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Un viaje al pasado
En
una cálida tarde de agosto de 1901, dos maestras de mediana edad, las
señoritas Anne Moberloy y Eleanor Jourdain, decidieron aprovechar sus
vacaciones en París para visitar el palacio de Versalles, que ninguna de
las dos conocía. Ambas se interesaban por la historia y poseían cierto
nivel cultural, ya que la señorita Moberley era directora del Instituto St
Hugh y la señorita Jourdain, de una escuela de niñas en Watford. Ninguna
de las dos tendía a ser crédula ni neurótica.
Después de recorrer el palacio se sentaron a descansar en la Galería de
los Espejos. Las ventanas abiertas y el aroma de las flores las incitaron
a volver a salir, esa vez en dirección al Pequeño Trianón, el palacete que
Luis XV construyó en los terrenos de Versalles, y que su sucesor, Luis
XVI, regaló a la reina María Antonieta. Llegaron a un lago alargado, a
cuya derecha había un bosquecillo con un claro, y después a otro estanque,
junto al cual se levantaba el Gran Trianón, palacio construido por Luis
XIV. Lo dejaron a su izquierda y llegaron hasta un sendero cubierto de
hierba.
Gran Trianón, palacio construido por Luis XIV. Lugar del evento temporal.
No
estaban seguras del camino y, en vez de bajar por el sendero, que llevaba
directamente al Pequeño Trianón, lo cruzaron y siguieron por un sendero
lateral. La señorita Moberley vio a una mujer asomada a la ventana de un
edificio que había en un recodo del sendero; sacudía una tela blanca. La
inglesa se sorprendió al ver que su amiga no se detenía a preguntarle el
camino. Después se enteró de que la señorita Jourdain no lo hizo porque no
había visto ni a la mujer ni el edificio.
A
esas alturas, las dos mujeres no tenían conciencia de que sucediera algo
extraño, y conversaban animadamente sobre temas que no tenían nada que
ver. Doblaron a la derecha, pasaron junto a unos edificios y distinguieron
el final de una escalera tallada al otro lado de un portal abierto. No se
detuvieron, sino que tomaron el sendero central de los tres que había
delante de ellas; la única razón para que lo hicieran fue la presencia de
dos hombres que parecían estar trabajando allí, con una especie de
carretilla y una pala puntiaguda. Parecían jardineros, aunque las mujeres
pensaron que vestían de forma rara; llevaban largas chaquetas gris verdoso
y tricornios. Los hombres les dijeron que siguieran en línea recta y las
amigas continuaron como antes, absortas en su conversación.
Irrupción del pasado
Fue
más o menos entonces cuando las dos mujeres comenzaron a sentir una cierta
opresión (de forma independiente; no comentaron el hecho en aquel
momento); observaron que su entorno era curiosamente llano, y ambas
tuvieron la sensación de que el paisaje se había vuelto bidimensional.
Esas sensaciones se hicieron abrumadoras cuando se acercaron a "un pequeño
kiosco de jardín, circular, como un kiosco de música; junto a él se
sentaba un hombre". A ninguna de las dos le gustó el aspecto del hombre;
su rostro era oscuro y repulsivo. Notaron que llevaba una capa y un
sombrero al estilo español. Aunque no se sentían muy seguras de su camino,
por nada del mundo le hubiesen dirigido la palabra al hombre del kiosco.
Sintieron alivio al escuchar pasos que se acercaban aprisa detrás de ellas
pero, cuando se volvieron, el sendero estaba vacío. Con todo, la señorita
Moberley vio a otra persona que apareció súbitamente. Parecía "sin duda,
un caballero.., alto, con grandes ojos oscuros... cabellos negros
rizados". El también llevaba capa y sombrero español y parecía nervioso
cuando les indicó dónde estaba la casa. Les sonrió de una forma que les
pareció peculiar pero, cuando se volvieron para darle las gracias, había
desaparecido. Volvieron a escuchar el ruido de alguien que corría,
aparentemente muy cerca de ellas, pero no vieron a nadie.
Cruzaron un puentecito sobre un barranco en miniatura, miraron la cascada
que caía junto a él y, finalmente, llegaron a "una mansión campestre
pequeña, cuadrada y sólidamente construida", con una terraza que daba al
norte y al oeste. La señorita Moberley vio a una dama sentada en el
césped, de espaldas a la terraza, que parecía estar haciendo un dibujo. La
dama las miró fijamente cuando pasaron junto a ella. La señorita Moberley
comentó que, aunque era bastante bonita, ya no era joven, y no le pareció
atractiva. Esto no le impidió observar el vestido que llevaba, de una tela
ligera y escotado. Sus abundantes cabellos rubios estaban cubiertos por un
gran sombrero blanco.
Las
dos inglesas pasaron junto a ella en silencio y subieron a la terraza; la
señorita Moberley se sentía como si estuviera andando en sueños. Entonces
volvió a ver a la dama, esta vez de espaldas, y sintió alivio porque la
señorita Jourdain no le había preguntado si podían entrar en la casa. En
realidad, la señorita Jourdain no la había visto.
Estaban ya en el ángulo suroeste de la terraza. Cuando se volvieron,
vieron una segunda casa de la que salió un joven (con "aspecto de lacayo")
quien les ofreció acompañarlas en la visita. Entonces se les unió una
alegre boda y se sintieron de mejor humor.
Las
dos señoritas no hablaron de estos acontecimientos durante la semana
siguiente. Sólo cuando la señorita Moberley se puso a escribir su versión
de los hechos y volvió a sentir una sensación de opresión, preguntó a su
amiga: "¿No crees que el Pequeño Trianón está embrujado?" La señorita
Jourdain pensaba lo mismo. Sólo entonces compararon las notas y supieron
las diferencias existentes entre sus experiencias.
Ambas mujeres escribieron, tres meses después y por separado, sendos
relatos completos de lo sucedido. Este lapso de tiempo fue uno de los
factores que provocaron el escepticismo de comentaristas posteriores: los
recuerdos de un suceso, registrados al cabo de tres meses, eran menos
exactos que si se redactaban de forma inmediata. Las maestras eran pues,
sospechosas de "reconstrucción imaginativa".
Sin
embargo, existían leyendas relacionadas con el Trianón que apoyaban su
versión. Una amiga parisina de la señorita Jourdain le contó que gente de
Versalles había visto a María Antonieta, un día de agosto, sentada en los
jardines del Pequeño Trianón, con un vestido rosa y un gran sombrero de
paja. El lugar, en su conjunto -las personas presentes y el tipo de
diversiones- parecía, según dijo esta amiga, una reproducción exacta del
fatídico 10 de agosto de 1792, día del saqueo de las Tullerías, de la fuga
de la familia real a París y del encarcelamiento del rey y la reina en el
Temple. Las dos señoritas se preguntaron si se habrían topado con algún
recuerdo de la reina, proyectado por ella sobre el Trianón o retenido por
el propio lugar. Desconcertadas por lo que habían encontrado, decidieron
comparar los detalles de su experiencia con los hechos, y regresaron a
Versalles.
Las
señoritas Anne Moberley (arriba) y Eleanor Jourdian (debajo).
Protagonistas del curioso evento.
Un
círculo de influencia
La
señorita Jourdain volvió sola al Trianón en enero del año siguiente, y de
nuevo sintió una cualidad alucinatoria en el lugar, derivada en parte de
la atmósfera y en parte de lo sucedido anteriormente. Algunos detalles
eran diferentes: el kiosco, por ejemplo, no parecía ser el mismo edificio,
y al comienzo no sintió nada extraño. Sólo cuando atravesó el puente que
conduce al Hameau (Aldea), donde la reina María Antonieta y sus amigos
jugaban a los campesinos, sintió como si hubiese atravesado una línea,
como si hubiese entrado en un circulo de influencia. Vio un carro que
estaba siendo cargado de leña por dos peones que llevaban túnicas y capas
con capucha. Volvió un momento la cabeza hacia el Hameau, y cuando miró
nuevamente los dos hombres y el carro habían desaparecido.
Hubo otros incidentes: la visión de un hombre embozado moviéndose entre
los árboles, el crujido de vestidos de seda, la sensación de estar rodeada
por una multitud de seres invisibles, el sonido de una banda distante
tocando música ligera; pero ninguna de esas sensaciones era comparable a
los hechos de agosto de 1901.
Las
dos amigas volvieron varias veces a Versalles, pero nunca revivieron su
primera experiencia. Por el contrario, descubrieron que la disposición del
jardín había cambiado mucho desde su primera visita. Algunos bosques
habían desaparecido; ciertos senderos también; había edificios alterados;
el kiosco había desaparecido; el barranco, el puente y la cascada también.
El Trianón del siglo XX tenía muy poca relación con el que habían visto la
primera vez. Desconcertadas e intrigadas, las dos maestras emprendieron
una investigación de la historia del Trianón de la reina María Antonieta.
Hay
que tener en cuenta lo poco que se sabía en esa época de las experiencias
retrocognitivas a gran escala. Como esta aventura fue especialmente
compleja, la explicación más simple parecía ser que habían tenido una
alucinación, que sus recuerdos eran inexactos o que estaban "adornando" su
experiencia; también se habló mucho de que ninguna de las dos mujeres se
apercibió en aquel momento de que estaba viendo cosas que no existían.
Las
dos maestras se sentían lo suficientemente convencidas de la rareza de su
experiencia como para querer comprobar los hechos, ya que en los años
siguientes se tomaron el trabajo de investigar los detalles de la
estructura original del Trianón, la disposición primitiva de los jardines
y el nombre de su responsable, la clase de trabajadores que podía emplear
la reina allí y los uniformes que podrían haber llevado. A la luz de los
resultados, el sarcasmo de un periodista que dijo que habían visto a gente
real en 1901, con ropas de 1901, no se sostiene. Los uniformes gris-verde
y los tricornios no correspondían a funcionarios del Trianón de 1901, ya
que "el verde era el color de la librea real, y ahora nadie lo lleva",
según los resultados de la investigación de Moberley y Jourdain, publicada
en las últimas ediciones de su libro An adventure (Una aventura).
Las
apariciones, ¿pudieron ser una mascarada?; la música fantasmal, ¿la de una
orquesta real que tocaba fuera de la vista? quizá, pero, ¿por qué había
máscaras corriendo por bosques inexistentes y senderos desaparecidos en un
cálido día de agosto de 1901? Se podrá objetar que Moberley y Jourdain se
paseaban por ese mismo paisaje en ese momento, pero no corrían, ni iban
disfrazadas. En cuanto a la música que oyó la señorita Jourdain en 1902,
descubrió inmediatamente que ninguna banda había estado tocando esa tarde.
Una
ocurrencia tardía
El
kiosco que vieron se parecía algo a uno que había figurado en los planos
originales del Trianón como una ruine -o sea, una locura decorativa-, pero
no es seguro que fuera construido alguna vez. De hecho, el kiosco fue una
fuente de dificultades para las dos maestras en sus esfuerzos por
identificarlo con algún rasgo original del Trianón; vacilaron y
modificaron sus opiniones. Les parecía que "tenía algo de chino". Un
critico francés, Léon Rey, que escribía en la Revue de París, lo
identificó con un edificio llamado Jeu de Bague, que era de estilo
vagamente oriental. Pero las dos inglesas no estuvieron de acuerdo y
señalaron las discrepancias entre el kiosco del 10 de agosto -que, después
de todo, ellas habían visto y Rey no- y el Jeu de bague. Su referencia a
"algo de chino" no fue hecha hasta 1909, lo que sugiere una ocurrencia
tardía. Sin embargo existen datos de que, en 1774, el jardinero jefe de
María Antonieta, Antoine Richard, había planeado la construcción de un
kiosco pequeño, del tipo del que las dos maestras creyeron ver en 1901.
A
medida que uno examina los "hechos" narrados por Moberley y Jourdain, y
las acusaciones y contraacusaciones que se les hicieron a lo largo de los
años (hasta los años cincuenta), su relato y su interpretación se vuelven
cada vez más confusos. El hombre moreno que inspiró tanta aversión a las
maestras fue "identificado" como el conde de Vaudreuil, quien desempeñó un
siniestro papel en los últimos meses del reinado de María Antonieta,
aunque otro crítico sugirió que la figura podía haber sido el anciano Luis
XV. Apenas existe un detalle en la narración de las dos mujeres que
después no haya sido contradicho o discutido por otra explicación, aún más
improbable, de lo que habían visto originalmente.
Resultaría pesado reconstruir los pasos de las investigaciones que
Moberley y Jourdain realizaron a lo largo de varios años, o discutir las
muchas formas en que han sido interpretados los detalles de su aventura.
Los críticos no sólo contradijeron a las maestras sino que se
contradijeron entre sí, e hicieron los mayores esfuerzos por demostrar que
las mujeres imaginaron lo que vieron, lo malinterpretaron, lo
distorsionaron o lo desfiguraron. Sus investigaciones, según los críticos
desfavorables, no fueron suficientemente cuidadosas ni estuvieron bien
llevadas; ellas dejaron que investigaciones posteriores influyeran en el
relato que hicieron de los hechos, y adoptaron a posteriori sus propias
experiencias para que coincidieran con lo que habían descubierto. En otras
palabras, los críticos afirmaron que Moberley y Jourdain habían
distorsionado sistemáticamente los libros para que coincidieran con su
historia. Las dos damas, cuya inteligencia parece haber sido tan aguda
como la de sus críticos, fueron condenadas como una pareja de solteronas
crédulas, cuyas cabezas estaban llenas de tonterías románticas acerca de
la desventurada reina de Francia.
Sin
embargo, ésta no es la impresión que se obtiene al leer los documentos
Moberley-Jourdain. Las mujeres parecen equilibradas, sensatas y
verdaderamente intrigadas por lo que les sucedió aquel día de agosto de
1901. Sus investigaciones posteriores fueron tan completas como
permitieron la oportunidad y la disponibilidad de materiales, y aunque las
dos mujeres fueron acusadas de alterar su relato original para adaptarlo a
hechos revelados posteriormente, bien podría ser que no hubieran entendido
lo que habían visto hasta que el descubrimiento de ciertos hechos lo
aclaró. Desde luego, Moberley y Jourdain no conservaron un registro
minucioso y un relato documentado de lo sucedido. Probablemente, nunca se
les ocurrió que eso seria necesario para probar su veracidad.
No
es posible juzgar qué sucedió realmente el 10 de agosto de 1901. Es
probable que las maestras tropezaran con una alucinación a gran escala
consecuente con las condiciones de un salto temporal retrocognitivo. El
aspecto más interesante de la cuestión fue el constante intercambio,
visual y verbal, que al parecer tuvo lugar entre las figuras del pasado y
las del presente.
Tampoco fue única, en cuanto a la escala, la aventura de Versalles, ya que
otras dos inglesas vivieron una experiencia similar en Dieppe 50 años
después. |
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