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TRASTORNOS DEL DESEO
SEXUAL
Durante los años
ochenta, los terapeutas sexuales empezaron a observar un nuevo tipo de
disfunción sexual, cuyos casos se hicieron con rapidez más corrientes que
los de cualquiera de los tipos anteriores. Esta nueva categoría se denominó
trastornos del deseo sexual. Conviene resaltar que, a diferencia de los
estereotipos, este problema aparece tanto en mujeres como en hombres.
El deseo sexual o líbido se refiere a un conjunto de sensaciones que llevan
al individuo a buscar la actividad sexual o a mostrarse placenteramente
receptivo con respecto a ella. Cuando se inhibe el deseo sexual, de manera
que el individuo deja de interesarse por la actividad sexual, la disfunción
se denomina "deseo sexual reducido" o "trastorno del deseo sexual". Quienes
tienen inhibido el deseo sexual suelen tratar de evitar las situaciones que
evoquen sensaciones sexuales. Si, a pesar de sus esfuerzos, se encuentran en
alguna situación excitante, experimentan una rápida "desviación" de sus
sensaciones. La desviación puede ser tan intensa que algunas personas hablan
de sensaciones negativas, incómodas; otras sólo manifiestan una anestesia
sexual, es decir, ninguna sensación sexual en absoluto, aunque puedan
responder hasta llegar al orgasmo.
Una encuesta realizada entre la población "normal" (no paciente) puso de
manifiesto que el 35% de las mujeres y el 16% de los hombres no se muestran
interesados por el sexo.
Como en el caso de otras disfunciones, los trastornos del deseo sexual
presentan complejos problemas de definición. Hay muchas circunstancias en
las que es totalmente normal que se inhiba el deseo de una persona. Por
ejemplo, no podemos esperar que alguien encuentre atractivos a todos los
posibles compañeros sexuales. La terapeuta sexual Helen Singer kaplan (1979)
refiere el ejemplo de una pareja formada por una mujer tímida y chiquita y
un hombre extremadamente obeso (159 kg de peso y 1,60 m de estatura) y
descuidado. Él se quejaba de la falta de deseo sexual de su esposa, pero es
fácil comprender su inhibición y dudaríamos de clasificarla como una persona
que padeciera un trastorno sexual. Nadie puede esperar que respondamos
sexualmente en todo momento, en todas partes y con todas las personas.
También es cierto que, a menudo, el problema no consiste en el nivel
absoluto de deseo sexual del individuo, sino que, más bien, se trata de una
discrepancia entre los niveles de los compañeros sexuales. Es decir, si un
miembro de la pareja quiere tener relaciones sexuales con menor frecuencia
que el otro, se produce el conflicto.
Como el reconocimiento de este trastorno es relativamente reciente, en este
campo no hay muchas coincidencias respecto a su definición o diagnóstico. No
obstante, parece improbable que el deseo sexual reducido se convierta en una
única categoría. Es fácil que constituya un único síntoma achacable a muchos
factores. He aquí algunos que se han considerado determinantes del deseo
sexual reducido: hormonas, factores psicológicos (sobre todo, la ansiedad y
la depresión) y factores cognitivos (no haber aprendido a percibir con
precisión la propia excitación o tener unas expectativas limitadas con
respecto a la propia capacidad de excitarse). |
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