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EL OPTIMISMO APLICADO

El optimismo es una profecía que se cumple por sí misma. Las personas optimistas presagian que alcanzarán lo que desean, perseveran, y los demás y el Universo responden bien a su entusiasmo. Esta actitud les da ventaja en el campo de la salud, del amor, del trabajo y del juego. Los resultados positivos corroboran su predicción optimista.

 

Psicología positiva

Los profesionales de la psicología y la psiquiatría no le hemos prestado mucha atención a los rasgos saludables de la naturaleza humana. La razón principal es que hasta hace poco los peritos de la mente no tuvieron más remedio que dedicarse en exclusiva a entender y mitigar los padecimientos que arruinaban la vida de los enfermos mentales, y a menudo también la de sus familiares. Otro motivo es que los psicólogos pioneros del s. XIX decidieron estudiar la atención, la memoria, las emociones y otras facultades psíquicas, se dejaron seducir por las ideas profundamente pesimistas que predicaban los filósofos de la época. Igualmente, el psiquiatra contemporáneo Sigmund Freud, inventor del psicoanálisis, siempre mantuvo una visión negativa de las motivaciones de los seres humanos. Según él, las personas «están destinadas a frustrarse y sufrir, o a frustrar y hacer sufrir a otros, por lo que la más modesta aspiración a la felicidad no es más que una irracional quimera infantil».

Hasta finales del siglo XX, con contadas excepciones, psicólogos y psiquiatras le prestaron más atención a la locura que a la cordura, al terror que a la confianza, a la tristeza que a la alegría. Por ejemplo, en una revisión electrónica de las revistas de psicología más prestigiosas del mundo, realizada entre 1967 y 1998, el profesor de psicología de Michigan, David Myers, encontró que de un total de más de cien mil artículos científicos, por cada uno que trataba sobre un aspecto saludable de la persona, veintiuno lo hacían sobre alguna faceta patológica. Sólo en lo que llevamos del s. XXI un número respetable de investigadores ha comenzado a examinar detenidamente los factores que contribuyen a la satisfacción de las personas con la vida.

La importancia de la investigación de los aspectos positivos de la mente humana fue reconocida de forma oficial en el año 2000, cuando varías facultades de psicología estadounidenses formalizaron la asignatura de Psicología Positiva. Esta nueva materia universitaria incluye el estudio de los rasgos del carácter que ayudan a las personas a sentirse dichosas y saludables. Los científicos de la mente del nuevo milenio no sólo se preocuparán por corregir lo peor de la condición humana, sino que también se dedicarán a identificar y promover lo mejor. Seguidamente, me centraré en uno de los rasgos positivos de la mente humana más importantes: el optimismo, la tendencia a percibir las cosas considerando principalmente sus aspectos más favorables, pero sin obviar los desfavorables.

A la hora de construir una fórmula fiable y sencilla que nos permita identificar y medir los ingredientes de la dimensión optimista-pesimista de la perspectiva humana, un buen modelo es examinarla de acuerdo a los tres contextos del tiempo. Concretamente, me refiero a la valoración retrospectiva que hacemos de las experiencias pasadas, a nuestro estilo habitual de explicar los sucesos que nos afectan en el presente, y a la esperanza que albergamos de alcanzar lo que deseamos.

 

Ingredientes del optimismo

En 1920, el psicólogo estadounidense John B. Watson de la Universidad de Johns Hopkins condicionó a un niño pequeño llamado Albert a reaccionar con terror a la vista de un inofensivo ratoncito blanco, después de hacer coincidir repetidamente la aparición del ratón con un ruido muy desagradable. Su conclusión fue que, según las circunstancias, lo que para

un niño es un simple ratoncito blanco, amistoso y juguetón, para otro representa un animal peligroso y aterrador. Hoy se considera un hecho que los significados connotativos o añadidos que darnos por asociación a las cosas, casi siempre están más cerca de nuestras experiencias personales que de sus significados literales o denotativos.

Las personas interpretan muy subjetivamente los mismos sucesos, por lo que reaccionan ante ellos de formas diferentes. Esto explica, en parte, el que ante situaciones similares unas respondan con una actitud positiva y otras de forma negativa. Precisamente, la vieja prueba de la botella llena de agua hasta la mitad, ilustra de una forma sencilla cómo el temperamento de la persona moldea su perspectiva de las cosas. Ante la botella de la vida ocurre lo mismo. Unos la ven llena de posibilidades y se reconfortan, otros la perciben escasa en oportunidades y se preocupan. En definitiva, todo esto revela el poder de la subjetividad humana y explica el hecho de que a la hora de afrontar los avatares de la vida unos se muestren optimistas y otros pesimistas.

 

Pasado

La memoria autobiográfica es selectiva y subjetiva. Esta memoria nos permite mantener muy vivas y reales unas experiencias, distorsionar inconscientemente otras para adaptarlas al argumento que más nos conviene, u olvidar sucesos pasados con el fin de preservar nuestra armonía mental. La verdad es que el olvido cura muchas heridas de la vida. Las personas de talante optimista suelen guardar y evocar preferentemente los buenos recuerdos, los éxitos del ayer, los acontecimientos gratificantes. Por ejemplo, piensan: «En general, las cosas me han salido bien en la vida», o «Mi experiencia me ha preparado para superar los contratiempos», o «Pienso que mis luchas del pasado me ayudarán a resolver problemas futuros». Estas memorias positivas sirven de protección contra las desilusiones. Al reflexionar sobre su vida pasada, los optimistas emplean una mayor dosis de comprensión que los pesimistas, se consideran con mayor frecuencia exentos de culpa por sus errores y tienden a pensar que, bajo las circunstancias de entonces, hicieron lo mejor que pudieron.

 

Presente

Según el psicólogo Martin Seligman, nuestra forma o estilo habitual de explicar las situaciones del día a día, tanto adversas como favorables, refleja nuestro talante optimista o pesimista. Seligman analizó las explicaciones de acuerdo con tres valoraciones: La, permanencia o la duración que le damos al impacto de los sucesos que nos afectan; la penetrabilidad o la extensión que le asignamos a los efectos de estos eventos sobre nosotros; y la personalización o el grado de responsabilidad personal que hacemos recaer sobre nosotros por lo ocurrido.

Las personas optimistas, cuando son golpeadas por alguna adversidad, suelen pensar que se trata de una desventura pasajera o de un contratiempo transitorio del que se recuperarán. Por el contrario, las personas pesimistas tienden a considerar que los efectos de las calamidades son irreversibles y los daños permanentes.

En relación a la penetrabilidad del impacto de los sucesos, cuanto más optimista es la persona más tiende a encapsular los efectos de los fracasos y a evitar establecer generalizaciones que no le permiten ninguna salida. Para los pesimistas, en cambio, los golpes alteran la totalidad de su persona, por lo que piensan que sus consecuencias serán generales e insuperables.

En lo que concierne a la personalización ante circunstancias adversas, los individuos optimistas no se sobrecargan de culpa por lo ocurrido, sino que sopesan su grado de responsabilidad, así como los posibles fallos de otros. Catalogan los tropiezos como frutos de algún error subsanable. Las personas de temperamento pesimista, por el contrario, se acusan totalmente de lo sucedido, no ven la posibilidad de reparar los desaciertos ni la oportunidad de aprender de la situación. Además de estos tipos de explicaciones esbozadas originalmente por Seligman, los seres humanos utilizamos la comparación para evaluar las cosas que nos pasan. Está demostrado que si contrastamos una mala situación con una experiencia pasada peor, nos sentimos mejor que si recurrimos a nuestros recuerdos más dichosos del ayer para medir nuestros fracasos de hoy. Igualmente, si contrastamos nuestras circunstancias penosas con las de otros perjudicados, nos sentiremos mejor o peor según la suerte de aquellos con quienes elegimos equipararnos. Después de un desastre natural, los individuos de talante optimista se sienten afortunados porque se comparan con damnificados que han sufrido daños mayores que ellos. La realidad es que la tendencia a compararnos ventajosamente con nuestros semejantes nos ampara y fortifica nuestra capacidad para mantenernos contentos a pesar de los infortunios.

 

Futuro

Cuando miran al mañana, las personas optimistas esperan que les vayan bien las cosas y se predisponen a ello. Las pesimistas esperan que les vayan mal y también se predisponen a ello. Por ejemplo, si uno confía en que conseguirá lo que se propone, probablemente lo intente. Por el contrario, si sospecha el fracaso lo más probable es que no lo haga. Existen dos categorías de esperanza, una es general y la otra específica. La primera abarca las expectativas globales que albergamos del futuro. Por ejemplo, cuando le damos un significado positivo a la existencia, o confiamos en que la maldad, las injusticias o las enfermedades al final van a ir remitiendo. La esperanza específica fomenta la disposición a creer que las metas que uno se fija se pueden alcanzar si invertimos la fuerza de voluntad necesaria. Los individuos de talante optimista mantienen una visión positiva del futuro de la humanidad, tienden a considerar posible lo que desean y esperan lograr lo que se proponen. La perspectiva optimista del mañana amortigua nuestros desengaños en el presente y hace más llevaderas las decepciones que nos impone la vida.

Como vemos, el optimismo no es un simple rasgo temperamental, sino que está compuesto de varios ingredientes que moldean nuestra forma de percibirnos a nosotros mismos, colorean nuestro estilo explicativo a la hora de interpretar los sucesos que nos afectan, y configuran nuestra visión del mundo y de nuestro destino. El grado de optimismo de las personas depende de múltiples elementos innatos, adquiridos y aprendidos.

Las semillas del pensamiento positivo se siembran durante los primeros años del desarrollo del carácter. Fuerzas biológicas, psicológicas, sociales y culturales modelan nuestro modo particular de percibir y juzgar las cosas. Además, gracias a la gran capacidad humana de razonar, de aprender y de cambiar, las personas que se lo proponen y están dispuestas a invertir esfuerzo en el empeño tienen la posibilidad de aumentar su predisposición natural al optimismo. La estrecha vinculación que existe entre nuestro estado emocional y nuestros pensamientos nos ofrece la oportunidad de fomentar la disposición optimista trabajando simultáneamente en el estado de ánimo y en la forma de pensar. La meta es plasmar nuestros sentimientos positivos en nuestras explicaciones de las cosas, y simultáneamente modular nuestras emociones con pensamientos positivos,

 

Optimismo útil

Relaciones

Las relaciones afectivas estables con otras personas constituyen una fuente primordial de satisfacción en la vida. Además, son un antídoto muy eficaz contra los efectos nocivos de todo tipo de calamidades. Está demostrado que quienes se sienten parte de un grupo solidario superan los obstáculos que se cruzan en su camino mucho mejor que quienes se sienten aislados sin una red social de soporte emocional. El psicólogo Erich Fromm ya nos lo advirtió en su obra El arte de amar. «El ansia de relación es el deseo más poderoso de los seres humanos, la fuerza fundamental que aglutina a la especie. La solución definitiva del problema de la existencia es la unión entre personas...». En general, las perspectivas optimistas facilitan la estabilidad de las relaciones, mientras que las posturas derrotistas fomentan los conflictos. Las relaciones de pareja, familiares o de amistad, cuyos miembros utilizan un estilo optimista a la hora de interpretar las vicisitudes, tienden a gozar de mayor armonía y perduran más que las uniones en las que predomina el modelo pesimista. El optimismo no está reñido con la aceptación de los problemas reales o los aspectos negativos de una situación desafortunada. Pero sí lo está con la pasividad y el rechazo de estrategias que puedan ayudar a resolver los desacuerdos o a mejorar la situación.

Otra cualidad muy útil a la hora de resolver los conflictos cotidianos en las relaciones es la capacidad de perdonar. Precisamente, las personas optimistas perdonan con más facilidad que las pesimistas. Quienes no perdonan las provocaciones, los rechazos o los errores a menudo viven obsesionados con las pequeñas ofensas de la pareja, de familiares o de amigos, y tienden a amargarse, a aislarse o a buscar los ajustes de cuentas, lo que les impide reconciliarse.

La esperanza juega también un papel fundamental en las relaciones entre las personas. Para las parejas que sueñan con el futuro, la esperanza es el principal carburante que mueve la relación y la impulsa a superar los obstáculos que se interponen en el camino. Aparte de las ilusiones generales que puedan alimentar a largo plazo, las parejas optimistas mantienen una esperanza concreta que se basa en la fuerza de voluntad y la persistencia que invierten para conseguir objetivos concretos, como resolver una desavenencia que surge en un momento dado o tener un hijo.

Desde un punto de vista práctico, es evidente que cuanto más se persiste en la búsqueda de una solución, más altas son las probabilidades de encontrarla, en caso de que ésta exista.

En caso de ruptura, los efectos de la separación son menos severos para las personas optimistas que para las pesimistas. El motivo es que los hombres y las mujeres optimistas que se separan o divorcian tienden a fijarse en los aspectos más favorables de sus circunstancias, e invierten esperanzados en un futuro mejor. Paralelamente, el optimismo refuerza el sistema inmunológico de estas personas en unos momentos bajos en los que tienen mayor predisposición a sufrir ansiedad y depresión. Las personas optimistas suelen elaborar explicaciones que minimizan su culpa, y limitan el impacto de la ruptura en sus vidas, lo que facilita el deseo de explorar nuevas relaciones. Por el contrario, quienes explican el derrumbamiento de su matrimonio culpándose a sí mismos y anticipan que los efectos de la ruptura serán permanentes y devastadores en todas las esferas de sus vidas, se enfrentan a más dificultades para volver a empezar.

 

Trabajo

Una revisión de numerosos estudios sobre la relación trabajo-optimismo muestra que para tener éxito en el trabajo, además de aptitud y motivación para desempeñar la tarea, se requiere un nivel razonable de optimismo. La disposición optimista ayuda a confiar en la propia competencia, a poner empeño en la labor, a no rendirse ante las dificultades y conservar una apariencia de seguridad. Los hombres y las mujeres que encuentran aspectos favorables en su empleo se sienten por lo general más satisfechos que quienes enfocan predominantemente las facetas desfavorables. Este efecto del optimismo es importante, pues una obligación regular gratificante fomenta la autoestima.

Parte del éxito de los empleados de talante optimista obedece a su alta persistencia en la labor y mayor resistencia a rendirse ante los contratiempos. Además, las personas optimistas que hacen frente a los avatares del mundo laboral con una disposición abierta y confiada tienden a aceptar las propuestas que se les presentan, y funcionan muy bien en equipo. Estas personas suelen atribuir los éxitos a su propia competencia. Por otra parte, cuando fracasan, se sienten menos avergonzados porque culpan a la mala suerte o a otros factores externos.

El optimismo más útil en el trabajo no es el que alimenta la tendencia indiscriminada al pensamiento positivo, sino el que promueve la disposición esperanzada que se ajusta lo más posible a la realidad. Los soñadores eufóricos que no distinguen entre las metas alcanzables y las imposibles, o no evalúan correctamente el riesgo de sus decisiones, pueden llegar a conclusiones equivocadas en sus juicios. En este sentido, quizá la estrategia a seguir en situaciones inciertas o peligrosas sea esperar lo mejor y prepararse para lo peor.

Al igual que en las rupturas de relaciones importantes, las personas optimistas superan por lo general mejor la crisis de la pérdida de trabajo que las pesimistas. Para empezar, suelen achacar el suceso a causas ajenas o transitorias, lo que les protege la autoestima. Y al esperar encontrar un nuevo trabajo, lo buscan con más tesón, lo que a su vez aumenta las probabilidades de encontrarlo. Igualmente, el talante optimista ayuda a superar la ansiedad que frecuentemente acompaña a la jubilación forzosa, sobre todo cuando el empleo constituyó la fuente principal de gratificación personal y de reconocimiento social.

En cuanto al trabajo en psicología, estoy convencido de que el pensamiento positivo es un requisito fundamental para cualquiera que esté interesado en la práctica de esta especialidad y sus diferentes ramas, pero especialmente la clínica. Pocas condiciones provocan en las personas sentimientos tan desconcertantes de vulnerabilidad y angustia como los conflictos emocionales. Por ello, la natural compasión hacia el sufrimiento ajeno y la empatía, o capacidad de ponerse en las circunstancias de los demás, hacen que los psicólogos y sus colegas sanitarios inevitablemente sean conmocionados por el contagioso estrés de sus pacientes. Bajo estas circunstancias, la perspectiva optimista se convierte en un protector muy útil.

Para mantener la eficacia profesional es importante que el terapeuta ponga en perspectiva el sufrimiento del paciente, con el fin de mantener la objetividad necesaria para evaluar con lucidez su condición. Igualmente importante es que esta perspectiva objetiva no obstaculice la capacidad del especialista de transmitir al doliente su confianza y su solidaridad para superar juntos el problema. Esta comunicación, en el fondo, es un arte de palabras, sentimientos y actitudes. El profesional lo expresa con seguridad y ánimo, lo que a su vez provoca en su cliente seguridad, esperanza y motivación para resolver sus conflictos. Cuando la expectativa positiva del paciente se complementa con la comunicación implícita de confianza por parte del psicólogo, la posibilidad de que éste responda a la intervención aumenta considerablemente. Otro beneficio de la disposición optimista en psicología es que alimenta la motivación del terapeuta para tratar esperanzadamente a personas con dificultades serias o crónicas. El talante optimista también ayuda a los especialistas a no caer en la desmoralización cuando los resultados de sus intervenciones son previsiblemente pobres. Esto es positivo, pues la utilidad de los psicólogos se hace especialmente evidente cuando prestan sus servicios a niños y adultos con independencia de sus posibilidades de rehabilitación.

 

Salud

Existe una estrecha vinculación entre la mente y el cuerpo. La conexión mente-cuerpo es continua, de ida y vuelta, y se realiza a través de los sistemas nervioso y endocrino. El cerebro recibe miles de estímulos provocados por los órganos de nuestro cuerpo y por las fuerzas del entorno. Estos mensajes afectan al equilibrio de sustancias neuro-transmisoras que sirven de mensajeras entre las neuronas encargadas de modular nuestro estado emocional y el sistema vegetativo que controla, independientemente de nuestra conciencia, el ritmo del corazón, la presión arterial, la secreción de hormonas, la movilidad del aparato digestivo, el sistema inmunológico y otras funciones vitales.

Ciertos trastornos físicos sólo se pueden explicar desde el marco psicológico. Los síntomas de estas dolencias llamadas psicosomáticas incluyen, por ejemplo, dolores generalizados, alteraciones gastrointestinales y problemas del sistema reproductor. La gran mayoría de las situaciones estresantes cotidianas sólo nos afectan temporalmente. Pero ciertos sucesos, como la muerte de un ser querido o la ruptura de una relación importante, nos hacen vulnerables a las infecciones, a los trastornos digestivos y a las enfermedades del corazón.

Está demostrado que entre los factores psicológicos que debilitan el sistema inmunológico y contribuyen a producir enfermedades cardiovasculares, se encuentran la hostilidad, la depresión, el miedo y el estrés persistente. La razón es que estas emociones alteran el funcionamiento de los centros cerebrales que regulan el sistema hormonal y vegetativo y los órganos más importantes del cuerpo. Por el contrario, numerosas investigaciones muestran que situaciones que fomentan la tranquilidad, como el desahogo emocional que produce hablar y compartir con otros los problemas y dificultades, fortifican las defensas corporales. Por ejemplo, la participación semanal en grupos terapéuticos de apoyo psicológico está relacionada con una mayor esperanza y calidad de vida en pacientes que sufren de enfermedades crónicas y algunos tumores malignos. Enfermos de soriasis que participan en sesiones de relajación o meditación se curan más rápidamente de sus lesiones. Incluso escribir sobre experiencias traumáticas pasadas causa una mejoría sintomática sustancial y a largo plazo en enfermos asmáticos y artríticos.

La actitud optimista o pesimista también es un factor importante a la hora de predecir la longevidad. El psicólogo experimental de la Universidad de Michigan, Christopher Peterson, estudió esta relación en mil y pico hombres y mujeres durante un periodo de casi cincuenta años. Los resultados, publicados en 1998, revelaron que los pesimistas morían prematuramente con más frecuencia que los optimistas, incluyendo casos de accidentes y de muertes violentas. La explicación más aceptada de estos resultados es que las personas derrotistas son, en general, más imprudentes que las optimistas. Se agarran al derecho de escoger sus propios venenos y mueren prematuramente de dolencias evitables, como enfermedades cardiovasculares, cirrosis, enfisema, cáncer pulmonar o sida. Fatalistas, tienden a creer que su salud o esperanza de vida está totalmente fuera de su control, y si enferman no cumplen con el tratamiento médico.

Cada día se confirman con más solidez los beneficios directos e indirectos de las emociones positivas sobre la salud. Una actitud esperanzada estimula los dispositivos curativos naturales del cuerpo y anima a la persona a adoptar hábitos de vida saludables. En general, las personas optimistas experimentan menos angustia que las pesimistas ante las averías del cuerpo. La razón es que quienes confían en el futuro piensan que su problema será temporal, y además ponen más esfuerzo para superarlo.

La esperanza juega un papel fundamental en la curación. El efecto placebo es el mejor ejemplo de la capacidad de los seres humanos para movilizar sus propias fuerzas naturales curativas. Este efecto se produce cuando un enfermo mejora, o incluso se cura, después de ingerir una sustancia inocua o de ser sometido a una intervención sin ningún valor terapéutico. Por ejemplo, tomarse una cápsula que únicamente contiene unos granos de azúcar para remediar una úlcera de estómago. Hoy está sobradamente demostrado que entre el 25 y el 50 por ciento de los enfermos más comunes mejoran o se recuperan sin tratamiento. Esta es la razón por la que un nuevo medicamento sólo sale al mercado si se demuestra que sus beneficios curativos son estadísticamente superiores a los de una sustancia placebo. El denominador común de los enfermos que sanan por sí mismos es un alto nivel de esperanza de cura.

 

Adversidad

Está probado científicamente que las personas de temperamento optimista superan mejor las adversidades que las pesimistas. La ventaja del optimismo ante la adversidad es independiente de la edad, el sexo, la inteligencia, el nivel de formación o los recursos económicos. Los individuos optimistas confían más en su capacidad para encontrar una solución que los pesimistas, por lo que perseveran con más tesón. La sensación de que controlan las circunstancias también les ayuda a mantener el equilibrio emocional, aunque en la realidad el control sea muy limitado.

La extraversión es un rasgo ventajoso en tiempos de crisis y muy común en las personalidades optimistas. A través de la palabra validamos lo que sentimos y nos desahogamos. Expresar nuestras emociones es una forma saludable de organizar los pensamientos y de aliviar la angustia o el miedo. Ante los retos más penosos todos necesitamos hablar, ser escuchados y recibir aliento de otras personas. La unión y la conversación con otros estimulan el sentimiento de universalidad, la sensación de que «no soy el único», y animan a formular interpretaciones provechosas que alivian el estrés generado por las calamidades.

No obstante, el ingrediente del optimismo más eficaz en los momentos difíciles es la esperanza. En medio de privaciones y sufrimientos todos buscamos promesas de alivio, de descanso y de curación. Nos mantenemos animados gracias a que esperamos que lo que nos aflige pasará. Hay personas que durante las crisis alimentan su confianza con espiritualidad. La fe en un «más allá» seguro y placentero ayuda a tolerar mejor el sufrimiento. Por eso, desde la antigüedad, la creencia en algo superior, ya fuese divino, mágico, físico o humano, ha florecido en todas culturas, particularmente en épocas penosas.

Otro aspecto positivo de la actitud optimista es que con el tiempo estimula a los damnificados de las calamidades más funestas a soltar amarras, a liberarse del rencor y del papel de víctima, a pasar la página dolorosa de su autobiografía, retomar el timón del barco de su vida y perseguir con entusiasmo nuevas metas. Este proceso de liberación es, además, bueno para la salud. Como demuestran los estudios del psicólogo Fred Luskin y sus colegas, perdonar beneficia al corazón, la presión arterial, al sistema inmunológico y reduce la tensión nerviosa.

No son pocos los hombres y mujeres, mayores y pequeños, que experimentan efectos beneficiosos a largo plazo después de sufrir traumas serios, desde enfermedades graves a desastres naturales, pasando por accidentes, combates militares, agresiones y pérdida de seres queridos. En una revisión de unos cuarenta estudios científicos recientes sobre los cambios positivos que experimentan algunas personas después de vivir una situación traumática, los psicólogos de la Universidad de Wanvick, Reino Unido, Alex Linley y Stephen Joseph, llegaron a la conclusión de que existe un «crecimiento postraumático». Quizá esta aptitud fuese el origen de la sentencia popular de que «No hay mal que por bien no venga», o del viejo proverbio chino: «Abundantes beneficios esperan a quienes descubren el secreto de encontrar la oportunidad en la crisis». El crecimiento postraumático no debería de sorprender. Después de todo, desde el amanecer de la humanidad el pensamiento positivo ha impulsado a los seres humanos a resistir la adversidad, a progresar y a promover el bien común.

Hoy más que nunca es evidente que para vivir sanos y contentos, no sólo hay que ganarle la batalla a los procesos patológicos, sino que también es importante nutrir y robustecer los rasgos saludables de nuestra naturaleza. De ahí la importancia de entender el optimismo, sus ingredientes y sus aplicaciones.

 

 

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