Tipos psicológicos y
enfermedades orgánicas
El
tratamiento de las enfermedades es cada vez más caro, y no solamente desde la
perspectiva económica. El sufrimiento es socialmente devastador y que sea
necesario encontrar formas modernas para tratarlos.
Los
dolores se controlan haciendo silencioso lo que duele, es decir, no sintiéndolo.
En algunas ocasiones, la repetición continuada de un dolor hace que éste tenga
menos repercusión afectiva y que, por tanto, el sufrimiento sea menor y
aparentemente el dolor disminuya.
Al final
queda el tratamiento de la respuesta afectiva, conductor emocional del dolor. El
sufrimiento, cuando se controla, hace que el dolor sea más soportable. El
control emocional del dolor es hoy una piedra angular de la medicina. El llamado
parto sin dolor se basa en este control. Siguiendo con el ejemplo del parto sin
dolor, casi todos sabemos que se consigue modificando la conducta, por el
aprendizaje de unas técnicas de las mujeres embarazadas. Por eso la asistencia
del parto es hoy muy diferente de la que se hacía hace un tiempo.
En los
hospitales se pide silencio y unas normas de conducta especiales, porque de esa
manera el sufrimiento de los enfermos disminuye. Un médico o enfermera,
tranquilo, seguro de lo que hace, consigue transmitir una respuesta emocional al
enfermo, que disminuye el dolor.
La
respuesta afectiva es también un avance importante, descubierto en estos últimos
años. Aquellos fármacos que cambian la respuesta afectiva suelen ser muy buenos
controladores del dolor, mejores, a veces, que los clásicos analgésicos de
siempre; sin embargo, éstos tienen que ser siempre prescritos por médicos.
El dolor
es, pues controlable, desde su comienzo hasta su respuesta afectiva.
Modernamente, todos los países tratan, siguiendo a la Organización Mundial de la
Salud, de prevenir enfermedades y promover la salud. Para conseguirlo, es
necesario estudiar bien las formas de enfermar y conocer la personalidad de
aquellos que sufren enfermedad, y así es más fácil prever las consecuencias.
Se actúa
ante la enfermedad como, por ejemplo, frente a las catástrofes atmosféricas. Por
poner un ejemplo, si conocemos el clima y el terreno podremos prevenir mejor las
riadas.
La
personalidad no determina de una manera absoluta que por ser de una forma se
vaya a padecer con seguridad una enfermedad, pero si que es un condicionante
fundamental. Lo primero es intentar clasificar en grandes grupos los tipos de
personalidad y normalmente se hace por los rasgos que más destacan.
Ante lo
que ocurre fuera de uno mismo o, si se prefiere, por la forma de relacionarse
con los demás, las personas se clasifican en extravertidas e introvertidas. Los
extravertidos tienen tendencia a padecer más accidentes que los introvertidos, y
eso lo saben muy bien las compañías de seguros. Los introvertidos padecen más
enfermedades psicosomáticas.
Las
personas que tienen poca fuerza interior, los abúlicos, apáticos y asténicos,
viven muchos años quejosos de padecer enfermedades orgánicas y psicológicas,
pero que no repercuten en su organismo. Hay una excepción muy peculiar y que ha
merecido estudios muy importantes en los últimos años, y es un tipo de
enfermedad cancerosa, la que aparece en el páncreas. Son ese tipo de personas
que poco a poco, sin casi saber por qué se van haciendo asténicos, perdiendo
peso, agotándose física y psíquicamente lentamente, y que la medicina descubre
que tienen la enfermedad antes mencionada.
Los
inseguros y necesitados de estimación son los que padecen un tipo muy conocido
de enfermedad psíquica: la histeria. Hace años era un padecimiento femenino,
hoy, con la igualdad de los sexos, es también frecuente en los varones. La
depresión, otra de las graves enfermedades psiquiátricas, se da entre los
ordenados y escrupulosos. Estos, a veces, cambian de enfermedad, y pasan de una
forma psíquica a una orgánica. Por ejemplo, es frecuente ver padecer crisis de
asma a enfermos depresivos, o úlcera de estómago. Curiosamente, mientras se
padece una enfermedad no aparece la otra.
La
personalidad de los jaquecosos es muy parecida a la de los depresivos y a la de
los ulcerosos. Estamos siempre refiriéndonos a cómo se es, antes de aparecer la
enfermedad y no los cambios en la personalidad que produce una enfermedad. Como
ejemplo puede servir el epiléptico que por su enfermedad y durante el transcurso
del tiempo se hace pegajoso (enequético).
Como es
natural, hoy se presta mucha atención a las enfermedades crónicas y de muy
difícil tratamiento, como son las cancerosas o los padecimientos cardíacos. Las
primeras aparecen en personas dominantes y autoritarias, de carácter
destemplado. Las segundas en aquellos que están sometidos a la responsabilidad
de tomar grandes decisiones y que son muy ambiciosos. Muchas veces lo que ocurre
es que la personalidad hace que se viva de una forma especial con conductas que
desencadenan enfermedades. Por ejemplo, el consumo excesivo de alcohol
socialmente, o el tabaco. La falta de sueño, los continuos cambios de horario,
etc., que se intentan solucionar por medios no naturales, químicos y que al
final condicionan la aparición de enfermedades crónicas. Recuérdese la
incidencia del tabaco en los cánceres de pulmón.
Es
necesario volver a insistir que los rasgos de personalidad no son condicionantes
absolutos, y que las excepciones confirman siempre la regla general.