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Un
interminable comienzo IV
Este
abrupto cambio en el devenir de los asuntos humanos, ocurrido alrededor del
11000 a.C. en Oriente Próximo (y alrededor de 2.000 años después en Europa)
ha llevado a los estudiosos a marcar esta época como la del fin de la Edad
de Piedra Antigua (el Paleolítico) y el comienzo de una nueva era cultural,
la Edad de Piedra Media (el Mesolítico).
El nombre sólo es apropiado si se considera la principal materia prima del
Hombre, que sigue siendo la piedra. Sus moradas en las zonas montañosas
seguían siendo de piedra, sus comunidades se protegían con muros de piedra y
su primera herramienta agrícola -la hoz- estaba hecha de piedra. Honraba y
protegía a sus muertos cubriendo y adornando sus tumbas con piedras, y
utilizaba la piedra para hacer imágenes de los seres supremos, o “dioses”,
cuya benigna intervención buscaban. Una de tales imágenes, encontrada en el
norte de Israel y datada en el noveno milenio a.C., muestra la cabeza
tallada de un “dios” cubierta por un casco rayado y portando una especie de
“gafas”.

Sin
embargo, observando las cosas en su conjunto, sería más adecuado denominar a
esta era que comienza en los alrededores del 11000 a.C. como la Edad de la
Domesticación, más que como la Edad de Piedra Media. En el lapso de no más
de 3.600 años -una noche, para los lapsos temporales de ese comienzo
interminable-, el Hombre se hizo agricultor, y se domesticó a las plantas y
a los animales salvajes. Después, no podía ser de otro modo, vino una nueva
era. Los eruditos la llaman la Edad de Piedra Nueva (Neolítico), pero el
término es completamente inadecuado, pues el cambio principal que tuvo lugar
alrededor del 7500 a.C. fue el de la aparición de la cerámica.
Por razones que todavía eluden nuestros eruditos -pero que se aclararán a
medida que expongamos nuestro relato sobre sucesos prehistóricos-, la marcha
del Hombre hacia la civilización se confinó, durante los primeros milenios a
partir del 11000 a.C, a las tierras altas de Oriente Próximo. El
descubrimiento de los múltiples usos que se le podía dar a la arcilla tuvo
lugar al mismo tiempo que el Hombre dejó sus moradas en las montañas para
instalarse en los fangosos valles.
Sobre el séptimo milenio a.C, el arco de civilización de Oriente Próximo
estaba inundado de culturas de la arcilla o la cerámica, que elaboraban un
gran número de utensilios, ornamentos y estatuillas. Hacia el 5.000 a.C, en
Oriente Próximo se estaban realizando objetos de arcilla y cerámica de
excelente calidad y diseño.
Pero, una vez más, el progreso se ralentizó y, hacia el 4500 a.C, según
indican las evidencias arqueológicas, hubo una nueva regresión. La cerámica
se hizo más simple, y los utensilios de piedra -una reliquia de la Edad de
Piedra- volvieron a predominar. Los lugares habitados revelan escasos
restos. Algunos de los lugares que habían sido centros de la industria de la
cerámica y la arcilla comenzaron a abandonarse, y la manufactura de la
arcilla desapareció. “Hubo un empobrecimiento generalizado de la cultura”,
según James Melaart (Earliest Civilizations of the Near East), y algunos
lugares llevan claramente la impronta de “una nueva época de necesidades”.
El Hombre y su cultura estaban, claramente, en declive.
Después, súbita, inesperada e inexplicablemente, el Oriente Próximo
presenció el florecimiento de la mayor civilización imaginable, una
civilización en la cual estamos firmemente enraizados.
Una mano misteriosa sacó, una vez más, al Hombre de su declive, y lo elevó
hasta un nivel de cultura, conocimientos y civilización aún mayor. |
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