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SIRENAS
Los
Espíritus de la Naturaleza tienen por cuerpos formas de energía y no son
estrictamente físicos o materiales en la versión común de los términos,
aunque la energía es también una forma material y viceversa, y a diario
nos muestra sus efectos en el plano más denso de acción. El hecho de que
la llamada “electricidad” sea energía y normalmente invisible, no quita
que al correr por la superficie de un cable metálico produzca fenómenos
materiales traducidos en el movimiento de pesadas piezas de una máquina,
que a la vez mueve o traslada toneladas de materia. Y todos conocemos los
fenómenos meteorológicos que se traducen en rayos y relámpagos, centellas
y “luces de San Telmo”.
Por otra parte, la existencia de estados vibratorios intermedios entre la
energía invisible y la materia visible, hace que según se rebasan estas
fronteras, de “arriba” a “abajo”, la posibilidad de observación humana de
los elementales se potencie, aún sin proponérselo.
SIRENAS: Innumerables son los habitantes de las aguas, especies animales y
vegetales aún desconocidas, y lo mismo ocurre con los seres feéricos y
legendarios.
Las sirenas son, entre ellos, los más conocidos. Le siguen en popularidad
las ondinas y las ninfas.
Quizás algunos hayan oído hablar de las mujeres-foca, de las hadas
lavanderas o de las náyades.
Las sirenas eran el equivalente a las ninfas pero en el mar, pues residían
en la zona de Sicilia cerca del cabo Pelore. Sus padres fueron Calíope y
el río Aquelao, según unas versiones y Forcis y Gea, según otros.
El número exacto de ellas no está totalmente claro, hay quien afirma que
eran tres, pero también se dice que fueron cinco e, incluso, ocho.
El
cuerpo de las sirenas, a pesar de que vivían en los océanos y de lo que
tradicionalmente se ha representado, estaba formado por un cuerpo de ave y
un rostros de mujer, por lo tanto, no tenían aletas, sino alas.
Las sirenas detentaban una voz de inmensa dulzura y musicalidad y se
prodigaban en cantos cada vez que un barco se les acercaba, por lo que los
marineros, encantados por sus sonidos, cuando no podían huir de ellos se
arrojaban al mar para oírlas mejor pereciendo irremediablemente.
Sin embargo, si un hombre era capaz de oírla sin sentirse atraído por
ellas una de las sirenas debería morir. Fue esto lo que propició el héroe
Odiseo, más conocido por Ulises. Cuando Odiseo estaba viajando en barco en
una de sus muchas hazañas, halló a las sirenas y para evitar el influjo
ordenó a sus tripulantes, según consejo de Circe, que se taparan los oídos
con cera para no poder escucharlas mientras que él, se ató al mástil del
barco con los oídos descubiertos. De esta forma, ninguno de sus marineros
sufrió daño porque no oyeron música alguna mientras que Odiseo, a pesar de
oírlas, habría implorado una y otra vez que lo soltaran se mantuvo junto
al poste y pudo deleitarse con su música y cantos sin peligro de su vida.
En consecuencia, una de las sirenas tuvo que perecer y esta suerte le
sobrevino a la sirena llamada Parténope. Una vez muerta las olas la
lanzaron hasta la playa y allí fue enterrada con múltiples honores. En su
sepulcro se instaló después un templo. El templo se convirtió el pueblo, y
finalmente el lugar donde fue enterrada esta sirena se transformo en las
próspera Nápoles, llamada antiguamente Parténope. También existe otra
leyenda acerca de las sirenas que afirma que los Argonautas también
sobrevivieron a su influjo porque Orfeo, que les acompañaba, canto tan
maravillosamente que anuló completamente su seductora voz.
El origen de las sirenas.
Difícil es dilucidar el verdadero origen de las sirenas. Dejando a un lado
las antiguas sirenas con forma de mujeres-ave, se dice que la primera
mujer-pez conocida fue Atargatis, la diosa de la luna, protectora de la
fecundidad y el amor. Atargatis, perseguida por Mopsos, se sumergió en el
lago Ascalón con su hijo, y se salvó gracias a su cola de pez. Esta
leyenda se confunde con la de la diosa siria Derceto, que también se
arrojó a las aguas del mismo lago, después de matar a uno de sus
sacerdotes y abandonar a la hija de ambos en el desierto. Derceto recibió
la cola de pez como símbolo de su pecado, y su hija, criada por las
palomas, se convirtió en Semíramis, reina de Babilonia.
También puede encontrarse una semejanza con las sirenas en, la diosa
Afrodita, hija del semen de Zeus convertido en espuma de mar, que fue
diosa del amor y protectora de los marinos. Su espejo ha sido heredado por
toda la estirpe de sirenas.
Para buena parte de los sabios griegos, sin embargo, las sirenas tienen
por padre a Aqueloo, un río personificado en figura de hombre con cola de
pez. En cuanto a la madre, la confusión crece: puede ser la diosa de la
memoria, o alguna de sus hijas, las musas. Quizá las sirenas sean hijas de
la Elocuencia, de la Danza, de la Tragedia o de la Música. Hasta podrían
ser hijas de Ceto, la ballena.
Las sirenas a través de los tiempos.
Aunque las sirenas nacieron de la imaginación de los poetas griegos
antiguos, la tradición que éstas inspiraron se transformó y desarrolló con
el paso del tiempo, particularmente bajo la influencia del folklore
nórdico.
La mitología nórdica. Las leyendas irlandesas e inglesa hacen todas
referencia a la presencia de sirenas a lo largo de sus costas, mientras
que la mitología germánica las ve surgir de la espuma de las olas.
Las representaciones de sirenas se multiplican durante la Edad Media y se
transforman en uno de los temas favoritos de la decoración de los
manuscritos. Hacia el año 1200, el cronista inglés Ralph de Coggeshall
escribe: “Durante el siglo pasado, bajo el reinado del rey Enrique II,
unos pescadores de Oxford capturaron en el Canal de la Mancha a un hombre
desnudo, que nadaba con soltura bajo las aguas. Encerrado durante varios
días, éste se alimentó principalmente de pescado. No pronunciaba las más
mínima palabra, aun bajo las peores torturas y tenía la piel como escamada
en la zona de las piernas. Devuelto al agua, rasgó la red que lo retenía y
consiguió hacerse mar adentro.
Las sirenas de Cristóbal Colón. Mientras se encuentra frente a las
Antillas, el navegante cree divisar tres de estas criaturas que bailan en
el agua. Son feas y mudas, pero él descubre en su mirada una cierta
“nostalgia de Grecia”.
Un encuentro moderno. En 1869, en las Bahamas, seis hombres que se dirigen
en canoa hacia una bahía divisan una sirena de deslumbrante belleza, con
los cabellos azules flotando sobre sus hombros y las manos hendidas. Ésta
emite unos grititos de sorpresa al ver a los marinos y desaparece poco
después, sin dejar que se acerquen.
La apariencia física de las sirenas evolucionó. En la época griega, eran
representadas como seres alados, con cara humana y cuerpo de ave. Su
transformación en criaturas mitad mujer, mitad pez, con la parte inferior
recubierta de escamas, se remonta aparentemente a la Edad Media y a las
leyendas Celta y germánicas.
Su nombre proviene del término latino siren, que a su vez proviene del
griego seirén, de la palabra seim, lazo, cuerda, recordando sin duda el
poder cautivador de las sirenas.
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