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LO QUE NOS ACERCA

«No me identifico en nada con mi pareja»; «No compartimos nada»; «No coincidimos en nada»; «No me siento cerca de mi pareja»; «Nuestros gustos son diferentes»; «Ahora no hay nada que me guste de él/ella»... Éstas son expresiones muy típicas que nos manifiestan los miembros de las parejas que se encuentran en situaciones de crisis.

A pesar de todo, incluso en esas parejas, seguro que hay áreas en las que se encuentran más cerca.

Resulta sorprendente comprobar cómo parejas que se sintieron fuertemente impactadas y llenas de una energía desbordante al comienzo de su relación, que les hizo sentirse en la cima de sus ilusiones y emociones, transcurrido un tiempo, sienten con parecida intensidad un miedo que les llena de dudas, y que parece anunciarles el final de su relación. Es como si hubieran pasado del «todo» a la «nada» en sus sentimientos y en sus afectos.

No es fácil analizar objetivamente cuál es la realidad en esos momentos de incertidumbre. Afortunadamente, en muchos casos las circunstancias no son extremas; no obstante, vamos a intentar ofrecer algunos «recursos» que nos ayuden a ver lo que aún tienen en común, o lo que puede servirnos de ayuda en una pareja que está en crisis, o que quiera mejorar su situación actual, o que esté bien, pero desee asegurarse el éxito futuro de su relación.

Ya hemos comentado en espacios anteriores que una vez que empiezan las dudas, la rutina, los problemas y dificultades del día a día, cuando sentimos cierto vacío o cansancio, tenemos más tendencia a estar atentos a los aspectos negativos que a los positivos, y esto constituye una tragedia, tanto para nuestra vida personal, como para nuestra vida social, pero muy especialmente para nuestra convivencia y nuestra relación de pareja.

En esos instantes «duros», en esos momentos de crisis, conviene que tomemos un poco de distancia y comprobemos de forma objetiva la realidad actual de nuestros sentimientos.

Un test que puede resultarnos muy útil es la puesta en marcha de lo que los psicólogos llamamos el «Día del Amor».

Una de las ventajas que tiene este test es que podemos realizarlo aunque sólo estemos tratando a uno de los miembros de la pareja; si las dos personas están siguiendo un programa conjunto, lo hablaremos primero con uno de los integrantes y al otro no le diremos nada, hasta que vea por sí mismo las consecuencias que ha tenido esta práctica en la relación de ambos y en sus emociones respectivas.

Cualquier persona que esté navegando por este espacio y que quiera saber si, efectivamente, aún es capaz de sentirse bien esforzándose por mejorar la relación con su pareja, y además desee comprobar hasta dónde puede influir en la conducta y los sentimientos de las personas que le rodean, podrá poner en marcha el «Día del Amor».

Con frecuencia pensamos que hay conductas que las personas no podemos modificar, que se deben a eso que popularmente llamamos la personalidad de cada uno. La realidad es que la conducta de uno influye en la del otro; de tal forma que si queremos cambiar la conducta de nuestra pareja, o de una persona cercana, deberemos introducir algunas modificaciones en nuestras conductas para favorecer ese cambio.

En concreto, el «Día del Amor» consiste en que la persona que lo vaya a realizar aumentará de forma muy significativa el número de conductas positivas que habitualmente tiene con la otra persona. Es decir, ese día, a pesar del comportamiento que manifieste la pareja, tratará de hacer, decir o facilitar situaciones que resulten de su agrado, y lo hará tanto si las circunstancias favorecen esas manifestaciones, como si las dificultan. De esta forma, comprobará cómo su conducta influye en el otro; es decir, cómo cuando él/ella cambia su modo de comportarse, cambia el modo de comportarse de su pareja.

Será muy importante que la persona registre —escriba literalmente— el efecto que produce su diferente forma de comportarse. Pondrá qué es lo que ha hecho, cómo ha reaccionado el otro, qué ha vuelto a hacer él/ella, cómo ha vuelto a responder la pareja, qué emoción le ha suscitado el cambio de actitud por parte de la pareja, cómo ha vuelto a actuar él/ella...; así aumentamos el refuerzo que ha obtenido con su cambio de actuación, a la par que incrementamos su control de la situación.

Con frecuencia, cuando la otra persona hace algo que nos ayuda a sentirnos bien, pensamos que es su obligación, que no tiene demasiado mérito. Este es otro de los errores que no podemos cometer en nuestras relaciones. Si pensamos que los otros tienen determinadas obligaciones, no les reforzaremos por esas conductas, no les mostraremos nuestro agrado y nuestro reconocimiento, y pronto las extinguiremos; es decir, conseguiremos que la pareja deje de hacerlas. Si cuando llegamos a casa pensamos que el otro tiene que escucharnos «por obligación», porque es nuestra pareja, y no le mostramos nuestro bienestar y nuestro agradecimiento cuando lo hace y, por el contrario, le manifestamos nuestro desagrado cuando no lo hace, de esa forma sólo conseguiremos que deje de escucharnos o lo haga transmitiendo la pesadez y el escaso entusiasmo que le supone hacerlo.

El caso de Victoria y Valentín puede ayudarnos a entender los efectos de este «ejercicio», a veces mágico.

 

El caso de Victoria y Valentín

Victoria y Valentín llevaban siete años de convivencia, tenían una hija de cuatro años y estaban atravesando una crisis importante.

Valentín no tenía claro si quería continuar con esta relación que, en principio, ya no le entusiasmaba y le hacía sentir que estaba renunciando a vivir su propia vida.

Le costaba tomar la decisión por la hija que ambos tenían, a la que él quería por encima de su propia pareja, pero pensaba que si esta relación seguía con tan poco entusiasmo, al final la niña notaría que entre sus padres no había ilusión, ni cariño, ni cosas en común.

Valentín vino a vernos para decidir si debía separarse y, en ese caso, cómo hacerlo para que a la niña le afectase lo menos posible.

Victoria sabía que Valentín había decidido ir al psicólogo, pero se encontraba muy enfadada con él, pues pensaba que llevaba varios años comportándose de una forma muy egoísta, por lo que dijo que sólo vendría un día para exponernos su visión de la situación.

Efectivamente, Victoria vino a las dos semanas de la visita de Valentín, para decir que estaba hasta el último pelo de tener que cargar ella con todo el trabajo de la casa, de la niña..., y encima aguantar a una pareja que actuaba como un niño malcriado, que requería toda la atención para él. Dado que estaba decidida a no volver, y que en realidad apostaba muy poco por la continuidad de la pareja, decidí aprovechar su visita para obtener la máxima información, y le pedí, entre otras cosas, que por favor confeccionase dos listas. En una escribiría diez conductas placenteras que ella estaba dando a Valentín —al menos durante las dos última semanas—, y en la otra pondría diez conductas placenteras que estaba recibiendo por parte de Valentín, también en las dos últimas semanas. (Este es otro ejercicio que utilizamos mucho en terapia de parejas).

Tal y como nos temíamos, Victoria escribió sin problemas las diez conductas placenteras que ella estaba dando a Valentín, pero sólo escribió cuatro conductas placenteras que estaba recibiendo de él y, curiosamente, las cuatro en relación a Cristina —la hija de la pareja—. En concreto, las únicas conductas placenteras que recibía de Valentín eran: bañar a la niña y jugar con ella durante el baño, estar con la niña mientras cenaba, llevar a la niña a la cama y contarle un cuento hasta que se dormía y dar de desayunar los fines de semana a la niña y jugar con ella hasta que Victoria se levantaba.

Tuvimos que retroceder varios meses atrás hasta que consiguió encontrar diez conductas de Valentín que a ella le hacían sentirse bien.

Quedamos en que volveríamos a verla en dos meses, aunque ella podría llamarnos y solicitar en cualquier momento una nueva sesión.

Con estos antecedentes nos dispusimos a trabajar con Valentín, y lo hicimos entrenándole en habilidades de comunicación: cómo escuchar mejor, cómo transmitir información positiva, cómo controlar su conducta no verbal de desagrado, cómo favorecer un clima relajado y cordial, cómo intensificar las muestras de cariño y afecto... Simultáneamente trabajamos con él en el reconocimiento de sus propias emociones, en el análisis de sus insatisfacciones y en el control de algunas conductas negativas.

Pasado un mes desde la visita de Victoria, le pedimos que hiciera el ejercicio del «Día del Amor». En concreto, se esforzaría por realizar aquellas conductas placenteras que tanto valoraba Victoria, y que hacía tiempo que no manifestaba (sorprenderle con alguna propuesta que le hiciera ilusión, llamarle al trabajo para preguntarle cómo estaba, presentarse en casa con algo comprado para cenar, alabarle su físico, ofrecerle muestras de cariño, darle un masaje, preguntarle por sus problemas con sus compañeros...); igualmente, se mostraría especialmente atento para reforzar a su pareja por su conducta. (Por ejemplo: «¡Qué contenta está siempre la niña a tu lado!, «¡qué bien supiste salvar ese problema con tu jefe!», «¡cómo me gusta tu forma de hablar!»...). El anotaría fielmente todo lo que sucediese ese día, lo que él hacía, lo que hacía Victoria, cómo reaccionaba ella, qué volvía a hacer él...

El resultado fue espectacular, tanto, que Valentín, antes de volver a la consulta, repitió el «Día del Amor» en dos ocasiones más. Por primera vez en muchos meses se sentía feliz, había vuelto a ver esos ojos brillantes, llenos de cariño, que tanto le gustaban de Victoria; se había sentido como un adolescente, lleno de emoción, esperando las respuestas de Victoria a sus conductas positivas; habían hecho el amor como años atrás —aspecto este al que siempre están muy sensibilizados los hombres—, y había salido corriendo del trabajo para llegar pronto a casa y seguir sorprendiendo a Victoria con sus conductas. Valentín estaba feliz y, lo más importante, se había dado cuenta de que aún quería mucho a su pareja; que cuidando la relación, mimando la convivencia, mostrándose especialmente sensible en los momentos difíciles..., volvía a sentirse feliz, recompensado e ilusionado con esa vida en común.

Cuando vino Victoria, su semblante era muy diferente; teníamos ante nosotros a una persona esperanzada, llena de ánimos y con un rostro que reflejaba la felicidad que sentía.

Esa felicidad que nos «embellece» y nos hace sentirnos privilegiados. «¿Estoy viviendo un espejismo —me preguntó—, o una realidad?». «Estás viviendo —le contesté— lo que tú y Valentín lleváis dentro; aquello que os hizo enamoraros el uno del otro, y que el paso del tiempo, la llegada de la rutina, la irrupción de los múltiples problemas, el desgaste de la convivencia... habían desdibujado». «Pero sigue estando ahí», exclamó con fuerza Victoria. «¡Claro que está! —le comenté—, y tú lo sabes mejor que nadie, pues tú vives tu realidad día a día, y sufres o disfrutas con esa realidad». «Por favor, necesito saber si esto va a continuar, no quiero ilusionarme y entregarme como lo estoy haciendo, si de nuevo voy a sufrir dentro de unos meses», «De ti depende, Victoria, de ti y de Valentín, pero si seguís mimando vuestra relación, si cada día intentas ofrecer algo agradable, si verbalizas lo bien que te sientes cuando ves cosas que te agradan en Valentín, si te esfuerzas por estar atenta a lo positivo y respondes con afecto, en lugar de con resentimiento, ¡lo lógico es que vuestra relación cada vez esté más consolidada!, pues si lo analizamos despacio, no existen diferencias insuperables entre vosotros».

La semana siguiente tuvimos una sesión los tres juntos, y les pregunté qué había sido lo que más les había impactado del proceso que habían seguido; qué creían haber aprendido. Cada uno expuso sus vivencias, pero las principales conclusiones fueron:

 

Si te esfuerzas, puedes cambiar las emociones del otro, incluso en las peores circunstancias.


— Tú siempre tienes la libertad de enfadarte o seguir tranquilo/a; tu estado emocional no depende de lo que él otro haga, depende de lo que tú te estés diciendo internamente a ti mismo/a y de la confianza que tengas en tu persona.

— Si cambiamos nuestras costumbres negativas y empezamos a estar atentos a todo lo positivo que hace la otra persona, y a todo lo positivo que podemos hacer nosotros, inmediatamente nos sentiremos mejor.

— A medida que nos acostumbramos a pensar y a actuar en positivo, cada vez nos cuesta menos hacerlo y obtenemos mejores resultados.

— El «Día del Amor» nos hace sentir la fuerza y el poder que llevamos dentro para provocar emociones placenteras en el otro y en nosotros mismos. No deberían pasar tres días sin que al menos uno de ellos hubiera sido el «Día del Amor».

— La comunicación «de verdad», en positivo y realizada desde el cariño, nos puede mostrar muy bien cómo seguir ayudándonos mutuamente y cómo alcanzar la complicidad que le pedimos a nuestra pareja.

— Si nos esforzamos y recordamos las cosas que nos unieron al principio de la relación, será más fácil que volvamos a encontrar qué es lo que nos sigue uniendo y contra qué debemos luchar para que no nos separe.

 

Los niños son un fruto maravilloso de la pareja, pero ni sustituyen a ésta, ni significan una garantía que impida su ruptura.

 

— Si la relación de pareja no está definitivamente rota, y aún tenemos fuerzas e interés por encontrar «puntos de acuerdo», terminamos descubriendo muchos más puntos en común de los que creíamos.

 

Si la convivencia es el mayor peligro de la pareja, no podemos llegar a casa agotados de ideas y de afecto. Dejemos parte de nuestra creatividad para esa convivencia en común, y potenciemos cada día nuestras muestras de cariño y de ternura.

 

— Proyectemos y estimulemos actividades en común, aquéllas en las que ambos disfrutamos; pero no olvidemos que también tenemos el derecho y el privilegio de poder hacer esas otras actividades en que nuestros gustos no coinciden, siempre y cuando no supongan una falta de respeto a la dignidad de nuestra pareja.

 

La relación de pareja es diaria, y diariamente nos deberíamos preguntar qué hemos hecho y podemos hacer para mimar y cuidar esa relación.

 

— La vida es una carrera continua, llena de metas y de obstáculos; cuando alcanzamos las metas, disfrutamos, y cuando superamos obstáculos, aprendemos y nos fortalecemos. Vivir en común es una meta, pero ni es el final de una carrera, ni podemos pensar que estará libre de obstáculos. Los dos integrantes de la pareja se sentirán bien si potencian sus cualidades y forman un buen equipo; un equipo equilibrado, sin desajustes, donde sus integrantes compartan los objetivos, las tácticas y las estrategias comunes; un equipo, en definitiva, que resulte ilusionante y recompensante para sus miembros.

— Si en una pareja uno de los integrantes se comporta como un «ladrón», que nos roba nuestros sentimientos y nos deja sin emociones que nos llenen de alegría, y sin ilusiones que nos ayuden a luchar cada día, esa pareja no funcionará, pues uno de los integrantes del equipo no actúa honestamente, se aprovecha del trabajo, del esfuerzo y de la generosidad del otro. Si en el equipo un miembro de la pareja actúa desde el egoísmo y la mentira, cuanto antes le dejemos solo, antes terminaremos con un sufrimiento inútil y una agonía inmerecida.

— No hay cosas que universalmente nos unan o nos separen. Cada pareja intentará potenciar sus puntos de encuentro, pero si lo que les separa prevalece sobre lo que les une, no deberán empeñarse en un imposible.

 

Victoria y Valentín aprendieron que, en su caso, aún merecía la pena luchar; aún sentían ese amor que les unía más allá de sus diferencias, pero ese amor no sería suficiente si no aprendían a cuidarlo, a mimarlo y a potenciarlo cada día. La reciente crisis vivida era un claro exponente de ese peligro que subyace en la mayoría de las relaciones: el peligro de la monotonía, de la falta de novedad, del desgaste diario, del agotamiento al que llegamos por nuestro ritmo de trabajo y de obligaciones, por esa vida que cada día parece pertenecemos menos, y se nos vuelve más complicada, más difícil y menos solidaria. En definitiva:

 

No hay aspectos que unan universalmente a hombres y mujeres. Cada persona es única, y como tal intentará encontrar en la pareja a la persona que potencie sus cualidades y mitigue sus defectos; esa persona que le haga vibrar de alegría y de ilusión; que provoque sus sueños, que sea objeto de su cariño y destino de sus emociones.
 

 

Lo que más une es la coincidencia en los valores fundamentales, el respeto a las ideas ajenas y el diálogo permanente como forma de superar las diferencias.

Cada pareja que experimente dudas sobre su situación actual, haría bien en realizar el sencillo test que mide su nivel de felicidad, satisfacción o insatisfacción en su relación de pareja. A partir de ahí, podrá completar el cuestionario de áreas de compatibilidad-incompatibilidad en la pareja , y finalmente hará la lista de las diez cosas agradables que ha hecho durante las dos últimas semanas para agradar a su pareja, y las diez cosas que su pareja ha hecho, durante el mismo periodo de tiempo, y que le han agradado.

Si el resultado final es que aún hay mucho cariño en la pareja, mucho respeto y muchas coincidencias en lo fundamental, será el momento de empezar a introducir cambios en la forma de comunicarse; especialmente cambios que ayuden a estar más sensibles a todo lo que hay de positivo en la relación, y que predispongan favorablemente para poner en práctica muchos «Días del Amor».

Con este objetivo, nos resultará muy útil dejar de cometer esa serie de «errores» que resultan tan frecuentes en la mayoría de las relaciones de pareja, a la par que potenciaremos las principales «reglas de oro» que favorecerán la consecución de relaciones sanas, positivas y equilibradas.

Empezaremos por los errores, y éstos los veremos en los siguientes espacios.

 

 

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