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¿Por qué la
meditación con niños?
¿En qué beneficia la meditación a los niños más pequeños? La imagen
tradicional de la infancia como un período de despreocupada inocencia e
interminables vacaciones, todo ello bordado sobre el fondo compuesto por la
íntima seguridad de la familia y los amigos, es muy probable que haya
desaparecido para siempre. No obstante, sigue perviviendo la idea de que la
infancia constituye un tiempo relativamente libre de estrés comparado con la
vida adulta. Y nada más lejos de la realidad. Para comprenderlo en su justa
medida, basta con imaginar a los niños pequeños viviendo en un mundo que se
asemeja, en muchos aspectos, al entorno cotidiano de los adultos en el
medioevo. A excepción de unos pocos privilegiados, la inmensa mayoría de los
niños carecen de derechos por lo que se refiere al dinero o a la propiedad;
están sujetos a unas reglas y decisiones arbitrarias y, a menudo,
incoherentes e injustas, dictadas y adoptadas, respectivamente, por sus
mayores, así como también a castigos inapelables por infracciones que, con
frecuencia, ni siquiera son conscientes de haber cometido; no tienen voz,
voto ni capacidad de control sobre los procesos políticos o judiciales, y
apenas pueden elegir lo que les apetecería hacer de nueve a cuatro. Por otro
lado, están inmersos en una sociedad en la que la violencia, en forma de
amenazas e intimidaciones, les acecha a la vuelta de cada esquina, y, tanto
si les gusta como si no, están obligados a someterse a pruebas y exámenes,
preparados y valorados por examinadores a los que no conocen, y de los que
dependen completamente su futuro y la imagen que van a tener de sí mismos.
Además de reconocer la impotencia que la sociedad impone a los niños y con
la que les obliga a vivir, también hay que tener en cuenta que los pequeños
experimentan emociones y sentimientos, como por ejemplo amor, alegría,
miedo, disgusto y enojo, con una intensidad que no pueden comparar con la de
la vida adulta. El éxito o el fracaso en su círculo de amistades más íntimas
puede ser fundamental para ellos, y el hecho de sentirse aceptados o
rechazados por el grupo les puede pesar mucho más ahora que en cualquier
otro momento de su vida. Por otra parte, los primeros años de la infancia
constituyen el episodio más formativo de la historia individual de la vida
del niño, ya que, durante estos años, no sólo tiene que aprender todo lo que
exige el desarrollo de su educación formal, sino que también necesita
explorar una extraordinaria diversidad de aspectos psicológicos y sociales
relacionados con su autoconsciencia, su identidad personal, su conducta
ética y la vida en comunidad.
Ser consciente de la naturaleza y la fuerza de estas presiones nos permite
descubrir que el estrés, la neurosis, la infelicidad y la depresión no son,
en absoluto, una prerrogativa de los adultos. Se detectan la misma gama de
síntomas y dificultades entre personas de todas las edades. La única
diferencia real reside en que a los niños pequeños les resulta más difícil
que a sus mayores expresar sus problemas y ser tomados en serio. Demasiado a
menudo, los niños sufren en silencio, y eso les abre unas heridas que
perdurarán durante toda su vida. Veamos dos ejemplos que ilustran
perfectamente lo que acabamos de decir.
Hace poco, Carla, que ingresó en un internado a una tierna edad, encontró el
pliego de cartas que había escrito a su madre desde el colegio, y se
sorprendió de que no mencionaran, ni siquiera de pasada, la casi permanente
tristeza que la invadió aquellos años. "Las cartas estaban llenas de cosas
sin importancia, tales como lo que habíamos comida en el almuerzo, el relato
de alguna salida esporádica a la ciudad, los juegos que aprendíamos o lo que
me contaban mis amigas. Pero ni una palabra acerca de mi añoranza, de mi
impopularidad entre algunos de los profesores, de mi soledad y de que muchas
veces hubiese deseado estar muerta."
Andrés, que acababa de ver una película que filmó su padre y en la que
aparecía él de niño, era incapaz de identificarse con el pequeño feliz y
sonriente que daba la impresión de ser. "No lo entiendo. En realidad, me
pasé la mayor parte del tiempo temiendo a mis padres, temiendo a los matones
en la escuela, temiendo sacar malas notas, temiendo enfermar, e incluso
temiendo a la oscuridad. Odiaba ser un niño."
Los niños con unos antecedentes familiares ideales y unas experiencias
escolares envidiables también sufren tensiones físicas y psicológicas en un
mundo cada vez más exigente y estresante. Desafortunadamente, la educación
formal en poco, o nada, contribuye a ayudarles a que aprendan a conocerse y
comprenderse a sí mismos, a comprender y a desintegrar sus ansiedades, a
comporender sus procesos intelectivos y a descubrir la tranquilidad, la
armonía y el equilibrio en sí mismos. Poco o nada se hace para ayudarles a
que dirijan sus propias vidas, a utilizar productivamente su energía mental,
en lugar de disiparla en sufrimiento psicológico, en preocupaciones y en la
creación de ideas al azar, tampoco para facilitarles el acceso a los niveles
creativos de su mente.
La meditación es una de las formas más eficaces para ayudar a los niños
pequeños a que afronten mejor la vida que deben vivir, tanto desde una
perspectiva personal como académica. La meditación confiere, incluso a los
más pequeños, el poder de comprender y dirigir sus pensamientos y sus
emociones, pero no mediante un autocontrol represivo, sino mediante la
autocomprensión y la autoaceptación. La meditación no puede hacer feliz a un
niño infeliz en un santiamén, ni suplir todas las carencias que algunos
niños padecen en manos de sus mayores, pero sí puede encaminarle hacia un
estado de mayor satisfacción e independencia. |
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