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EL
OPTIMISMO APLICADO
El
optimismo es una profecía que se cumple por sí misma. Las personas
optimistas presagian que alcanzarán lo que desean, perseveran, y los demás y
el Universo responden bien a su entusiasmo. Esta actitud les da ventaja en el campo de
la salud, del amor, del trabajo y del juego. Los resultados positivos
corroboran su predicción optimista.
Psicología positiva
Los profesionales de la psicología y la psiquiatría no le hemos prestado
mucha atención a los rasgos saludables de la naturaleza humana. La razón
principal es que hasta hace poco los peritos de la mente no tuvieron más
remedio que dedicarse en exclusiva a entender y mitigar los padecimientos
que arruinaban la vida de los enfermos mentales, y a menudo también la de
sus familiares. Otro motivo es que los psicólogos pioneros del s. XIX decidieron estudiar la atención,
la memoria, las emociones y otras facultades psíquicas, se dejaron seducir
por las ideas profundamente pesimistas que predicaban los filósofos de la
época. Igualmente, el psiquiatra contemporáneo Sigmund Freud, inventor del
psicoanálisis, siempre mantuvo una visión negativa de las motivaciones de
los seres humanos. Según él, las personas «están destinadas a frustrarse y
sufrir, o a frustrar y hacer sufrir a otros, por lo que la más modesta
aspiración a la felicidad no es más que una irracional quimera infantil».
Hasta
finales del siglo XX, con contadas excepciones, psicólogos y psiquiatras le
prestaron más atención a la locura que a la cordura, al terror que a la
confianza, a la tristeza que a la alegría. Por ejemplo, en una revisión
electrónica de las revistas de psicología más prestigiosas del mundo,
realizada entre 1967 y 1998, el profesor de psicología de Michigan, David
Myers, encontró que de un total de más de cien mil artículos científicos,
por cada uno que trataba sobre un aspecto saludable de la persona, veintiuno
lo hacían sobre alguna faceta patológica. Sólo en lo que llevamos del s. XXI un
número respetable de investigadores ha comenzado a examinar detenidamente
los factores que contribuyen a la satisfacción de las personas con la vida.
La importancia de la investigación de los aspectos positivos de la mente
humana fue reconocida de forma oficial en el año 2000, cuando varías
facultades de psicología estadounidenses formalizaron la asignatura de Psicología
Positiva. Esta nueva materia universitaria incluye el estudio de los rasgos
del carácter que ayudan a las personas a sentirse dichosas y saludables. Los científicos de la mente del nuevo milenio no sólo
se preocuparán por corregir lo peor de la condición humana, sino que también
se dedicarán a identificar y promover lo mejor. Seguidamente, me centraré
en uno de los rasgos positivos de la mente humana más importantes: el
optimismo, la tendencia a percibir las cosas considerando principalmente sus
aspectos más favorables, pero sin obviar los desfavorables.
A la hora de
construir una fórmula fiable y sencilla que nos permita identificar y medir
los ingredientes de la dimensión optimista-pesimista de la perspectiva
humana, un buen modelo es examinarla de acuerdo a los tres contextos del
tiempo. Concretamente, me refiero a la valoración retrospectiva que hacemos
de las experiencias pasadas, a nuestro estilo habitual de explicar los
sucesos que nos afectan en el presente, y a la esperanza que albergamos de
alcanzar lo que deseamos.
Ingredientes del optimismo
En 1920,
el psicólogo estadounidense John B. Watson de la Universidad de Johns
Hopkins condicionó a un niño pequeño llamado Albert a reaccionar con terror
a la vista de un inofensivo ratoncito blanco, después de hacer coincidir
repetidamente la aparición del ratón con un ruido muy desagradable. Su
conclusión fue que, según las circunstancias, lo que para
un niño es
un simple ratoncito blanco, amistoso y juguetón, para otro representa un
animal peligroso y aterrador. Hoy se considera un hecho que los
significados connotativos o añadidos que darnos por asociación a las cosas,
casi siempre están más cerca de nuestras experiencias personales que de sus
significados literales o denotativos.
Las personas
interpretan muy subjetivamente los mismos sucesos, por lo que reaccionan
ante ellos de formas diferentes. Esto explica, en parte, el que ante
situaciones similares unas respondan con una actitud positiva y otras de
forma negativa. Precisamente, la vieja prueba de la botella llena de agua
hasta la mitad, ilustra de una forma sencilla cómo el temperamento de la
persona moldea su perspectiva de las cosas. Ante la botella de la vida
ocurre lo mismo. Unos la ven llena de posibilidades y se reconfortan, otros
la perciben escasa en oportunidades y se preocupan. En definitiva, todo esto
revela el poder de la subjetividad humana y explica el hecho de que a la
hora de afrontar los avatares de la vida unos se muestren optimistas y otros
pesimistas.
Pasado
La memoria
autobiográfica es selectiva y subjetiva. Esta memoria nos permite mantener
muy vivas y reales unas experiencias, distorsionar inconscientemente otras
para adaptarlas al argumento que más nos conviene, u olvidar sucesos pasados
con el fin de preservar nuestra armonía mental. La verdad es que el olvido
cura muchas heridas de la vida. Las personas de talante optimista suelen
guardar y evocar preferentemente los buenos recuerdos, los éxitos del ayer,
los acontecimientos gratificantes. Por ejemplo, piensan: «En general, las
cosas me han salido bien en la vida», o «Mi experiencia me ha preparado para
superar los contratiempos», o «Pienso que mis luchas del pasado me ayudarán
a resolver problemas futuros». Estas memorias positivas sirven de protección
contra las desilusiones. Al reflexionar sobre su vida pasada, los optimistas
emplean una mayor dosis de comprensión que los pesimistas, se consideran con
mayor frecuencia exentos de culpa por sus errores y tienden a pensar que,
bajo las circunstancias de entonces, hicieron lo mejor que pudieron.
Presente
Según el
psicólogo Martin Seligman, nuestra forma o estilo habitual de explicar las
situaciones del día a día, tanto adversas como favorables, refleja nuestro
talante optimista o pesimista. Seligman analizó las explicaciones de acuerdo
con tres valoraciones: La, permanencia o la duración que le damos al impacto
de los sucesos que nos afectan; la penetrabilidad o la extensión que le
asignamos a los efectos de estos eventos sobre nosotros; y la
personalización o el grado de responsabilidad personal que hacemos recaer
sobre nosotros por lo ocurrido.
Las personas optimistas, cuando son
golpeadas por alguna adversidad, suelen pensar que se trata de una
desventura pasajera o de un contratiempo transitorio del que se recuperarán.
Por el contrario, las personas pesimistas tienden a considerar que los
efectos de las calamidades son irreversibles y los daños permanentes.
En
relación a la penetrabilidad del impacto de los sucesos, cuanto más
optimista es la persona más tiende a encapsular los efectos de los fracasos
y a evitar establecer generalizaciones que no le permiten ninguna salida.
Para los pesimistas, en cambio, los golpes alteran la totalidad de su
persona, por lo que piensan que sus consecuencias serán generales e
insuperables.
En lo que concierne a la personalización ante circunstancias
adversas, los individuos optimistas no se sobrecargan de culpa por lo
ocurrido, sino que sopesan su grado de responsabilidad, así como los
posibles fallos de otros. Catalogan los tropiezos como frutos de algún error
subsanable. Las personas de temperamento pesimista, por el contrario, se
acusan totalmente de lo sucedido, no ven la posibilidad de reparar los
desaciertos ni la oportunidad de aprender de la situación. Además de
estos tipos de explicaciones esbozadas originalmente por Seligman, los
seres humanos utilizamos la comparación para evaluar las cosas que nos pasan.
Está demostrado que si contrastamos una mala situación con una experiencia
pasada peor, nos sentimos mejor que si recurrimos a nuestros recuerdos más
dichosos del ayer para medir nuestros fracasos de hoy. Igualmente, si
contrastamos nuestras circunstancias penosas con las de otros perjudicados,
nos sentiremos mejor o peor según la suerte de aquellos con quienes
elegimos equipararnos. Después de un desastre natural, los individuos de
talante optimista se sienten afortunados porque se comparan con
damnificados que han sufrido daños mayores que ellos. La realidad es que la
tendencia a compararnos ventajosamente con nuestros semejantes nos ampara y
fortifica nuestra capacidad para mantenernos contentos a pesar de los
infortunios.
Futuro
Cuando
miran al mañana, las personas optimistas esperan que les vayan bien las
cosas y se predisponen a ello. Las pesimistas esperan que les vayan mal y
también se predisponen a ello. Por ejemplo, si uno confía en que conseguirá
lo que se propone, probablemente lo intente. Por el contrario, si sospecha
el fracaso lo más probable es que no lo haga. Existen dos categorías de
esperanza, una es general y la otra específica. La primera abarca las
expectativas globales que albergamos del futuro. Por ejemplo, cuando le
damos un significado positivo a la existencia, o confiamos en que la maldad,
las injusticias o las enfermedades al final van a ir remitiendo. La
esperanza específica fomenta la disposición a creer que las metas que uno se
fija se pueden alcanzar si invertimos la fuerza de voluntad necesaria. Los
individuos de talante optimista mantienen una visión positiva del futuro de
la humanidad, tienden a considerar posible lo que desean y esperan lograr lo
que se proponen. La perspectiva optimista del mañana amortigua nuestros
desengaños en el presente y hace más llevaderas las decepciones que nos
impone la vida.
Como
vemos, el optimismo no es un simple rasgo temperamental, sino que está
compuesto de varios ingredientes que moldean nuestra forma de percibirnos a
nosotros mismos, colorean nuestro estilo explicativo a la hora de
interpretar los sucesos que nos afectan, y configuran nuestra visión del
mundo y de nuestro destino. El grado de optimismo de las personas depende de
múltiples elementos innatos, adquiridos y aprendidos.
Las
semillas del pensamiento positivo se siembran durante los primeros años del
desarrollo del carácter. Fuerzas biológicas, psicológicas, sociales y
culturales modelan nuestro modo particular de percibir y juzgar las cosas.
Además, gracias a la gran capacidad humana de razonar, de aprender y de
cambiar, las personas que se lo proponen y están dispuestas a invertir
esfuerzo en el empeño tienen la posibilidad de aumentar su predisposición
natural al optimismo. La estrecha vinculación que existe entre nuestro
estado emocional y nuestros pensamientos nos ofrece la oportunidad de
fomentar la disposición optimista trabajando simultáneamente en el estado de
ánimo y en la forma de pensar. La meta es plasmar nuestros sentimientos
positivos en nuestras explicaciones de las cosas, y simultáneamente modular
nuestras emociones con pensamientos positivos,
Optimismo útil
Relaciones
Las
relaciones afectivas estables con otras personas constituyen una fuente
primordial de satisfacción en la vida. Además, son un antídoto muy eficaz
contra los efectos nocivos de todo tipo de calamidades. Está demostrado que
quienes se sienten parte de un grupo solidario superan los obstáculos que se
cruzan en su camino mucho mejor que quienes se sienten aislados sin una red
social de soporte emocional. El psicólogo Erich Fromm ya nos lo advirtió
en su obra El arte de amar. «El ansia de relación es el
deseo más poderoso de los seres humanos, la fuerza fundamental que aglutina
a la especie. La solución definitiva del problema de la existencia es la
unión entre personas...». En general, las perspectivas optimistas facilitan
la estabilidad de las relaciones, mientras que las posturas derrotistas
fomentan los conflictos.
Las relaciones de pareja, familiares o de amistad, cuyos miembros utilizan
un estilo optimista a la hora de interpretar las vicisitudes, tienden a
gozar de mayor armonía y perduran más que las uniones en las que predomina
el modelo pesimista. El optimismo no está reñido con la aceptación de los
problemas reales o los aspectos negativos de una situación desafortunada.
Pero sí lo está con la pasividad y el rechazo de estrategias que puedan
ayudar a resolver los desacuerdos o a mejorar la situación.
Otra
cualidad muy útil a la hora de resolver los conflictos cotidianos en las
relaciones es la capacidad de perdonar. Precisamente, las personas
optimistas perdonan con más facilidad que las pesimistas. Quienes no
perdonan las provocaciones, los rechazos o los errores a menudo viven
obsesionados con las pequeñas ofensas de la pareja, de familiares o de
amigos, y tienden a amargarse, a aislarse o a buscar los ajustes de cuentas,
lo que les impide reconciliarse.
La esperanza juega también un papel
fundamental en las relaciones entre las personas. Para las parejas que
sueñan con el futuro, la esperanza es el principal carburante que mueve la
relación y la impulsa a superar los obstáculos que se interponen en el
camino. Aparte de las ilusiones generales que puedan alimentar a largo
plazo, las parejas optimistas mantienen una esperanza concreta que se basa
en la fuerza de voluntad y la persistencia que invierten para conseguir
objetivos concretos, como resolver una desavenencia que surge en un momento
dado o tener un hijo.
Desde un
punto de vista práctico, es evidente que cuanto más se persiste en la
búsqueda de una solución, más altas son las probabilidades de encontrarla,
en caso de que ésta exista.
En caso de
ruptura, los efectos de la separación son menos severos para las personas
optimistas que para las pesimistas. El motivo es que los hombres y las
mujeres optimistas que se separan o divorcian tienden a fijarse en los
aspectos más favorables de sus circunstancias, e invierten esperanzados en
un futuro mejor. Paralelamente, el optimismo refuerza el sistema
inmunológico de estas personas en unos momentos bajos en los que tienen
mayor predisposición a sufrir ansiedad y depresión. Las
personas optimistas suelen elaborar explicaciones que minimizan su culpa, y
limitan el impacto de la ruptura en sus vidas, lo que facilita el deseo de
explorar nuevas relaciones. Por el contrario, quienes explican el
derrumbamiento de su matrimonio culpándose a sí mismos y anticipan que los
efectos de la ruptura serán permanentes y devastadores en todas las esferas
de sus vidas, se enfrentan a más dificultades para volver a empezar.
Trabajo
Una
revisión de numerosos estudios sobre la relación trabajo-optimismo muestra que para tener éxito en el trabajo, además de aptitud y
motivación para desempeñar la tarea, se requiere un nivel razonable de
optimismo. La disposición optimista ayuda a confiar en la propia
competencia, a poner empeño en la labor, a no rendirse ante las dificultades
y conservar una apariencia de seguridad. Los hombres y las mujeres que
encuentran aspectos favorables en su empleo se sienten por lo general más
satisfechos que quienes enfocan predominantemente las facetas desfavorables.
Este efecto del optimismo es importante, pues una obligación regular
gratificante fomenta la autoestima.
Parte del
éxito de los empleados de talante optimista obedece a su alta persistencia
en la labor y mayor resistencia a rendirse ante los contratiempos. Además,
las personas optimistas que hacen frente a los avatares del mundo laboral
con una disposición abierta y confiada tienden a aceptar las propuestas que
se les presentan, y funcionan muy bien en equipo. Estas personas suelen
atribuir los éxitos a su propia competencia. Por otra parte, cuando
fracasan, se sienten menos avergonzados porque culpan a la mala suerte o a
otros factores externos.
El
optimismo más útil en el trabajo no es el que alimenta la tendencia
indiscriminada al pensamiento positivo, sino el que promueve la disposición
esperanzada que se ajusta lo más posible a la realidad. Los soñadores
eufóricos que no distinguen entre las metas alcanzables y las imposibles, o
no evalúan correctamente el riesgo de sus decisiones, pueden llegar a
conclusiones equivocadas en sus juicios. En este sentido, quizá la
estrategia a seguir en situaciones inciertas o peligrosas sea esperar lo
mejor y prepararse para lo peor.
Al igual
que en las rupturas de relaciones importantes, las personas optimistas
superan por lo general mejor la crisis de la pérdida de trabajo que las
pesimistas. Para empezar, suelen achacar el suceso a causas ajenas o
transitorias, lo que les protege la autoestima. Y al esperar encontrar un
nuevo trabajo, lo buscan con más tesón, lo que a su vez aumenta las
probabilidades de encontrarlo. Igualmente, el talante optimista ayuda a
superar la ansiedad que frecuentemente acompaña a la jubilación forzosa,
sobre todo cuando el empleo constituyó la fuente principal de gratificación
personal y de reconocimiento social.
En cuanto
al trabajo en psicología, estoy convencido de que el pensamiento positivo es
un requisito fundamental para cualquiera que esté interesado en la práctica
de esta especialidad y sus diferentes ramas, pero especialmente la clínica.
Pocas condiciones provocan en las personas sentimientos tan desconcertantes
de vulnerabilidad y angustia como los conflictos emocionales. Por ello, la
natural compasión hacia el sufrimiento ajeno y la empatía, o capacidad de
ponerse en las circunstancias de los demás, hacen que los psicólogos y sus
colegas sanitarios inevitablemente sean conmocionados por el contagioso
estrés de sus pacientes. Bajo estas circunstancias, la perspectiva optimista
se convierte en un protector muy útil.
Para
mantener la eficacia profesional es importante que el terapeuta ponga en
perspectiva el sufrimiento del paciente, con el fin de mantener la
objetividad necesaria para evaluar con lucidez su condición. Igualmente
importante es que esta perspectiva objetiva no obstaculice la capacidad del
especialista de transmitir al doliente su confianza y su solidaridad para
superar juntos el problema. Esta comunicación, en el fondo, es un arte de
palabras, sentimientos y actitudes. El profesional lo expresa con seguridad
y ánimo, lo que a su vez provoca en su cliente seguridad, esperanza y
motivación para resolver sus conflictos. Cuando la expectativa positiva del
paciente se complementa con la comunicación implícita de confianza por parte
del psicólogo, la posibilidad de que éste responda a la intervención aumenta
considerablemente. Otro beneficio de la disposición optimista en psicología
es que alimenta la motivación del terapeuta para tratar esperanzadamente a
personas con dificultades serias o crónicas. El talante optimista también
ayuda a los especialistas a no caer en la desmoralización cuando los
resultados de sus intervenciones son previsiblemente pobres. Esto es
positivo, pues la utilidad de los psicólogos se hace especialmente evidente
cuando prestan sus servicios a niños y adultos con independencia de sus
posibilidades de rehabilitación.
Salud
Existe una
estrecha vinculación entre la mente y el cuerpo. La conexión mente-cuerpo
es continua, de ida y vuelta, y se realiza a través de los sistemas nervioso
y endocrino. El cerebro recibe miles de estímulos provocados por los órganos
de nuestro cuerpo y por las fuerzas del entorno. Estos mensajes afectan al
equilibrio de sustancias neuro-transmisoras que sirven de mensajeras entre
las neuronas encargadas de modular nuestro estado emocional y el sistema
vegetativo que controla, independientemente de nuestra conciencia, el ritmo
del corazón, la presión arterial, la secreción de hormonas, la movilidad del
aparato digestivo, el sistema inmunológico y otras funciones vitales.
Ciertos
trastornos físicos sólo se pueden explicar desde el marco psicológico. Los
síntomas de estas dolencias llamadas psicosomáticas incluyen, por ejemplo,
dolores generalizados, alteraciones gastrointestinales y problemas del
sistema reproductor. La gran mayoría de las situaciones estresantes
cotidianas sólo nos afectan temporalmente. Pero ciertos sucesos, como la
muerte de un ser querido o la ruptura de una relación importante, nos hacen
vulnerables a las infecciones, a los trastornos digestivos y a las
enfermedades del corazón.
Está
demostrado que entre los factores psicológicos que debilitan el sistema
inmunológico y contribuyen a producir enfermedades cardiovasculares, se
encuentran la hostilidad, la depresión, el miedo y el estrés persistente. La
razón es que estas emociones alteran el funcionamiento de los centros
cerebrales que regulan el sistema hormonal y vegetativo y los órganos más
importantes del cuerpo. Por el contrario, numerosas investigaciones muestran
que situaciones que fomentan la tranquilidad, como el desahogo emocional que
produce hablar y compartir con otros los problemas y dificultades,
fortifican las defensas corporales. Por ejemplo, la participación semanal en
grupos terapéuticos de apoyo psicológico está relacionada con una mayor
esperanza y calidad de vida en pacientes que sufren de enfermedades crónicas
y algunos tumores malignos. Enfermos de soriasis que participan en sesiones
de relajación o meditación se curan más rápidamente de sus lesiones. Incluso
escribir sobre experiencias traumáticas pasadas causa una mejoría
sintomática sustancial y a largo plazo en enfermos asmáticos y artríticos.
La actitud
optimista o pesimista también es un factor importante a la hora de predecir
la longevidad. El psicólogo experimental de la Universidad de Michigan,
Christopher Peterson, estudió esta relación en mil y pico hombres y mujeres
durante un periodo de casi cincuenta años. Los resultados, publicados en
1998, revelaron que los pesimistas morían prematuramente con más frecuencia
que los optimistas, incluyendo casos de accidentes y de muertes violentas.
La explicación más aceptada de estos resultados es que las personas
derrotistas son, en general, más imprudentes que las optimistas. Se agarran
al derecho de escoger sus propios venenos y mueren prematuramente de
dolencias evitables, como enfermedades cardiovasculares, cirrosis, enfisema,
cáncer pulmonar o sida. Fatalistas, tienden a creer que su salud o esperanza
de vida está totalmente fuera de su control, y si enferman no cumplen con el
tratamiento médico.
Cada día
se confirman con más solidez los beneficios directos e indirectos de las
emociones positivas sobre la salud. Una actitud esperanzada estimula los
dispositivos curativos naturales del cuerpo y anima a la persona a adoptar
hábitos de vida saludables. En general, las personas optimistas experimentan
menos angustia que las pesimistas ante las averías del cuerpo. La razón es
que quienes confían en el futuro piensan que su problema será temporal, y
además ponen más esfuerzo para superarlo.
La
esperanza juega un papel fundamental en la curación. El efecto placebo es el
mejor ejemplo de la capacidad de los seres humanos para movilizar sus
propias fuerzas naturales curativas. Este efecto se produce cuando un
enfermo mejora, o incluso se cura, después de ingerir una sustancia inocua o
de ser sometido a una intervención sin ningún valor terapéutico. Por
ejemplo, tomarse una cápsula que únicamente contiene unos granos de azúcar
para remediar una úlcera de estómago. Hoy está sobradamente demostrado que
entre el 25 y el 50 por ciento de los enfermos más comunes mejoran o se
recuperan sin tratamiento. Esta es la razón por la que un nuevo medicamento
sólo sale al mercado si se demuestra que sus beneficios curativos son
estadísticamente superiores a los de una sustancia placebo. El denominador
común de los enfermos que sanan por sí mismos es un alto nivel de esperanza
de cura.
Adversidad
Está
probado científicamente que las personas de temperamento optimista superan
mejor las adversidades que las pesimistas. La ventaja del optimismo ante la
adversidad es independiente de la edad, el sexo, la inteligencia, el nivel de
formación o los recursos económicos. Los individuos optimistas confían más
en su capacidad para encontrar una solución que los pesimistas, por lo que
perseveran con más tesón. La sensación de que controlan las circunstancias
también les ayuda a mantener el equilibrio emocional, aunque en la realidad
el control sea muy limitado.
La
extraversión es un rasgo ventajoso en tiempos de crisis y muy común en las
personalidades optimistas. A través de la palabra validamos lo que sentimos
y nos desahogamos. Expresar nuestras emociones es una forma saludable de
organizar los pensamientos y de aliviar la angustia o el miedo. Ante los
retos más penosos todos necesitamos hablar, ser escuchados y recibir aliento
de otras personas. La unión y la conversación con otros estimulan el
sentimiento de universalidad, la sensación de que «no soy el único», y
animan a formular interpretaciones provechosas que alivian el estrés
generado por las calamidades.
No
obstante, el ingrediente del optimismo más eficaz en los momentos difíciles
es la esperanza. En medio de privaciones y sufrimientos todos buscamos
promesas de alivio, de descanso y de curación. Nos mantenemos animados
gracias a que esperamos que lo que nos aflige pasará. Hay personas que
durante las crisis alimentan su confianza con espiritualidad. La fe en un
«más allá» seguro y placentero ayuda a tolerar mejor el sufrimiento. Por
eso, desde la antigüedad, la creencia en algo superior, ya fuese divino,
mágico, físico o humano, ha florecido en todas culturas, particularmente en
épocas penosas.
Otro
aspecto positivo de la actitud optimista es que con el tiempo estimula a los
damnificados de las calamidades más funestas a soltar amarras, a liberarse
del rencor y del papel de víctima, a pasar la página dolorosa de su
autobiografía, retomar el timón del barco de su vida y perseguir con
entusiasmo nuevas metas. Este proceso de liberación es, además, bueno para
la salud. Como demuestran los estudios del psicólogo Fred Luskin y sus
colegas, perdonar beneficia al corazón, la presión arterial, al sistema
inmunológico y reduce la tensión nerviosa.
No son
pocos los hombres y mujeres, mayores y pequeños, que experimentan efectos
beneficiosos a largo plazo después de sufrir traumas serios, desde
enfermedades graves a desastres naturales, pasando por accidentes, combates
militares, agresiones y pérdida de seres queridos. En una revisión de unos
cuarenta estudios científicos recientes sobre los cambios positivos que
experimentan algunas personas después de vivir una situación traumática, los
psicólogos de la Universidad de Wanvick, Reino Unido, Alex Linley y Stephen
Joseph, llegaron a la conclusión de que existe un «crecimiento
postraumático». Quizá esta aptitud fuese el origen de la sentencia popular
de que «No hay mal que por bien no venga», o del viejo proverbio chino:
«Abundantes beneficios esperan a quienes descubren el secreto de encontrar
la oportunidad en la crisis». El crecimiento postraumático no debería de
sorprender. Después de todo, desde el amanecer de la humanidad el
pensamiento positivo ha impulsado a los seres humanos a resistir la
adversidad, a progresar y a promover el bien común.
Hoy más
que nunca es evidente que para vivir sanos y contentos, no sólo hay que
ganarle la batalla a los procesos patológicos, sino que también es
importante nutrir y robustecer los rasgos saludables de nuestra naturaleza.
De ahí la importancia de entender el optimismo, sus ingredientes y sus
aplicaciones.
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