Podría
darse la denominación de «lavado de cerebro» a toda técnica utilizada para
manipular el pensamiento o la acción humana en contra de los deseos del sujeto o
al margen de su conocimiento.
Podemos
considerar la vida psíquica del ser humano dividida en dos áreas: la primera
comprende todo lo relacionado con la vida consciente y racional, mientras que la
segunda abarca los procesos inconscientes e inaccesibles a la razón. El
inconsciente influye constantemente en el consciente y con mucha frecuencia sin
que este último se percate de ello. Debido a esto, a veces nos vemos
experimentando fenómenos psíquicos y aun conductas de los que no sabemos dar
razón. Un ejemplo de ello son los llamados «actos fallidos» en los que predomina
la atención del inconsciente, cogiendo por sorpresa al consciente, como cuando
cometemos un lapsus linguae al decir algo que no tiene que ver o es contrario a
lo que pretendemos expresar. Generalmente estas «jugadas» del inconsciente pasan
inmediatamente por un proceso de racionalización mediante el cual el consciente
trata de buscar lógica y justificación de lo ocurrido, no siempre de forma
acertada, con una autoexplicación que tranquiliza la conciencia.
El
supuesto «lavado de cerebro» iría dirigido precisamente hacia el inconsciente,
de modo que la conducta que se pretende manipular pareciera surgir de la propia
personalidad del sujeto. Es decir, para modificar un comportamiento externo en
una persona de tal modo que parezca propio, primeramente habría que averiguar
qué proceso inconsciente (contenido latente) determina realmente tal
comportamiento (contenido manifiesto), y, seguidamente, efectuar la modificación
pretendida sobre el mismo para que, de forma indirecta, tuviera lugar asimismo
un cambio en la conducta.
Evidentemente esto no es tan fácil de conseguir y sobre todo sin el expreso
consentimiento de la supuesta «víctima» del lavado. Hecho que por otro lado iría
en contra de la ética y nunca sería utilizado con fines terapéuticos. El lavado
de cerebro forma más parte de la ficción de novela y cine de espionaje que de la
realidad.
Sí se han
experimentado formas benignas y por supuesto pasajeras de parciales «lavados de
cerebro», como, por ejemplo, mediante el hipnotismo. Dada una sencilla orden a
una persona sometida a trance hipnótico para que la ejecute cuando vuelva al
estado de conciencia, por lo regular es obedecida y sin comprender dicha persona
por qué lo hace. El mensaje quedó grabado en su inconsciente sin percibirlo de
forma consciente. Por supuesto que esto no se puede lograr si la persona no se
presta a ello. Asimismo nunca obedecería a una orden que fuera en contra de sus
principios, como, por ejemplo, cometer un crimen o realizar algo que no haría
voluntariamente al margen del hipnotismo.
Un
fenómeno similar ocurre con la llamada percepción subliminal, ilustrada con el
siguiente experimento: a un grupo de personas se les mostraba repetidamente en
una pantalla de proyección la palabra «zumbido», pero cada proyección duraba
escasas décimas de segundo, tan breve instante que al espectador no le daba
tiempo a leerla; sin embargo, aunque no llegaban a reconocerla todos acababan
por afirmar que se refería a algo vibrante o referente a los insectos. Esto
quiere decir que el concepto había llegado al inconsciente antes de que el
consciente se percatara de ello.
Más en el
nivel coloquial que en el científico se habla de ciertos «lavados de cerebro»
realizados con fines proselitistas, como los que tienen lugar de forma peligrosa
en el seno de ciertas organizaciones sectarias que actúan en función de una
supuesta ideología filosófico-religiosa. En realidad, más que «lavados de
cerebro» utilizan engaños psicológicos que hacen creer a la «víctima» que actúa
según sus propios principios cuando lo cierto es que sigue los intereses de la
organización. El mayor perjuicio tiene lugar cuando esta estrategia se emplea
con adolescentes cuya personalidad se encuentra aún en vías de formación y por
tanto proclive a desviarse hacia terrenos patológicos.