El objeto
de la psicología como ciencia es el ser humano y su comportamiento, las causas
que determinan la conducta y la forma en que ésta se desarrolla, diferenciándose
así de la biología, que se ciñe tan sólo al ser humano como estructura viva, con
unas funciones fisiológicas.
En cierto
modo, ahí radica el «quid» de la eterna pugna entre las doctrinas psicológicas
denominadas «mentalistas» y «conductistas». Las primeras consideran al ser
humano básicamente como un ente pensante, cuyas experiencias influyen con escasa
intensidad en su conducta más o menos prefijada. En cambio, las escuelas
conductistas puras basan la conducta humana exclusivamente en un comportamiento
adaptativo y condicionado por las experiencias vitales.
Los
progresos de la psicología hicieron necesaria la aparición de nuevas corrientes
con una ideología más flexible e intermedia. ¿Por qué no concebir al ser humano
como un ente pensante, dotado de personalidad propia, pero susceptible de
modificar su conducta frente a los condicionantes externos? Su comportamiento ya
no sería un mero conjunto de interacciones estímulo-respuesta, sino una
disposición individual frente a determinados estímulos que provocan unas
peculiares respuestas según la persona. Ya no se estudiaría tan sólo un
comportamiento, sino a un sujeto que se comporta de determinada manera.
Al llegar
a este punto, es necesario definir conceptos tales como:
Individuo: Sujeto
indivisible, elemento unitario dentro de su especie.
Persona: Ser inteligente,
pensante.
Personalidad: Conjunto de
cualidades psicofísicas que distinguen a un ser de otro.
El hombre
como individuo. Considerado como tal, el ser humano es un complejo organismo
vivo con unas funciones motoras, sensitivas y vegetativas.
El hombre
como persona. Suma a lo anterior la psique —llamémosla conciencia, intelecto o
capacidad de raciocinio—, que es lo que lo diferencia del resto de los seres
vivos. Un perro es un individuo dentro de su especie (mamíferos cánidos), pero
no es una persona.
Ya el
dualismo cartesiano afirmaba que el hombre consta de una parte corporal, física,
y otra cognitiva, psíquica. Y filosóficamente se dice que «el nombre es el único
animal que tiene conciencia de ser un animal que tiene conciencia». Parece un
galimatías o un juego de palabras, pero, si nos fijamos, efectivamente el animal
irracional siente, pero no es consciente de ello (al menos, con el nivel o
“calidad” de consciencia de un ser humano).
Sin
conciencia racional la conducta humana sería automática y no existiría
posibilidad de progreso. Si observamos la conducta de algunos animales, como las
abejas o las hormigas, nos llama la atención cómo unos seres, aparentemente tan
simples, poseen una organización social casi tan compleja como la humana. Sí, es
asombrosa. Pero esa conducta se viene repitiendo, generación a generación, desde
hace miles de años sin progreso ni cambio alguno, precisamente porque no tienen
conciencia de ella, y actúan así sólo por instinto. Sin conciencia no hay
improvisación ni innovación alguna.
La
conciencia supone una actividad reflexiva y esta reflexión está unida a un Yo,
un sujeto que integra el conjunto de actividades de la propia conciencia.
El hombre
es capaz de tomar conciencia de su pasado, su presente e incluso de hacer
proyectos sobre su futuro, unificando todo ello en su propio Yo, que persiste a
pesar de todo cambio en el tiempo o en la forma de vivir. Existe una adaptación
a las modificaciones ambientales o circunstanciales, pero ese Yo adaptado es el
mismo en esencia.
El hombre
como personalidad. Acabamos de definir al ser humano como individuo y como
persona, pero debemos añadir un atributo identificativo más: su personalidad.
Con ello ya no nos referimos a una persona cualquiera, sino a una determinada
dentro del grupo.
La
personalidad aúna el sustrato físico y mental con la disposición y modo de
reaccionar ante el ambiente que cada sujeto adopta y lo diferencia de otro.
Viene determinada por una serie de factores que la configuran:
condicionamientos, sensaciones, emociones, experiencias, aprendizaje, carácter,
etcétera.
Podemos
resumir diciendo que el ser humano es el resultado de una tríada donde se unen:
un sustrato biológico físico (individuo), una dotación de conciencia (persona) y
unas cualidades o características propias e identificativas (personalidad).