CUANDO
NO RECIBIMOS LO QUE ESPERAMOS
De nuevo
cada persona tendrá unas expectativas diferentes, y según las mismas decidirá
cómo debe ser su relación afectiva. El problema surge cuando la pareja no es
consciente de estas expectativas, cuando las conoce pero no las valora en su
justa medida, o cuando es incapaz de satisfacerlas en el campo de actuación que
le competen.
Las
diferencias son individuales, pero la realidad es que muchas mujeres esperan
cosas parecidas, y la mayoría de los hombres tienen expectativas semejantes. En
algunos casos hombres y mujeres coincidirán, pero en otros se encontrarán muy
lejos, y ni tan siquiera las intuirán.
En
general, como ya hemos visto, la mayoría de las mujeres esperan que sus parejas
les proporcionen:
— Afecto:
a diario.
—
Ternura: frecuentemente.
— Mimos:
en los momentos bajos.
—
Sentirse escuchadas: a diario.
—
Sentirse valoradas: frecuentemente. (En esto coinciden el hombre y la mujer.)
—
Sorpresas y detalles: de vez en cuando, pero sobre todo en los momentos bajos.
— Frases
llenas de cariño, donde les digan que las quieren: frecuentemente.
—
Paciencia: frecuentemente, y sobre todo en los momentos bajos, durante el
síndrome premenstrual y en los días de molestias de la regla.
—
Aceptación de sus intuiciones: frecuentemente.
Por su
parte, muchos hombres esperan que sus parejas les proporcionen:
— Unas
relaciones sexuales permanentes y llenas de pasión, donde además su pareja le
diga que es un auténtico artista del sexo.
—
Sentirse valorados en todas las áreas, personales y profesionales.
— Sentir
reforzada su autoestima y su seguridad personal.
—
Sentirse importantes para la mujer: saber que está satisfecha con él, que cubre
sus expectativas y sus necesidades.
— Tener
cierta libertad de acción y tiempo libre para ellos.
Cuando
uno o los dos miembros de la pareja sienten que sus expectativas no están
cubiertas empiezan a embargarles las dudas y los pronósticos se vuelven
negativos y pesimistas. Al cabo de un tiempo la inseguridad se apodera de ellos
y parecen convencidos de que no van a conseguir la felicidad que buscaban.
La
desesperanza que sienten les lleva al desánimo, y lo acusan con un marcado
cambio de actitud, donde las protestas o los reproches hacen acto de presencia.
No
recibir lo que esperan es lo que ha llevado a muchas parejas a la separación, a
la ruptura o a una convivencia llena de insatisfacción y de amargura.
Vamos a
tratar de analizar este problema, apoyándonos en el caso de Mónica y Manuel.
El
caso de Mónica y Manuel
Mónica y
Manuel eran una pareja muy joven, de apenas veinticuatro y veintiséis años, que
llevaban año y medio saliendo juntos.
Ambos
vivían con sus respectivas familias.
Para los
dos era la relación más importante que habían tenido hasta el momento, y la que
más había durado.
Cuando vino Mónica a vernos, estaba hecha un lío. No sabía si dejar
definitivamente a Manuel, o si liarse la manta a la cabeza e intentar irse a
vivir juntos, aunque económicamente esta opción era muy difícil.
Por su
parte, Manuel parecía cada vez más distante y con pocas ganas de plantearse una
convivencia en común.
Manuel no
accedió a venir hasta la tercera sesión, decía que todo esto de los psicólogos
le parecía «muy fuerte» y que en realidad tenían que ser ellos quienes fueran
capaces de decidir si merecía la pena continuar con la relación.
El
análisis que efectuamos nos mostró que la pareja estaba a punto de romperse;
ninguno de los dos se sentía satisfecho con lo que estaba «recibiendo por parte
del otro», y seguramente si no hubiera sido porque a Mónica le costaba asumir
este fracaso, habrían terminado hacía meses.
La crisis
se había fraguado poco a poco, por culpa de unas expectativas poco razonables y
una actitud bastante inmadura por parte de ambos.
Mónica y
Manuel se limitaban a exponer sus quejas, descargando cualquier responsabilidad,
y esperando que fuese el otro quien reaccionase y consiguiera cambiar la
relación que tenían.
Mónica
pensaba que Manuel actuaba de una forma bastante infantil, que se enfadaba por
cosas sin importancia y que sin embargo no sabía estar a la altura de las
circunstancias: parecía ausente cuando ella hablaba, no mostraba la
sensibilidad, ni la ternura, ni la paciencia que ella le pedía ante sus
problemas; eran pocas las veces en que se manifestaba afectivo o le decía cosas
tiernas, y no la entendía cuando ella lo pasaba mal con la regla —pues los dos
primeros días eran bastante dolorosos—; para colmo se enfadaba mucho porque,
según Manuel, tenían pocas relaciones sexuales, y además pretendía que Mónica
siguiera tomando la píldora, pues a él no le gustaba el preservativo.
Manuel,
por su parte, decía que Mónica no paraba de sermonearle, criticaba todo lo que
él hacía, no le valoraba profesionalmente, se quejaba de que quería salir mucho
con sus amigos y cuando se enfadaba le «castigaba» sin relaciones sexuales.
Nuestro
trabajo se centró en mostrarles la otra cara de las relaciones de pareja. Ambos
tenían una visión poco realista de lo que podían esperar por parte del otro. Se
consideraban con todos los derechos y sin ninguna obligación. En lugar de buscar
puntos de encuentro, habían alimentado una relación hostil, donde las
situaciones críticas se sucedían cada vez con más frecuencia. Nuestro
diagnóstico fue claro: esta relación no funciona, pero al margen de vuestras
diferencias y discrepancias, será muy difícil que otras relaciones os funcionen
bien, pues ambos mostráis mucha inmadurez y mantenéis una actitud propia de
adolescentes.
Ambos se
quedaron muy sorprendidos, y seguramente se sintieron defraudados por mi
diagnóstico, al menos en los primeros momentos. Tras una reflexión en común,
acordamos que íbamos a trabajar individualmente con cada uno de ellos las
principales habilidades para comunicarnos y relacionarnos de manera eficaz.
Mientras
trabajábamos estas áreas, establecimos una tregua. Durante tres o cuatro meses
no se verían, prácticamente no se llamarían ni tendrían contacto, para comprobar
qué sentimientos afloraban en cada uno de ellos. Posteriormente decidirían si
merecía o no la pena que lo volvieran a intentar.
La
realidad es que ambos se volcaron en el entrenamiento, seguramente más con el
convencimiento de que podía resultarles útil para su vida en general, que para
la relación que mantenían. Hicieron todas las prácticas que acordamos, y
empezaron a saborear los primeros éxitos en su ámbito más cercano: con su
familia, en el trabajo y con los amigos. Pasados tres meses habían experimentado
un avance muy significativo, tanto como para decidir, conjuntamente, que aún
debían seguir practicando y madurando más antes de meterse de lleno en una
relación de pareja. Quedaron como dos buenos amigos que se aprecian y se
respetan.
Hoy los
dos están muy contentos con sus respectivas relaciones, aprendieron mucho y, sin
duda, como ellos dicen, día a día ven los logros de ese aprendizaje. No debemos
pensar que ya no volverán a tener crisis en sus relaciones, pero sí podemos
esperar que sepan reaccionar con más objetividad, con más habilidad y con más
madurez.
Cuando
las parejas sienten que no reciben lo que esperaban, convendrá empezar por
analizar si la lista de sus expectativas es realista; posteriormente podrán ver
lo que cada uno tiene que trabajar, y finalmente decidirán si vuelven a
intentarlo, o si ven claro que no hay futuro para esa relación de pareja.
Otra
emoción dolorosa, que conviene aprender a superar, es cuando nos sentimos
injustamente tratados/as.
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