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DIFERENCIAS ENTRE EL HOMBRE Y LA MUJER
Uno de
los aspectos que más nos llama la atención a los expertos, y que nos hace
aprender cada día, es la observación de las conductas y reacciones de las
personas que nos rodean.
Seguramente muchos navegantes se habrán encontrado en medio de una conversación,
entre un grupo de hombres y mujeres, en que llega un momento en que unos y otras
empiezan a posicionarse. Las mujeres se miran con cara de complicidad y los
hombres se cruzan gestos, a veces de forma un poco teatral, donde pretenden
mostrar su infinita paciencia ante lo que están escuchando.
Parece
que a las mujeres les resulta más fácil entenderse entre ellas, y los hombres,
salvo cuando buscan cierto protagonismo, se sienten más cómodos ante un
auditorio masculino, que no les va «a dar la lata», preguntándoles el porqué de
cada cosa que dicen.
Es como
si hombres y mujeres consiguieran estar bien juntos durante un ratito, pero
cuando se terminan las conversaciones triviales o profesionales, empiezan a
sentirse algo incómodos.
Por supuesto, también están los tópicos, que en nada ayudan a ese entendimiento
más continuado y que, ciertamente, con más frecuencia de la que cabría esperar,
algunos hombres y mujeres parecen empeñados en seguir al pie de la letra. Me
estoy refiriendo a esa fama de que los hombres sólo saben hablar de fútbol, de
sexo, de trabajo, de coches... —más o menos por ese orden—, y las mujeres se
pasan la vida hablando de sus «chismes», de ropa, de compras, de dietas, de
recetas de cocina, de los niños, de los artistas y personajes famosos —no
necesariamente por ese orden—.
La
mayoría sabemos que los hombres leen tanto las revistas del corazón como las
mujeres; la diferencia es que ellos las complementan con los diarios deportivos
y las mujeres con las revistas de decoración.
También
es cierto que las necesidades de comunicación son distintas. Las mujeres pueden
pasarse la vida hablando, y no se aburren, ¡todo lo contrario!; mientras que los
hombres tienen menos desarrollada el área del lenguaje y normalmente necesitan
hablar menos, por lo que también les cuesta escuchar más.
¿Qué ha
ocurrido para que estas diferencias, que siempre han existido, ahora se
conviertan en algo tan chocante? En gran medida se debe al gran cambio que ha
experimentado la familia en los países desarrollados. Antes la pareja tenía
varios hijos, hoy la media apenas llega a dos. Antes los niños pasaban mucho
tiempo jugando en la calle, sin peligros ni restricciones, con menos juguetes y
más creatividad, y jugaban con otros niños y niñas, con vecinos, amigos... Hoy,
los niños, con un poco de suerte, juegan un rato en el parque y, a medida que
van creciendo, pasan mucho tiempo solos en casa, en compañía del ordenador, de
la videoconsola, de la tele... o de un hermano.
Este
cambio sociológico ha hecho que muchos niños no hayan tenido la oportunidad de
crecer conviviendo con sus hermanas, o a la inversa; de tal forma que cuando de
repente se van a vivir con sus parejas, ¡les resulta todo demasiado nuevo y
extremadamente chocante!
Es cierto
que, afortunadamente, la enseñanza hoy es mayoritariamente mixta, pero no nos
engañemos, la convivencia escolar está muy lejos de parecerse, y menos suplir, a
la convivencia familiar. Hay unas edades en que, además, los niños y las niñas
parecen no aguantarse; son esas etapas en que sus preferencias son muy
diferentes y su desarrollo distinto.
Cuando
las chicas no han crecido viendo cómo se comportan los chicos en casa, se quedan
extrañadísimas al comprobar después cómo su pareja no parece darse cuenta de que
lo deja todo sin recoger: pantalones, camisas, ropa interior, calcetines,
zapatos, toallas, vasos, platos... A esta experiencia desagradable se empiezan a
unir otras igualmente chocantes: los hombres no manifiestan una sensibilidad
especial por la limpieza del hogar, ni por las tareas domésticas, ni por el
estado emocional de su pareja: parece que no se dan cuenta cuando ella necesita
que la escuche y no la interrumpa, cuando se encuentra triste o disgustada,
cuando necesita mimos —que no sexo...—.
Al
contrario, también les ocurre a ellos algo parecido, y empiezan a asustarse al
ver que sus parejas se pasan todo el día detrás de ellos, sin dejarles un
momento de tranquilidad: no paran de atosigarles diciéndoles que recojan su
ropa, que dejen las cosas en su sitio, que no encharquen el suelo del baño
cuando se duchan, que no ensucien..., y además pretenden que hagan ellos de vez
en cuando la lista de la compra, que tiendan la ropa, que planchen..., y encima
¡no paran de hablar!, de hacerles preguntas, de ponerse raras con eso del
síndrome premenstrual y, a la hora de la verdad, encima están cansadas y pocas
veces les apetece tener relaciones... Muchos hombres, en el transcurso de la
terapia de pareja, te confiesan que, de repente, sus mujeres sufrieron una
extraña transformación y pasaron de ser encantadoras a fiscalizadoras; de estar
alegres a estar susceptibles; de transigir casi todo a no transigir en nada; de
ser apasionadas a mostrarse distantes; de escucharles a ellos a no parar de
hablar ellas...; en fin, un auténtico fraude para algunos.
Por
supuesto que podríamos poner el mismo ejemplo en sentido contrario.
Cuando en
el transcurso del trabajo que realizamos con la pareja, o individualmente con
uno de los miembros, salen estos temas a relucir, la mayoría de las veces vemos
que lo que se esconde detrás de estas quejas es un profundo desconocimiento de
la psicología del hombre y de la mujer.
Muchas de
estas dificultades y desencuentros se podrían evitar si hombres y mujeres
conociesen más las características del otro sexo; la forma de pensar, de sentir,
de analizar, las necesidades, las semejanzas —que también las hay—, y las
enormes diferencias. Capítulo aparte merece el tema de la sexualidad, ahí el
desencuentro puede ser brutal; los hombres se quejan de que las mujeres no toman
la iniciativa en el sexo, y ellas piensan que los hombres están obsesionados con
este tema —lo trataremos con la profundidad que merece en los espacios
correspondientes, especialmente en el dedicado a la afectividad—.
Por
ejemplo, las mujeres, refiriéndose a los hombres, personalizan en negativo lo
siguiente: es insensible, descuidado, no escucha, no es afectuoso, no se
comunica, no se compromete en la relación, prefiere el sexo a hacer el amor, no
quiere hablar al final del día... y encima es un desastre, no recoge nada, lo
deja todo tirado, no encuentra nunca el momento de ponerse a limpiar...; si eso
la mujer lo analizase con objetividad, desde la perspectiva de cómo son, lo
enfocaría de otra forma, y pasaría del enfrentamiento estéril al entendimiento
fructífero. Evidentemente, lo mismo ocurriría en sentido inverso.
El
problema surge cuando cada uno siente sus expectativas frustradas, y de lo que
imaginaron a lo que viven día a día hay un abismo.
Del
desencanto se pasa a la, insatisfacción, a la frustración y al desengaño, para
vivir después ese intenso recorrido de la tristeza a la soledad, que acaba en el
desencuentro.
Cuando
el hombre y la mujer se sienten injustamente tratados, incluso estafados,
empieza a abrirse entre ellos el abismo de la incomprensión y el resentimiento
de la intolerancia.
Poco
avanzaremos por el camino de la queja, menos por el de los agravios, pero mucho
podemos mejorar a través del conocimiento que nos facilitará el entendimiento.
Desde los colegios, y por supuesto desde la familia, habría que explicar las
diferencias entre los hombres y las mujeres.
A pesar
de todo, habrá situaciones imposibles de conciliar; pero incluso en esos casos,
sabremos reaccionar mejor, con más prontitud y con menos dolor.
Vamos a
empezar a ver en los espacios siguientes los principios básicos, por esas
características esenciales que nos ayudarán en el conocimiento de nuestras
peculiaridades y nuestras diferencias.
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