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ALGUNOS HOMBRES SE ENCUENTRAN MUY PRESIONADOS

¡Ésta es la peor época para ser hombre! Con estas palabras diagnosticaba Ignacio, un joven de veintiocho años, la situación en que según él se encuentran muchos hombres.

A veces nos centramos tanto en los cambios que ha experimentado la vida de las mujeres, que nos olvidamos de que los hombres también han tenido su particular revolución:

— En poco tiempo, su rol, el papel que tradicionalmente venían desempeñando, ha sufrido notables cambios.

— En la mayoría de las parejas, especialmente en las más jóvenes, ya no son la única fuente de ingresos de la economía familiar.

— Tampoco son los que necesariamente alcanzan una formación intelectual más cualificada. Cada vez la formación de las parejas es más semejante: ambos son médicos, administrativos, comerciales... Ya no son tan comunes aquellas parejas en que el hombre era directivo y la mujer secretaria; o él ingeniero y ella administrativa.

— Igualmente, se ha equilibrado mucho la libertad de movimientos, de horarios, de costumbres..., de prebendas que antes disfrutaban casi en exclusiva.

— Las relaciones sexuales han experimentado un cambio muy drástico. La mujer exige su propio placer y determina cuándo quiere tenerlas y en qué condiciones.

— Cuando llegan a casa se supone que tienen que colaborar en las tareas domésticas y en el cuidado de los hijos.

— La autonomía económica de la que disfrutan muchas mujeres hace que el nivel de exigencias en la pareja sea muy diferente.

— La vida en común no significa un acuerdo leonino para la mujer y un seguro de continuidad para el hombre. Si la mujer no se siente satisfecha, feliz, respetada o valorada, puede tomar más fácilmente la decisión de separarse. Nada la obliga a permanecer indefectiblemente junto a una persona que no llena su vida.

— El nivel de exigencia y presión en los empleos ha aumentado considerablemente en los últimos años. Hoy prima la rentabilidad del empleado sobre cualquier otra consideración.

— Igualmente, el número de horas de trabajo al año ha aumentado de forma muy significativa. Las jornadas laborales cada vez son más largas y más extenuantes. La competitividad es mayor, en la medida además de que el número de personas cualificadas para realizar el mismo trabajo ha aumentado. En 1960, con un sueldo medio de una persona vivía una familia. En el momento actual, el poder adquisitivo de ese sueldo, comparativamente, se ha reducido a la mitad, por lo que los dos miembros de la pareja se ven obligados a trabajar para conseguir el mismo poder adquisitivo.

— La evolución que ha experimentado la mujer, y que ha ido acompañada de un masivo acceso a la formación por su parte, no se ha visto compensada por una preparación adicional en los hombres que les facilite la asunción de los nuevos roles que se espera de ellos.

 

Podríamos seguir enumerando factores y factores que han cambiado, de forma sustancial, la vida actual de los hombres.

No es extraño, en consecuencia, que muchas veces se sientan inseguros, desprotegidos y presionados por sus parejas, por los hijos, por la sociedad, por el entorno laboral, por las condiciones socioeconómicas...

La evolución o el progreso, depende de cómo se quiera definir, les ha pillado a muchos con el paso cambiado. La realidad es que en la mayoría de los casos no es culpa suya; sufren las consecuencias de una formación más acorde con otros tiempos, otras épocas y otras necesidades. Carecen de recursos para enfrentarse a muchos de los problemas actuales y, lo que es peor, siguen teniendo un desconocimiento profundo de lo que sienten, lo que necesitan y lo que piden las mujeres de hoy.

El caso de Ignacio e Inés puede resultarnos muy ilustrativo.

 

El caso de Ignacio e Inés

Ignacio vino a la consulta, según sus palabras, porque estaba desbordado.

Él tenía veintiocho años y su pareja veintisiete. Las dificultades económicas no les habían permitido irse a vivir juntos antes.

Ahora, por fin, los dos tenían trabajo, aunque sus contratos eran temporales.

Habían alquilado un apartamento y apenas llevaban tres meses viviendo en él.

Ignacio presentaba un cuadro de ansiedad generalizada, que le hacía sentirse muy inseguro.

Una vez hecha la historia, le pedimos, como de costumbre, que nos registrara los momentos más duros que tuviera durante la siguiente semana (día, hora, dónde estaba, qué hacía, con quién se encontraba, qué sentía a nivel físico y cuáles eran sus pensamientos en esos momentos de malestar o ansiedad).

El análisis posterior nos mostró que Ignacio estaba siempre «en permanente alerta». Todo le preocupaba, en todo veía peligro, todo le suponía un sobreesfuerzo enorme..., y todo estaba ocasionado por su tremenda inseguridad; por un miedo irracional a fallar y no estar a la altura de las circunstancias.

Inés vino a vernos y corroboró nuestra apreciación. Veía a Ignacio en un «sinvivir», agobiado e intranquilo por las cosas más nimias, incapaz de descansar bien por las noches, obsesionado por el hecho de que estuviera defraudándola y ella lo dejara... Por supuesto, esta inseguridad había influido también en sus relaciones sexuales; relaciones que se habían hecho más esporádicas y que Ignacio vivía como un examen permanente.

Le pedimos a Inés que nos confeccionase una relación de aquellas áreas en que veía mal a Ignacio, y en qué medida afectaban a su relación de pareja.

Igualmente, dada la situación tan extrema que Ignacio estaba viviendo, efectuamos algunas pruebas complementarias y le pasamos algunos cuestionarios para ver cómo estaba emocionalmente y completar así nuestra actuación, como el de Inventario de ansiedad y el Ejercicio de autoestima .

Ignacio había empezado a estar mal hacía seis meses, primero era en circunstancias muy concretas, ante determinadas preguntas que le hacía Inés; cuando se comparaba con otros novios que su pareja había tenido; en algunos momentos de las relaciones sexuales... Actualmente su ansiedad era permanente y se había generalizado en todas las esferas de su vida.

Empezamos por realizar un entrenamiento intensivo, que le permitiera controlar su ansiedad.

A nivel fisiológico, trabajamos con la técnica de relajación muscular y la técnica de respiración diafragmática.

A nivel cognitivo, empleamos fundamentalmente la parada de pensamiento y las afirmaciones y el autorrefuerzo.

En pocas semanas Ignacio consiguió aquello que le parecía tan imposible. En la medida que logró controlar su ansiedad, empezó a recuperar su seguridad y su autoestima personal.

En realidad, Ignacio se había sentido muy presionado por él mismo. Le angustiaba el hecho de que no supiera estar al nivel que Inés esperaba de él.

Analizando las primeras fases, vimos que empezó a sentirse muy confuso y muy inseguro en el transcurso de algunas conversaciones con Inés. En realidad, había cometido algunos de los errores más típicos que ya hemos visto que realizan los hombres cuando están conversando con las mujeres.

Ignacio no sabía que:

— Cuando Inés le contaba lo que le preocupaba, en realidad le estaba pidiendo simplemente que la escuchara, pero él se apresuraba a darle una serie de consejos y sugerencias, que Inés tendía a rechazar.

— Inés, como la mayoría de las mujeres, le preguntaba muchas veces el porqué de las cosas. Ignacio, en lugar de vivirlo como un proceso normal de la mujer, que no implica ningún tipo de enjuiciamiento o valoración, se sentía rápidamente interrogado.

— Cuando Inés le decía que fuera más lento en las relaciones sexuales, especialmente en la primera fase de caricias, le estaba informando de cómo se sentía mejor ella y cómo le resultaba más placentera la relación; no le estaba diciendo que él era un mal amante y que no sabía hacer feliz a una mujer.

— Cuando Inés, a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo, «adivinaba» que estaba intranquilo o se sentía nervioso, no se debía a su torpeza, sino a que las mujeres observamos mejor la comunicación no verbal (los gestos, ademanes, movimientos involuntarios...).

— Cuando Inés obtenía mejores resultados en las entrevistas de trabajo, de nuevo no era porque Ignacio fuese menos inteligente o menos brillante, se debe simplemente al hecho de que las mujeres destacamos más en el área del lenguaje.

 

Poco a poco Ignacio se fue tranquilizando, en la medida que iba comprendiendo que nada indicaba que fuera «inferior», «menos inteligente» o «menos hábil» que Inés; simplemente, desconocía algunas de las conductas más típicas de las mujeres.

Por otra parte, asumió que tampoco pasaría nada porque cualquiera de los dos fuese menos hábil en alguna área concreta. De hecho, eso sería lo lógico y natural.

El mejor síntoma fue cuando un día vino partiéndose de la risa al recordar la relación sexual de la noche anterior. Ignacio se había tomado las cosas con mucho interés, y además de leer últimamente varios libros sobre la sexualidad de la mujer, habíamos trabajado en la consulta algunos de los errores más típicos que cometen los hombres en este terreno. El resultado final había sido una relación increíble, que él calificaba de apoteósica, que había dejado literalmente maravillada a Inés y le había llenado a él de placer y de seguridad.

«Ahora —concluyó— ya sólo me queda aprender a planchar bien, colocar la ropa en su sitio, dejar el baño recogido cuando entro, no llenar la casa de tierra cuando llego de correr, reconocer cuando me equivoco en algo, hacer la lista de la compra y no fiarme de mi memoria, no pensar que mi compañera de trabajo es más eficiente que yo y... pocas cosas más». «Entonces —le dije—, ya has hecho lo más difícil» lo que me cuentas es cuestión de práctica, de paciencia y de coger un poquito más de seguridad, especialmente en el área profesional».

Ignacio, como tantos hombres, se había sentido muy presionado; pero, como ya hemos apuntado, el principal motivo de presión era interno, se lo causaba él mismo; aunque es bueno saber esto:

 

La autoexigencia, cuando es excesiva, es una de las peores presiones que podemos sentir.

 

Vamos a analizar en el siguiente espacio otra de las principales insatisfacciones: la de no sentirse valorado. La causa fundamental suele radicar en el sentimiento de infravaloración que percibes por parte de tu pareja.

 

 

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