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La verdad del
aceite de colza.
La
ocultación de la verdadera causa del síndrome tóxico impidió la curación
de miles de españoles mientras la ciencia a los 3 meses ya sabía que no
podía ser el aceite de colza, el poder acusaba y encarcelaba a los
industriales del aceite de colza. Mientras la ciencia a los 8 meses ya
sabía como curar a los afectados, el poder ocultaba a más de 60.000
enfermos la posibilidad de su curación.
Pacto de Silencio: En la primavera de 1981 fueron envenenados más de
60.000 españoles. Más de 700 de ellos, murieron. Desde entonces y hasta
hoy, los gobiernos de UCD y del PSOE han centrado sus esfuerzos en impedir
que el auténtico criminal salga a la luz pública. Había que borrar por
todos los medios las huellas que conducían al foco de la intoxicación. Se
llegó así a un oscuro montaje de los distintos sectores del Poder y de los
servicios de inteligencia, para conformar el efectivo ‘pacto de silencio’
que debía evitar que se supiera que aquí se aplicó a seres humanos una
nueva combinación química, aplicable en el futuro a una posible guerra
química.
Enfermedad Nueva:
Hagamos un poco de historia de este complejo asunto: a principios de mayo
de 1981 se detecta una enfermedad nueva en España, que afecta rápidamente
a un creciente número de individuos. En los primeros días surgen diversas
hipótesis de urgencia sobre el origen que desencadenó la epidemia, hasta
que el gobierno anuncia por televisión que la culpa de todo la tiene una
partida de aceite de colza desnaturalizado, distribuido en venta
ambulante. Los industriales y comerciantes que han intervenido en el
proceso de importación, manipulación y distribución de este aceite son
quienes se sentaron en el banquillo de los acusados. Pero a lo largo de
estos años ha habido una serie de científicos que han evidenciado que el
aceite presuntamente tóxico no pudo haber sido el causante de la tragedia.
Simultáneamente, otros
investigadores han ido siguiendo una pista distinta, que conduce a un
origen mucho más lógico para la epidemia, si tomamos en consideración
todos los elementos que conformaron la intoxicación detectada en 1981.
Esta pista tiene su punto de partida en una combinación insecticida,
concretamente un combinado nematicida organotiofosforado que envenenó a
las más de 60.000 víctimas al consumir éstas tomates de una determinada
partida tratada con el aludido insecticida.
La investigación por
vía judicial de esta posibilidad, así como de cualquier otra hipótesis
plausible con respecto a la causa real de la enfermedad, investigación que
no debería de finalizar hasta lograr demostrar fahacientemente cuál fue el
indiscutible desencadenante de la tragedia, es el camino que debe de
desembocar en el auténtico juicio del síndrome tóxico, con reparto de
responsabilidades a quien realmente y en justicia corresponda.
La curación no
interesaba: La gravedad del problema se acentúa por la circunstancia de
que por lo menos desde finales de julio de 1981 el gobierno estaba
suficientemente bien informado de que no era posible que el aceite fuera
el causante de la epidemia. Desde aquel momento cuando menos debía de
haberse incentivado con todos los recursos posibles el análisis de las
otras posibilidades que se barajaban para el posible origen de la
enfermedad, posibilidades que ya estaban también a finales de julio de
1981 sobre la mesa de quienes empuñan las riendas del poder. Eso era
prioridad absoluta puesto que había personas que se estaban muriendo y se
imponía la urgente necesidad de conocer el origen del mal para poder
intentar la curación adecuada de los afectados.
Meses más tarde, pero
siempre dentro del mismo año 1981, el Ministerio de Sanidad queda
ampliamente informado de la posibilidad de que determinado insecticida
organofosforado podría haber desencadenado la nueva enfermedad. Pero no
actúa en consecuencia.
Y a mi entender la
cosa se agrava aún más cuando 8 meses después de aparecer el primer caso
de síndrome tóxico, un médico militar, el teniente coronel Luis
Sánchez-Monge Montero, envía al gobierno, al INSALUD, “para que lo leyera
Valenciano”, me diría, refieriéndose con ello al Dr. Luis Valenciano, a la
sazón Director General de la Salud Pública, un informe en el que afirmaba
que el origen de la grave enfermedad radicaba en un veneno que bloqueaba
la colinesterasa, y en el que explicaba cómo había que curar a los
enfermos. Mas adelante definiría este veneno como un compuesto
organofosforado. No se trataba de una aventurada teoría: el Dr.
Sánchez-Monge ya había curado para entonces particularmente a unos cuantos
afectados. Lo cual quiere decir que tal vez no todas, pero decididamente
muchas de las 60.000 víctimas podrían estar curadas desde 1982. Pero nadie
reacciona en el INSALUD ni en la Dirección General de la Salud Pública.
Mas la gravedad de la inhibición oficial no termina allí. El Dr.
Sánchez-Monge envía también un informe sobre sus evaluaciones y curaciones
a la publicación especializada “Tribuna Médica”, que lo reproduce en la
página 8 de su número 937, correspondiente al 19 de marzo de 1982. Yo me
imagino que el Ministerio de Sanidad debe de estar puntualmente informado
de cuantas noticias interesantes se publican en un semanario de las
características de “Tribuna Médica”. De modo que me imagino al Sr.
Ministro enterado de que hay un médico que está afirmando haber curado a
una serie de pacientes de la enfermedad conocida por síndrome tóxico,
enfermedad nueva y desconocida en cuanto a su tratamiento, y que en
aquellos momentos configuraba el problema número uno planteado a la
Sanidad española con carácter de extrema urgencia permanente, hasta su
total resolución. me imagino que en estas circunstancias el máximo
responsable de la salud de sus conciudadanos lo dejará todo para leer lo
que escribe un médico que afirma haber logrado la curación de unos cuantos
afectados. Y al minuto siguiente de concluir esta lectura, me imagino al
aludido velador de nuestra salud telefoneando al médico en cuestión, para
tenerlo al cabo de una hora en el Ministerio de Sanidad y discutir con él
sus experiencias con la finalidad de aplicarlas —en el supuesto de que
realmente resultaran positivas— al resto de la población afectada por la
misma epidemia. Pues no. Nadie, ni desde el INSALUD ni desde el Ministerio
de Sanidad, se acercó a ver que más tenía que decir el único médico
español que había logrado salvar vidas y aliviar a enfermos de la masiva
intoxicación.
De lo que se trataba
precisamente —a la vista de toda la evolución del problema, y tal y como
lo documento ampliamente en el libro Pacto de Silencio (Compañía General
de las Letras, Barcelona, marzo 1988)— era de no curar a los enfermos,
para evitar así el que se descubriera el verdadero orígen del
envenenamiento.
Solamente así cobra
sentido el trato oficial dado al Dr. Antonio Muro y Fernández-Cavada,
director en funciones del Hospital del Rey, en Madrid. Cuando el
Ministerio de Sanidad todavía seguía dictando que el origen de la
enfermedad había que buscarlo en un micoplasma, de transmisión aérea, y de
entrada en el organismo por vía respiratoria, el Dr. Muro ya afirmaba el
10 de mayo de 1981 —a los 10 días de detectada la enfermedad— que eso era
imposible, y que la vía de transmisión era necesariamente —dadas las
características de la sintomatología— la digestiva. “Si se hubiera
enfocado la enfermedad por vía digestiva desde el mismo día 10 de mayo en
que se dijo, se habría muerto menos gente y la investigación se habría
enfocado en otro sentido”, me diría el hijo del difunto Dr. Muro, mientras
el letrado Juan Francisco Franco Otegui denunciaba ante el Parlamento
Europeo el 26 de octubre de 1986 que el gobierno había condicionado los
diagnósticos, ocultado o retrasado el reconocimiento de síntomas de la
enfermedad, y manipulado resultados analíticos para añadir que
“paralelamente, la Administración impidió el desarrollo de hipótesis
alternativas valiéndose de todo tipo de medios incluídos la ocultación y
falsificación de todos aquellos datos que exigían la apertura de nuevas
líneas de investigación.”
El Silencio del Pacto:
Esas líneas eran las que había que cercenar en el momento mismo en que
comenzaban a brotar. La planta de la verdad no debía crecer, porque en su
configuración iba implícito el nombre de quienes habían envenenado
realmente a más de 60.000 españoles.
Un ejemplo más: el Dr.
Muro, desesperado por el hecho de que las altas instancias sanitarias del
país hacían caso omiso de sus indicaciones acerca de la forma en que había
que llevar la investigación, se lanzó el día 13 de mayo de 1981 a predecir
nuevos focos de afectados: dado que había seguido la pista de la
enfermedad y había logrado dar con la red de distribución del producto
venenoso, notificó en la tarde del 13 de mayo a los doctores Munuera y
Cañada —subdirector general de programas de Sanidad— dónde exactamente
iban a aparecer nuevos casos de afectados al día siguiente, con
especificación de poblaciones y de calles. Al día siguiente, 14 de mayo,
aparecieron efectiva y puntualmente estos nuevos afectados en las
poblaciones y en las calles indicadas por el Dr. Muro. Pero en vez de que
ello sirviera para que el Ministerio de Sanidad se decidiera por hacerle
caso, sirvió para todo lo contrario: al día siguiente, 15 de mayo, un
telegrama del Ministerio ordenaba el cese fulminante del Dr. Antonio Muro
y Fernández-Cavada de su puesto de director en funciones del Hospital del
Rey.
Ese cese fulminante,
así como la renuncia a acelerar la curación efectiva de los enfermos —se
estaba a tiempo de lograr esta curación efectiva si se hubieran escuchado
las voces que iban bien encaminadas— debía necesariamente de obedecer a
muy poderosas razones que nada tienen que ver con la Sanidad, ni siquiera
con el propio gobierno español. Era el precio que se cobraba el silencio
del pacto.
Más interés en los
EE.UU que en España: Eso ya se notó días antes, cuando el Dr. Angel
Peralta Serrano, jefe del departamento de Endocrinología del Hospital
Infantil de la Ciudad Sanitaria de La Paz, de Madrid, en artículo
publicado en el diario “Ya” de fecha 12 de mayo de 1981, y después de
informar que al INSALUD le habían sobrado 17.000 millones de pesetas aquel
año (¡Cuanta urgencia y efectividad podría haberse aplicado a la
resolución de la nuva enfermedad!), afirmaba, refiríendose al síndrome
tóxico, que en su opinión los cuadros clínicos que se habían presentado en
aquellos primeros días, mejor se explicaban por una intoxicación por
insecticidas organofosforados, que no por una simple infección viral
(neumonía atípica). El artículo en cuestión fue replicado al día siguiente
por el entonces Secretario de Estado para la Sanidad, Luis
Sánchez-Harguindey Pimentel, en carta abierta publicada en el mismo
rotativo, con lo cual el mencionado Secretario de Estado evidenciaba estar
perfectamente al corriente de lo expuesto el día anterior por el Dr. Angel
Peralta. Pero tampoco reacciona, ni obra en interés de los enfermos. Esa
historia, como dije en el párrafo anterior, parece que no va con el
gobierno español: “Ya” es un diario matutino (ojo al dato). Porque el
mismo día 12 en que aparece el artículo del Dr. Peralta hablando por
primera vez de organofosforados, una llamada telefónica de Madrid —del Dr.
Gallardo del Centro Nacional de Virología y Ecología Sanitaria— a Atlanta,
en el estado norteamericano de Georgia, pide ayuda al Epidemiology Program
Office del Center for Disease Control (CDC). Que envía a Madrid al
epidemiólogo William B. Baine. Tal y como manifestría más tarde la
eurodiputada Dorothee Piermont, investigadores y víctimas implicadas son
de la opinión de que datos, historiales clínicos y documentos establecidos
con ocasión de la visita del epidemiólogo norteamenricano, fueron
transferidos íntegramente al CDC estadounidense, no siendo por tanto
accesibles ya a los investigadores españoles que consideran falsa la
hipótesis del aceite.
Para finalizar este
tema, quiero dejar constancia de la sorprendente realidad de que cuando el
síndrome tóxico —sin estar resuelto ni muchísimo menos— deja ya de ser un
tema de importancia para las autoridades españolas, lo sigue siendo de
forma prioritaria para los Estados Unidos. Esto sólo ya es un escándalo en
sí mismo. ¿Es que los americanos querían patentar en su país el sistema de
desnaturalización y re-naturalización de aceite de colza que habían
aplicado quienes se sentaron en el banquillo de la Casa de campo? Que
nadie se engañe: más bien estaban al corriente desde el principio de lo
que realmente aconteció aquí en la primavera de 1981. El detalle que cito
aparece textualmente en la hoja 4ª del Acta de la sesión del 17 de
noviembre de 1983 del Pleno de la Subcomisión de Investigación Clínica de
la Comisión Unificada de Investigación, integrada en el Plan Nacional para
el Síndrome Tóxico dependiente de la Presidencia del Gobierno. Citando una
intervención del Dr. Manuel Posada de la Paz, puede leerse allí: “A
continuación expuso la relación de trabajos que se van a enviar para ver
si pueden ser subvencionados por la vía del convenio Hispano-Americano.
Dicho convenio está basado en un dinero que Estados Unidos paga al
Gobierno español por las bases americanas, que se invierte en proyectos de
investigación conjuntos para ambos países. Hace un año el SAT (síndrome
del aceite tóxico) era un tema prioritario para los dos países, pero en el
momento actual no lo es para España aunque los americanos siguen muy
interesados.”
¿Aceite o Tomate?: La
línea de investigación propugnada por la Administración desembocaría por
ende en la suposición de que la nueva enfermedad fue producida por la
ingestión de determinada partida de aceite de colza desnaturalizado,
importado de Francia y sometido a un proceso de renaturalización
(extracción o separación del producto colorante en España), mientras que
la investigación emprendida por el Dr. Muro y su equipo desembocaría en la
suposición de que la enfermedad fue producida por el consumo de una
partida de tomates tratados con un compuesto de insecticidas
organotiofosforados, cultivados en Roquetas de mar, en Almería.
No pudo ser el Aceite:
Uno de los pilares en los que basan su acusación quienes argumentan que el
origen del síndrome tóxico radica en el aceite de colza desnaturalizado,
es el hecho —dicen ellos— de que la enfermedad comienza a decaer desde el
momento en que deja de ser consumido el aceite sospechoso: el 10 de junio
de 1981 se anuncia por vez primera por TVE la posible relación de unos
aceites sospechosos con el origen de la enfermedad. El 17 de junio se da
la orden de retirada de estos aceites sospechosos. Y el 30 de junio de
1981 comienza la operación efectiva de canje de los mismos por aceite puro
de oliva. A partir de este día, según la tesis oficial, comienza a remitir
la enfermedad, comienza a decaer la curva de incidencia de entrada de
nuevos enfermos en los hospitales. pero esta opinión oficial está
falseada. Porque observando la curva real de dicha incidencia, la
enfermedad —el ingreso de nuevos enfermos en centros hospitalarios— decae
espontánea y verticalmente a partir del 30 de mayo, o sea un mes antes de
que a la gente se le quitara el aceite presuntamente tóxico, y fecha
anterior incluso a conocerse por los medios de comunicación de forma no
oficiosa que el aceite era el causante del síndrome tóxico.
Hay naturalmente otras
muchas consideraciones básicas que excluyen la posibilidad de que el
aceite de colza desnaturalizado fuera el causante de la tragedia.
Por ejemplo: si fuera el aceite el causante, ¿cómo se explica la
discriminación intrafamiliar? Esto es: ha quedado constatado que es muy
rara la afectación de toda la familia, puesto que siempre permanecen
invulnerables alguno o algunos de sus miembros. Por lo que, dado que el
aceite en una cocina como la española es consumido por todos, éste es
difícilmente el vehículo del tóxico.
Lo mismo cabe
argumentar para la discriminación interfamiliar. Intrafamiliar es dentro
de la misma familia, en la composición de la familia. Interfamiliar es en
cambio entre familias, la discriminación que la enfermedad hace entre una
familia y otra. Pues es sabido que el “garrafista” ha vendido a lotes
completos de vecinos, y solamente han enfermado por ejemplo los del 2º F,
los del 7º C y los del 1º B, mientras que el resto permanecen sanos, a
pesar de que las garrafas se habían llenado en el mismo momento, del mismo
tanque, y fueron vendidas el mismo día. Etc. etc.
Los Catalanes,
genéticamente distintos: Curioso y absolutamente determinante, por sus
características tan paradójicas con respecto a la epidemia del síndrome
tóxico, es el caso del circuito catalán de comercialización del aceite
supuestamente tóxico. estas características vuelven a ser un elemento más
de los varios que, por sí solos, ya refutan la hipótesis del aceite
fraudulento como vehiculizador del tóxico que causó el citado síndrome
tóxico.
Resulta que durante el
año 1981 se distribuyó en Cataluña aceite fraudulento de composición
semejante al distribuido en la región central, que por ello también fue
declarado como aceite tóxico en aquel momento. La cantidad de aceite
comercializado en Cataluña fue superior a 350.000 kg. Pues bien, pese a
haber sido distribuida toda esa cantidad de aceite y haberse vendido al
público durante varios meses de 1981, no se tiene constancia de la
existencia de ningún afectado original de la zona catalana.
Pero lo más
sorprendente del caso es que una de estas marcas concretamente ‘El Olivo’,
fue también distribuida en Castilla, sobretodo en Madrid capital y
poblaciones limítrofes. Pues bien, este aceite oriundo de Cataluña, en
donde no provocó ningún afectado, al ser consumido en Madrid provoca
automáticamente afectación. ¿Es posible que las partidas destinadas a
Castilla sean tóxicas y las que se quedan en catalunya sean inocuas? ¿O
acaso —como apuntó un letrado de la Defensa durante el juicio— debe
atribuirse este fenómeno a una distinta composición genética o reacción
sensible de catalanes y castellanos?
Mucho más lógico que
buscarle estos tres pies al gato, resulta concluir que el aceite no tuvo
en realidad nada que ver con el síndrome tóxico. Nada, excepto que formaba
parte en muchos casos del mismo plato que también contenía los tomates que
llevaban el tóxico.
No había tóxico en el Aceite: Buscando un punto de apoyo que justificara
la inculpación del aceite de colza desnaturalizado, la opinión oficial
argumentó que el tóxico se hallaba en las anilinas que se usaron para su
desnaturalización (tinte), y en su defecto en las anilidas que estas
anilinas originaron durante el proceso de re-naturalización efectuado en
España. pero resulta que —como muy ampliamente lo documento en el citado
libro Pacto de Silencio— el aceite sospechoso no contiene tóxico alguno,
ni de anilinas ni de anilidas ni de tipo alguno. Así lo manifestaría por
ejemplo la Dra. Renate Kimbrough, del CDC de Atlanta, USA, el 10 de
febrero de 1985 a la televisión alemana: “No hallamos ningún indicio que
señalara que el aceite fuera el causante del síndrome tóxico. Además,
muchos otros laboratorios en Europa han intentado hallar alguna sustancia
tóxica en estos aceites, y tampoco tuvieron éxito alguno.”
Añadiré que a la vista
de todos los datos que hoy poseemos, se hace no ya difícil, sino
absolutamente imposible, mantener que el aceite de colza desnaturalizado
fuera el desencadenante del envenenamiento masivo de la primavera de 1981
en España. Tal posibilidad ha quedado descartada por los nulos resultados
arrojados al respecto tanto por la investigación toxicológica, como por la
bioexperimental y también por la epidemiológica.
Los Tomates Venenosos:
Si el aceite no fue el causante de la tragedia, ¿por qué la Administración
ha venido fomentando la idea de que fue este agente el que envenenó a
tantos administrados? ¿Por qué ha cerrado sus oídos a tantas voces que
indicaban —algunas susurrando pero otras gritando— que ese no era el
camino y que en cambio había otro que permitía llegar al foco de la
epidemia e incluso a la curación de los afectados? En buena lógica, igual
daba que la fisura de los controles oficiales quedara descubierta en el
negocio del aceite, como en el negocio del tomate. Puestos a tener que
reconocer un fallo en el sistema, tanto daba una que otra variante. La
única diferencia estriba en que por la vía del aceite solamente se
descubre un fraude alimenticio, mientras que por la vía del tomate se
descubre una imprudencia temeraria tras la cual se puede esconder un error
dirigido. Solamente así se explica la actitud oficial frente a este
problema. Como diría en su momento el entonces subsecretario de Sanidad
del Ministerio socialista de Ernest Lluch, Dr. Sabando, lo del síndrome
tóxico no es un problema del Ministerio de Sanidad, ni de ningún otro
Ministerio; es un problema de Guerra, Felipe González, CESID, y luego, por
decir algo que lo englobe todo alrededor, digamos KGB-CIA: este es el
único problema, y de ahí no lo podemos sacar.
El Origen del Drama:
Recordemos la historia que llevaba al origen del drama: el 15 de mayo de
1981 el Dr. Antonio Muro y Fernández-Cavada es destituído como vimos de
sus funciones de director del Hospital del Rey, a causa de los aciertos
evidenciados en la investigación de la etiología del síndrome tóxico. El
causante real no debía salir a la luz pública. A partir del mes de julio
del mismo año 1981, y llevando ya la investigación de forma privada, el
Dr. Muro enuncia su hipótesis de que el síndrome tóxico ha sido causado
por un producto fito-sanitario, un organotiofosforado, vehiculizado por
una partida de tomates o pimientos. Desde entonces y hasta su muerte en
1985 —de un cáncer de pulmón, al igual que Rosón, que moriría al año
siguiente y que era otro de los pocos que estaban perfectamente al
corriente de lo que había sucedido— se dedicó sin tregua a estudiar el
consumo de tomates en los afectados, a reconstruir la comercialización de
los mismos, llegando a localizar —mediante un laborioso proceso de
retroceder desde el afectado al productor— al posible agricultor y al
posible campo en donde se plantaron. Se había comenzado a desandar el
camino que llevaba hacia los organofosforados, como causantes de la
intoxicación masiva de la primavera española de 1981.
De acuerdo con las
averiguaciones del Dr. Muro, el desencadenante del envenenamiento fue una
partida de tomates, cultivados en Roquetas de Mar (Almería), y previamente
tratados con un compuesto organotiofosforado, el fenamiphos
(comercializado con el nombre de Nemacur), combinado con isofenphos
(comercializado con el nombre de Oftanol). Cabe remarcar que el isofenphos
es el producto que habría causado la característica neuropatía retardada
acusada por los afectados, y que la partículo “tio” (en el compuesto
organo-tio-fosforado) alude a la presencia de azufre en la mortal
combinación. Combinación por lo tanto fosforada y azufrada. Así lo dejaría
escrito el Dr. Muro:
“El nematicida
fitosistémico Nemacur-10, prohibido en varios países por su alta
peligrosidad, e introducido en España por primera vez pocos meses antes de
la epidemia del síndrome tóxico, es un organotiofosforado del grupo
fenamiphos (4-[metiltio]-m-toliletil-isopropilamidofosfato) que, de no
respetarse sus muy dilatados intervalos de seguridad (mínimo de tres
meses), se convierte dentro del fruto en un fitometabolito derivado
extraordinariamente agresivo —su toxicidad se potencia unas 700
(setecientas) veces— y cuya composición exacta parece ser alto secreto
militar. Las partes fundamentales de su molécula y su acción bloqueante
irreversible de la acetilcolinesterasa, explica extraordinariamente bien,
pese a los desmentidos globales de la OMS, la patogenia y cuadro clínico
observados en el síndrome tóxico. Los tomates contaminados son
semiselectos de la variedad ‘lucy’, razón por la cual su consumo no ha
afectado a clases o zonas urbanas adineradas.”
Arsenal Químico:
Aporto estas consideraciones porque se observa —cuando se analiza todo
este asunto en detalle— que el pacto de silencio que aquí salta a la
vista, sólo puede justificarse por la extrema gravedad de lo realmente
ocurrido. Para ello conviene recordar que los organofosforados se hallan
en la base del moderno armamento químico como también conviene recordar
por qué se estaba demorando el acuerdo de desarme químico entre los
Estados Unidos y la Unión Soviética: la creación del arma química binaria
hace imposible cualquier tipo de control internacional, debido a que su
producción puede ser organizada secretamente incorporándola en cualquier
empresa química privada. Implica la experimentación con nuevos tipos de
agentes químicos en la industria de herbicidas, entre otras, existiendo la
posibilidad de evitar las inspecciones en las unidades y empresas que
pertenezcan a sociedades privadas o multinacionales. Cabe señalar que
Nemacur y Oftanol son productos de la multinacional Bayer. Es importante
por lo tanto que al enjuiciar lo sucedido en España con el síndrome
tóxico, se tenga presente que la industria química privada multinacional
ofrece la única posibilidad de ensayo impune en el supuesto de un acuerdo
internacional de suspensión de la experimentación y almacenamiento de
armamento químico .
Esto lo sabía
perfectamente Juan José Rosón, al igual que cabe suponer lo saben
perfectamente el teniente general Emilio Alonso Manglano, el coronel
Catalá y el general Cassinello, por citar solamente a algunos conocedores
del tema. |
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