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El nacimiento del
hombre superior.
Lo primero que el
hombre encuentra en su sendero hacia el mundo superior son, pues, imágenes
espirituales, ya que la realidad que a ellas corresponde se halla dentro de
él mismo. El discípulo debe, por tanto, haber llegado a la madurez de no
esperar la percepción de realidades palpables, sino de considerar las
imágenes como lo indicado. Dentro de este mundo de imágenes, pronto conocerá
algo del todo nuevo. Su yo inferior se presenta ante él como retrato
reflejo, pero dentro de este retrato reflejo aparece la verdadera realidad
de su Yo superior. Destacándose de la imagen de la personalidad inferior se
hace visible la forma del Yo espiritual. Y es sólo de este último de donde
parten los hilos que se entretejen con otras realidades espirituales
superiores.
Ha llegado entonces el momento de utilizar la flor de loto de dos pétalos en
el entrecejo. Cuando ella comienza a girar, el hombre encuentra la
posibilidad de vincular su Yo superior con seres espirituales más elevados.
Las corrientes que parten de esta flor de loto se dirigen hacia realidades
superiores en forma tal, que el hombre está plenamente consciente de los
movimientos respectivos. Así como la luz nos hace visibles los objetos
físicos, así también esas corrientes tornan visibles a los seres
espirituales de mundos superiores.
Ahondando pensamientos que contienen verdades fundamentales de la ciencia
espiritual, el discípulo aprende a poner en movimiento y a dirigir las
corrientes de la flor de loto situada entre los ojos.
En esta fase del desarrollo se evidencia particularmente el valor del
criterio sano y del cultivo de la lógica. Hay que tener presente que el Yo
superior del hombre, que antes dormía en él en estado embrional e
inconsciente, nace entonces a la existencia consciente. No se trata de algo
meramente metafórico, sino de un genuino nacimiento en el mundo espiritual.
Este nuevo ser, el Yo superior, ha de nacer provisto de todos los órganos y
aptitudes necesarios para vivir. Así como la naturaleza cuida de que el niño
nazca con oídos y ojos bien plasmados, así también las leyes de la evolución
individual del hombre deben mediar para que su Yo superior entre a la
existencia con las facultades necesarias. Y las leyes que rigen el
desarrollo de los órganos superiores del espíritu no son otras que las sanas
leyes de la razón y la moral del mundo físico.
Así como el niño madura en el seno de la madre, así también el hombre
espiritual madura dentro de su existencia corpórea. La salud del niño
depende del normal obrar de las leyes naturales en el seno de la madre; así
también la salud del hombre espiritual está condicionada por las leyes del
intelecto común y de la razón, que obran en la vida física.
Nadie puede dar a luz a un Yo superior sano si no vive y piensa sanamente en
el mundo físico. La base de todo verdadero desarrollo espiritual es una vida
en armonía con las leyes de la Naturaleza y de la razón. Así como ya en el
seno de la madre el niño vive según las fuerzas de la Naturaleza que sus
órganos sensorios percibirán después del nacimiento, así también el Yo
superior del hombre vive según las leyes del mundo espiritual ya durante la
existencia física. Y lo mismo que ese niño, impulsado por un subconsciente
instinto vital, se apropia las fuerzas necesarias, así también el hombre
adquiere las fuerzas del mundo espiritual antes de nacer su Yo superior. Es
más, él tiene que hacerlo, si este último ha de entrar al mundo como un ser
plenamente desarrollado.
Sería un error decir: "No puedo aceptar las enseñanzas de la ciencia
espiritual antes de ser vidente", pues sin profundizar los resultados de la
investigación espiritual, es absolutamente imposible adquirir el verdadero
conocimiento superior. Sería como si un niño, durante su gestación rehusara
las fuerzas que le transmite la madre, y quisiera esperar hasta obtenerlas
por sí mismo.
Así como el sentido vital del embrión experimenta que le es apropiado lo que
se le ofrece, así también el hombre aún no vidente puede darse cuenta de la
verdad de las enseñanzas de la ciencia espiritual. Existe una comprensión de
estas enseñanzas que se basa en el sentimiento de la verdad y en el juicio
claro, sano y circunspecto, aun antes de percibir lo espiritual.
Hay que empezar por estudiar las verdades esotéricas precisamente como
preparación para la visión propia. Un hombre que alcanzara la visión sin
haberse preparado de esta manera, sería comparable a un niño que naciera con
ojos y oídos pero sin cerebro. Se desplegaría ante este niño todo un mundo
de colores y sonidos pero no sabría qué hacer con lo que percibe.
Lo que al hombre primero le era comprensible mediante su sentido de la
verdad, su intelecto y su razón, llega a ser experiencia propia en esta
etapa del discipulado; él posee ahora una conciencia directa de su Yo
superior, y llega a comprender que este Yo superior se vincula con entidades
espirituales más elevadas y forma un conjunto con ellas. Se da cuenta, pues,
de que su yo inferior tiene su origen en un mundo superior, y se le revela
el hecho de que su naturaleza superior sobrevive a la inferior. Así puede
distinguir su naturaleza transitoria de lo imperecedero en sí mismo.
Esto significa que llega a comprender, por su propia experiencia, la verdad
de la incorporación o encarnación del Yo superior en el inferior; ahora
comprende claramente que él forma parte de un conjunto espiritual superior y
que sus cualidades y su destino tienen su causa en esta correlación. Llega a
conocer la ley de su vida, su karma. Comprende que su yo inferior, tal como
configura su existencia en el presente, no es sino una de las formas que su
ser superior puede adoptar.
Por consiguiente, ve ante sí la posibilidad de buscar su propio desarrollo
desde su Yo superior, a fin de alcanzar grados de perfección cada vez más
altos. También sabrá discernir las grandes diferencias que existen entre los
hombres en cuanto a su grado de perfeccionamiento; verá que hay hombres
superiores que ya han alcanzado los grados evolutivos que, para él, se
hallan todavía en el porvenir. Comprende, además, que la sabiduría y los
actos de tales hombres se originan en la inspiración de un mundo superior.
Este conocimiento lo debe a su primera mirada propia en ese mundo superior.
Ahora empezarán a ser realidad para él los llamados "grandes iniciados de la
humanidad".
Estos son los dones que le son concedidos al discípulo en esta fase de su
desarrollo: íntimo conocimiento de su Yo superior; comprensión de la idea de
la incorporación o encarnación de este Yo superior en el inferior, de la ley
según la cual la vida en el mundo físico se regula de acuerdo con
correlaciones espirituales, esto es, la ley del karma; y, finalmente, la
captación de la existencia de grandes iniciados.
Del discípulo que ha alcanzado este grado evolutivo, se dice también que se
le ha desvanecido toda duda. Su fe anterior, basada en la razón y el sano
pensar, queda ahora reemplazada por el pleno saber y una comprensión que
nada puede quebrantar.
Las religiones, en sus ceremonias, sacramentos y ritos, han creado imágenes
exteriormente visibles de acontecimientos y seres espirituales superiores,
las que sólo podrá desestimar el que aun no haya penetrado en las
profundidades de las grandes religiones. Mas aquel que tenga la visión
propia de la realidad espiritual comprenderá el gran significado de aquellos
cultos exteriormente visibles. El mismo acto religioso se le convierte en
imagen de su propia comunión con el mundo espiritual superior.
Hemos tratado de mostrar que, por el ascenso a este nivel, el discípulo se
convierte realmente en un ser nuevo. Puede ahora, gracias a su progresiva
madurez, alcanzar la facultad de dirigir, mediante las corrientes de su
cuerpo etéreo, el verdadero elemento vital superior, y así independizarse en
alto grado de su cuerpo físico. |
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