LAS QUEJAS DE LAS PAREJAS
Casi
todos nosotros, independientemente de nuestra edad, seguro que estamos
familiarizados con la mayoría de las quejas que, una y otra vez, escuchamos a
los demás o a nosotros mismos, cuando las dudas o las insatisfacciones hacen
acto de presencia en las relaciones.
Hay
personas que parecen tener una facilidad extrema para «enamorarse», pero este
hecho, lejos de ser una ventaja, pronto empieza a convertirse en un
inconveniente.
Es lógico
que los adolescentes y la gente muy joven crean estar enamorados en cuanto
sienten cierto interés o atracción por una persona; pero esos enamoramientos se
nutren más de ilusiones y emociones que de sentimientos arraigados, profundos y
duraderos. Con la misma frecuencia que se enamoran, se desenamoran y vuelven a
enamorarse en poco tiempo. En realidad, lo que hacen es formarse una imagen
irreal, casi idílica, de la persona que es objeto de su interés. El problema
empieza cuando, por ignorancia y desconocimiento, esos desengaños los viven con
tal profundidad, que les convierten en víctimas muy vulnerables. Entonces su
dolor no parece tener consuelo, y pronto se sienten desesperados, hundidos y
decepcionados del mundo y de la vida.
Un hecho
digno de constatar es que cada día vemos a más adolescentes y jóvenes en las
consultas de psicología, inmersos en crisis profundas de ansiedad y abatimiento,
que han tenido como desencadenante un desengaño amoroso.
En estas
edades todo se vive con una intensidad extrema, y en muchas ocasiones, detrás de
una crisis personal o un bajo rendimiento en los estudios, se esconde una
profunda decepción, un sentimiento de abandono que no parece encontrar consuelo.
Sin
embargo, por extraño que parezca, esta intensidad, este dolor inmenso puede
repetirse años después.
En las
relaciones afectivas, la experiencia no parece que nos sirva de vacuna o
protección cuando llegan las crisis o aparecen las dudas.
Volvemos
a enamorarnos y a sufrir como adolescentes. Personas adultas, triunfadoras
profesionalmente, con fuerte arraigo familiar y social, pueden experimentar
enormes dudas en el ámbito afectivo, que les desestabilizan y les hacen sentirse
infelices.
La
diferencia fundamental es que los jóvenes manifiestan sus quejas hacia el
exterior; fundamentalmente se las comunican a sus amigos/as. Por el contrario,
cuanto más avanzamos en edad, más se quedan dentro de nosotros y más sufrimos en
silencio. ¡Cuántas personas, con una vida aparentemente feliz y tranquila,
esconden profundas decepciones que les llenan de desesperanza!
Pero si
analizamos las quejas más frecuentes, observamos como en realidad son las
mismas, aunque se manifiesten con un lenguaje distinto. A los quince, a los
veinte, a los cuarenta o a los setenta años, las quejas más habituales son:
— El/ella
ya no tiene interés por mí.
— Ya no
me quiere.
— Todo
parece molestarle.
— Le da
igual cómo me sienta.
— ¡Con lo
agradable que era al principio!
— ¡Cómo
ha podido cambiar tanto!
— No hay
comunicación entre nosotros, no me escucha (queja más frecuente en las mujeres).
— No para
de hablar, no hay quien la entienda (queja más unánime entre los hombres).
— ¡Qué
egoísta y qué poco maduro es! (lo dicen más las mujeres).
— ¡No
para de exigir, nunca está satisfecha! (lo dicen más los hombres).
— ¡Sólo
le interesa el sexo! (reproche típico pronunciado por las mujeres).
— No se
preocupa por los niños, la casa..., le da igual, ¡como al final sabe que todo lo
termino haciendo yo! (refiriéndose a los hombres).
— El con
su trabajo, ¡ya tiene bastante!
— ¿Por
qué lo complica y lo hace todo tan difícil? (refiriéndose a las mujeres).
La lista
sería interminable, pero si nos fijamos, la mayoría de las quejas expresan
decepción, dolor, desengaño, insatisfacción...; en definitiva, falta de
sensibilidad.
Con las
quejas llegan las alarmas, y con ellas el peligro a las relaciones. Muchas se
podrían resolver bien si, como ya hemos señalado, los hombres y las mujeres
tuviéramos un conocimiento más profundo y realista sobre nuestras diferencias y
nuestras formas de sentir.
Desgraciadamente, esas quejas, que tarde o temprano aparecen en la mayoría de
las relaciones, nos llenan de pesimismo, nos confunden y nos sumergen en un
laberinto sin salida.
Vamos a
intentar ofrecer algunas claves que nos permitan analizarlas desde el sentido
común, y no desde la insatisfacción.
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