban su
incertidumbre de la forma que suelen hacerlo a esas edades, con rebeldía,
mostrando conductas extremas, que continuamente ponían a sus padres «entre la
espada y la pared». Rosa perdía frecuentemente el control y respondía de forma
agresiva, después se arrepentía, y de nuevo volvía a repetirse la misma
secuencia.
Raúl le
había dicho a Rosa que él también quería ir al psicólogo, y acudió en cuanto le
llamamos. Ante nosotros teníamos a una persona envejecida prematuramente,
seguramente por la tensión de los últimos meses. Como él mismo decía: estaba
hecho un lío; no sabía cómo actuar, todo lo que obtenía eran reproches,
cualquier intento se lo tiraban por tierra, le asustaban las miradas que Rosa le
dirigía: «Es como si me estuviera diciendo: ¡ojalá te mueras!»; veía a los niños
muy descentrados, muy inquietos y agresivos entre ellos. Raúl sentía una
impotencia terrible, se había arrepentido una y mil veces de haberle dicho a
Rosa que ya eran muy mayores para tener otro hijo, que además no les venía bien
profesionalmente a ninguno de los dos, que iba a ser una distorsión enorme en
sus vidas. A pesar de todo, antes del aborto, como veía a Rosa muy afectada, le
dijo que fuera ella quien tomase la decisión, que ya sabía lo que él pensaba,
pero que no la podía obligar a que abortase, que la responsabilidad final de lo
que decidiese era suya.
Seguramente Raúl había intentado en esa fase dar un poco marcha atrás, pero sus
palabras no pudieron ser más desafortunadas. Rosa aún se sintió peor, en lugar
de pensar que Raúl le estaba diciendo que él aceptaría su decisión —que aunque
mal expresado era lo que él quería transmitir—, interpretó que descargaba toda
la responsabilidad en ella, que lejos de apoyarla aún la sometía a más presión,
que había sido un canalla que la había dejado totalmente tirada, y que toda su
vida le estaría echando en cara lo que les sucediera a partir de ese momento,
pues ella tendría la culpa de todo, al empeñarse en traer al mundo a ese niño
que les iba a romper toda la dinámica familiar y profesional.
A partir
de aquel momento, Rosa había decidido que no le perdonaría el resto de su vida,
y de no ser por los niños y porque se encontraba sin fuerzas para nada, ya «le
hubiera echado de casa».
La
intervención no era fácil. Rosa no aceptaba nada que pareciera disculpar a Raúl,
y éste se encontraba al límite de su resistencia, tanto a nivel físico como
emocional.
El
distanciamiento era tal que Rosa le decía que él nunca la entendería, nunca
comprendería qué le pasó y cómo se seguía sintiendo, porque él nunca sufriría un
aborto.
Raúl, en
su búsqueda desesperada de soluciones, incluso proponía que tuvieran un niño,
que no tomasen ninguna medida anticonceptiva, para que Rosa se quedase de nuevo
embarazada, pero ella rechazaba totalmente esta posibilidad, y le decía que
había estado ciega hasta hace poco, pero que ahora no iba a consentir que la
tocase nunca más.
En estas
situaciones, siempre hay que trabajar con cada miembro de la pareja de forma
independiente. Cuando una persona se encuentra tan hundida como Rosa, es
imposible conseguir que sus pensamientos sean racionales. Cualquier navegante
que conozca a una persona en un estado tan lamentable como el de Rosa, lo último
que debe decirle es que sea razonable y trate de olvidar y superar la situación.
Esa frase, aparentemente lógica y dicha con la mejor intención, será
interpretada y recibida en el sentido contrario al que deseamos. La persona
afectada sentirá que no la comprendemos y que encima la tratamos como si ella
tuviera la culpa, como si se empeñara en sufrir, porque es demasiado «blanda» y
poco razonable. Piensa que los demás creen que está sacando las cosas de quicio
y que se empeña en no salir adelante.
En
consecuencia, no nos centramos tanto en que Rosa empezara a «mostrarse más
ecuánime y objetiva», sino en que se recuperase emocionalmente. A pesar de sus
quejas, hicimos que volviera a centrarse en sus hijos —a los que prácticamente
ignoraba—, que realizase actividades que antes le eran muy gratificantes
—gimnasio, deporte, decoración—, que se mostrase agradable y segura en el
trabajo, que volviera a arreglarse y a vestirse con el cuidado y el gusto que
tanto la caracterizaban...
Poco a
poco empezó a salir de ese estado tan lamentable; en ese momento aprovechamos
para empezar a trabajar la racionalización de sus pensamientos y el análisis de
las secuencias que vivía con Raúl. Le dijimos que no pretendíamos «salvar» su
matrimonio, sino salvar su vida.
Hubo una
fase de «provocación» por nuestra parte, lo hicimos cuando Rosa ya era capaz de
realizar análisis más objetivos. La provocación consistía en analizar, por
nuestra parte, cualquier conducta de Raúl de forma claramente injusta y
discriminatoria; todo lo que hacía lo llevábamos al límite y argumentábamos que
lo hacía por su falta de sensibilidad, por su torpeza innata, por sus ganas de
provocar... Con esto conseguíamos que Rosa se colocase en el papel contrario, y
que fuese ella quien sintiera la necesidad de «volvernos a la realidad», de
decirnos que tampoco era así, que la verdad es que Raúl no era un asesino y
nunca había sido una mala persona. Éste es un ejercicio muy delicado, que sólo
podemos hacer en contadísimas ocasiones, por lo que no recomiendo a los
navegantes que lo ensayen alegremente; no obstante, en el caso de Rosa, y en la
fase en que se encontraba, era lo que necesitábamos. Cada vez hacíamos que
adoptase más el papel de defensora de Raúl, y lo hacía, lo hacía aunque le daba
rabia pero, como era una persona profundamente honesta, creía que no éramos
objetivos con la evaluación de los hechos. En realidad, sólo verbalizábamos
quejas que ella había hecho meses atrás, la diferencia es que ahora Rosa ya
había recuperado su control emocional, y eso le permitía volver a analizar con
más objetividad.
Simultáneamente trabajamos con Raúl, para que no se hundiera. Le pedimos
expresamente que no se dirigiera a Rosa en los siguientes días, que no intentase
hablar con ella hasta que no hubiéramos trabajado con él la forma de hacerlo.
Rosa
necesitaba «aire», sentirse liberada de un Raúl al que ella en esos momentos
rechazaba, pues encarnaba todos sus males y tenía la culpa de sus desgracias.
Por supuesto que se mostró sorprendida cuando vio el cambio tan radical en la
conducta que mostraba su marido, pero lo achacó a nuestra intervención, por lo
que seguía sin concederle ningún valor. Poco a poco su sorpresa fue en aumento,
en esos momentos se daba cuenta ya del enorme esfuerzo que Raúl estaba haciendo,
y le extrañaba que pudiera estar tanto tiempo sin molestarla y encima actuase de
forma tan eficaz: el entrenamiento había hecho que supiera actuar muy bien con
los niños, que no entrase en ninguna de las provocaciones que Rosa le tendía,
que se le viera con mejor ánimo, incluso alegre y divertido. Llegó un momento en
que ella quería participar de ese buen ambiente y, poco a poco, empezó a enviar
mensajes en este sentido. Por supuesto, no lo hacía a través del lenguaje oral,
hubiera sido algo humillante para ella, pero su comunicación no verbal era muy
significativa: cada vez sonreía más, empezaba a mirar sin rencor, ya no le huía
físicamente, se sentaba a su lado en el sofá, le hablaba sobre temas de trabajo
o de los niños... Raúl, en medio de esta crisis, había aprendido a escuchar, por
lo que le resultaba cada vez más sencillo responder tal como ella necesitaba.
En esa
fase, y de una forma muy consciente, ralentizamos este proceso, profundizamos
mucho por ambas partes, pues era necesario que ambos salieran bien, sin heridas
cerradas en falso que se pudieran abrir en cualquier momento.
Raúl
siempre mostró una actitud muy respetuosa con Rosa, no volvió a insinuarle que
quería relaciones sexuales, aunque de vez en cuando se le escapaban miradas muy
«tiernas», y no volvió a hablar del tema del aborto, hasta que lo hicimos los
tres en el transcurso de una sesión en común. De nuevo éste fue un momento
crítico, Rosa volvió a sacar su baúl lleno de reproches, y Raúl aguantó el
«tipo»; acusaba los argumentos, los comentarios agresivos de Rosa, pero no se
descompuso; en ningún momento pasó al ataque, sino que hizo lo que tenía que
hacer: escuchar, y hacerlo con atención, con respeto y con profundo sentimiento.
Rosa se quedó otra vez muy sorprendida, aún atacó unos minutos más, pero llegó
un momento en que por fin dijo: «¡Bueno, me imagino que tú también lo habrás
pasado mal!». En ese instante Raúl contestó de la mejor forma que podía hacerlo,
en profundo silencio, pero con un llanto tan sentido, tan lleno de emoción y de
esperanza, que terminó conmoviendo a Rosa. Después de unos instantes en que los
dos lloraban al unísono, Raúl se atrevió a coger una mano a Rosa y a mirarla con
todo el cariño que una persona puede sentir y expresar: por fin se había roto la
incomunicación entre los dos, por fin habían dejado de sentirse solos e
incomprendidos, por fin habían superado la peor fase de su crisis.
A partir
de ahí todo fue más sencillo. Por supuesto que aún había aspectos donde no
coincidían, pero habían logrado lo más importante, sentirse juntos, unidos en su
sentimiento y comprendidos en sus emociones.
Había
sido una prueba de fuego para ambos, pero su relación ahora estaba más
consolidada que nunca. Raúl sintió en lo más profundo de su ser el desamparo, la
soledad y el terrible dolor que Rosa había experimentado con este segundo
aborto, y Rosa se dio cuenta de que, en lo más profundo, el drama se había
desencadenado ante una vivencia de total incomunicación.
Como
siempre, les pedimos que escribieran aquellas conclusiones, aquellos principios
que habían aprendido a lo largo de su profunda crisis, y que nunca deberían
olvidar. Para ambos este último ejercicio fue muy positivo y reforzante, pues
vieron cómo habían coincidido en la inmensa mayoría de sus conclusiones.
De forma
bastante resumida, sus principales conclusiones fueron:
Los hombres y las mujeres sienten deforma distinta, por lo que no debemos
esperar que actúen de forma parecida.
— La
mayoría de los conflictos y de las discrepancias podrán evitarse si los dos
miembros de la pareja se sienten escuchados y respetados en sus opiniones y
creencias.
— Cuando
uno se siente incomprendido, el otro deberá escuchar. Mandará señales claras de
que está comprendiendo el estado emocional de su pareja, sobre todo a través de
la comunicación no verbal, con su mirada atenta y cercana, con sus gestos
abiertos y conciliadores...; en esos instantes hablará lo menos posible, pues a
su pareja le costará escucharle; se mostrará paciente, no saltará aunque se
sienta provocado y no emitirá reproches.
— A veces
nos puede pillar por sorpresa el dolor que el otro siente. En esos momentos, de
nuevo observaremos; si lo hacemos controlando nuestros pensamientos negativos,
conseguiremos comprender cómo se siente el otro y cómo debemos actuar. Si en
algún momento seguirnos despistados, no digamos nada, mostremos respeto y
cercanía, continuemos observando y dirijamos nuestros esfuerzos a que la pareja
nos vea cercanos y conmovidos ante su dolor
— Cuando
nos sintamos injustamente tratados por nuestra pareja, antes de intervenir, de
nuevo observemos. Si llega un momento en que, a pesar de la observación, no
vemos razón alguna que justifique su conducta, no nos mostremos agresivos con
los gestos o con las palabras, pero sí podemos «extinguir» la conducta de
nuestra pareja, marchándonos de ese lugar o dejando de prestar atención.
— Cuando
nos sintamos manipulados, no entremos en confrontación, pero tampoco hagamos lo
que nos están pidiendo. Si el otro está tranquilo, expliquemos la razón de
nuestra discrepancia; si está alterado, simplemente digamos que respetamos lo
que dice, pero que tenemos un criterio diferente. En este segundo caso, no
caigamos en el error de exponer nuestro punto de vista, y no lo haremos hasta
que el otro dé señales inequívocas de que es capaz de escuchar y razonar.
— Cuando
nos sintamos muy mal, recordemos dos principios que debemos seguir:
a)
Escuchar la señal que nos indica que debemos recuperar fuerzas, y
b) No
tomar ninguna decisión importante hasta que no estemos bien.
Rosa y
Raúl al final consiguieron superar su crisis, y lo hicieron, fundamentalmente,
porque entre ambos existía un profundo cariño, porque fueron capaces de
respetarse en sus diferencias y porque consiguieron volver a comunicarse.
A veces,
como en el caso de la vivencia del aborto, las diferencias entre los hombres y
las mujeres parecen insalvables, pero siempre podemos encontrar puntos de
acuerdo; recordemos que somos diferentes, pero complementarios. Sólo hay una
cosa insuperable en estas situaciones: la insensibilidad por parte del miembro
de la pareja que no siente el dolor.
Otra
situación que puede conducirnos a momentos críticos es la sensación de fracaso.
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