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La percepción
extrasensorial.
El que haya desarrollado la flor de loto de seis pétalos, logrará
comunicarse con seres que pertenecen a los mundos superiores, siempre y
cuando su existencia se manifieste en el mundo anímico. Sin embargo, la
enseñanza oculta no recomienda el desenvolvimiento de este loto antes de que
el discípulo haya avanzado lo suficiente en el sendero para permitirle
elevar su espíritu a un mundo todavía más alto. La entrada en el mundo
espiritual propiamente dicho, deberá acompañar siempre al desarrollo de las
flores de loto, pues, de otro modo, el discípulo podría caer en confusión e
incertidumbre. Aprendería a ver, pero carecería de la facultad de juzgar
correctamente lo percibido. No obstante, la posesión de las cualidades
necesarias para el desenvolvimiento de la flor de loto de seis pétalos,
constituye ya cierta garantía contra la confusión y la inconstancia, pues no
será fácil desconcertar a quien haya alcanzado el perfecto equilibrio entre
la sensualidad (cuerpo) , la pasión (alma) y la idea (espíritu).
Sin embargo, hace falta algo más que esta garantía cuando, por el
desenvolvimiento del loto de seis pétalos, el hombre llegue a percibir seres
con vida e identidad propias que pertenecen a un mundo enteramente diferente
del que conocen sus sentidos físicos. No le basta el desarrollo de las
flores de loto para adquirir la certidumbre necesaria en tales mundos; para
ello es menester que disponga de otros órganos más elevados. Trataremos
ahora del desarrollo de estos órganos más elevados; después se podrá hablar
de las demás flores de loto, así como de otros aspectos de la organización
del cuerpo anímico.
El desarrollo del cuerpo anímico, tal como se acaba de describir, capacita
al hombre para percibir fenómenos suprasensibles, mas aquel que quiera
orientarse realmente en ese mundo, no debe detenerse en este estado
evolutivo. No es suficiente la mera movilidad de las flores de loto; el
hombre debe ser capaz de regular y vigilar, por su propia voluntad y en
plena conciencia, el movimiento de sus órganos espirituales. De lo
contrario, se convertiría en juguete de fuerzas y potencias ajenas.
A fin de evitarlo, deberá adquirir la facultad de percibir el llamado "verbo
interior", con cuyo objeto hay que prestar atención al desarrollo, no
solamente del cuerpo anímico, sino también del etéreo, ese cuerpo sutil que
aparece al clarividente como una especie de doble del cuerpo físico, y que
representa, en cierto modo, un estado intermedio entre este último y el
cuerpo anímico.
Quien está dotado de facultades clarividentes, tiene la posibilidad de hacer
completa abstracción del cuerpo físico de una persona. Esto corresponde, en
un grado superior de desarrollo, a un ejercicio de atención de un grado
inferior. Al igual que el hombre puede desviar su atención de un objeto que
tenga ante sí, de modo que éste deja de existir para él, así también el
clarividente será capaz de borrar de su percepción un cuerpo físico, de
manera que éste llegue a serle físicamente transparente. En tal caso, para
el ojo anímico del clarividente sólo existirá el llamado cuerpo etéreo,
aparte del cuerpo anímico que rebasa y compenetra a los otros dos.
El cuerpo etéreo es aproximadamente del mismo tamaño y forma que el cuerpo
físico, ocupa, pues, más o menos el mismo espacio que éste. Es una
conformación sumamente delicada y sutilmente organizada. Su color básico es
distinto de los siete colores del arco iris. El que lo perciba, conocerá un
color que propiamente no existe para la observación sensorial y que podría
compararse, aproximadamente, con la tonalidad de la flor recién abierta del
durazno. El que quiera limitarse exclusivamente a la observación del cuerpo
etéreo, tendrá que borrar de su observación también la visión del cuerpo
anímico, mediante un ejercicio de atención similar al descrito
anteriormente. De no hacerlo, el aspecto del cuerpo etéreo se presentaría
modificado por el cuerpo anímico que lo penetra totalmente.
Las partes elementales del cuerpo etéreo se hallan en continuo movimiento;
innumerables corrientes lo atraviesan en todas las direcciones. Mediante
estas corrientes, se mantiene y se regula la vida. Todo cuerpo viviente
posee un cuerpo etéreo; las plantas y los animales también lo tienen; hasta
en los minerales puede el observador atento descubrir indicios de él. Los
citados movimientos y corrientes se producen, por de pronto, totalmente
independientes de la voluntad y de la conciencia del hombre, del mismo modo
que en el cuerpo físico las funciones del corazón o del estómago no dependen
de la voluntad.
Esta independencia persiste en tanto que el hombre no se dedique a
desarrollarse con miras a la adquisición de facultades suprasensibles; pues
en determinada etapa la evolución superior consiste precisamente en agregar
a las corrientes y los movimientos del cuerpo etéreo independientes de la
conciencia, otros que el hombre mismo provoca conscientemente.
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