LAS
MUJERES NO SON PESADAS, SON EXPRESIVAS
Cualquier
personan que tenga el privilegio de poder observar «en directo» a niños y niñas,
se maravillará ante las diferencias que manifiestan ya desde bebés.
Los niños
pequeños, en general, tienden a ser más brutotes, más espontáneos y menos
controlados.
Por el
contrario, las niñas son más observadoras, se pasan el día analizando lo que
ocurre a su alrededor; rápidamente establecen diferencias en función de las
personas que las rodean, y su conducta está más mediatizada por lo que ocurre a
su alrededor.
Poco a
poco, y en la misma medida que los niños ganan en fuerza y en desarrollo físico,
las niñas empiezan a sobresalir en el uso del lenguaje.
A ellos
les gustan los juegos de movimiento, todo es correr, echar carreras, subir,
bajar, trepar, reptar, darle a la pelota..., y las niñas poco a poco se decantan
por los juegos más tranquilos y sedentarios: hablan mucho entre ellas, pero
también lo hacen con sus juguetes, hacen comiditas, juegan a las casitas,
empiezan a desarrollar cierto sentido de la estética y suelen ser más
presumidas.
Muchos
niños se sienten incómodos con ellas, les parecen «repipis» y muy
«marimandonas»; la realidad es que les llevan ventaja en los aspectos esenciales
de la comunicación; tienen mejor lenguaje comprensivo —entienden antes lo que
les dicen— y están más adelantadas en su lenguaje expresivo.
Las niñas
hablan mejor, se explican mejor, escriben generalmente mejor y son más ricas en
su comunicación no verbal.
Al final
se produce una regla muy lógica: tendemos a practicar más aquello que nos
resulta más sencillo; por el contrario, intentamos evitar lo que nos resulta más
difícil o más incómodo. Lógicamente, cuanto más practicamos un área más la
desarrollamos y más terminamos disfrutando con ella.
Las niñas
acaban siendo unas expertas en el complejo arte de la comunicación, y los niños
cada vez adquieren mayor rapidez y fuerza en sus movimientos físicos. Las niñas
saben que corren menos que sus compañeros, y éstos son conscientes de que se
expresan peor que ellas.
Cuando
son adultos, en gran medida, estos niños y estas niñas repiten parte de los
patrones y estereotipos que aprendieron desde pequeños y que han ido
consolidando en las diferentes etapas de su desarrollo.
Las
mujeres, producto de su capacidad de observación y de sus habilidades de
comunicación, observan muy bien, casi pueden escudriñar a las personas que
tienen al lado, incluso pueden escuchar varias conversaciones a la vez, porque
han adquirido un hábito que ha marcado en ellas una conducta prácticamente
automática. Los hombres, por el contrario, no tienen este hábito y les cuesta
mantener su observación, si ya les supone esfuerzo escuchar una conversación,
pedirles que oigan varias a la vez puede producirles auténtico malestar físico;
ellos tienden más a hablar que a escuchar, y se fijan menos en la conducta no
verbal.
El
resultado final es que las mujeres captan muy bien el lenguaje de las emociones,
que se transmite fundamentalmente a través de los gestos, no de las palabras;
mientras que los hombres son menos hábiles en este aspecto, por ello se enteran
menos de las emociones que expresan las personas que les rodean y dejan ver
abiertamente sus propias emociones. Por otra parte, cuando se enteran, se
sienten muy perdidos, los hombres no saben cómo actuar cuando las mujeres
muestran sus sentimientos, se sienten muy inseguros y desconcertados, y por ello
optan por no preguntarles, creyendo que ellas, al igual que les ocurriría a
ellos, los podrán resolver pensando en silencio. Por otra parte, a los hombres
generalmente se les nota antes cuando mienten, pero les cuesta mucho ver cuando
mienten los demás; no suelen estar atentos a las discrepancias que se dan entre
el lenguaje verbal y no verbal. Un hombre tendrá más probabilidades de que la
mujer no le descubra una mentira si la cuenta por teléfono; si lo hace «en
directo», la mayoría de las veces sus gestos le traicionarán. Las mujeres
descubren antes a un hombre que tiene «un lío»; por el contrario, la mayoría de
los hombres no se enteran de las posibles «infidelidades» de sus mujeres.
Otro
problema importante en la comunicación es que las mujeres tienden a hablar con
indirectas y entre ellas se entienden, casi es un estímulo intelectual, pero a
los hombres les cuesta mucho entender estas indirectas y no comprenden por qué
las mujeres complican todo tanto —¿por qué no dicen lo que quieren?, se
preguntan desconcertados—. Ellos tienden a ser más directos y hablan con frases
cortas y precisas.
En
resumen, las mujeres son más expresivas; los hombres ganarían mucho si mejorasen
su capacidad de expresión. Las mujeres ya se han aplicado a mejorar sus
competencias físicas; los gimnasios hace tiempo que dejaron de ser un sitio
donde iban mayoritariamente los hombres, pero las bibliotecas no han
experimentado un crecimiento similar y la proporción de chicos sigue siendo
inferior a la de chicas.
Desde las
escuelas, pero también desde las familias, el desarrollo de una mayor
expresividad de los chicos debería constituir uno de los objetivos prioritarios,
sobre todo en las primeras edades. Recordemos que el 80 por ciento de la
capacidad intelectual de una persona se desarrolla en los seis primeros años, y
que es precisamente en esa etapa cuando se forman los constructos del carácter,
lo que llamaríamos las bases de la personalidad.
Si la
expresividad es distinta, lógicamente las manifestaciones afectivas también
serán diferentes. Aquí tenemos otra área vital, pues:
El
afecto es a la relación lo que la respiración a la vida. Una pareja no puede
permitirse una afectividad insatisfactoria.
|