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POR QUÉ LOS ADOLESCENTES
QUIEREN SALIR DE NOCHE
¿Por qué los adolescentes muestran tanta ansia por salir de noche? Seamos
sinceros: quien más quien menos, todos los que ahora son padres han sentido
de jóvenes el hechizo de la noche (y más de uno se ha enamorado de la que
hoy es su querida esposa en una noche mágica, con Cupido incluido). Nuestros
vástagos, pues, también saben que la noche, bajo la luz eléctrica, encierra
unos encantos que no tiene el día, bajo la luz solar. La noche ofrece -entre
otras cosas apetecibles- satisfacciones inmediatas, apela a los sentidos,
proporciona compañía y establece una ruidosa solidaridad.
Los jóvenes albergan la ilusión de que la noche es suya, de que les
pertenece totalmente, de que en el mundo nocturno sólo están ellos, sin
adultos, y sin su odioso control...
Además, la noche está investida de un espléndido ritual iniciático. Es bien
sabido que ser niño implica, entre diversas obligaciones específicas, tener
que irse pronto a la cama. Norma inalterable, únicamente los días de
vacaciones y las vísperas de festivos permiten retrasar esta obligación
infantil. En consecuencia, un rito de paso de la adolescencia significa
conquistar el derecho a dominar la hora de recogerse en casa por la noche. Y
cada vez se adelanta más la edad en que se alcanza este derecho (los chicos
exigen y los padres terminan por claudicar, ya se sabe). Llega, por último,
la posesión total de este atributo adolescente: pasar la noche fuera de
casa. Éste es el privilegio máximo de los jóvenes.
¿Hay otras razones para que les apetezca tanto la noche? Sin duda. No basta
con la habitual observación respecto al buscado anonimato y a la
irresponsabilidad colectiva que proporciona la noche y que tanto atrae a los
adolescentes (recuérdese, no obstante, que la nocturnidad es un agravante de
los delitos). No es la oscuridad por sí misma lo que buscan los jóvenes,
precisamente porque no es el sentido de culpa lo que les distingue como
grupo. La función de la noche no es aquí la de ocultar, sino la de no
coincidir con los horarios de los adultos, en la práctica, los padres. Para
algunos adolescentes en abierto conflicto con sus padres, la noche hace un
papel amortiguador de las turbulentas relaciones paterno-filiales. Si
coincidieran los horarios de los jóvenes y de los progenitores, el conflicto
sería más explícito. Y nadie quiere que esta confrontación -a veces, en
estado latente- se haga más patente. Salir de noche quiere decir que al día
siguiente los turnos de comidas estarán cambiados para uno y otros. Así es
más difícil discutir. Ya que los jóvenes de hoy no se deciden a irse de la
familia de origen a su debido tiempo (en la edad laboral, para matrimoniar,
etc.), por lo menos eligen el horario cambiado, las salidas nocturnas. Este
gesto supone una independencia vicaria de la familia, que de otra forma no
se podría conseguir. De hecho, se produce esa salida del hogar paterno,
aunque sólo de forma efímera y cotidiana.
Además, lo lógico es que si trasnochan, duerman por la mañana. Y esta
necesaria recuperación acalla la conciencia de dejación de las obligaciones
laborales o estudiantiles. Se trata de una estupenda coartada. Es así como
la noche viene en auxilio de los adolescentes. |
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