|
El oráculo de Amón
También hay otro detalle muy sugestivo. El oráculo de Dodona en Epiro, el de
Apolo en Delfos y el de Amón-Ra en el oasis de Siwa, mantenían entre sí un
vínculo íntimo, hasta el extremo de ser considerados gemelos.
Alejandro interrumpió su campaña de Oriente, subordinando los imperativos
militares a los místicos para peregrinar al santuario de su padre Amón en
Siwa, donde los sacerdotes egipcios le recibieron como a un Hijo del Gran
Dios, revelándole el secreto de su destino.
Para llegar se había abierto el camino de Egipto a través de Gaza. Después,
peregrinó a pie durante ocho días, recorriendo 300 km de llameante desierto
para hasta alcanzar el Templo, en cuyo santuario pudo visitar la imagen de
Amón: un betilo o meteorito, que los antiguos denominaban “piedras del rayo”
porque caían del cielo.
Según Plutarco –quien recogió fuentes hoy perdidas–, durante esta
peregrinación el dios se manifestó con signos propicios como la lluvia, muy
rara en el desierto. También en el hecho de que Alejandro se perdiera y dos
serpientes le mostraran el camino hacia Siwa.
Aunque sean legendarios, estos detalles indican que Alejandro vivió su
visita al oráculo de Amón como una peregrinación saludada por los dioses.
Todo este itinerario estuvo jalonado por batallas precedidas por
consagraciones solemnes a las deidades, con sacrificios y ceremonias en las
cuales, en ocasiones, él ofició personalmente como sacerdote. Y lo que
explica esta ruta no es la conquista de Persia, sino la liberación de
Egipto.
Allí obtendría la legitimación para investirse como vengador divino del país
del Nilo. Sólo entonces, reconocido en calidad de tal, se lanzó contra el
Imperio persa. |
|