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Jesús amaba a Magdalena

Pero es sobre todo en los apócrifos, como el Evangelio de Felipe y en el de María Magdalena, que nos encontramos con esta verdad. En el de Felipe leemos: “La consorte de Cristo es María Magdalena... El Señor amaba a María más que a todos sus discípulos y con frecuencia la besaba en la boca... Los otros discípulos le dijeron entonces: ‘¿Por qué la amas más que a nosotros’? Y el Salvador les respondió: ‘¿Por qué no os amo a todos vosotros como a ella?”.

En un texto encontrado en Nag Hammadi del que sólo se conserva un fragmento, correspondiente al final del Evangelio de María, leemos: “Pedro le dijo a María: ‘Hermana, no sabíamos que el Salvador te amaba más que a las otras mujeres. Comunícanos las palabras del Salvador que tú recuerdes, las que tú conoces y nosotros no; las que ni siquiera hemos oído”. Sigue una serie de visiones y de enseñanzas crípticas, al final de las cuales el texto continúa: “Pero Andrés replicó y dijo a los hermanos. ‘Decid qué pensáis de todo lo que ella ha dicho. Yo, por lo menos, no creo que el Salvador haya dicho eso. Respecto a estas cosas también habló Pedro: ‘¿Ha hablado quizás en secreto y no abiertamente a una mujer sin que nosotros lo supiésemos? ¿Tenemos que creerlo y escucharla a ella? ¿Quizá él la ha preferido a nosotros?’ Levi le respondió: ‘Si el Salvador la ha hecho digna, ¿quién eres tú para rechazarla? No hay duda, el Salvador la conoce bien. Por eso la amaba más que a nosotros”.

Paolino da Nola, un provenzal que se hizo monje, con la particularidad de estar casado, en una epístola que se remonta a alrededor del 300 d.C. comenta el episodio de Betania. Este monje nos habla de la figura de la Magdalena, describiéndola en términos inequívocos: “Bienaventurada ella que probó a Cristo en la carne y recibió el cuerpo de Cristo en la realidad física. Bienaventurada ella, que mereció ser presentada con esta imagen como símbolo de la Iglesia”. Últimamente, algunos estudiosos están llevando adelante un excelente trabajo sobre la figura de Paolino da Nola y sobre su implicación en la elección iconográfica y arquitectónica relacionada con la construcción de iglesias en las que Magdalena era la máxima referencia. Una importante conexión con la leyenda de Magdalena en Provenza nos llega, por lo tanto, del mismo Paolino y nos permitiría establecer también una relación con la dinastía merovingia ligada a la descendencia de Cristo.

La datación de la epístola de la que hemos hablado anteriormente resulta ser muy próxima al 300 d.C., una época inmediatamente previa a la leyenda merovingia. Por tanto, Jesús pudo haber sido el esposo de Magdalena y surgen algunos problemas de identidad con las figuras del Evangelio. En este pequeño análisis sobre la posibilidad de una relación matrimonial entre Jesús y Magdalena nos hemos preguntado por la posibilidad de encontrar dentro de los evangelios canónicos un episodio que permita pensar en un matrimonio. Los indicios parecen inclinarse por el de las Bodas de Caná, narradas por Juan y que, aparentemente, parece el relato muy sencillo de un milagro. Leído tal como se presenta la mayor parte de las veces, como una parábola, oculta su verdadero significado. Pero son muchas las “rarezas” de este episodio que sólo pueden explicarse en clave simbólica. Comenzando por la frase de Juan: “Hubo un matrimonio” (Juan 1:1). Pero no se mencionan para nada los nombres de los desposados. Después se dice que faltaba el vino. El maestro de mesa afirma que el esposo había reservado el vino bueno para el final del banquete.

Esta es una ausencia muy extraña en un matrimonio hebreo. La palabra “vino” se menciona unas cinco veces en doce versículos. El fruto de la vid representa unos de los dones de la Antigua Alianza y muchos profetas lo relacionan íntimamente con el tema de la boda. Y es curioso observar que en esta boda tan extraña, la Virgen María pide a Jesús que se encargue de ver si hay vino suficiente, expresando su preocupación. Es entonces cuando Jesús realiza el famoso milagro de transformar el agua en vino. Pero al mismo tiempo, este hecho destaca como especialmente significativo, porque era al novio a quien la costumbre judía asignaba el deber de garantizar que hubiese vino en la boda. La sospecha es legítima. No se nos dice quién es el novio ni quién es la novia.

Pero se nos presenta a María encargándose de supervisar que todo esté en orden y a Jesús aportando el vino, asumiendo el papel que la costumbre asignaba al novio. ¿Cómo penetrar en el sentido de estas singularidades? Se necesita otra exégesis, una manera distinta de leer, para captar la manipulación de los textos o la interpretación simbólica intrínseca de muchos pasajes del Nuevo Testamento.

Hemos planteado sólo algunas preguntas a las que queríamos dar respuestas que no ofendiesen a los creyentes. Y concluimos con unas reflexiones. A Magdalena –dice la tradición cristiana– le fueron perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho. Pero, ¿a quién amó? ¿A Jesús, en cuanto Hijo de Dios o en cuanto hombre? ¿Por qué Magdalena quiso abrazar a Jesús resucitado y se nos sugiere que estaba acostumbrada a hacerlo en vida de éste? ¿Dónde acaba lo humano y empieza lo divino en Jesús de Nazareth?
 

 

 

 

 

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