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MANÍAS Y OBSESIONES
Es horrible la sensación de no poder detener una conducta a pesar de que el
que la ejecuta sabe que es irracional. Es lo que vulgarmente la gente
entiende por "tener manías".
Los temores hipocondríacos son frecuentes en los adolescentes, centrados
-como están- en las impresionantes transformaciones de su cuerpo (la
hipocondría puede definirse como una preocupación excesiva por el cuerpo y
el estado de salud, con una "amplificación" de las sensaciones corporales
más nimias). Cuando la preocupación invade por completo el pensamiento del
joven, puede presentarse un delirio hipocondríaco con la convicción de estar
afecto de una enfermedad en particular.
En sus formas más simples, los temores hipocondríacos en la adolescencia se
presentan a base de dolores de cabeza, de inquietudes que conciernen al
corazón (palpitaciones, por ejemplo), a la sangre, a las vías aéreas
(sensación de no poder respirar bien, de tener un nudo en el pecho, etc.), a
la deglución (imposibilidad de tragar sólidos, sensación de tener un cuerpo
extraño dentro del cuello, etc.), de quejas abdominales (temores respecto al
apéndice o los ovarios). Contrariamente al adulto, casi nunca se pronuncian
quejas concernientes al tránsito intestinal, ligadas a la función digestiva:
en la adolescencia se trata de órganos percibidos como inmediatamente
vitales, como el corazón, la sangre o los pulmones. Es frecuente encontrar
un padre que también sufre de manifestaciones hipocondríacas.
Las conductas obsesivas y compulsivas (necesidad imperiosa de realizar una
acción que no puede pararse) como, por ejemplo, en los temas de orden
(excesiva pulcritud en el arreglo del material escolar, en la realización de
deberes, en el arreglo de la habitación, etc.) o en los temas de pureza y de
protección corporal (temor a las contaminaciones, lavados prolongados de las
manos, limpieza repetitiva de los utensilios de comer, evitar tocar, etc.),
son manifestaciones típicas. Y todo ello puede convertirse en una enfermedad
ansiosa (se denomina trastorno obsesivo-compulsivo) de la que el paciente no
puede deshacerse a pesar de una lucha penosa.
Cuando, en algunos casos, estas conductas no se asocian con una lucha
ansiosa, es preferible hablar de "rituales" más que de compulsiones. A
menudo los rituales en el curso de la infancia son perfectamente aceptados
por los padres, porque ayudan a "ordenar" el comportamiento del niño (ritual
de ordenar la habitación o de las tareas escolares, ritual del aseo
personal, etc.). Es más adelante, en la adolescencia, cuando estos rituales
pueden convertirse en fuente de tensión psíquica y angustia. Son frecuentes
los padres que presentan también rasgos obsesivos.
Habitualmente, el adolescente guarda durante bastante tiempo en secreto
-incluso para sus padres- sus conductas obsesivo-compulsivas, mientras no
interfieran con sus quehaceres cotidianos y su vida de relación social.
Digamos que el joven se adapta bien a sus "manías". También, durante la
adolescencia, frecuentemente se interpretan estas conductas como parte de la
tendencia del joven al ascetismo, a los rituales religiosos, o a la
autoexigencia a veces en forma drástica y cruel. Incluso hay un tipo de
pensamiento obsesivo (más frecuente que las ideas obsesivas propiamente
dichas) que desarrollan algunos adolescentes a base de darle vueltas a un
mismo asunto, de manera escrupulosa y meticulosa (temas filosóficos,
políticos, metafísicos, etc.), lo que les permite disquisiciones
intelectuales y discusiones coloquiales que complacen a los adultos.
Sólo cuando estas conductas son claramente evidentes y obsesionan plenamente
la vida del joven, haciéndole sufrir, es cuando requieren la asistencia
psiquiátrica. Lo que tienen en común estos jóvenes es la experiencia de la
pérdida de control ante la irrupción de ideas, pensamientos y acciones que
no pueden controlar. Trágicamente creen que están a punto de perder la razón
y de volverse locos. Una adecuada medicación antiobsesiva y un apoyo
psicoterápico pueden hacerles desaparecer estas agobiantes manías y
obsesiones. |
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