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Qué ocultan los reyes

Al igual que el pueblo siempre ha requerido la ayuda y el consejo de hechiceros, videntes, curanderos… también las monarquías, cuando la adversidad de las circunstancias no dejaba otra opción, se han rodeado de esta corte de personajes mágicos, capaces de casi todo…

Ya fuese para llenar sus arcas con el oro que prometían transmutar los alquimistas, recuperar la salud con los elixires y brebajes que fabricaban los espagíricos, o decidiendo el destino de sus gentes a través de la posición de los astros o por los augurios que los espíritus transmitían a los brujos de la corte, su saber ha sido capital.

La historia esta repleta de consejeros, magos y agoreros que al servicio de la realeza interpretaban los sueños del monarca desde tiempos del bíblico Nabucodonor, hechizaban a sus enemigos con prácticas como el aojamiento –tan en boga en el siglo XV durante el reinado de Juan II de Castilla–, o dominaban a los demonios con sortilegios varios como los recogidos en la famosa Clavícula Salomonis atribuidas al Rey Salomón.

Los agoreros se preocupaban en descifrar para sus señores las señales del destino, estuvieran éstas codificadas en el vuelo de las aves, en las entrañas de animales o en fenómenos de la propia naturaleza contemplados como avisos, ya fuera el paso de un cometa, la oscuridad de un eclipse o el brillo de una determinada conjunción planetaria, augurios especialmente significativos entre los monarcas chinos.

Esa fijación por lo mágico se traducía también en el uso frecuente de talismanes y amuletos especialmente preparados para tan insignes portadores, como es el caso del singular “Talismán de la Felicidad” de la reina francesa Catalina de Médici, confeccionado por el célebre Nostradamus.


Coleccionistas de reliquias

Luis IX se trajo de las Cruzadas –que le convirtieron en santo– la corona de espinas que depositó en la Capilla Real de Francia; Felipe II contaba en su nutrida colección de reliquias con su propia copia a escala de 32 cm de la Sábana Santa que puede ser contemplada aún en sus aposentos del monasterio de El Escorial, mientras que monarcas como Carlos Martel, Carlomagno y Federico I el Pajarero poseyeron cual poderoso talismán la Santa Lanza, el arma que según la leyenda atravesó el costado de Jesús en el Gólgota.

Esta filia de la realeza por las reliquias podría ser incluso contemporánea del propio Jesús, puesto que según la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesárea, el rey de Edesa, Abgar V, habría recibido una tela con el rostro del Mesías grabado en ella, que obraría el milagro de sanarle de la lepra negra que padecía.

La más importante de la cristiandad, la Sabana Santa de Turín, perteneció durante siglos a la Casa de Saboya, hasta que el rey Humberto la donó en testamento a la Iglesia. Volviendo con Felipe II, en su colección de 7.422 reliquias se podían encontrar desde la cabeza de san Hermenegildo a la grasa y algunos huesos de san Lorenzo, así como despojos de vírgenes, santos y mártires distribuidos en relicarios ubicados en altares, y a lo largo de todo El Escorial como instrumentos de protección.

La fe en las reliquias del monarca fue tanta que llegó a introducir el cuerpo del monje incorrupto Diego de Alcalá en el lecho de su hijo, el príncipe Carlos, que salió de su agonía al cabo de un mes, abriendo las puertas de la santidad al fraile franciscano fallecido un siglo antes.

En ocasiones la reliquia era parte de algún miembro de la realeza, como la mano momificada del infante de Aragón y Navarra, el Príncipe Carlos de Viana, que curaba al toque algunas de las enfermedades de quienes se acercaban con fe a la abadía de Poblet desde la segunda mitad del siglo XV. No dejó de ser frecuente también que algunos monarcas se dejaran aconsejar por místicos e iluminados que aseguraban transmitir los designios de Dios o que usaran su privilegiada posición para acceder a los saberes ocultistas de otras culturas ajenas.

En este caso, resulta ejemplarizante la figura del monarca castellano Alfonso X el Sabio, quien desde su corte de Castilla y León auspició una sobresaliente recuperación y traducción de diversas obras ocultistas.

Ciencias mágicas como la astrología fueron oxigenadas por Alfonso X gracias a la publicación, bajo su reinado y directa supervisión, de obras como el Libro de las Tablas Alfonsíes y el Libro de la Cruzes, singulares tratados astrológicos cuya influencia posterior en este tipo de literatura se dejaría sentir durante siglos.

Asimismo, resulta destacada la colección de textos conocida como Lapidario de Alfonso X el Sabio, una compilación de una quincena de tratados de los que apenas se conservan cuatro, en los que se detallan de forma pormenorizada las cualidades mágicas y terapéuticas de centenares de piedras, determinadas en gran medida por los planetas y las constelaciones al más puro estilo New Age, pero adelantándose nada menos que en 700 años al citado movimiento.

Lógicamente, cabría citar en relación con este monarca el Picatrix, un compendio de magia cuya autoría se ha querido atribuir erróneamente al propio soberano en el que los talismanes, brebajes y rituales acaparan el protagonismo.

 

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