Es la
capacidad que tiene el individuo para elegir entre realizar o no un determinado
acto. Esta capacidad de elección depende directamente del deseo y la intención
de realizar un acto en concreto.
En
general, las acciones humanas pueden clasificarse en dos grandes grupos:
involuntarias y voluntarias.
Acciones
involuntarias serían todas aquellas que tienen lugar de forma instintiva o
refleja. Por ejemplo: todos los procesos fisiológicos y corporales, como
respirar, digerir, dormir, etc., que escapan a la acción de la voluntad por su
carácter automático. Asimismo, ciertos actos reflejos, como huir ante el dolor,
protegerse ante un golpe, etc., son movimientos involuntarios, que apenas
alcanzan el nivel consciente.
Acciones
voluntarias, en cambio, serían aquellas que tienen lugar tras un proceso mental
consciente, que deben atravesar el filtro de la razón.
En toda
acción voluntaria tienen lugar las siguientes etapas:
1.
Motivación. Es el factor que incita al individuo a actuar. Sería el estímulo
impulsor de la acción volitiva, el motivo justificante del acto. Cuando tiene
lugar la motivación se despierta en el individuo una cierta sensación de
inquietud que lo induce a ponerse en movimiento, con el fin de lograr su
objetivo. Es la sensación apetitiva o de deseo, cuando el estímulo es agradable,
o de rechazo y alejamiento cuando es desagradable.
2.
Racionalización. Tras la motivación tiene lugar un proceso de razonamiento: se
reúnen los datos obtenidos y se valora la necesidad de la acción. Se comparan
los factores favorables con los desfavorables para estimar si es oportuno o no
actuar. Aquí entran en juego el juicio y el raciocinio que determinan lo que
debe hacerse desde el punto de vista moral.
3.
Decisión. Una vez valorados los pros y los contras de la posible acción, tiene
lugar la decisión. Entre todas las posibilidades de actuar, el individuo toma
una resolución: decide realizar aquello que quiere y cómo hacerlo, o renuncia a
ello. Este proceso, tal vez, es el más lento porque determinará, en definitiva,
las consecuencias y puede paralizar en cierto modo a la persona. El individuo
decidido apenas duda y actúa con rapidez. El indeciso necesita recapacitar antes
y a veces cae presa de la angustia, sin saber qué determinación tomar.
4.
Acción. Es la última fase de la voluntad. Mediante la acción tiene lugar la
consumación del deseo, la resolución de esa cierta inquietud que anunciábamos en
la primera fase. Si la decisión ha sido acorde con los deseos de la persona, su
realización infunde una sensación de satisfacción placentera. Por el contrario,
si la decisión fue errónea o no se consiguió el fin deseado, tiene lugar la
frustración.
La
voluntad puede verse influida por otras facetas de la personalidad, como son: la
tenacidad, la constancia y la perseverancia, que son factores determinantes de
lo que llamamos fuerza de voluntad.
Las
personas de voluntad fuerte suelen tener motivaciones potentes, buena capacidad
de raciocinio, poder de decisión y firmeza en la acción. No se retraen ante las
adversidades y son constantes en su intención, hasta lograr lo que buscan.
Por el contrario, las
personas de voluntad débil sufren algún tipo de freno en las etapas antes
vistas. Pueden tener una escasez de impulsos motivacionales y una consecuente
limitación de objetivos. Puede que tengan una racionalización confusa, dispersa
y poco clara, que haga desviar la dirección y el sentido de la voluntad hacia
derroteros no deseados. También
es posible que la
indecisión bloquee la fuerza de voluntad. Y, por último, la acción puede ser más
lenta por inhibición o pereza.
La
voluntad, ya sea débil o fuerte, dirige la intencionalidad del individuo,
marcando un sentido a su existencia y fomentando su vitalidad.
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