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Lo que sí es la
meditación.
La práctica concreta de la meditación no es sentarse y adoptar una sosegada
actitud de concentración; es ser plenamente atentos de todo lo que somos y
experimentamos. También consiste en un abanico de técnicas activas que
estimulan la facultad de la atención y de la comprensión, virtudes que se
ejercen no sólo durante el tiempo que dura la práctica, sino también en el
transcurso de la vida consciente -e incluso durante el sueño-. Por lo tanto,
la meditación influye en la mayoría de los aspectos de la experiencia
humana, otorgándoles una riqueza, una profundidad y un significado
potencialmente mayores.
En una u otra forma, la meditación se ha practicado en todas las grandes
tradiciones espirituales, y sus orígenes se pierden en la noche de los
tiempos. Es casi seguro que los autores de los Vedas hindú, que se remonta
aproximadamente al año 1500 a. C., y que es uno de los documentos escritos
más antiguos del mundo, ya practicaban la meditación. Algunas de las
primeras enseñanzas de la técnica básica de meditación (observar el aliento,
por ejemplo) las transmitió oralmente Buda, alrededor del año 500 a. C., y
Patanjali, el semilegendario fundador de la filosofía del yoga, da más
detalles en el Yoga Sutras, que data de varios siglos a. C. Desde Pantajali
hasta hoy, que probablemente sea cuando más gente medita en todo el mundo,
se ha mantenido una tradición ininterrumpida de meditación.
Fundamentalmente, la meditación consiste en vivir un estado de atención, de
consciencia, de un ejercicio pleno de los sentidos, de manera que surjan de
ella la comprensión y las obras apropiadas.
También entra en la práctica de meditación el hacer centrar la atención no
en una relación de pensamientos o ideas, sino en un estímulo individualizado
y perfectamente definido.
La meditación es lo opuesto a las ideas errantes, o incluso a una cadena de
ideas preorientadas. Buddhaghosa, un monje budista del siglo v, la describió
como un adiestramiento de la atención, mientras que otros escritores de la
primera época se refirieron a ella, de un modo más amplio, como un
adiestramiento de la mente o una vía ideal para comprender lo que sucede en
el interior de la mente. Sin embargo, con los años, otros autores han
definido la meditación de formas muy diversas, tales como un método para
apaciguar la mente, concentrar la energía mental, descubrir el verdadero
ego, conseguir la paz interior, armonizar el cuerpo y la mente o,
simplemente, sentarse tranquilamente sin hacer nada. En este caso decimos
que la meditación es una manera muy especial de sentarse tranquilamente sin
hacer nada, en la que la mente está plenamente atenta, y de esta consciencia
surgen el silencio, la paz y el orden.
Algunas frases, como por ejemplo adiestramiento de la mente, causan asombro
a muchos occidentales. ¿Acaso no es un adiestramiento de la mente nuestro
sistema de educación formal en las escuelas y universidades? ¿Acaso no se
adiestra la mente mediante el aprendizaje de los datos, cifras y técnicas de
las diversas disciplinas académicas que nos han enseñado nuestros
profesores? Así pues, ¿por qué deberíamos interesarnos en algo aparentemente
esotérico como la meditación y que nos hace perder el tiempo?
La mente no se entrena como resultado de los datos, cifras y técnicas que
nos han enseñado en la escuela y en los años universitarios. Los
conocimientos que obtenemos durante este período tiene un valor
extraordinario para nosotros y, en muchos casos, también para nuestros
compañeros y colegas, pero no constituye, ni mucho menos, un adiestramiento
de la mente. Quienes tengan dudas acerca de lo que acabamos de decir
deberían realizar un pequeño y sencillo test. Les pediremos que cierren los
ojos y dejen de pensar... ¿Qué tal les ha ido? Serán poquísimos los que
hayan logrado un objetivo aparentemente tan simple durante medio minuto. Por
lo tanto, ¿quién rige su mente? Una cosa es segura: si no son capaces de
dejar de pensar ni siquiera durante treinta segundos, es evidente que
vosotros no.
Habitualmente, tendemos a suponer que "pensar" es bueno. En efecto, lo es,
pero siempre que lo hagamos conscientemente y permanezcamos atentos sobre el
modo en el que afloran las ideas y la dirección en la que avanzan. A decir
verdad, no vivimos de esta manera. Los pensamientos nacen involuntaria y
espontáneamente, emprendiendo su propio curso y generando nuevas
asociaciones de ideas que ascienden y descienden como si se tratara de una
montaña rusa. Pensamientos felices, ideas tristes, ansiedades, recuerdos,
esperanzas de futuro y arrepentimientos tanto por hechos pasados como
presentes. Cada uno de ellos sigue su propio camino y ejerce su propio poder
sobre nosotros. Lo mismo es aplicable a los sentimientos y emociones, que
nos pueden llevar a la deriva, como hojas en el viento.
Una vez, un maestro budista zen, hallándose próxima la hora de su muerte y
afligido por un intenso dolor físico, sonrió a su discípulo y le preguntó:
"¿Te has dado cuenta ya de que los pensamientos son nuestros verdaderos
enemigos?". Por supuesto que los pensamientos no siempre son los enemigos,
sino que depende, de nuestra capacidad para discurrir de la forma adecuada
ante la vida y los problemas. Pero cuando las ideas y los ideales dominan
nuestra vida interior, en lugar de vivir en el instante eterno, de manera
plenamente consciente, en ese silencio que regala la atención, entonces sí
son los enemigos.
En ocasiones alguien pregunta: ¿existimos cuando no estamos pensando? Esa
pregunta indica que quien la plantea no sólo carece de conocimiento sobre la
naturaleza del pensamiento, sino que también carece de un verdadero
autoconocimiento. Una dimensión completamente nueva del vivir surge en la
mente cuando estamos atentos y en silencio, y hasta que hayamos aprendido a
contestar esta pregunta por nosotros mismos no seremos más que unos
principiantes en lo que podríamos denominar el arte de vivir y de ser
nosotros mismos.
La inteligencia surge desde esta consciencia, desde ese vivir en completa
atención, en ese no juzgar ni verbalizar. En la expresión más elevada de la
vida no se encuentra el control, sino el conocimiento yla comprensión.
La inmensa mayoría de las personas que acude a los psicólogos y psiquiatras
con problemas de depresión, ansiedad y estrés, reconocen que casi todos sus
problemas proceden de los pensamientos y las ideas que dominan, obsesionan o
perturban su mente, y aunque sepan que esos pensamientos no les son de
ningún provecho y, con frecuencia, engañosos y absolutamente
contraproducentes, son incapaces de hacer algo para detener su flujo
incesante. Muchas veces las personas aseguran ser conscientes de lo
perjudiciales e indeseables que son sus pensamientos, pero no hacen nada
para cerrarles el paso y permitir que la mente retorne a las formas de
pensar más felices y productivas.
En Oriente, uno de los símbolos de la mente consiste en un mono parlanchín
que emite un sonido constante, aunque sin decir nada importante. Otro
símbolo consiste en un caballo al galope tendido, totalmente desbocado, que
ignora el esfuerzo del jinete para domarlo y hacerle avanzar en la dirección
correcta. Estos símbolos, tales como el mono que habla sin cesar y el
caballo al galope, pueden motivarnos lo suficiente para la práctica de la
meditación. Pocas personas se pondrían voluntariamente a merced de un mono
parlanchín o de un caballo desbocado.
La vida es una escuela, y en ella encontramos las lecciones que debemos
aprender. En esta escuela existen pruebas que debemos superar y,
contrariamente a lo que comúnmente se cree, la solución a estas pruebas no
se encuentra en reprimir la mente, ni tampoco los sentimientos. La
disolución del sufrimiento sólo puede ser resultado de la compresión. |
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