La reorganización sobre una nueva base de las relaciones
con los progenitores constituye uno de los acontecimientos que marcan la
adolescencia. Ha llegado el momento de que padres e hijos se sienten a
dialogar, con talante amable y con voluntad de mejorar la convivencia
familiar.
El propio adolescente cuestiona la personalidad de sus
padres y tiene que remodelar las imágenes parentales. Es normal y natural
que el adolescente y su familia estén en conflicto. La violencia de la
rebelión es a menudo una medida de presión necesaria para vencer los lazos
que unen al adolescente a los padres, más que el inicio de su hostilidad
frente a ellos...
El adolescente debe convencer no sólo a sus padres, sino
también a sí mismo, de que no tiene necesidad de ellos, de que él mismo y
sus padres son diferentes, de que ya no existe el lazo que les unía en la
infancia. En la evolución de este cambio en las relaciones paterno-filiales
intervienen los distintos aspectos del proceso de la adolescencia:
transformación corporal puberal; acceso a la madurez sexual; despertar del
conflicto edípico y exacerbación del deseo/temor de las relaciones
incestuosas; rechazo a aceptar la imagen del niño que proponían antes sus
padres; búsqueda identificatoria a través del grupo de amigos, o conseguir
la admiración de un extraño.
De todas formas, el adolescente puede tener necesidad de
despreciar a sus padres, pero no desea destruirlos como modelos. La estima
que tiene de sí mismo está estrechamente ligada a la que tiene de ellos.
Debe superar la imagen de los padres omnipotentes y perfectos que tenía en
su infancia; pero siempre tiene necesidad de un padre con el que pueda
identificarse y que le servirá de modelo para su vida de adulto, y de una
madre en la que busca afecto y admiración.
La mayoría de los padres observan estas reivindicaciones
de los hijos adolescentes y modifican sus actitudes y exigencias en función
de la evolución de éstos. De cualquier forma, los padres acompañan al
adolescente a través de su proceso evolutivo. Estos conflictos triviales
entre padres y adolescentes se caracterizan por el hecho de estar centrados,
a menudo, sobre uno de los padres y no en ambos, por el mantenimiento de una
relación satisfactoria en un sector particular (por ejemplo, un interés
común en el plano cultural, deportivo, político, etc.), por la localización
del conflicto en los padres, dejando al margen a los abuelos y a los
hermanos.
En efecto, el adolescente debe afrontar una alternativa
paradójica: por un lado, debe romper con sus padres para descubrir su
identificación de adulto; pero, por otro, no puede encontrar los fundamentos
de su identidad más que a través de su inscripción en la biografía familiar.
Algunos autores han apuntado el lugar privilegiado que
ocupan los padres en la vida mental del adolescente, cuando las cosas
transcurren por las vías del entendimiento mutuo. Mientras que en los casos
en que la oposición entre los dos padres y su hijo adolescente es masiva,
total y duradera, la reacción de éste es de enfrentamiento global hacia
todos los adultos y la sociedad en pleno. Y ya se está precipitando al
adolescente a conductas cada vez más patológicas.
Aquí es donde pueden cumplir un importante papel las
redes de apoyo social con las que cuente la familia. De tal manera que la
carencia o escasa disponibilidad de estas redes de apoyo puede afectar, de
manera sobreañadida, las relaciones entre padres y adolescentes. Así, por
ejemplo, los conflictos intergeneracionales, habitualmente, pueden ser
modulados o amortiguados por la intervención de un pariente o amigo adulto
con ascendencia en la familia, que puede llegar a neutralizar o facilitar la
resolución de los conflictos.