«Me han
dicho que produce cáncer», «cuando la tomo me pongo muy nerviosa», «hace
engordar», «tuve que dejarla porque me provocó una fuerte depresión», «estaba
tan intranquila que tardaba mucho en dormirme»... Estos son sólo algunos de los
muchos comentarios que se repiten ente las mujeres sometidas a este tipo de
tratamiento anticonceptivo. ¿Qué hay de cierto en todo ello? Es obvio que
existen repercusiones psicológicas, que veremos a continuación, pero no tienen
por qué aparecer siempre. Lo que es imprescindible es consultar con el
ginecólogo a la hora de seguir este tipo de anticoncepción.
La
«pildora» es el método más comúnmente elegido a la hora de seguir un tratamiento
anticonceptivo. Aunque las estadísticas no son del todo exactas, decenas de
millones de parejas lo usan anualmente en el mundo, con una alta eficacia ya que
el porcentaje de fallos se sitúa entre los más bajos de todos los métodos
anticonceptivos, entre el O y el 2,5 por 100.
Está
formada por una combinación hormonal: estrógenos más progesterona, que se va
administrando a lo largo del ciclo en distintas proporciones según el tipo de
«píldora» del que se trate. Evita el embarazo al inhibir la ovulación pero
también ejerce acciones en otros puntos del organismo. A las hormonas sexuales
normales que la mujer tiene se le añade la acción del tratamiento en sí, esto es
una alteración, aunque casi inaparente, de la normalidad. Como toda alteración
tiene consecuencias, algunas de ellas psicológicas.
Nerviosismo, intranquilidad, inquietud e irritabilidad pueden hacer su aparición
al iniciar el tratamiento. A veces son reales, pero otras veces la mujer los
potencia, está segura de que tienen que aparecer y al final acaban haciéndolo.
Hay quienes se llenan de angustia ante el temor de los efectos secundarios como
«produce cáncer», «salen varices», «engorda»... Son complicaciones reales el
tromboembolismo, los trastornos neuro-oculares y la hipertensión que, de
aparecer, obligan a una inmediata supresión del tratamiento. Con referencia a
las repercusiones físicas hay que tener bien claro que ante cualquier síntoma
extraño hay que consultar con el ginecólogo y seguir sus indicaciones.
Las
convicciones morales y religiosas son origen de ciertos conflictos. Hay mujeres
que desean espaciar sus embarazos, pero su conciencia no acaba por aclarar si
esto es lícito o no. Surgen entonces sentimientos contradictorios dominados por
una indeterminada sensación de culpabilidad. La última forma de evitarlo es
aclarando y coordinando deseos y creencias y, lógicamente, interaccionándolos
con los de la pareja. Hay mujeres que afirman no desear hijos, por motivos
económicos, laborales, por decisión de su pareja o por cualquier otra causa,
pero que, sin embargo, inconscientemente anhelan ser madres y se sienten
irrealizadas. Otras temen que el efecto de la «píldora» se haga permanente y se
vean privadas para siempre de esta posibilidad. Estas dos situaciones generan
sentimientos de pérdida que alteran la estabilidad psicológica.
En cuanto
a la sexualidad, la «píldora», que en teoría no la afecta, sí lo hace. Lo más
normal es que desaparezca el temor al embarazo, con lo que generalmente las
relaciones sexuales se hacen más espontáneas y satisfactorias. Pero en ocasiones
y de forma secundaria a sus repercusiones psicológicas aparece disminución de la
libido y hasta frigidez.
Finalmente, pueden aparecer cuadros depresivos o subdepresivos por un efecto
directo de las hormonas en el sistema nervioso. Sí la mujer al seguir el
tratamiento comienza a sentirse triste, pierde el apetito o el sueño, tiene
desgana..., debe consultar con el especialista.