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KG 200: Las alas del misterio

Si los crecientes rumores acerca de OVNIs nazis resultaran fundados, ¿quién podría haberlos pilotado? La respuesta apunta con insistencia hacia el KG200.

Oficialmente, la creación del ala de combate o KampfGeschwader 200 se inició en 1944, momento en el que la contienda bélica se decantaba en contra del bando alemán. Su cometido fundamental consistía en realizar vuelos de reconocimiento a largas distancias, así como el “lanzamiento” de agentes secretos y saboteadores tras las líneas aliadas.

En otro nivel, empleaban aparatos capturados en tareas de espionaje, cuando no los dedicaban a la guerra psicológica. En cierto modo, el KG200 supuso la evolución tardía de anteriores unidades cuyas actividades se basaban en la confidencialidad más absoluta. El denominado “escuadrón Rowehl”, dependiente del servicio secreto Alemán –Abwehr–, usó avionetas civiles dotadas con cámaras ocultas entre 1930 y 1939 para sobrevolar instalaciones militares.

Un segundo grupo, el Verschuchsverband, probaba desde 1923 aeroplanos “atípicos” –por ejemplo alas volantes–, de contornos circulares o similares. Las tirantes relaciones entre el Abwehr y las altas jerarquías nazis obligaron a englobar ambas formaciones en el seno de la Fuerza Aérea a partir de 1942.

Los “escuadrones de prueba”, como se les calificó, iniciaron su labor instruyendo a futuras tripulaciones a la par que pilotaban aviones aliados apresados y reacondicionados pieza a pieza. En principio, el propósito se limitaba a estudiar sus puntos débiles e idear nuevas tácticas con las cuales contrarrestar sus acciones. Quizás el citado capítulo supone la mejor referencia conocida por los entusiastas de la aviación, dado que algunos de los aviones más famosos de la II Guerra Mundial pasaron por el KG200.

Al menos un Boeing B-17 “Fortaleza Volante” fue empleado para situarse tras las formaciones enemigas a fin de radiar datos que recibía la defensa antiaérea germana. Confundido entre sus homólogos estadounidenses, este bombardero pasaba desapercibido sin que los “cazas” de escolta pudieran derribarlo. El empleo de ardides cuestionables se combinaba con espectaculares viajes transcontinentales para alcanzar remotos rincones del planeta.

Se sabe, por mencionar un caso, que se estableció una ruta para usos diplomáticos entre Berlín y Tokio atravesando el Polo Norte, trayecto que hoy en día siguen diversas líneas aéreas. Igualmente remarcables fueron los viajes periódicos que sobrevolaban el continente asiático hasta Manchuria, a fin de recoger uranio y demás minerales estratégicos.

De mayor relevancia por el secretismo suscitado, sin embargo, resultaron los ensayos de guerra electrónica o de reabastecimiento en vuelo, llevados a cabo sobre Checoslovaquia. Y dentro de aquella perspectiva, probaban aeronaves que –en teoría– nunca existieron a causa de sus revolucionarios principios, impresión que fomentaron los servicios secretos aliados. Justo aquí entraría el capítulo de los míticas y controvertidas “super armas” nazis, partiendo de sus “platillos volantes”.


Aeronaves increíbles

Fuera de los actuales foros internautas, raras son aquellas referencias que puedan encontrarse sobre los vehículos antes reseñados. La desclasificación de documentos confidenciales incautados a las SS o el traslado del material de investigación a EEUU constituyen tibias evidencias respecto a las experiencias efectuadas por V. Schauberger, Epp y compañía. Quedan, sin embargo, algunas indicaciones aisladas ciertamente intrigantes. Un documental emitido en 1997 por Sci-Fi Channel daba cuenta de las experiencias vividas por un ingeniero aeronáutico alemán, cuyo nombre permaneció en el anonimato.

Destinado a mediados de 1942 en una base militar cerca de Praga –extinta Checoslovaquia, actual República Checa–, se encargaba de impartir cursos técnicos en instalaciones donde las ventanas habían sido tapiadas. A determinadas horas, él y sus alumnos tenían prohibido salir al exterior bajo pena de muerte. Que no vieran lo que sucediera en el exterior no significaba que fueran libres de escuchar el ensordecedor rugido de una aeronave capaz de dejar quemaduras circulares en el pavimento.

Aprovechando su amistad con un operario de la base, se arriesgó a echar un vistazo en un hangar cercano, sorprendiéndose al divisar un objeto que calificó de “disco volador”. Su fuente de propulsión en absoluto recordaba a los motores convencionales que conocía. El libro de R. Jungk “Más brillante que un millar de soles” –Harcourt Brace, 1958–, una crónica sobre la carrera nuclear, destaca a su vez algunos experimentos sobre el tema.

De origen germano-judío, Jungk recopiló testimonios de técnicos coetáneos, que también trabajaron en las inmediaciones de Praga, quienes tuvieron ocasión de divisar las evoluciones de un veloz “plato volante” en la primavera de 1945. Conforme pasaban los días, el aparato iba mejorando sus prestaciones. Junto al citado vehículo, el autor descubrió que en la misma área docenas de personas fueron testigos de las maniobras realizadas por insólitos aviones con alas delta o giratorias. Sin extenderse demasiado, los relatos señalaban que en la región se practicaban los ensayos de tales ingenios, pero nadie pudo asegurar si además eran fabricados allí. De manera minoritaria, unos cuantos ejemplares acabaron estrellándose con mortales consecuencias para sus ocupantes.

Ninguno de los hechos citados haría pensar en la aludida unidad de la Luftwaffe excepto un nimio detalle. El aeródromo checoslovaco de Permelen, próximo a la capital, constituyó la sede de uno de los escuadrones asignados al grupo. Más concretamente, el IV/KG200, encargado de los asuntos técnicos e investigación avanzada según se recuerda en el museo del Arma Aérea Alemana en Frankfurt. Su marcha de aquel país a causa de la ofensiva soviética final coincidió con la súbita interrupción de los avistamientos.

Aviadores enigmáticos

“Podemos contar con pruebas sólidas que demuestren la existencia del KG200, pero no de su vinculación con los platillos volantes nazis”, advierte el investigador italiano Mauricio Verga. “Y de éstos, aún tenemos evidencias menos sólidas”. Las experiencias paralelas acerca de tan revolucionarias máquinas, de sobra conocidas, en absoluto invalidan la presencia de otras aeronaves no menos fantásticas, de las que actualmente apenas se empieza a divulgar sus detalles. En su momento, empero, cualquier referencia quedó oculta debido a cuestiones de seguridad nacional. Al respecto, en un informe del Intelligence Service británico fechado en 1946 –y desclasificado medio siglo después– los célebres platillos brillaban por su ausencia… a falta de los suficientes datos.

Por el contrario, se proporcionaba cumplida cuenta de proyectos aparentemente absurdos, del tipo Ju-287, el Focke Wulf Trieblügeljäger o el aberrante Wespe. La lista de aeronaves extravagantes se extendería a los aviones-nodriza con capacidad para albergar pequeños cazas y a minúsculos aparatos sin piloto, de aspecto ovoide.

En su inmensa mayoría no pasaron de los tableros de diseño, o eso se aseguró. Llegados a este punto, cabría preguntarse las razones que condujeron al KG200 a tripular dichos aparatos, cuando las firmas aeronáuticas implicadas ya contaban con expertos de fama mundial como Fritz Wendel o Hanna Reischt. En el personal de vuelo adscrito a la unidad confluían dos características muy especiales.

De entrada, su inquebrantable lealtad al Führer, que preconizaba una obediencia ciega a las órdenes. Y sobre todo, la extraordinaria profesionalidad de cada tripulación, versada en navegación aérea e ingeniería. Los escogidos para integrar el grupo, bien por méritos de guerra, bien por sus calificaciones, se encontraban entre la elite de la Luftwaffe. El carácter secreto de sus operaciones obligaba a la creación de bases camufladas. Los aparatos “pseudoaliados” operaban desde pistas ocultas y aisladas de las grandes poblaciones, en lugares tan dispares como la Selva Negra alsaciana, el desierto argelino o los Alpes.

Por ende, las medidas de protección que salvaguardaran los diseños otrora aludidos resultarían más radicales, a fin de evitar las miradas indiscretas del enemigo. Esta obsesión puede comprenderse ante proyectos cuyos efectos habrían alterado el desenlace bélico. El llamado Amerikabomber, un plan para destruir Nueva York mediante un arma nuclear lanzada desde un avanzadísimo reactor Horten, conformaba una muestra.

Un “platillo volador” capaz de elevarse y descender verticalmente desde cualquier lugar completando tareas de observación se transformaría en el espía perfecto…



Destino ignorado

Si de asombrosa cabría juzgar la actuación del KG200 en plena contienda, mayores sorpresas deparó tras su finalización. Ante el caos generado por la derrota, los supervivientes se reunieron en una pista de aterrizaje cercana a la frontera alemana con Italia y destruyeron cuanta documentación comprometedora albergaran en su poder.

La mayoría se vistió con ropas civiles, repartiéndose amplios fondos monetarios, y marcharon confundidos entre la creciente riada de refugiados. Un reducido grupo, por el contrario, despegó en un transporte hacia rumbo desconocido, con deseos de “continuar la lucha”. O así lo describió el comandante D. H Stahl, miembro de la unidad, en una obra autobiográfica. De aquel contingente nada trascendió, pero a los pocos meses en Suecia y Finlandia se vivió una invasión de OVNIs atípicos en forma de cohete, sospechosamente cercana a enclaves donde el KG200 mantuvo sus bases, como Curlandia o Heissladen.

Paralelamente, la inteligencia aliada al mando del General H. E. Watson –responsable de la célebre “Operación Paper Clips”– recorría suelo germano a la caza y captura de “cacharros voladores raros” (sic) y sus ocupantes. Pese a interrogar a numerosos prisioneros de guerra y constructores aeronáuticos, desestimó perseguir a los ex integrantes de la unidad. “Que nunca fuera acusado ni un miembro del KG200 habla por sí mismo”, manifiesta Andrew J. Swanger, editor del World War II Magazine. Simultáneamente, los registros más comprometedores resultaron confiscados y puestos a buen recaudo entre los ficheros de Paper Clips.

Y, hasta la fecha, permanecen inaccesibles para los estudiosos. Solo se cuenta con fugaces menciones de “pilotos alemanes locos” en memorandos esporádicos de la CIA, realizando vuelos clandestinos sobre China y Europa del este, a falta de nuevos indicios fiables. Y un apunte final. El Coronel W. Baumbach, el ex-jefe reconocido del KG200, jamás dedicó ni una línea al grupo en sus memorias históricas, pero las concluía anotando crípticamente que “muchos camaradas se ganaron la vida en la posguerra como pilotos de prueba”.

Se mató en Argentina mientras probaba un bombardero aliado reconvertido a avión de pasajeros para la misma empresa donde se hallaba en nómina Reinar Horten, “padre” de las alas volantes ya citadas. ¿Coincidencia?

 

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