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Jugando a ser Dios
Dejando a un lado a los padrinos del Nuevo Mundo, y volviendo la mirada al
país origen del movimiento mafioso, Italia, más de cien años después del
surgimiento del crimen organizado, merece la pena señalar uno de los
aspectos más oscuros de su historia, en la segunda década del siglo XX: su
relación con las finanzas del Vaticano y la extraña muerte de Juan Pablo I.
Albino Luciani –éste era su verdadero nombre– fue proclamado Papa el 27 de
agosto de 1978, tras el fallecimiento de Pablo VI.
Su nombramiento como dirigente de la Santa Sede no gustó a muchos, debido a
su interés por controlar las cuentas y perseguir el fraude y el
enriquecimiento ilícito que, según él, se alejaban del catolicismo: “Mi
principal cometido será cambiar radicalmente la relación del Vaticano con el
capitalismo”.
Los intereses creados estaban a la orden del día en el corrupto círculo
católico, y la relación de algunos obispos con la Mafia comenzaba a ser algo
evidente.
La madrugada del día 28 de septiembre, tan solo 33 días después de haber
jurado su cargo, Juan Pablo I fue hallado muerto en su dormitorio.
Casi
con toda probabilidad fue asesinado, aunque su cadáver nunca fue sometido a
una autopsia, siendo embalsamado 14 horas después de su fallecimiento, algo
demasiado sospechoso si tenemos en cuenta que la ley italiana señala que el
embalsamamiento del cadáver no debe ser realizado hasta 24 horas después.
En su presunto crimen había seis sospechosos relacionados con la presunta
trama del Vaticano. Uno de ellos era Paul Casimir Marcinkus, alias “el
Gorila”, sacerdote que fuera guardaespaldas del Papa Pablo VI en 1964.
En aquella época fue nombrado secretario del Banco del Vaticano sin
experiencia conocida en el mundo de las finanzas ni de la banca. Un día
antes de la muerte de Juan Pablo I, Marcinkus descubrió que iba a ser
destituido como jefe de dicha institución.
Otro de los principales sospechosos fue Michele Sindona, alias “el Tiburón”,
un “hombre de fe” relacionado con la Mafia ya en los años de la Segunda
Guerra Mundial, cuando compró alimento apoyado por el Crimen Organizado en
el mercado negro de Palermo y lo pasó de contrabando a la región de Messina.
A finales de los 50, Sindona mantuvo un estrecho contacto con la familia
mafiosa de Carlo Gambino, uno de los capos más poderosos de los Estados
Unidos y por extensión de toda Italia.
Sindona ayudó a éste y a sus primos sicilianos, los Inzerillos, a lavar el
dinero negro que conseguían a través de la venta de heroína. Tras su apoyo,
Michele compró su primer banco, punto de partida de una larga lista que
servirían para lavar el dinero de la Mafia.
Fue escogido por Pablo VI para actuar como consejero financiero del
Vaticano, moviendo el dinero de la Santa Sede fuera de Italia, especialmente
en Norteamérica.
Otro de los implicados relacionaba el complot del asesinato con la logia
secreta de corte francmasón, P2 o Propaganda Due. Licio Gelli, el tercer
sospechoso, fue el fundador de esta logia secreta renovada bajo el nombre de
Raggruppamento Gelli-P2.
A través de ella pretendía reagrupar a la derecha italiana; la P2 sería algo
así como un Estado dentro del Estado. A través de su amigo Umberto Ortolani,
otro de los sospechosos del complot y alto funcionario del P2, ganó la
afiliación a la orden de los Caballeros de Malta y el Santo Sepulcro.
Existía una regla canónica por la que aquel católico romano que se hubiera
transformado en francmasón sería automáticamente excomulgado.
En septiembre de 1978 el periodista Mino Pecorelli –que poco después sería
asesinado a tiros por la Mafia– publicó un artículo bajo el título de “El
Gran Alojamiento del Vaticano”, en él ofreció los nombres de 121
francmasones.
Entre ellos se encontraban importantes miembros de la Iglesia y algunos
importantes cargos de las finanzas del Vaticano, como Paul Marcinkus,
Michele Sindona y Lucius Gelli. Sus carreras y negocios peligraban.
La muerte de Juan Pablo I supuso un alivio para estos corruptos "hombres de
Dios" que, bajo el mandato de Juan Pablo II, siguieron manteniendo sus
antiguos y beneficiosos cargos. La Mafia había penetrado hasta en los
lugares más sagrados. Ya no servía la ley de Dios, sino la ley del Silencio. |
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