Las
teorías sobre los tipos de temperamento tienen unos veinte siglos de antigüedad.
Empédocles divide todos los elementos en: aire, tierra, fuego y agua. A estos
elementos corresponderían, según Hipócrates, cuatro humores corporales: la
sangre, la bilis negra, la bilis amarilla y la pituita. Aristóteles atribuye
estas características a la sangre, que divide en ligera, pesada, caliente y
fría. De estos tres conceptos surge fundamentalmente la doctrina de los
temperamentos divididos en cuatro tipos que corresponderían a estas
características, y que todavía no ha perdido su vigencia en nuestros días.
El
temperamento sanguíneo se caracteriza por un tono vital alegre, con una gran
capacidad para superar los problemas y ver el lado bueno de las cosas. Son
personas tolerantes y que se adaptan con facilidad a situaciones nuevas. Se
entusiasman con facilidad, pero son relativamente superficiales, y pasan
rápidamente a interesarse por otra cuestión. A veces son frívolos e
irreflexibles, inconstantes y volubles. Son personas con una gran facilidad para
las relaciones sociales, activos y generalmente con dotes para la comunicación
en todas sus vertientes. Suelen derrochar seguridad y optimismo, por lo que, a
menudo, se comportan de forma poco prudente e incluso con temeridad.
Los
flemáticos son personas ecuánimes y equilibradas, aunque pueden caer con cierta
facilidad en la indiferencia o el escepticismo. Suelen ser comprensivos,
pacientes, tolerantes, constantes y prudentes. No se precipitan a la hora de
tomar una decisión, por lo que tradicionalmente se les consideraba «de sangre
fría». A veces son excesivamente lentos en sus reacciones e incluso son
incapaces de tomar una determinación. Pueden dar la sensación de que no tienen
interés por nada, y a veces dependen demasiado de los demás. Tienen cierta
dificultad para adaptarse a situaciones nuevas.
Los
coléricos son apasionados y se entusiasman con facilidad. Viven sus experiencias
con profundidad y suelen ser muy constantes. Son personas que destacan por su
gran tenacidad y por estar muy seguros de sí mismos. Se irritan con mucha
facilidad, produciéndose explosiones de cólera por estímulos de poca relevancia,
ya que, a menudo, pierden el autocontrol. Son intolerantes e incluso despóticos.
Los
melancólicos se caracterizan por ser personas serias y responsables, con un gran
sentido del deber. Viven sus experiencias con profundidad y suelen tener intensa
vida interior. Generalmente son personas bastante sensibles y afectuosas, aunque
a veces no se les note. Tienen un alto sentido de la fidelidad, se preocupan con
facilidad y tienden a ser escrupulosos. Suelen ser poco seguros, con tendencia a
la angustia, la tristeza, el pesimismo, a los sentimientos de culpa y de
inferioridad. Se enfadan con facilidad, ya que son muy susceptibles y
desconfiados. Se adaptan con cierta dificultad y suelen evitar las relaciones
sociales, prefiriendo, muchas veces, la soledad.
Existen
muchas más clasificaciones para los diversos tipos de personalidad. lung aportó
una muy interesante, que divide las personalidades en introvertidas y
extravertidas. Los introvertidos estarían muy volcados hacia sí mismos, muy
atentos a lo que ocurre en su interior. Son personas muy individualistas, muy
críticos con las costumbres y normas sociales, con poca capacidad de adaptación
y desconfiados. Son propensos a las neurosis y a los trastornos por ansiedad.
Los extrovertidos están más volcados hacia el mundo exterior. Se adaptan mejor a
los cambios y son más sociales; a veces dependen excesivamente de las
tradiciones y convencionalismos. Actúan en razón de las circunstancias del
momento y sus leyes morales coinciden con las que tiene la mayoría de la
sociedad en ese momento. Suelen ser más prácticos que idealistas. Tienen una
mayor propensión a padecer trastornos de tipo histérico y a las toxicomanías.
Dentro de
estas dos tipologías: introvertidos y extravertidos, se pueden establecer cuatro
subtipos en cada una de ellas, según los rasgos de personalidad predominantes.
Así se puede hablar de hombres de tipo intelectual, afectivo, sensorial o
intuitivo. Los intelectuales se caracterizan porque en ellos prima la razón, y
actúan fundamentalmente en relación con la misma. Los afectivos, por el
contrario, dan una importancia prioritaria a los sentimientos y a la afectividad
en términos generales. Los sensoriales son aquellos en los que prima sobre los
demás la esfera de las sensaciones, e incluso la sensualidad grosera. Los
intuitivos se guían a menudo por su intuición y por criterios subjetivos. Suelen
tender a la fantasía, son poco realistas, con afición por las aventuras y a
veces creativos y con muchas iniciativas. Los subtipos intelectual y sensorial
abundan más entre los hombres, mientras que los afectivos e intuitivos se dan
más entre las mujeres.
Existen
tantos tipos de personalidad como rasgos se pueden describir en la misma.
Podemos hablar de dominantes y dependientes, seguros e inseguros, equilibrados y
desequilibrados, autoritarios y tolerantes, activos y asténicos, teóricos y
prácticos, sensibles e indiferentes, impulsivos y reflexivos, optimistas y
pesimistas, interesados y desprendidos, altruistas y egoístas, coléricos o
templados y un largo etcétera.
En
términos generales, es muy difícil encontrar personas que pertenezcan claramente
a un tipo de personalidad de entre las clasificaciones descritas; generalmente
no existen tipos «puros» de personalidad, sino tipos «mixtos», es decir, que
tienen características propias de uno o más tipos o subtipos, ya que, al fin y
al cabo, la personalidad es una característica puramente individual, en la que
pueden existir rasgos comunes en unas personas respecto a otras, pero sin que se
produzcan dos exactamente idénticas. Cada personalidad es todo un mundo distinto
e inabarcable.