|
¡QUÉ
DIFERENTE ERA TODO AL PRINCIPIO!
Esta
queja casi podríamos decir que es universal, universalmente compartida por
hombres y mujeres.
Cuando
decimos ¡qué diferente era todo al principio!, de nuevo lo hacemos desde la
añoranza. La gente no suele decirlo cuando se siente muy feliz, sino cuando
experimenta ese cambio hacia una relación menos gratificante.
En este
punto, conviene señalar que la mayoría elaboramos expectativas demasiado
optimistas o idealistas cuando sentimos esas emociones tan intensas y
placenteras que tienen lugar al principio de una relación.
Con
frecuencia, incluso aunque ya hayamos tenido otras experiencias amorosas, nos
dejamos llevar por la intensidad de nuestras emociones y nos olvidamos de que
estamos viviendo una fase, y que esa fase pasará para dejar lugar a la
siguiente, y así sucesivamente.
La
confusión llega cuando pensamos que «esta vez es diferente» y que ese estado
emocional del principio, que como tal es transitorio, se convertirá en
permanente.
La
psicología tiene muy estudiado este proceso. Ya en 1979 Jacobson lo describía de
forma pormenorizada, y las investigaciones que se han realizado desde entonces
siguen confirmando las premisas fundamentales.
Lo normal
es que al principio se dé una atracción inicial mutua. Ambos miembros de la
pareja se sienten atraídos, y lo sienten con tal intensidad que incluso lo
experimentan a nivel físico, emocional y cognitivo (en sus pensamientos y en sus
procesos mentales).
Esa
atracción se ve favorecida por una serie de circunstancias, que hacen que se
mantenga en el tiempo. Lógicamente, cuando esas circunstancias desaparecen, la
atracción y la intensidad del principio disminuyen.
Algunas
personas podrán pensar que el tema se resolvería si consiguiéramos que esas
circunstancias continuasen en el tiempo, pero la realidad lo hace casi
imposible.
Si
examinamos los factores más determinantes de la atracción inicial, de los
principios idílicos, comprenderemos las razones de su transitoriedad.
Básicamente, las gratificaciones que sentimos al principio se ven favorecidas
por:
1. El
carácter restrictivo de la interacción. Es decir, lo normal es que la pareja, al
comienzo de su relación, sólo se vea algunas horas al día, y lo hagan en un
contexto gratificante: para dar una vuelta, bailar, tomar una copa, ir al cine,
compartir proyectos, ilusiones...
2.
Ausencia de toma de decisiones. En esa fase, y dado el carácter aún restrictivo
de la relación, lo habitual es que la pareja no tenga que tomar decisiones
importantes; decisiones que sí aparecen en la vida de una pareja estable: temas
económicos, financieros, determinadas obligaciones... Lógicamente, si no tienen
que tomar decisiones de ese tipo, tampoco se ven expuestos a las consecuencias
que las mismas pueden entrañar.
3.
Novedad de la relación sexual. La novedad en esta área es otro de los aspectos
más gratificantes que tienen lugar en esta fase. Evidentemente, esa novedad se
pierde con el paso del tiempo y la frecuencia de las relaciones.
4.
Expectativas idealizadas. Al principio de una relación, los proyectos
idealizados, los planes maravillosos, los objetivos increíbles... son muy
típicos.
Llegados
a este punto, nos podríamos preguntar: ¿hasta cuándo dura esta fase inicial? La
respuesta de nuevo dependerá de las circunstancias que rodeen a la pareja y del
carácter de cada uno de sus miembros, pero lo normal es que la crisis o el
desarrollo del conflicto se inicien poco después de comenzar a vivir juntos.
Entonces, tarde o temprano, deberán tomar decisiones importantes, tendrán que
afrontar los problemas conjuntamente, se verán en las circunstancias habituales
del día: por la mañana, por la tarde, por la noche, cansados, de buen y de mal
humor, contrariados por algunos acontecimientos...; irá disminuyendo la novedad
en la comunicación sexual, surgirá el choque entre las expectativas y la
realidad; los puntos débiles de cada uno serán más palpables, podrán surgir las
primeras dificultades económicas, quizás llegue el nacimiento de un hijo cuando
aún la pareja no estaba consolidada, o no lo deseaban, o lo deseaba uno pero no
el otro...; a veces puede haber interferencias por parte de algún miembro de las
respectivas familias; pueden aparecer terceras personas que condicionen y
dificulten la relación, incluso amantes; puede darse la pérdida de trabajo,
surgir discrepancias ideológicas o políticas...; uno de los dos puede sentir que
necesita más soledad o más tiempo para él mismo de lo que el otro está dispuesta
a conceder...
Poco a
poco, casi sin darnos cuenta, aparecen los reproches, las críticas, las
insatisfacciones, los lamentos y los enfados.
Si lo
analizamos despacio, veremos en algún momento, antes o después, que uno o los
dos miembros de la pareja empieza a pensar con nostalgia ¡qué diferente era todo
al principio!
La
convivencia no es fácil, pero el problema fundamental es que las dificultades,
cuando surgen, pillan de sorpresa a la mayoría de las personas. Las parejas
empiezan a vivir juntas, sin haberse preparado para ello de forma objetiva.
Uno de
los principales errores es la idealización, por parte de ambos o de uno de los
miembros de la pareja; el golpe que viene después es tremendo. Sin darse cuenta,
la persona que había idealizado la relación sufre un desengaño muy fuerte y, de
forma poco consciente, termina culpabilizando al otro miembro de la decepción y
el desencanto que está experimentando.
Las
relaciones de pareja son difíciles y la convivencia es una auténtica prueba de
fuego; por eso no es nada extraño que, ante la falta de información y
preparación real para afrontar con un mínimo de garantía de éxito estas
relaciones, las parejas cada vez se separen antes.
Otro
hecho importante es que, además de todo lo expuesto, se dé la circunstancia de
que, en esa fase de «conquista», uno de los miembros de la pareja, o los dos,
«falsee su propia identidad». Es inevitable y humano que ambos intenten mostrar
su «mejor cara», pero una cosa es esforzarse y otra engañar; engañar a sabiendas
de que el otro está formándose una imagen que nada tiene que ver con la
realidad. La secuencia de los hechos suele repetirse una y otra vez, de tal
forma que cuando ya sienten que la otra persona está conquistada y segura,
permiten que aparezca su auténtica forma de ser; una forma de ser tan distinta,
que a veces incluso es antagónica y opuesta a la que habían mostrado.
Desgraciadamente, esta falsificación es mucho más frecuente de lo que la mayoría
puede creer. La persona que padece este engaño sufre un auténtico choque
emocional; además tarda en reaccionar, pues no se puede creer lo que está
viviendo. Es como si, de repente, esa persona que era maravillosa, servicial,
amable, afectiva, tierna, cariñosa..., se convirtiera en un ser despótico,
cruel, agresivo, intolerante e inaccesible.
Las
consultas de psicología están abarrotadas de estos casos, hombres y mujeres
llegan rotos por el dolor y la desesperanza; a veces no acuden para solicitar
ayuda para sí mismos, sino que lo hacen por la incidencia que las conductas
agresivas o déspotas de sus parejas tiene en otros integrantes de la familia,
especialmente en los hijos o en los familiares más cercanos.
Seguramente, si los psicólogos tuviéramos que decidir en qué casos nos
encontramos con más dificultades para ayudar a salir de sus crisis a las
personas que acuden a vernos, coincidiríamos en señalar aquellas situaciones en
que las personas son o han sido maltratadas por alguien de su entorno, y se
sienten hundidas ante el engaño de que han sido objeto.
No es
fácil que alguien reaccione con serenidad, con objetividad, con inteligencia y
con decisión ante un desengaño profundo o un descubrimiento trágico. Cuando la
persona que había ocupado, o aún ocupa, un lugar importante en nuestra vida se
convierte en el mayor enemigo que pudiéramos imaginar, nos sentimos tan
impactados, tan hundidos, que difícilmente tenemos fuerzas para levantarnos y
reaccionar de forma adecuada.
Hay que
trabajar mucho para restablecer esa esperanza, para recuperar la dignidad
perdida, para alcanzar la autoestima que nos devuelva la seguridad y la
confianza en nosotros mismos. Trataremos en profundidad este problema en el
siguiente espacio, en el apartado «¿Por qué disfruta haciéndome daño?». Ahora
volvemos a centrarnos en esa realidad dolorosa, pero menos patológica, que viven
muchas parejas que añoran aquello de: ¡qué diferente era todo al principio!
El
caso de Elvira y Esteban
Elvira y
Esteban llevaban ocho años viviendo juntos. Para Elvira ésta era su primera
experiencia de vida en pareja; por el contrario, Esteban afrontaba su tercera
convivencia «prolongada».
Elvira se
había sentido razonablemente bien los tres primeros años, pero el nacimiento del
hijo de ambos, hacía cinco años, había marcado un antes y un después en la vida
de la pareja.
Por su
parte, Esteban creía que el problema fundamental no había sido el nacimiento de
su hijo, sino el cambio que Elvira había experimentado con la llegada del niño.
De hecho, él había sentido cómo había pasado a un segundo plano desde que Elvira
supo que se encontraba embarazada.
La
realidad, al margen de las hipótesis de ambos, es que apenas se hablaban, y
cuando lo hacían era para dirigirse mutuos reproches.
Elvira
estaba contemplando seriamente la posibilidad de separarse, pero le costaba dar
por fracasada su relación, y le entristecía el hecho de que el niño, a pesar de
que según ella su padre no le prestaba casi atención, estaba muy pendiente de
todo lo que él hacía o decía.
Esteban,
por su parte, había pensado en la posibilidad de separarse hacía tres años,
cuando tuvo una relación bastante intensa con otra mujer —relación que Elvira
desconocía—, pero ahora «le daba pereza volver a empezar de nuevo», sobre todo,
según nos decía, porque no había nadie que le llamase especialmente la atención,
aunque seguía teniendo sus «devaneos sentimentales», y porque en última
instancia, desde el punto de vista económico, perdería calidad de vida, pues ya
le pasaba una pensión a su primera mujer, por la niña que habían tenido en
común, y una segunda pensión y tener que comprar o alquilar otra casa mermarían
mucho sus ingresos.
Esteban
pretendía que llegasen a una convivencia más relajada, donde ambos se
concedieran cierta libertad: horarios, salidas independientes, poder quedar con
«amigos» propios, no exigir cuentas o explicaciones, poderse coger algún que
otro fin de semana cada uno por su parte... Elvira pensaba que para tener ese
tipo de convivencia, mejor se separaban.
Acordamos
que durante cuatro semanas trabajaríamos de forma independiente con ambos y
después nos reuniríamos para intentar ver cómo se encontraba cada uno, si
decidían continuar o dejarlo.
Elvira
sentía una insatisfacción enorme. Para ella la relación de pareja era
importantísima y encontraba que Esteban se la tomaba con mucha ligereza: «Es
como si ya no tuviera interés por mí —nos decía—. Al principio era encantador,
sensible, afectivo, detallista... y ahora ¡parece que le debes la vida!,
continuamente está insatisfecho, pone mala cara, el niño le cansa y le aburre,
no le apetece salir a ningún sitio, no me hace caso hasta que, de repente,
quiere tener relaciones y entonces se coge unos cabreos enormes, porque a mí no
me apetece, pero ¿cómo me va a apetecer?».
Esteban
contaba una versión muy distinta, para él la relación era normal: «¡La que
puedes esperar después de ocho años juntos! Lo que pasa es que Elvira cree que
yo tendría que llegar con un ramo de rosas cada día, decirle las tonterías que
decimos los hombres cuando queremos conquistar a una chica, mirarla
continuamente con ojos tiernos, jugar con el niño desde que llego a casa, ir al
cine o al teatro cuando a ella le apetece, ir a comer a casa de sus padres los
domingos..., en fin, ¡menudo panorama!». Esteban opinaba que Elvira era
demasiado romántica y había que convencerla de que las cosas no podían ser como
al principio, que eso no existía: «Si lo sabré yo, que hace tres años estuve a
punto de volverme a equivocar, pensando que esta vez era la definitiva, pero en
cuanto le dije a la chica que estaba pensando en separarme, se puso muy
posesiva, y cambió radicalmente; pasó de parecerle todo bien y mirarme con ojos
seductores a ¡dar órdenes!, una detrás de otra, ¡ya no veía el momento de que yo
se lo dijera a mi mujer!, todos los días me esperaba con una bronca, ya no
quería que me fuese a vivir a su casa, había que comprarse una casa nueva,
quería tener un hijo inmediatamente..., hasta que me di cuenta de que estaba a
punto de cometer el mismo error y rompí, poniendo tierra por medio».
Cuando le
pregunté a Esteban si él sentía que aún quería a Elvira, contestó encogiéndose
de hombros, y finalmente dijo: «Supongo que sí, pero más como compañera que como
pareja». Aproveché entonces para decirle que sus experiencias habían sido muy
distintas, y que él se encontraba en una fase en la que creía que el amor duraba
poco, prácticamente lo que la atracción del principio, pero Elvira aún no había
renunciado a vivir un amor intenso y duradero, un amor que se fortaleciera con
el tiempo y no se fuera desinflando día a día. No había terminado mi exposición
cuando Esteban, desencajado, interrumpió: «Pero eso no existe, eso son las
bobadas típicas de las mujeres». «Bien —continué—, eso es lo que Elvira siente,
y no está dispuesta a vivir lo que tú propones, porque para ella sería una
escenificación, una permanente mentira, y ni quiere ni puede representar un
engaño el resto de su vida. Tú das por hecho que ese amor que ella necesita no
existe; Elvira seguramente cree que tú no eres capaz de sentirlo, asume incluso
que quizá no encuentre ese amor en otra persona, pero no quiere aceptar que todo
lo que le queda por vivir en su vida es una relación donde no hay auténtico
afecto, donde prima la comodidad, el egoísmo de una de las partes —en este caso
el tuyo— y la conveniencia económica. Esteban: no le puedes pedir a una persona
que se desilusione para toda su vida, porque —concluí— no se puede vivir sin
ilusión y sin esperanza». «Entonces, ¿soy un fracasado, un inmaduro y un
egoísta?». «Tú eres quien tiene que contestar a esas preguntas —le dije—, pero
lo que conviene que tengas claro es que si no eres capaz de sentir amor, afecto,
cariño..., y lo que eso significa para una mujer; es decir, si no eres capaz de
actuar con generosidad, con ternura, con alegría...; si no eres capaz de mirar
con afecto, de sonreír con frecuencia, de disfrutar estando juntos, de sentir
que tu hijo es un regalo, no una condena..., entonces no tiene sentido seguir
juntos, por mucho que económicamente signifique un contratiempo. No le puedes
pedir a alguien que se resigne a no vivir, a no sentir, a no disfrutar, a
recibir constantemente miradas de reproche, de cansancio, de aburrimiento...;
miradas llenas de apatía, de falta de interés, de desamor, en suma».
Esteban
empezó a mirarme con enfado, pasó después al desagrado, a la incredulidad..., y
terminó finalmente por perder la mirada, buscando un horizonte que le devolviera
algo distinto, algo que no fuera el inmenso dolor que, de repente, le había
invadido. Finalmente me contestó: «Me dejas hecho polvo, hundido en la miseria».
«No te confundas —le dije—, te quedas donde estabas, lo que pasa es que antes te
negabas a verlo». Después de unos minutos de silencio y de profundo respeto por
mi parte, comenté: «Bien, Esteban, intenta encontrar en las próximas semanas ese
motor interno, que todos llevamos dentro y que nos puede conducir a una
existencia donde la esperanza y la ilusión venzan a la rutina, a la falta de
novedad, a los problemas que hay que afrontar en el día a día, al deseo que sólo
aparece intermitentemente...; en definitiva, que venzan a la falta de horizontes
y a la vivencia de fracaso que tú arrastras». «Y si no lo consigo, ¿qué me
espera?». «Tú sabes lo que te espera, por eso estoy segura de que esta crisis te
servirá para revisar tu vida, para ordenar tus sentimientos y, lo que es más
importante, para recuperar la mejor parte que hay en ti. ¡Ánimo, Esteban,
siempre merece la pena que nos miremos por dentro, cuando por fin hemos
aprendido a ver!».
Elvira
siguió un proceso muy diferente. Trabajamos mucho para que recuperase su
autoestima y su confianza en sí misma. En el fondo, a pesar de todas las
circunstancias en contra, luchaba desesperadamente por recuperar esa relación
que había vivido «al principio» con Esteban. Una y otra vez insistía en que, si
en un momento había existido esa conexión tan maravillosa entre ellos, con ayuda
tal vez podrían recuperarla.
A su buen
ánimo sin duda contribuía el cambio que estaba notando en Esteban. De todas
formas, nos centramos más en el proceso que ella debía seguir. Le costó asumir
lo siguiente:
No nos
podemos pasar la vida añorando lo que tuvimos y sintiéndonos mal por lo que no
tenemos.
Elvira
comprendió que tenía que mirarse ella misma, porque si estaba permanentemente
pendiente de Esteban, también dejaría su felicidad en sus manos. Tenía que
prepararse para asumir el control de su vida, para coger las riendas que le
permitieran dirigir su destino.
Si
conseguía recuperar esa conexión que había tenido al principio con Esteban
¡perfecto!, aunque ella sabía que sería otra conexión distinta, la que se puede
tener después de ocho años de convivencia y con las actuales circunstancias que
les rodeaban, pero lo importante era que estuviese preparada para seguir
adelante, y seguir bien, con ánimo y con fuerza, incluso si la relación con su
pareja actual no continuaba.
Vimos que
Elvira iba avanzando y ganando terreno, en la medida en que nos hablaba menos de
Esteban y más del proceso interno que estaba viviendo. Por fin, un día nos dijo
que se encontraba muy bien consigo misma, que se sentía capaz de volver a ser
feliz, que sabía que aunque ahora la relación con Esteban funcionaba mejor, no
se hundiría el mundo si definitivamente no seguían juntos; de hecho, ella misma
pidió una tregua antes de tomar la decisión definitiva de continuar o no con su
pareja.
Como era
muy aficionada a escribir, le pedimos, al igual que hacemos en otras ocasiones,
que resumiera el proceso que había vivido y las principales consecuencias que
había extraído. Llegados a este punto tuvimos varias sesiones conjuntas con ella
y con Esteban, éste también hizo su lista particular de «aprendizajes» y,
finalmente, acordamos que ambos necesitaban un tiempo de tranquilidad y de
encontrarse a sí mismos; necesitaban ver cómo se sentían cada uno consigo mismo
y en relación a su pareja. Este segundo aspecto no lo habríamos conseguido si no
hubieran estado un tiempo viviendo separados.
Después
de tres meses, que fue el tiempo que señalamos, ambos decidieron darse una nueva
oportunidad, y lo hicieron situándose en el mismo punto de partida.
Esteban
volvía con muchas ganas, otra vez se sentía como un joven ilusionado y
enamorado; había echado mucho de menos a Elvira y al niño y estaba decidido a
dejarse la piel en el intento. No obstante, antes de volver, le insistimos en
que no se trataba de repetir la misma historia, que al principio se sintiera muy
ilusionado y, al cabo de un tiempo, como le había ocurrido en otras ocasiones,
la rutina, la falta de novedad, de impulso o pasión sexual volvieran a hacer
mella en su ánimo, y se nos convirtiera en la persona desagradable, antipática y
egoísta que había sido. Le recordamos lo siguiente:
Sólo
cuando el amor se alimenta día a día seguirá creciendo, y lo hará si cuidamos la
relación con mimo, si nos esforzamos por entender al otro, por ayudarle, por
comunicarnos cuando estamos bien y cuando nos encontramos mal, si sacamos lo
mejor de nosotros mismos, si nuestros gestos y nuestras palabras, a pesar de las
circunstancias, de las coincidencias o desacuerdos, siempre reflejan el respeto
que nos tenemos y el cariño y la ternura que sentimos.
Elvira
estaba ilusionada ante esta nueva etapa; además se sentía muy fuerte y sabía que
podría superar una situación de separación definitiva. Por fin era realista y no
pediría que se repitieran las mismas escenas y las mismas emociones «que al
principio», pero tampoco toleraría una relación donde no imperasen el respeto y
el amor en la pareja.
Hicieron
su trabajo y elaboraron «unas chuletas» que repasarían con frecuencia y que
volverían a leer siempre que se encontrasen flojos, desengañados o con mal
ánimo.
Los
principales contenidos de estas chuletas eran:
1. Cada etapa tiene su forma de sentir el amor. No podemos esperar que los
adolescentes amen con la madurez de los adultos; ni que los adultos se queden
estancados en las primeras fases de su enamoramiento.
2. Cuando
las condiciones cambian, la relación debe adaptarse a las nuevas circunstancias,
y lo hará disfrutando al máximo de las posibilidades y oportunidades que nos
brinda cada momento, pero también afrontando conjuntamente los imprevistos,
problemas y retos que puedan surgir.
3. No
podemos confundir el amor con la fase de atracción inicial mutua que se da al
principio de la relación. Esa fase, por mucho que nos cueste aceptarlo, siempre
será transitoria.
4. El
hecho de que esa fase de atracción inicial mutua pase no significa que con el
paso del tiempo nuestro amor pierda intensidad.
5. La
novedad en la comunicación sexual pasará, pero si la cuidamos bien, dará paso a
otra comunicación más rica, más compartida y más continuada en el tiempo.
6. Las
expectativas idealizadas son propias de esa primera fase; no se trata de
añorarlas, sino de adaptarlas positivamente a todas las posibilidades que genera
la relación de pareja.
7. Si
sentimos que, al cabo del tiempo, no somos capaces de experimentar tanto afecto
por nuestra pareja como para conseguir que la convivencia sea agradable y
podamos generar nuevas expectativas y proyectos que nos ilusionen mutuamente,
será el momento de extraer los aprendizajes que nos ha aportado esa relación y
de saber cerrar esa fase con el afecto y el respeto que dos personas que se han
querido merecen.
Cuando
una relación se termina, no se acaban nuestra vida ni nuestras opciones de ser
felices; por el contrario, comienza una fase llena de posibilidades, donde la
experiencia y las enseñanzas acumuladas constituirán nuestros mejores baluartes.
Cualquier
situación anterior no fue mejor, fue distinta. El presente, que no el pasado,
puede ofrecernos nuevas y esperanzadoras emociones.
Al final
de la crisis tan fuerte que vivieron, Elvira y Esteban se sentían muy
satisfechos con el proceso que cada uno había experimentado; no obstante, no
podemos inferir por ello que ya siempre serán felices —aunque de momento siguen
muy bien—. De la misma forma, conviene asumir, desde la serenidad, que el final
en la relación de muchas parejas marca el principio de una etapa mejor.
Una vez
analizados los principales procesos que tienen lugar cuando añoramos esa primera
etapa de la relación, vamos a revisar otra de las quejas más frecuentes: ahora
no soy feliz.
|
|