El
problema del transporte
Nuestra
época se destaca por el desarrollo y perfeccionamiento de los medios de
transporte y al mismo tiempo por el caos circulatorio que se sufre en gran parte
de las grandes ciudades. El tren, el avión y el automóvil permiten realizar
desplazamientos con rapidez, comodidad y seguridad, son indispensables para los
habitantes de lugares aislados o para recorrer grandes distancias, pero en las
ciudades su utilidad empieza a cuestionarse.
Las
ciudades han ido creciendo de forma progresiva pero no equilibrada y grandes
masas de población se acumulan en la periferia, en las llamadas «ciudades
dormitorio», mientras que en el centro se sitúan las oficinas, las tiendas, los
lugares de diversión. Diariamente hay que desplazarse al centro para ir al
trabajo, resolver cuestiones burocráticas, ir de tiendas o simplemente
divertirse. Así, hay «horas punta» en las que la circulación se convierte en un
caos. Por otro lado el parque automovilístico crece sin que la red viaria se
acople y ajuste a este crecimiento.
Las
consecuencias son claras y desagradables. Por un lado hay una importante pérdida
de tiempo, la mayoría de las personas que viven en una gran ciudad pierden una o
dos horas diarias en desplazamientos, algo que resulta sorprendente para quienes
viven en núcleos de población más pequeños. Por otro lado está el estrés que
surge cuando uno tiene que llegar a un lugar y se encuentra bloqueado en medio
de un embotellamiento; a medida que pasa el tiempo uno se carga de tensión,
ansiedad y hasta agresividad. Cuando al final llega, se encuentra tan afectado
que no rinde ni se comporta como es de esperar.
Finalmente, el transporte individual es muy caro si se suman el precio del
coche, los seguros, el mantenimiento y el consumo de gasolina. Teniendo todo
esto en cuenta está claro que el uso del automóvil individual pierde gran parte
de sus atractivos como la comodidad, la rapidez y la eficacia.
Frente a
esto y como solución, se impone el uso de los transportes colectivos, como el
autobús y el metro, que aunque son ciertamente más incómodos, son en cambio más
baratos y más rápidos (no hay que buscar aparcamiento y se evitan los
embotellamientos). Hay que esperar y ajustarse a unas rutas fijas, pero incluso
el tener que andar un poco hasta el destino final tiene sus ventajas como
disfrutar viendo los escaparates, dar un paseo y poder saludar a algún conocido.
Cada uno
tiene que comparar las ventajas y desventajas, valorar la eficacia personal,
social y ecológica de usar su coche propio o un transporte colectivo y del
resultado de este análisis optar por uno u otro.