No le des más vueltas: te preocuparás de tus hijos en la
adolescencia más que en cualquier otra etapa de su vida. Los problemas de la
adolescencia parecen tener una escala mayor que los de la infancia, con un
mayor peligro y con un potencial de desastre mucho más grande.
Tus hijos y tú no coincidiréis en los mismos intereses.
Los padres pueden estar preocupados por el futuro laboral de los hijos (¿si
va bien en el colegio tendrá un buen trabajo?), mientras que al adolescente
lo que más le preocupa es lo que concierne al aquí y ahora (¿dónde ir el
sábado?).
La mayoría de padres están mentalizados sobre el hecho de
que la adolescencia de sus hijos será un tiempo de tormenta y estrés, y esto
se ha dicho tan a menudo que ya es como un artículo de fe. Es decir: se da
por hecho que será así y que nada ni nadie podrá cambiarlo.
Ciertamente, los años desde la más tierna infancia hasta
el inicio de la pubertad suelen ser bien tranquilos. La familia ha sido el
centro del mundo del niño y su principal fuente de soporte emocional. El
padre creía que conocía bien a su hijo, porque cuando éste era pequeño era
como un espejo en el cual se reflejaba él mismo, y además se transparentaban
todos sus pensamientos y emociones. Estaba plenamente convencido de que el
niño era parte de sí mismo, íntimamente unido... Y, después, de golpe, se da
cuenta de que no está preparado para la súbita metamorfosis que ha
transformado a su preciosa criatura en un extraño en su vida, en un ser
incordiante que monopoliza el teléfono, el baño, la conversación...
Nuestro lindo hijo o hija, dócil y cariñoso hasta el
momento, se transforma en una persona desgarbada, insolente, rebelde y
contestona, que pone a prueba la paciencia de cualquiera. Los padres muchas
veces no advierten que su hijo se está convirtiendo en un adolescente. Su
cuerpo y su personalidad han ido cambiando, en algunos casos solapadamente,
y en otros, de un modo casi brutal. El carácter de los cambios es tal, que
difícilmente los padres comprenden lo que está sucediendo en su hijo.
Cuesta entender que el hijo ya no es un niño pequeño. Y
que si antes aceptaba sin ninguna crítica lo que se le decía, ahora quiere
manifestar sus opiniones (y a veces las dice mirándonos por encima del
hombro, por una simple cuestión de estatura). Aunque nos pese, la idea de
infalibilidad y autoridad del padre está en entredicho. El adolescente está
revisando todo lo que antes aceptaba como un dogma de fe. Y es necesario que
lo haga, y que se le permita emitir sus juicios a veces disparatados, y en
otras ocasiones muy razonables, especialmente si tenemos en cuenta su
experiencia, evidentemente limitada. En política, por ejemplo, puede que
adopte las posturas más radicales y contrapuestas a las de sus padres,
intentando demostrar así sus propios criterios (y observará el desasosiego y
la exasperación que producen en aquéllos). En otros casos, en hogares con
cultura política, por lo contrario, pueden adoptar una actitud pasiva e
indiferente, provocando la consabida indignación parental. Es necesario que
los jóvenes sean injustos con los mayores; si fueran justos los imitarían y
el mundo no progresaría.
No obstante, ha de quedar muy claro que el rechazo a los
padres, la violencia con que se reviste a menudo la conquista de la
autonomía, tiene un carácter netamente defensivo: de lo que huye el
adolescente es del peligro de un padre y de una madre que puedan atraparle
en una situación infantilizada (en Iberoamérica existe la acertada expresión
"abebarlo", tratarlo como a un bebé), con el consiguiente miedo a la
dependencia, que encubre un deseo, escapando así de las emociones que se
manifiestan en el complejo de Edipo, de las propias pulsiones e impulsos
sexuales inconscientes frente a los padres (se dice que el adolescente huye
de ellos porque les quiere). La tendencia a la regresión que amenaza al
jovencito corre peligro, en este momento, de hacerse una regresión
definitiva (vuelta a los comportamientos infantiles), puesto que los padres
representan el pasado, la unión estrecha, la vinculación próxima a la
simbiosis. Y este miedo del adolescente tiene un fundamento real, pues, con
frecuencia, los padres tratan de que siga siendo un niño, y no quieren que
crezca. Así, nuestro adolescente puede convertirse en otro Peter Pan: el
niño que no quería crecer.