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¿VALE LA PENA INTENTAR SEGUIR JUNTOS?

En realidad, en el espacio anterior ya hemos contestado a esta interrogante. Como decíamos, merece la pena sólo si lo que hemos vivido nos llenó de satisfacción, de equilibrio y plenitud, y si ambos aún compartimos lo esencial del amor: entiéndase el respeto, la generosidad, la admiración y el deseo de intentarlo hasta desfondarnos, con lo mejor que llevamos dentro.

 

¡No hay esfuerzo mejor empleado que el que se realiza para superar las dificultades que todo gran amor entraña!, y no hay esfuerzo más baldío que el que se aplica a sentimientos agotados, a esperanzas perdidas o a emociones contrapuestas.

 

El caso de Ana y Andrés puede ilustrarnos este espacio.

 

El caso de Ana y Andrés

Ana y Andrés vinieron a la consulta para ver sí existía alguna posibilidad de recuperar su relación.

La persona más empeñada en intentarlo hasta el final era Ana. Andrés, por el contrario, parecía convencido de que su relación hacía tiempo que había terminado, pero ante la presión de Ana, había decidido acudir a la consulta; pensaba que de esta forma, al menos, no escucharía cada día sus reproches y, además, en lo más profundo de sí mismo, esperaba que fuese un profesional el que convenciera a su pareja de lo absurdo de empeñarse en un imposible.

Ambos superaban ya la treintena, estaban bien situados profesionalmente y arrastraban un largo historial de relaciones insatisfactorias, decepcionantes y poco estables en el tiempo.

Con estos antecedentes se pusieron en nuestras manos.

Como siempre, después de la primera entrevista, lo primero que hicimos fue empezar a trabajar por separado con cada uno de ellos.

Normalmente las parejas esperan que empecemos a trabajar con los dos juntos desde el primer día, pero no tiene mucho sentido repetir en el marco de la consulta las situaciones y las discusiones que tienen lugar en la pareja, si antes no hemos trabajado con ellos cómo enfocar y analizar el problema.

Sólo volvemos a juntarlos cuando hemos constatado que cada uno comprende perfectamente qué ha pasado, cuál es el origen de las dificultades que han tenido, por qué la otra persona reacciona como lo hace y, lo que es más importante, cómo debe abordar, a partir de ahora, la relación con su pareja.

Pronto vimos que Andrés ya no estaba enamorado de Ana, que en el mejor de los casos sentía cierto cariño y lástima por ella, pero nada parecido a ese amor que es capaz de superar dificultades y desencuentros.

Ana tampoco estaba enamorada de Andrés, pero no se resignaba a perderlo. Había recreado una imagen que en nada se parecía a la realidad, por lo que constantemente se estrellaba entre lo que quería, lo que sentía, lo que esperaba y lo que su pareja podía ofrecerle. Una y otra vez se desesperaba con sus pensamientos y sus análisis; pensaba que todo el problema era que Andrés seguramente le había sido infiel, y que ahora estaba asustado ante el compromiso que ella le pedía; lejos de admitir las evidencias, creía que la solución era forzar la convivencia, y por ello reclamaba una fecha para irse a vivir juntos. Lo único que había conseguido con esa actitud era que Andrés se sintiese muy presionado y reaccionara a veces desapareciendo durante días, no dando señales de vida, ni cogiendo el teléfono...

Nos costó mucho convencer a Ana de que se estaba empeñando en un imposible; que ambos eran profundamente diferentes, que sus intereses no coincidían, que sus formas de ver la vida eran antagónicas, que no existía entre ellos ese amor que hubiera podido derribar las barreras que se habían levantado entre ambos.

También nos supuso un gran esfuerzo liberar a Andrés de tanta presión, de tanta culpabilidad, de esa profunda convicción que le hacía sentirse incapaz de poder amar a alguien.

Al final, prácticamente no llegamos a estar con los dos de forma conjunta, sólo los reunimos para exponerles las evidencias que, desde el punto de vista psicológico, resultaban irrebatibles.

Lo que sí hicimos fue trabajar de forma individualizada con cada uno de ellos durante varias sesiones. Con Ana fue necesario proporcionarle claves nuevas, que le ayudaron a revisar y analizar su vida y, sobre todo, a recuperar la esperanza. Al final se dio cuenta de que era una persona de gran valía, pero llena de inseguridades e insatisfacciones, que provocaban en ella conductas exigentes y manipuladoras con sus parejas. Cuando aprendió a conocerse y supo profundizar en las diferentes formas de vivir el amor, dejó de exigir para pasar a compartir; se sintió mejor con ella misma y abandonó ese victimismo que tanto la había perjudicado.

Para Andrés fue una auténtica liberación, pero también, como él mismo apuntó, un gran aprendizaje. Se dio cuenta de que las mujeres sienten de forma diferente, que la pasión se termina pasando, que el auténtico amor hay que trabajarlo cada día, que la solución no está en dar lo que te piden hoy, sino en saber si, por encima de todo, quieres a esa persona; si deseas seguir con ella y estás convencido de que sois complementarios; si te produce gran felicidad pensar en ella y profunda desdicha imaginarte su ausencia...

Pronto Andrés comprobó que sentía alivio, más que tristeza, al pensar que podía decidir libremente si continuar o no con Ana; que no tenía obligación de seguir con una persona que le hacía sentirse injustamente tratado; que el amor no era manipulación, ni tiranía.

 

Andrés aprendió que las mujeres no somos fáciles, pero no somos ni mejores ni peores que ellos, somos diferentes; a veces tan diferentes que resultamos casi incomprensibles para el género masculino; de la misma forma que algunos hombres pueden resultar imposibles para muchas mujeres; afortunadamente, con frecuencia se produce esa relación «casi perfecta», que cada vez se basa más en el conocimiento y en el respeto de las diferencias.

 

Andrés y Ana no terminaron como pareja, ni tan siquiera como amigos, pues Ana sentía aún demasiado dolor para mirar a Andrés y no ver en él a alguien que le había decepcionado. Afortunadamente, a medida que fue recuperando su equilibrio y su confianza, pudo darse cuenta de que había tenido enfrente a una buena persona, con la que no podía vivir el amor que ella había deseado, pero a la que podía llamar en un momento de apuro o desesperanza. En definitiva:

 

Merece la pena intentarlo cuando hay amor, cuando ese amor nos llena de felicidad y de esperanza, y cuando ambos libremente, sin condicionantes de ningún tipo, manifiestan su firme voluntad de superar las barreras y circunstancias adversas que están viviendo.

Cuando el deseo de continuar sólo viene de una de las partes, debemos aprender a respetar la decisión del otro. Ahí nuestra grandeza no será exigir o manipular, sino sabernos retirar a tiempo y, cuando nuestro equilibrio nos lo permita, ofrecer nuestra ayuda y nuestra generosidad, sin intereses ocultos ni exigencias enmascaradas.

 

 

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