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Los hombres excepcionales pueden ser ancianos.
Los hombres excepcionales pueden ser ancianos, y es cierto. Es un cumplido
decir de un hombre: “Es anciano”. Los ancianos son hombres que se encuentran
en la tercera etapa de la vida, que les interesa muy poco invertir en su
imagen, que están comprometidos en el servicio a los demás y que tienen a su
cargo o cuidado a personas que los necesitan.
Estos hombres no se habrían convertido en ancianos si no hubiera sido porque
han vivido el sufrimiento. Muchos de ellos consiguieron en sus vidas
triunfos, reconocimiento y los beneficios añadidos que comporta el éxito,
pero luego la situación se invirtió. El orgullo desmedido que precede a la
caída, debió de tornarse en humildad; o bien el anciano se vio sumido en un
período de sufrimiento y autorreflexión, y recurrió a la psicoterapia, tras
una pérdida significativa o haber padecido problemas de salud. Esta clase de
hombres quizá sigan ostentando papeles visibles en el mundo, pero la
impresión que causan en los demás o los símbolos del éxito ya no son motivos
de su interés. La pérdida, o la posibilidad de la pérdida, el sufrimiento y
la recuperación, les brindan una oportunidad a los hombres para que aprendan
quién y qué es lo que realmente importa. Si adquieren la sabiduría y la
compasión a través de la humillación y el remordimiento, pasando
desapercibidos y sin anunciarlo a bombo y platillo, se conviertirán en
ancianos en su interior, quedamente.
La sicología innata de un hombre, junto con el trato que le dispensaron los
hombres maduros cuando él era un niño o un joven, influye muchísimo en la
posibilidad de que esa persona en concreto se convierta en un anciano en un
futuro.
En familias encabezadas por padres autoritarios, como en los patriarcados de
cualquier clase, el poder es lo que más importa. La vulnerabilidad se
considera una debilidad, y los muchachos aspiran a hacerse más grandes y
fuertes para poder dominar a los demás y esquivar la humillación. A menudo,
los chicos sufren novatadas y son menospreciados o vilipendiados en el patio
de la escuela por muchachos mayores que ellos, o más grandes, y en muchos
hogares, por los hermanos mayores. El mismo modelo predomina en general
durante la adolescencia y la primera juventud. Las fraternidades perpetúan
la costumbre en sus iniciaciones, y en el ámbito militar es una actitud
institucionalizada. La ideología que subyace es esa que postula: “Lo que a
mí me hicieron, te lo haré yo a ti cuando me llegue el turno de mandar”; lo
cual se justifica a partir de la noción de que “eso es lo que convierte a
los muchachos en hombres”. Son los muchachos o los hombres que han sufrido
malos tratos en carne propia quienes obtienen mayor placer al infligir un
daño físico o emocional en los demás. La falta de compasión que mostraron
hacia ellos atrofia su desarrollo, y, por regla general, cuando se da el
caso, se identifican con el opresor en lugar de con la víctima.
Aun en su expresión más bondadosa, el modelo de macho dominante y jerárquico
empieza muy temprano y continúa durante la etapa adulta. Llega incluso a
convertirse en una segunda naturaleza, para los hombres, el comprobar si
están a la altura o no en su vida diaria, sobre todo si en casa se fomentaba
el miedo a un padre autoritario.
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