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El verbo interior.
Hasta ese momento el cuerpo etéreo no estaba aislado de la esfera
circundante, por lo que las corrientes vitales procedentes del océano de
vida universal entraban y salían directamente; ahora, en cambio, lo que
influye desde afuera debe pasar a través de esta membrana. Como resultado de
ello el hombre se torna sensible a estas corrientes externas; las percibe.
Ha llegado el momento de dar a todo este sistema de corrientes y movimientos
su centro en la región del corazón, lo que se logra mediante la prosecución
de los ejercicios de concentración y meditación. Alcanzada esta etapa el
hombre recibe el don del 'Verbo interior". Desde este instante, todas las
cosas adquieren para él un nuevo significado; su esencia interior, en cierto
modo, se torna espiritualmente audible; hablan al hombre de su verdadera
naturaleza. Las corrientes anteriormente descritas le ponen en relación con
el íntimo ser del universo del que forma parte. Comienza a participar de la
vida del mundo circundante y puede hacer que ella repercuta en los
movimientos de sus flores de loto.
Así, el hombre se eleva al mundo espiritual y con ello adquiere una nueva
comprensión de todo cuanto han dicho los grandes maestros de la humanidad.
Las palabras del Buda y los Evangelios, por ejemplo, le producen un efecto
distinto, le impregnan de una felicidad desconocida hasta entonces, pues el
sonido de semejantes palabras concuerda con los movimientos y ritmos que él
ha desarrollado en sí mismo.
Por propia e inmediata experiencia sabe que hombres como el Buda o los
Evangelistas, no expresan sus propias revelaciones, sino aquellas que les
afluyen de la íntima esencia de las cosas. Vamos a señalar aquí un hecho que
se nos hace comprensible sólo por lo que antecede. El hombre de nuestra
actual etapa evolutiva no está en condiciones de apreciar debidamente las
muchas repeticiones de los sermones del Buda; en cambio, para el discípulo
de la enseñanza oculta llegan a ser algo que él mira con agrado mediante su
sentido interior, pues corresponden a ciertos movimientos rítmicos en el
cuerpo etéreo.
La devota entrega a ellas, en plena quietud interior, produce también una
armonía con tales movimientos. Y como estos movimientos son, a su vez,
réplica de determinados ritmos cósmicos que, en ciertos puntos, representan
también repetición y retorno a ritmos antiguos, resulta que el hombre que
presta oído a las palabras del Buda se vincula con los misterios cósmicos. |
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