HITLER Y LA ORDEN DE THULE
A
partir del siglo XVIII florecieron en Alemania varios grupos espirituales de
carácter pagano, marcados por reivindicaciones políticas, que buscaban el
resurgir de la patria.
Conviene resaltar que dos siglos antes de que los nazis popularizaran la que
habría de ser su enseña personal, la svástica, ésta ya formaba parte de la
cultura germana, aunque su uso estaba limitado por lo general a estas
organizaciones secretas. Los Incondicionales, la Deutscher Bund, la
Tugembud… y muchas otras sociedades ocultistas pasaron a formar parte de la
subcultura germana. No obstante, si hubiera que buscar una doctrina que, por
su lejanía temporal y social, fuese la primera en influir en el pensamiento
hitleriano, ésta sería el catarismo.
Tal y como afirma Jean Michel Angebert en su obra, Hitler y la tradición
cátara, el Sol, tanto en el nazismo como entre los cátaros, ocupa un lugar
central. Encarna al “símbolo sagrado de los arios, frente al simbolismo
femenino y mágico de la Luna, tan cercano a los pueblos semitas”, el judío
entre ellos. Además, el culto al Sol expresado por los nazis en el solsticio
de verano y en el de invierno –despidiendo y dándole la bienvenida
respectivamente– fortalece el significado ritual del mismo como opuesto al
dogma monoteísta judío.
El movimiento cátaro, cuyos orígenes se remontan a finales del siglo X, era
una religión solar que rechazaba el Antiguo Testamento judío y partía del
maniqueísmo como expresión de la eterna lucha entre la luz y la oscuridad,
representados por el Sol y la Luna. Las cruces gamadas, las célticas, y
otros símbolos se extendieron como representantes del culto al astro rey.
Pero había en los cátaros más características que siglos después adoptó el
nazismo.
El sayal negro con toca persa –tan semejante al uniforme empleado por las
SS–, su castidad, su rechazo al judaísmo, a la comunión y al bautismo
cristiano –el nazismo pretendía con el tiempo sustituir a la religión
cristiana– y su “pureza”, encarnada en una total ausencia de carne y alcohol
–el propio Hitler acabó convirtiéndose en un vegetariano empedernido,
alejado del tabaco y de bebidas que perturbasen su “equilibrio espiritual”–,
sirvieron seguramente de inspiración a los nazis. Éstas y otras creencias
influyeron en la gestación de órdenes paganas como los “Iluminados de
Baviera” o “Thule”, que tanto fascinarían a Hitler y a los “coautores” del
nazismo…
El mito del hombre ario y... Thule
Adam
Alfred, o como más tarde se haría llamar, el barón Von Sebotendorf, nació en
Prusia el 9 de noviembre de 1875. Tuvo una vida marcada por el ocultismo y
la extravagancia. Su formación académica fue bastante amplia, aunque no le
sirviera, tal y como pretendía su familia, para llevar una vida regida por
la estabilidad y la razón. Con gran impaciencia por conocer el mundo,
decidió, tras finalizar sus estudios, viajar a diversos países, empapándose
en especial de la cultura egipcia y turca.
Fue un enamorado del Islam y de la energía que alienta en esa religión, pero
también estudió con detenimiento la Cábala, convencido de que en la Biblia
se encerraba un mensaje oculto, cuya correcta interpretación proporcionaría
a los iniciados un conocimiento que los situaría por encima del resto de los
mortales. En sus largas y continuadas travesías, donde más tiempo permaneció
fue en Turquía, país en el que aprendió árabe.
Esta influencia islámica le marcó de tal manera que tomaría la “fuerza
espiritual” de dicha fe como fuente de inspiración para la orden que en poco
tiempo iba a formar con el fin de solucionar la crisis de fe que vivía
Occidente, cuya carencia de jefes espirituales “puede arrastrarnos al
abismo” y que “ante semejante peligro, los hermanos musulmanes recordaron
que hubo un tiempo en el que Europa conoció la Ciencia Suprema”, entendiendo
como tal una supuesta sabiduría antigua que se había dejado de lado en
Occidente hasta desvanecerse en el olvido.
En tierras otomanas, Sebotendorf practicó la meditación y otras técnicas
espirituales encaminadas a proporcionar el equilibrio, la sabiduría y la fe
que en él estaban aletargadas. El barón comenzó a “ver” una relación entre
el “espiritualismo germánico” y el musulmán que –según él– partían de las
mismas raíces. La teosofía de madame Blavatsky también influyó en sus ideas.
Todo este aprendizaje se vio eclipsado por la guerra ítalo-turca de 1912 –en
la que Sebotendorf participó como soldado del ejército turco– cuando Trípoli
cayó en manos italianas. Tras su “bautismo de fuego” decidió instalarse en
Baviera en el año 1916. En aquellos momentos había desarrollado a través de
sus lecturas y de su experiencia un profundo odio hacia los movimientos de
izquierda y se había convertido en firme impulsor del mito de la supremacía
racial aria.
Con tal pensamiento, y situado en una región en la que la larga duración de
la guerra desataba el desánimo de las gentes y hacía proliferar las
sociedades espiritualistas como búsqueda desesperada de la salvación propia
y la del país, las concepciones filosóficas del barón encontraron buen caldo
de cultivo.
Con la sensación de estar en el lugar y en el momento oportunos para
desarrollar sus capacidades y poner en práctica sus teorías, decidió
incorporarse a la “Orden de los Germanos”, dirigiendo la filial de Baviera.
Los rituales de Sebotendorf impregnarían a la orden, reforzando el
antisemitismo y anticomunismo que ya se respiraba en ella. Gracias a él, la
idea de la superioridad aria acabó convirtiéndose en la enseña más
importante del grupo. |