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Las seguidoras de Cristo
Pero en el Antiguo
Testamento no sólo hay escándalo. También se encuentra uno de los ejemplos
más sensuales de la poesía erótica en la literatura universal: El Cantar de
los Cantares. En sus versos se exalta el esplendor de Eros, la naturaleza,
la belleza, la ternura... Y el perfume: “por la fragancia son embriagantes
tus perfumes, aroma es tu nombre, por eso las jóvenes te aman” (l,3).
Este pasaje aparece evocado en el evangelio de Juan, cuando la casa que
hospedaba a Jesús “se llenó del perfume del ungüento” (12,3). En el Cantar
apreciamos la figura de la mujer en un contexto bíblico. Comparando los
textos donde se habla del hombre, en el Antiguo Testamento destaca la escasa
presencia femenina. Para el judaísmo es el hombre quien refleja la imagen de
Dios. La mujer aparece relegada a un papel secundario y muy subordinado. Sin
embargo, en este poema atribuido a Salomón se descubre la sensualidad
femenina.
La
pasión que transmite el Cantar es un intenso deseo carnal, pero dotado con
una “chispa divina”. Estamos ante un simbolismo en el cual convergen el amor
humano y el divino, que así se transforman en dos dimensiones estrechamente
ligadas, como la naturaleza humana y la divina en Cristo. En el Nuevo
Testamento, observamos un hecho que enlaza con esta tradición bíblica de
valorización del amor y que tiene enorme importancia: Jesús jamás condena la
sexualidad y nunca tiene palabras de reproche para ninguna mujer. En su
prédica, Jesús estuvo acompañado por los apóstoles y por algunas mujeres que
los evangelios mencionan. Entre ellas destacan Magdalena, Juana y Susana, o
María la esposa de Cleofás y “hermana de la Virgen”.
Esta presencia resulta muy significativa por el momento histórico. Por lo
pronto, suponía una clara infracción a las normas de una sociedad donde la
mujer era confinada a su casa y que, en un plano jurídico, estaba asimilada
a los esclavos no hebreos y a los menores de edad. El judío debía respetar
prohibiciones severas en su relación con el sexo femenino: no podía ser
servido por una mujer en la mesa, ni mirarla, ni caminar detrás de ella en
público, ni hablarle en la calle. Sin embargo, Jesús rompe con todas estas
normas. Permitió que algunas mujeres formaran parte del grupo itinerante de
discípulos y les brindó un trato igualitario. Se trata de una conducta
anómala y escandalosa en aquella sociedad. En el episodio en que Marta y
María de Betania acogen a Jesús en su casa, por ejemplo, ellas le rinden
honores de huésped, que eran competencia exclusiva de los hombres. Marta,
servicial, se preocupa de prepararle la comida, mientras María se sienta a
los pies de Jesús a escucharle.
La propia Marta pide a Jesús que llame la atención a su hermana por
extralimitarse. En los escritos rabínicos se insistía explícitamente en que
la mujer no debía ser instruida en la Ley. Tampoco podía permanecer en la
misma habitación donde hubiese un huésped masculino. Por eso, lo que Jesús
responde a Marta resultaba tan subversivo para las costumbres judías:
“Marta, Marta, por muchas cosas te afanas y te agitas. Sin embargo, pocas
cosas son necesarias, o mejor, una sola. María ha escogido la mejor parte,
que no se le ha de quitar” (Lucas 10, 40-42). Aquí Jesús aparece
reivindicando la igualdad entre los sexos de una forma clara que violentaba
los usos y costumbres de su época y las normas de su cultura religiosa |
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